Robert Silverberg - Muero por dentro

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Muero por dentro: краткое содержание, описание и аннотация

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Muero por dentro es un clásico de referencia y una de las más inspiradas historias de su autor: en ella aborda un tema tan clásico como es la telepatía de manera sutil, ahondando en el lado oscuro del ser humano, rebosa soledad, devastación interior y sensibilidad.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1972.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1973.
Nombrado para el premio Locus en 1973.

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Alrededor de las diez y media de la mañana Toni dijo:

—Tráeme un poco de zumo de naranja, ¿quieres?

Abrí la nevera y saqué un envase que tenia mi nombre y le serví un vaso. Me guiñó un ojo y esbozó una amplia y arrogante sonrisa mostrando los dientes. Arrugó el papel secante, se lo metió en la boca y, con la ayuda del zumo de naranja, se lo tragó.

—¿Cuánto tardará en surtir efecto? —pregunté.

—Hora y media más o menos —dijo.

En realidad, más bien fueron cincuenta minutos. Ya estábamos en nuestra habitación, la puerta cerrada con llave y una melodía débil y chirriante de Bach que salia del tocadiscos portátil. Yo trataba de leer, y lo mismo hacía Toni; no pasábamos las páginas con excesiva rapidez. De pronto, levantó la vista y dijo:

—Estoy empezando a sentirme un poco extraña.

—¿Extraña en qué sentido?

—Mareada. Una ligera sensación de náuseas. Siento un ligero hormigueo en la nuca.

—¿Te traigo algo? ¿Un vaso de agua? ¿Zumo?

—Nada, gracias. Estoy muy bien. De veras.

Una sonrisa, tímida pero auténtica. Aunque parecía sentir algo de aprensión no se la veía en absoluto asustada. Deseaba viajar. Dejé mi libro a un lado y la observé con atención, sintiéndome protector, incluso deseando tener la más mínima oportunidad para serle útil. No quería que tuviera un mal viaje, pero sí que me necesitara.

A través de su sistema nervioso me enviaba información sobre el progreso del ácido. Iba tomando notas hasta que me indicó que el ruido que hacía el lápiz contra el papel la distraía. Los efectos visuales estaban comenzando, veía las paredes algo cóncavas, y las grietas en el revoque estaban adquiriendo una textura y una complejidad extraordinarias. Todo parecía tener un color anormalmente brillante. Los haces de luz que entraban por la sucia ventana eran luminosos trozos del espectro, hechos añicos, derramados sobre el piso. La música (le había puesto unos cuantos de sus discos favoritos en el aparato cambiador) había adquirido una nueva y extraña intensidad; le resultaba difícil seguir la melodía y tenía la impresión de que el plato del tocadiscos se detenía y arrancaba continuamente, pero el sonido mismo, tenía una indescriptible calidad de densidad y tangibilidad que la fascinaba. Sentía también un silbido en el oído, como de aire que soplaba contra sus mejillas. Habló de que la invadía una extraña sensación.

—Estoy en otro planeta —dijo en dos ocasiones.

Se la veía sonrojada, exaltada, feliz. Al recordar los terribles cuentos que había oído sobre descensos al infierno provocados por el ácido, los relatos horripilantes de experiencias desagradables y agotadoras que los diligentes periodistas anónimos del Times y Life narraban para el deleite de millones de lectores, casi me puse a llorar de alivio ante la certeza de que mi Toni saldría de su viaje sin sufrir ningún daño. Había temido lo peor, pero todo estaba saliendo bien. Tenía los ojos cerrados, el rostro sereno y exultante, su respiración era profunda y tranquila. Mi Toni estaba perdida en reinos trascendentales de misterio. Apenas me hablaba, de vez en cuando rompía sus silencios sólo para murmurar algo confuso y ambiguo. Había pasado ya media hora desde que por primera vez mencionó las sensaciones extrañas. Al ser arrastrada cada vez más hondo dentro de su viaje, mi amor por ella también se volvió más profundo. Su capacidad para afrontar la experiencia con el ácido era una prueba de la fortaleza básica de su personalidad, y eso me encantaba. Admiro a las mujeres fuertes y decididas. Ya estaba planeando mi viaje del día siguiente: seleccionando el acompañamiento musical, tratando de imaginar el tipo de distorsiones interesantes de la realidad que experimentaría, deseando comparar mis sensaciones con las de Toni. Estaba lamentando la cobardía que me había privado del placer de viajar con Toni ese día.

Pero, ¿qué es esto? ¿Qué le está pasando a mi cabeza? ¿Por qué esta repentina sensación de asfixia? ¿El fuerte latido en mi pecho? ¿La sequedad en mi garganta? Las paredes se están doblando; el aire parece pesado y sofocante; de repente, mi brazo derecho mide treinta centímetros más que el izquierdo. Estos son efectos que Toni había notado y me había descrito hacía sólo un momento. ¿Por qué los siento yo ahora? Tiemblo. Los músculos saltan espontáneamente en mis muslos. ¿Esto es lo que llaman un viaje de contacto? ¿Sólo por estar tan cerca de Toni mientras viaja; exhala partículas de LSD al respirar, me he drogado accidentalmente debido a alguna contaminación de la atmósfera?

