Hal Clement - Misión de gravedad

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Lackland comunicó la esencia de esta conversación a Barlennan, quien contestó que permanecería donde estaba hasta recibir la información necesaria.

— Podría seguir río arriba, bordeando el risco hacia la derecha, o abandonar la nave y el río y continuar a la izquierda. Como no sé que opción es mejor en cuanto a la distancia, aguardaremos. Yo preferiría ir río arriba, desde luego; de lo contrario, acarrear los alimentos y las radios no será cosa de broma.

— De acuerdo. ¿Cómo andan tus provisiones? Dijiste que es difícil obtener alimentos a tanta distancia del océano.

— Escasean, pero el lugar no es un desierto. Podremos arreglárnoslas durante un tiempo. Si tenemos que viajar por tierra, tal vez os echemos de menos a ti y tu cañón.

Esta ballesta no ha sido mas que una pieza de museo durante nueve décimas partes del viaje.

— ¿Por que conservas la ballesta?

— Precisamente por eso, porque es una buena pieza de museo y los museos pagan bien. En mi patria nadie ha visto, ni siquiera imaginado, un arma que funcione arrojando proyectiles. Por cierto, ¿no podrías darnos uno de tus cañones? Ni siquiera es necesario que funcione.

Lackland rió.

— Me temo que no; sólo tenemos uno. Creo que no lo necesitaremos, pero no se que explicación dar para entregártelo.

Barlennan ofreció el equivalente de un cabeceo de asentimiento y continuo con sus labores. Tenía que actualizar muchos datos en el cuenco, que era su equivalente de un globo terráqueo; los terrícolas, durante la travesía, le habían dado la orientación y distancia a tierra en todas las direcciones, así que él pudo registrar en el mapa cóncavo la mayoría de las costas de los dos mares que había surcado.

También era necesario resolver el problema de los alimentos. No era urgente, tal como le había dicho a Lackland, pero a partir de ahora tendrían que trabajar más con las redes.

El río, que ahora tenía doscientos metros de anchura, parecía contener peces suficientes para satisfacer sus necesidades actuales, pero la tierra era mucho menos prometedora.

Pedregosa y yerma, abarcaba una angosta franja que, en una orilla, terminaba abruptamente al pie del risco; en la otra, una serie de colinas bajas se sucedían kilómetro tras kilómetro, quizás hasta más allá del lejano horizonte. La roca de la pared de la escarpa semejaba vidrio pulido, como ocurre a veces en la Tierra con las rocas de los bordes de una grieta. Para escalarla, aún en la Tierra, se habría necesitado el equipo y el peso corporal de una mosca (en Mesklin la mosca habría pesado demasiado). Había vegetación, pero era escasa, y en los primeros cincuenta días de su estancia ningún tripulante del Bree vió rastros de fauna terrestre.

Para los terrícolas fue un período más activo. Cuatro miembros de la expedición, entre ellos Lackland, montaron en el cohete y descendieron al planeta desde la rápida luna.

Desde su punto de partida, el mundo presentaba el aspecto de un pastel plano con un abultamiento en el centro; el anillo era simplemente una línea de luz, pero destacaba en la negrura tachonada de estrellas y exageraba la planura de ese mundo gigantesco.

Cuando aplicaron potencia para contrarrestar la velocidad orbital de la luna y dirigirse hacia el plano ecuatorial de Mesklin, la figura cambió. El anillo se veía tal como era, pero el sistema, con dos divisiones, no se parecía al de Saturno. El achatamiento de Mesklin era demasiado grande para que se pareciera a otro mundo: un diámetro polar de menos de treinta mil kilómetros, y un diámetro ecuatorial de setenta mil, es algo que hay que ver para apreciar. Todos los miembros de la expedición lo habían visto a menudo, pero aún lo hallaban fascinante.

Al bajar de la órbita del satélite, el cohete iba a gran velocidad; pero, como había dicho Rosten, no era suficiente. Hubo que añadirle potencia; y aunque el paso por el polo se realizó a miles de kilómetros de la superficie, el fotógrafo tuvo que actuar con celeridad.

Sobrevolaron la zona tres veces, y en cada oportunidad necesitaron dos o tres minutos para las fotografías y muchos más para viajar alrededor del planeta. Se cercioraron de que el mundo presentara una faz diferente cada vez, para que la medición de las sombras permitiera calcular la altura del risco.

