Robert Silverberg - Muero por dentro
Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - Muero por dentro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1988, Издательство: Martínez Roca, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muero por dentro
- Автор:
- Издательство:Martínez Roca
- Жанр:
- Год:1988
- Город:Barcelona
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muero por dentro: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muero por dentro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1972.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1973.
Nombrado para el premio Locus en 1973.
Muero por dentro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muero por dentro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Su apartamento, aunque pequeño, era agradable: tapizados negros de Naugahyde, lámpara de Tiffany, papel Picasso para paredes, un bar bien provisto, un equipo de música estu- pendo que constantemente emitía obras de Monteverdi y Palestrina, Bartok y Stravinsky. Llevaba una agradable vida de soltero, salía con frecuencia, acudía con cierta asiduidad a sus restaurantes favoritos, todos ellos oscuros y étnicos: japoneses, paquistaníes, sirios, griegos. Su círculo de amigos era limitado pero distinguido; principalmente se trataba de escritores, pintores, poetas y músicos. Aunque se acostaba con muchas mujeres, rara vez Selig lo vio dos veces con la misma.
A Nyquist le ocurría lo mismo que a Selig: podía recibir pero era incapaz de enviar; no obstante, era capaz de decir cuándo estaban escudriñando su propia mente. Así fue cómo, por casualidad, se conocieron. Selig acababa de mudarse al edificio, se había dedicado a su pasatiempo favorito, dejando que su conciencia vagara libremente de piso en piso para así conocer a sus vecinos. Saltando de un lado a otro, examinando esta y aquella cabeza, sin encontrar nada que tuviera un especial interés, y de repente:
“Dime dónde estás.”
Una cristalina hilera de palabras que centelleaba en la periferia de una mente resuelta y satisfecha de sí misma. La oración le llegó con la inmediatez de un mensaje explícito. Sin embargo, Selig fue consciente de que no había tenido lugar ningún acto de transmisión activa; simplemente había encontrado las palabras esperando, en actitud pasiva. Respondió con rapidez:
“Calle Pierrepont 35.”
“No, eso ya lo sé. Quiero decir en qué piso del edificio estás.”
“Cuarto piso.”
“Yo estoy en el octavo. ¿Cómo te llamas?”
“Selig.”
“Nyquist.”
El contacto mental era asombrosamente íntimo. Casi resultaba sexual, como si estuviera penetrando en un cuerpo, no en una mente, y se avergonzó ante la masculinidad resonante del alma en la que había entrado; sintió que había algo que no era del todo permisible en semejante cercanía con otro hombre. Pero no se retiró. Aquélla era una experiencia deliciosa, demasiado gratificadora para rechazarla: la interacción rápida de la comunicación verbal a través de la brecha de la oscuridad. Selig tuvo la ilusión momentánea de haber extendido sus poderes, de haber aprendido a enviar tanto como a extraer los contenidos de otras mentes. Pero sabía que sólo era una ilusión. No estaba enviando nada, y tampoco Nyquist lo estaba haciendo. Simplemente estaban extrayendo información de la mente del otro. Cada uno formaba frases para que el otro las encontrara, lo cual, desde el punto de vista de la dinámica de la ubicación, no era exactamente lo mismo que enviarse mensajes el uno al otro. Sin embargo, era una distinción sutil y posiblemente sin sentido; el efecto de red de la yuxtaposición de dos receptores abiertos era un circuito de emisión y recepción tan efectivo como el teléfono. La unión íntima de mentes verdaderas, en las que no se interponía ningún obstáculo. Vacilante, tímido, Selig penetró en los niveles inferiores de la conciencia de Nyquist buscando, más allá de los mensajes, al hombre. Cuando lo hizo, se percató vagamente de una agitación en las profundidades de su propia mente, lo que probablemente indicaba que Nyquist estaba haciendo exactamente lo mismo con él. Durante largos minutos, como amantes entrelazados en las primeras y reveladoras caricias, se exploraron el uno al otro. Pero en el contacto de Nyquist no había nada de amoroso, era frío e impersonal. No obstante, Selig se estremeció; sintió como si estuviera parado en el borde de un abismo. Por fin, lentamente, se apartó, y lo mismo hizo Nyquist. Luego:
“Ven arriba. Nos encontraremos junto al ascensor.”
Era más grande de lo que Selig suponía, su cuerpo era como el de un jugador de rugby, sus ojos azules eran hostiles, su sonrisa simplemente formal. Sin llegar a ser frío, era distante. Entraron en su apartamento: luces suaves, música desconocida, una sencilla atmósfera de elegancia. Nyquist le ofreció un trago y hablaron, manteniéndose, en la medida de lo posible, el uno fuera de la mente del otro. No hubo euforia ni sentimentalismo en la visita, ni una lágrima de alegría por el encuentro. Aunque Nyquist se mostró afable, accesible, complacido de que Selig hubiese aparecido, no manifestó ningún tipo de emoción por haber descubierto un fenómeno igual a él. Posiblemente porque ya había descubierto otros fenómenos iguales a él.
—Hay otros —dijo—. Tú eres el tercero, el cuarto, no, el quinto que he conocido desde que llegué a los Estados Unidos. Veamos: uno en Chicago, uno en San Francisco, uno en Miami, uno en Minneapolis. Tú eres el quinto. Dos mujeres y tres hombres.