—Mi querido Selig —me dice mi sillón con tono presumido—, ¿cómo puedes ser tan tonto? ¡Es evidente que estás extrayendo estos fenómenos de su mente!

¿Evidente? ¿De veras que es tan evidente? Considero la posibilidad. ¿Estoy leyendo a Toni sin saberlo? Por lo visto así es. En ocasiones pasadas siempre fue preciso hacer algún esfuerzo de concentración, aunque fuera muy leve, para poder enfocar bien lo que veía en otras cabezas. Pero, por lo visto, el ácido intensifica sus emisiones cerebrales y me llegan sin que yo las busque. ¿Qué otra explicación puede haber? Está transmitiendo su viaje y yo, de algún modo, he sintonizado su longitud de onda, a pesar de todas mis nobles resoluciones de respetar su intimidad. Y ahora, las extrañezas del ácido, esparcidas a través de la brecha que nos separa, me infectan también a mí.

¿Debo salir de su mente?

Los efectos del ácido me distraen. Miro a Toni y parece transformada. Un pequeño lunar oscuro en la parte inferior de su mejilla cerca de la comisura de los labios, lanza un torbellino de colores deslumbrantes: rojo, azul, violeta, verde. Sus labios son demasiado carnosos, su boca demasiado ancha. Y todos esos dientes. Hilera sobre hilera, como un tiburón. ¿Cómo es que no me di cuenta antes de esa boca rapaz? Me asusta. Su cuello se alarga; su cuerpo se comprime; sus pechos se mueven como gatos inquietos bajo su suéter rojo que yo tanto conocía y que ahora ha tomado un purpúreo matiz siniestro y amenazador. Miro hacia la ventana para escapar de ella. Los vidrios sucios tienen unas rajaduras que jamás había notado. No cabe la menor duda de que en cualquier momento la ventana explotará, lanzando una lluvia de fragmentos de vidrio ardientes sobre nuestros cuerpos. Parece que hoy el edificio de enfrente está anormalmente bajo amenaza en su forma alterada. El techo también está viniendo hacia mi. Oigo apagados toques de tambor que vienen de arriba —los pasos de mis vecinos, me digo— e imagino caníbales preparando su cena. ¿Esto es viajar? ¿Esto es lo que los jóvenes de nuestra nación han estado anhelando y haciendo voluntariamente para divertirse?

Antes de que las alucinaciones me vuelvan loco, debería cortar con todo esto. Quiero salir.

Bueno, es fácil. Tengo formas de suspender la recepción, de bloquear el flujo. Sólo que esta vez no funcionan. Estoy indefenso ante el poder del ácido. Trato de aislarme de estas extrañas y perturbadoras sensaciones, pero siguen marchando hacia mí. Estoy completamente abierto a todo lo que emana de Toni. Estoy atrapado. Voy cada vez más hondo. Esto es un viaje. Esto es un mal viaje. Esto es un viaje muy malo. ¡Qué extraño! Toni estaba teniendo un buen viaje, ¿verdad? Entonces, ¿por qué yo, al hacerme llevar por un accidente en su viaje, tengo uno malo?

Todo lo que hay en la mente de Toni fluye dentro de la mía. La experiencia de recibir el alma de otra persona no es nueva para mí, pero jamás he experimentado una transferencia semejante, ya que la información, modulada, por la droga, me llega espantosamente distorsionada. Soy un espectador renuente en el alma de Toni, y lo que allí veo es una fiesta de demonios. ¿Puede existir tal oscuridad dentro de ella? En las otras ocasiones no vi nada por el estilo: ¿el ácido ha liberado algún nivel de pesadilla al que no tuve acceso antes? Su pasado desfila ante mi. Imágenes llamativas bañadas por una tenue luz. Amantes. Copulaciones. Abominaciones. Un torrente de sangre menstrual, ¿o ese río escarlata es algo aún más siniestro? Aquí hay un coágulo de dolor: ¿qué es eso, crueldad hacia otros, crueldad consigo misma? ¡Y miren cómo se entrega a ese ejército de hombres monstruosos! Avanzan mecánicamente, cual legión amenazadora. Los rígidos penes brillan con una terrible luz roja. Uno tras otro se hunden dentro de ella, y veo la luz que fluye de su entrepierna cuando lo hacen. Sus rostros son máscaras. No conozco a ninguno. ¿Por qué no estoy yo también en la fila? ¿Dónde estoy yo? ¿Dónde estoy yo? Ah, allí: en un rincón, insignificante, improcedente. ¿Esa cosa soy yo? ¿Así es como me ve en realidad? ¿Un vampiro velludo, una sanguijuela acurrucada y agazapada? ¿O solamente es la imagen que David Selig tiene de David Selig, que salta entre nosotros como los reflejos en los espejos paralelos de una peluquería? Que Dios me ayude, ¿estoy pasándole mi propio mal viaje a ella, después de leerlo de su mente y culpándola por albergar pesadillas que ella no ha concebido?

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