Hal Clement - Misión de gravedad

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Misión de gravedad: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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El marinero se encaramo al Bree y explicó lo que había ocurrido. Todos los tripulantes desocupados se precipitaron a popa, y pronto alzaron la cuerda con la canoa anegada.

Con algún esfuerzo, izaron a bordo la canoa y el cargamento bien amarrado, y enfocaron una de las radios hacia la escena. El objeto no fue muy revelador; la tremenda flexibilidad de la madera le había permitido recobrarse totalmente de su achatamiento, y la canoa había recuperado su forma original, sin presentar filtraciones. Confirmaron este hecho cuando la descargaron una vez mas. Lackland le echo un vistazo y no ofreció ninguna explicación.

— Solo contadme que sucedió, que vieron todos los testigos.

Los mesklinitas obedecieron, y Barlennan tradujo la historia del tripulante involucrado y de los pocos que habían visto los detalles. El primero fue, por supuesto, quien comunicó los datos más relevantes.

— ¡Cielo santo! — mascullo Lackland —. ¿De que sirve ir a la escuela secundaria si no recuerdas lo que aprendiste cuando lo necesitas? La presión en un líquido corresponde al peso del líquido que esta por encima del punto en cuestión, e incluso el metano pesa demasiado bajo doscientas gravedades. Además, esa madera no es mucho más gruesa que el papel. Es un milagro que haya resistido tanto.

Barlennan interrumpió este críptico monologo requiriendo información.

Lo principal era que cualquier objeto flotante debía tener una parte bajo la superficie, y que tarde o temprano esa parte se hundiría si era hueca. Barlennan evitó la mirada de Dondragmer durante la conversación con Lackland y no sintió ningún consuelo cuando el piloto señaló que por eso Reejaaren había descubierto su mentira. ¡Era imposible que su gente utilizara naves huecas! Los isleños ya sabían que esas naves resultaban inservibles en el lejano sur. Estibaron en cubierta la carga que llevaban en la canoa, y el viaje continuó. Barlennan no se decidía a despedirse de aquella navecilla inservible, a pesar de que ocupaba bastante espacio. Finalmente, disimuló su inutilidad atiborrándola de alimentos que no se podrían haber apilado a tanta altura sin los flancos de la canoa para retenerlos. Dondragmer señaló que reducían la flexibilidad de la nave al incrementar su longitud en dos balsas, pero el capitán decidió no preocuparse por ello.

Transcurrió el tiempo, cientos y miles de días. Para los mesklinitas, longevos por naturaleza, este transcurso significaba poco; para los terrícolas, en cambio, el viaje se volvía cada vez más tedioso, una parte mas de la rutina cotidiana. Observaban y charlaban con el capitán mientras la línea se alargaba despacio sobre el globo; medían y calculaban para determinar la posición y el curso mas indicado cuando él lo solicitaba; enseñaban inglés o trataban de aprender el idioma mesklinita de los marineros, que a veces también se aburrían. En síntesis, aguardaron, trabajaron y mataron el tiempo durante cuatro meses terrícolas, es decir, nueve mil cuatrocientos y pico días mesklinitas.

La gravedad aumentó, pasando de ciento noventa en la latitud donde se había hundido la canoa a cuatrocientos, seiscientos y más, como indicaba la balanza de resorte que era el medidor de latitud del Bree. Los días se alargaban y las noches se acortaban, hasta que al fin el sol recorrió totalmente el cielo sin tocar el horizonte, aunque se sumergía un poco en el sur. El propio sol parecía haberse encogido, y los hombres se habían habituado a el durante el breve período del perihelio de Mesklin. El horizonte, visto desde la cubierta del Bree a través de los visores, estaba siempre por encima de la nave, tal como Barlennan le había explicado pacientemente a Lackland meses antes. Ahora, el capitán escuchaba con tolerancia a los humanos cuando estos le aseguraban que se trataba de una ilusión óptica. La tierra, que por fin apareció delante, también estaba por encima de ellos. ¿Cómo podía una ilusión ser correcta? La tierra estaba de veras allí. Esto se demostró cuando llegaron a ella; pues llegaron, en efecto, a la boca de una ancha bahía que se prolongaba tres mil kilómetros hacia el sur, la mitad de la distancia restante hasta el cohete varado.