—¿Sigues manteniendo algún contacto con ellos?
—No.
—¿Qué ocurrió?
—Nos alejamos —dijo Nyquist—. ¿Qué esperabas? ¿Qué formáramos un clan? Mira, hablamos, jugamos con nuestras mentes, nos conocimos unos a otros y, al cabo de un tiempo, nos aburrimos. Creo que dos de ellos ya han muerto. No me importa estar aislado del resto de los de mi especie. No me considero miembro de una tribu.
—Hasta hoy, nunca he encontrado a otro —dijo Selig.
—No tiene ninguna importancia, lo verdaderamente importante es vivir tu propia vida. ¿Cuántos años tenías cuando descubriste que podías hacerlo?
—No lo sé. Quizá cinco o seis años. ¿Y tú?
—Hasta que no tuve once años no me di cuenta de que tenía algo especial; pensaba que todos podían hacerlo. Pero cuando llegué a los Estados Unidos y oí a la gente pensar en otro idioma, me di cuenta de que en mi mente había algo fuera de lo común.
—¿Qué tipo de trabajo haces? —preguntó Selig.
—Trabajo lo menos posible —dijo Nyquist.
Sonrió e introdujo con brusquedad sus perceptores dentro de la mente de Selig. Era como una invitación entre criaturas de la misma especie; Selig la aceptó y extendió sus propias antenas. Vagando por la conciencia del otro hombre, en seguida se formó una idea de las incursiones de Nyquist en Wall Street. Vio toda la equilibrada, rítmica y libre de obsesiones vida de aquel hombre. Se asombró ante la serenidad de Nyquist, ante su entereza y su claridad de espíritu. ¡Qué límpida era el alma de Nyquist! ¡Qué poco dañada estaba por la vida! ¿Dónde guardaba su angustia? ¿Dónde ocultaba su soledad, su miedo, su inseguridad? Apartándose, Nyquist dijo:
—¿Por qué sientes tanta pena por ti mismo?
—¿La siento?
—Es algo que está en todos los rincones de tu cabeza. ¿Cuál es el problema, Selig? He mirado dentro de ti y no veo el problema, sólo veo el dolor.
—El problema consiste en que me siento aislado del resto de los seres humanos.
—¿Aislado? ¿Tú? Eres capaz de meterte dentro de la cabeza de la gente, puedes hacer algo que el 99,999 % de la raza humana no puede. Ellos tienen que valérselas con palabras, aproximaciones, señales, mientras que tú vas directamente al corazón del significado. Ante todo esto, ¿cómo es posible que digas que te sientes aislado?
—La información que obtengo no me sirve —dijo Selig—. No puedo obrar de acuerdo con ella. Tal vez sería mejor no leerla.
—¿Por qué?
—Porque estoy husmeando dentro de sus cabezas, los estoy espiando.
—¿Acaso te sientes culpable por ello?
—¿Tú no?
—No fui yo quien pedí tener el don —dijo Nyquist—. Simplemente lo tengo, y dado que lo tengo, lo uso. Me gusta. Me gusta la vida que llevo. Me gusta mi persona. ¿Por qué no te gusta tu persona, Selig?
—Dímelo tú.
Pero Nyquist no tenía nada que decirle, así que cuando acabó con su bebida regresó a su apartamento. Cuando entró en su propio apartamento le pareció tan extraño que pasó algunos minutos tocando las cosas que allí había: la fotografía de sus padres, su pequeña colección de cartas de amor de la adolescencia, el juguete de plástico que años atrás le había dado el psiquiatra. La presencia de Nyquist le continuaba zumbando en la mente; era un residuo de la visita, sólo eso, ya que Selig estaba seguro de que ahora Nyquist no le estaría escudriñando. El encuentro le impactó tanto, se sintió tan invadido, que resolvió no volverlo a ver jamás. Incluso pensaba en mudarse a otro sitio cuanto antes, a Manhattan, a Filadelfia, a Los Angeles, a cualquier lugar que estuviera fuera del alcance de Nyquist. Aunque durante toda su vida había deseado conocer a alguien que también tuviera su don, y lo había encontrado, ahora se sentía amenazado. Nyquist tenía tanto control sobre su vida que le producía espanto. Me humillará, pensó Selig. Me devorará. Pero el pánico de los primeros momentos fue desapareciendo. Al cabo de dos días Nyquist le llamó para invitarlo a comer afuera. Cenaron muy cerca de casa, en un restaurante mexicano donde además de cenar se emborracharon. Selig todavía tenía la impresión de que Nyquist jugaba con él, le tomaba el pelo, le hacía cosquillas; pero como lo hacía todo con tanta afabilidad, Selig no sintió ningún tipo de resentimiento. El encanto de Nyquist era irresistible, y su fortaleza, digna de ser tomada como modelo de conducta. Nyquist era como un hermano mayor que le había precedido a través de este mismo valle de traumas y hacía tiempo que había salido ileso; ahora estaba estimulando a Selig para que aceptara los términos de su existencia. La condición sobrehumana, la llamaba Nyquist.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muero por dentro»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muero por dentro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muero por dentro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.