— Si tú lo dices, debe de ser verdad. Yo no soy… — Lackland no pudo redondear la frase.
Rosten interrumpió con voz huraña.
— ¿Cuánto baja esa densidad con la altitud?
El meteorólogo extrajo una regla de calculo del bolsillo y la manipuló en silencio unos instantes.
— Aproximadamente, suponiendo una temperatura media de ciento sesenta bajo cero, bajaría al uno por ciento de la densidad de superficie a los quinientos o quinientos cincuenta metros de altura.
Un asombrado silencio acogió aquellas palabras.
— ¿Y cuanto bajaría a cien metros? — pregunto Rosten con esfuerzo. La respuesta llego al cabo de un silencioso movimiento de labios.
— De nuevo aproximadamente, un setenta u ochenta por ciento…, tal vez más.
Rosten tamborileó en la mesa con los dedos, mientras los demás seguían sus movimientos; luego se volvió en silencio hacia las otras caras. Todos le miraban atentamente.
— Supongo que nadie tiene una solución brillante. ¿O alguien espera que la gente de Barlennan pueda vivir y trabajar bajo una presión de aire que para nosotros equivaldría a la de más de mil metros de altura?
— No sé. — Lackland frunció el ceño, concentrándose, y Rosten se animó un poco —. Hace un tiempo hubo una referencia a su permanencia bajo el agua… mejor dicho, bajo el metano. Podía resistir mucho tiempo, y nadar grandes distancias. Recordareis que los moradores del río desplazaron el Bree mediante ese método. Si es el equivalente a contener el aliento, o a un sistema de almacenaje como el de nuestras ballenas, no nos sirve de nada; pero si puede extraer hidrógeno de lo que hay disuelto en los ríos y mares de Mesklin, quizá tengamos esperanzas.
Rosten caviló.
— De acuerdo. Llama a tu amiguito y averigua qué sabe sobre su capacidad. Rick, busca o averigua algo sobre la solubilidad del hidrógeno en metano a una presión de ocho atmósferas y temperaturas entre unos ciento cuarenta y cinco y ciento ochenta y cinco grados centígrados bajo cero. Dave, guarda esa regla de cálculo y utiliza el calculador; obtén un valor preciso de la densidad del hidrógeno en ese risco, tan preciso como lo permitan la física, la química, la matemática y los dioses del buen tiempo. Por cierto, ¿dijiste que había una caída de tres atmósferas en el centro de algunos de esos huracanes tropicales? Charles, pregunta a Barlennan cómo afecto eso a sus hombres. En marcha.
La asamblea se disolvió, y todos se pusieron manos a la obra. Rosten permaneció en la sala de pantallas con Lackland, escuchando su diálogo con el mesklinita.
Barlennan confirmó que podía nadar bajo la superficie durante largos períodos sin inconvenientes, pero ignoraba cómo lo hacía. En todo caso, ni respiraba ni experimentaba sensaciones comparables a la sofocación de los humanos cuando se sumergía.
— Y en las peores tormentas jamás experimenté incomodidades como las que sugieres — continuo el capitán —. Todos, aguantaron la que nos arrojó a la isla de los planeadores…
aunque debo admitir que estuvimos en el centro sólo dos o tres minutos. ¿Cuál es el problema? No entiendo a donde apuntan estas preguntas.
Lackland miró a su jefe pidiendo autorización y recibió un silencioso cabeceo de aprobación.
— Hemos descubierto que el aire de la cima del risco, donde se halla nuestro cohete, es mucho más tenue que en el fondo. Dudamos que tenga densidad suficiente para vosotros.
— ¡Pero si está sólo a cien metros! ¿Por que iba a cambiar tanto en tan corto trecho?
— Se relaciona con la gravedad. Me temo que sería demasiado largo de explicar, pero en cualquier mundo el aire pierde densidad a medida que asciende, y cuanta más gravedad hay, más rápido es el cambio. En tu mundo, las condiciones son un poco extremas.