Navegaron bahía arriba, mas despacio a medida que se estrechaba hasta alcanzar las dimensiones de un simple estuario y los obligaba a maniobrar en vez de buscar vientos favorables con ayuda del Volador. Finalmente llegaron al río. Lo remontaron sin utilizar la vela, excepto en ciertos tramos favorables, pues la corriente, actuando contra el frente plano de las balsas, era más de lo que las velas podían soportar, dada la anchura del río.

En cambio, cuadrillas con cuerdas jalaban desde la costa, ya que, en esa gravedad, incluso un solo mesklinita podía ejercer bastante tracción. El tiempo continuó transcurriendo mientras los terrícolas superaban el tedio y la tensión crecía en la estación de Toorey. La meta estaba casi a la vista, y había muchas esperanzas.

Pero sufrieron una decepción, al igual que meses antes cuando el tanque de Lackland llego al final de su viaje. La razón era muy similar; pero esta vez el Bree y sus tripulantes estaban al pie de un risco, no en la cima. El risco tenía cien metros de altura, no veinte; y a setecientas gravedades, escalar, saltar y otros medios rápidos de locomoción que tan cómodos resultaban en el distante Borde, quedaban fuera del alcance de los vigorosos y pequeños monstruos que tripulaban la nave.

El cohete estaba a ochenta kilómetros de distancia horizontal. Pero verticalmente, esto equivalía, para un ser humano, a un ascenso de casi cincuenta kilómetros por un muro de roca vertical.

15 — TIERRAS ALTAS

El cambio de ánimo que había embargado a la tripulación del Bree no era temporal. El irracional temor a las alturas que acompañaba a los mesklinitas desde su nacimiento había desaparecido por completo. Sin embargo, aún tenían capacidad para razonar normalmente, y en esa parte del planeta una caída de medio cuerpo de longitud podía resultar fatal incluso para ellos.

Los terrícolas, observando en silencio, trataban inútilmente de pensar en un modo de superar aquel escollo. Ningún cohete que poseyera la expedición se podría haber elevado ni siquiera en una fracción de la gravedad polar de Mesklin; el único que habían construido con esa capacidad se encontraba varado en el planeta. Aunque la tripulación hubiera estado cualificada para manejarlo, ningún piloto humano o no humano habría podido sobrevivir en esos parajes; los únicos seres que podían vivir allí eran tan capaces de aprender a pilotar un cohete como un bosquimano recién salido de la selva.

— El viaje no ha terminado, como creíamos. — Rosten, en la sala de pantallas, analizo rápidamente la situación —. Tendría que haber un camino hasta la meseta o hacia una ladera de ese risco. Admito que no parece haber modo de que Barlennan y su gente suban, pero nada les impide rodearlo.

Lackland comunico esta sugerencia al capitán.

— Es verdad — respondió el mesklinita —. Sin embargo, hay varias dificultades. Cada vez resulta más engorroso obtener alimentos en el río, y nos encontramos muy lejos del mar.

Además, ignoramos cuanto tiempo tendremos que viajar, y eso dificulta los planes en relación con la comida y otros pormenores. ¿Habéis preparado, o podéis preparar, mapas detallados que nos permitan planear nuestro curso con inteligencia?

— Bien pensado. Veré que se puede hacer. — Lackland se aparto del micrófono para encontrarse con rostros ceñudos —. ¿Que ocurre? ¿No podemos trazar un mapa fotográfico, como hicimos con las regiones ecuatoriales?

— Por supuesto — respondió Rosten —. Podemos hacerlo, e incluso muy detallado, pero será difícil. En el ecuador, un cohete puede mantenerse por encima de un punto dado, en una órbita circular, a sólo mil kilometres de la superficie, justo en el borde interior del anillo. Aquí la órbita circular no basta, ni siquiera en el caso de que pudiéramos establecerla de forma adecuada. Se requeriría una órbita hiperbólica para obtener imágenes de corto alcance sin un consumo imposible de combustible; y eso significa velocidades de varios cientos de kilómetros por segundo respecto de la superficie. Como comprenderás, las fotografías no serían muy nítidas. En resumen, deberemos tomarlas con lentes de foco largo y a muchísima distancia; sólo nos cabe esperar que los detalles sean suficientes para las necesidades de Barlennan.

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