Los resultados, como era habitual en Mesklin, fueron tan interesantes como asombrosos. En este caso, lo asombroso era el tamaño de aquel fragmento de corteza planetaria que parecía haber surgido en bloque, tenía la forma de Groenlandia, con cinco mil kilómetros de longitud y la punta en dirección al mar de donde había venido el Bree. El río que conducía hacia allí, sin embargo, daba amplias vueltas y casi rozaba el borde en el extremo opuesto, en medio de la parte ancha de esa cuña. La altura de los bordes era increíblemente uniforme; las mediciones de sombras sugerían que quizá fuera un poco mas alto en la punta que en la actual posición del Bree, pero apenas. Ninguna sombra dentada indicaba fisuras en esa pared.

Excepto en un sitio. Una fotografía, y solo una, mostraba un borrón en la sombra que quizá fuera una ladera menos empinada. Estaba también en la punta ancha de la cuña, a mil doscientos kilómetros de donde se hallaba la nave. Mejor aún, estaba corriente arriba, y el río continuaba fluyendo al pie del risco. Viraba hacia afuera en el punto donde se encontraba la presunta fisura, como si sorteara la pila de escombros de la ladera derrumbada, lo cual era muy prometedor. Significaba que Barlennan tenía más de dos mil kilómetros de travesía en vez de setenta, y la mitad por tierra; sin embargo, ni siquiera la parte terrestre resultaría exageradamente difícil. Lackland así lo señaló, y le respondieron que realizara un análisis más cuidadoso de la superficie por donde tendría que viajar su pequeño amigo. Pero Lackland postergo esta labor hasta el regreso a Toorey, pues en la base había mejores instalaciones.

Una vez allí, los microscopios y densitómetros de los cartógrafos profesionales fueron menos alentadores, pues la meseta parecía bastante escabrosa. No había indicios de ríos ni de otras causas especificas que explicaran la fisura que Lackland había detectado; pero la fisura misma quedó ampliamente confirmada. El densitómetro indicaba que el centro de la región era más bajo que el borde, de modo que configuraba un cuenco gigantesco de escasa hondura; sin embargo, la hondura no se podía determinar con precisión, pues no había sombras claras en la zona interior. Pese a ello, los analistas estaban seguros de que la parte más profunda se encontraba situada por encima del terreno que se extendía allende el risco.

Rosten examinó los resultados finales del trabajo y carraspeó.

— Me temo que no podemos hacer más — dijo al fin —. Personalmente, no quisiera ganar esa comarca en una apuesta, aunque pudiera vivir allí. Charles, quizá debas pensar en un modo de brindarles apoyo moral, pues no se me ocurre la manera de brindarles apoyo físico.

— He hecho todo lo posible hasta ahora. Ha sido un fastidio toparnos con este problema cuando estábamos a punto de llegar a nuestra meta. Espero que no suframos una decepción a estas alturas; Barlennan aún no cree todo lo que decimos. Ojalá alguien pudiera explicar esa ilusión del horizonte alto, para satisfacción de el… y mía. Eso podría disuadirlo de la idea de que su mundo es un cuenco, y de que nuestra afirmación de que venimos de otro mundo es en parte una superstición nuestra.

— ¿Quieres decir que no entiendes por que se ve más alto? — exclamó asombrado uno de los meteorólogos.

— No del todo, aunque comprendo que la densidad del aire tiene algo que ver…

— Pero si es muy sencillo.

— No para mí.

— Es sencillo para cualquiera. Tú sabes que la capa de aire caliente que hay encima de una carretera en un día soleado, curva la luz del cielo hacia arriba y en cierto ángulo, debido a que el aire caliente es menos denso y la luz viaja más rápida en él; en consecuencia, cuando ves el reflejo del cielo, te parece que es agua. En la Tierra a veces tienes espejismos más vastos, pero todos se basan en el mismo principio: una «lente» o «prisma» de aire mas frío o más caliente refracta la luz. En este caso, el fenómeno es el mismo, pero la causa es la gravedad; incluso el hidrógeno pierde densidad rápidamente cuando te elevas desde la superficie de Mesklin. La baja temperatura ayuda, por supuesto.

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