— Pero ¿en qué parte de este mundo el aire sería lo que consideráis normal?
— En el nivel del mar, suponemos. Todas nuestras mediciones parten de esa referencia.
Barlennan caviló un rato.
— Me parece una tontería. Sería mejor utilizar un nivel estable como referencia de las mediciones. Nuestros mares suben y bajan muchísimos metros cada año… y nunca note cambios específicos en el aire.
— Supongo que no los notas por diversas razones; la principal es que estas en el nivel del mar mientras te encuentras a bordo del Bree, y por lo tanto en el fondo de la atmósfera. Quizá lo entiendas mejor si piensas en cuánto peso de aire tienes encima y cuánto tienes debajo.
— Sigue habiendo un problema — replico el capitán —. Nuestras ciudades no siguen a los mares cuando estos descienden; habitualmente están en la orilla en primavera y de trescientos a tres mil kilometres tierra adentro en otoño. La pendiente es muy suave, desde luego, pero sin duda se hallan cien metros sobre el nivel del mar en ese período.
Lackland y Rosten se miraron a los ojos un instante; luego el segundo habló.
— Si, pero en tu país estas mucho más lejos del polo… aunque eso no importa. Aun cuando la gravedad fuera de sólo un tercio, experimentarías tremendos cambios de presión. Tal vez hayamos tomado precauciones dignas de una nova cuando estábamos ante una mera enana roja. — Calló un momento, pero el mesklinita no respondió.
Barlennan, ¿estarías dispuesto a intentar el ascenso a la meseta? No insistiremos en ello si resulta demasiado dificultoso para tu constitución física, pero ya sabes cuán importante es para nosotros.
— Claro que iré. Hemos llegado hasta aquí, y no tengo razones para suponer que nos espera algo peor de lo que ya hemos pasado. Además, quiero… — Hizo una pausa, y luego cambió de tono —. ¿Habéis encontrado un modo de subir allí, o la pregunta es todavía hipotética?
Fue Lackland quien respondió.
— Hemos descubierto un camino posible, mil doscientos kilómetros río arriba. No sabemos si podrás escalarlo; parece un desmoronamiento de rocas de pendiente muy moderada, pero desde esa altura no podemos calcular el tamaño de las rocas. Sin embargo, si no puedes subir por allí, me temo que no podrás hacerlo por otro sitio. El risco parece vertical en todo el contorno de la meseta, excepto en ese punto.
— Muy bien, iremos río arriba. No me gusta la idea de escalar aquí, pero haremos lo posible. Quizá podáis sugerirnos algo cuando veáis el camino por los visores.
— Me temo que tardaras mucho en llegar allá.
— No demasiado; por alguna razón, a lo largo del risco el viento sopla en la dirección hacia donde queremos ir. No ha cambiado de rumbo ni de intensidad desde que llegamos, hace veinte días. No es tan fuerte como un viento marino, pero empujara el Bree corriente arriba… si el río no cobra demasiado ímpetu.
— Al menos no se vuelve mucho más angosto en el trayecto que recorrerás. Si aumenta la velocidad, será porque pierde hondura. Solo podemos asegurarte que las fotografías no presentan indicios de rápidos.
— Muy bien, Charles. Zarparemos en cuanto lleguen las partidas de cazadores.
Una a una, las partidas regresaron a la nave, todas con algunos alimentos pero sin ningún informe interesante. Aquella campiña ondulante se extendía en todas direcciones; los animales eran pequeños, los arroyos escasos, y la vegetación rala, excepto alrededor de los pocos manantiales. La moral estaba un poco baja, pero mejoró con la noticia de que el Bree reanudaría el viaje. Los pocos objetos que habían sido desembarcados volvieron a ser cargados rápidamente en las balsas, y la nave se internó en la corriente.
Por un momento bogó a la deriva hacia el mar, mientras izaban las velas; luego aquel viento extrañamente uniforme las hinchó, y la nave avanzó contra la corriente, internándose despacio en zonas desconocidas del mayor planeta que el hombre había intentado explorar.
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