Hal Clement - Misión de gravedad

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Misión de gravedad: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Los planeadores aún revoloteaban a baja altura, a unos quince metros de la bahía, y por momentos sobrevolaban directamente el Bree como preparándose para lanzar sus proyectiles; incluso un tirador menos experimentado que el oficial de municiones hubiera dado en el blanco. Cuando una de las máquinas se aproximó, dio una orden al asistente y apuntó hacia el aparato. En cuanto estuvo seguro, dio otra orden y el asistente encendió el bulto que estaba sujetó a la flecha. En cuanto brotaron las llamas, las pinzas de Krendoranic se cerraron sobre el gatillo y una estela de humo indicó la trayectoria del proyectil.

Krendoranic y su asistente se agacharon y rodaron hacia el viento para apartarse del humo; los marineros situados a sotavento brincaron a ambos lados. Cuando se sintieron a salvo, la acción aérea casi había concluido.

La flecha había estado a punto de errar el blanco, pues el tirador había subestimado la velocidad. Había dado en la popa del fuselaje principal, y el paquete de polvo de cloro ardía ferozmente. La nube de llamas se propagaba por la parte trasera del planeador, dejando una estela de humo que las otras máquinas no intentaron eludir. La tripulación de la nave averiada escapó a los efectos del vapor, pero en cuestión de segundos los controles de cola se incendiaron. El planeador se precipitó hacia la playa y los tripulantes saltaron poco antes del impacto. Las dos naves que seguían el humo también perdieron el control, ya que el cloruro de hidrógeno incapacitó al personal, y ambas cayeron en la bahía. Fue uno de los disparos antiaéreos más memorables de la historia.

Barlennan no esperó a que cayera la última víctima, sino que ordenó izar las velas. El viento era desfavorable pero, teniendo en cuenta que había profundidad suficiente para las orzas, comenzó a maniobrar para salir del fiordo. Por un instante pareció que los efectivos terrestres apuntarían sus ballestas contra la nave, pero Krendoranic había armado otro de sus temibles proyectiles y lo apuntaba hacia la playa, y la mera amenaza les hizo darse a la fuga. Corrían contra el viento, pues en general eran seres sensatos.

Reejaaren había observado en silencio, pero su actitud corporal denotaba gran consternación. Aún había planeadores en el aire, y algunos se elevaban como para intentar un ataque desde mayor altura. Sin embargo, Reejaaren sabía perfectamente que el Bree estaba a salvo, por muy diestros que fueran los pilotos. Uno de los planeadores intentó atacar desde una distancia de treinta metros, pero otra estela de humo le tapó la visibilidad. No hubo mas intentos. Las máquinas revolotearon en amplios círculos y a gran distancia, mientras el Bree continuaba por el fiordo hacia el mar.

— ¿Qué cuernos ha sucedido, Barl? — Lackland, incapaz de contenerse, decidió que era seguro hablar mientras la muchedumbre de la costa se alejaba —. No hablé por temor de que las radios arruinaran tus planes, pero, por favor, cuéntanos que has hecho.

Barlennan resumió los acontecimientos de los últimos cien días, detallando las conversaciones que sus observadores no habían podido seguir. El relato ocupó los minutos de oscuridad; al amanecer, la nave se encontraba en la desembocadura del fiordo. El intérprete había escuchado con alarmada aflicción la conversación entre el capitán y la radio; suponía, como era lógico, que el primero comunicaba los resultados de sus actividades de espionaje a sus superiores, aunque no lograba imaginar cómo lo hacía. Con el amanecer, pidió que lo dejaran en tierra en un tono muy distinto del que había empleado hasta entonces; y Barlennan, apiadándose de una criatura que quizá nunca hubiera pedido un favor en su vida a un miembro de otra nación, lo dejó a cincuenta metros de la playa. Lackland vio que el isleño se zambullía con alivio; conocía bien a Barlennan, pero no sabía que decisión adoptaría en tales circunstancias.

— Barl — dijo, al cabo de unos instantes de silencio —. ¿Crees que podrás evitar problemas durante unas semanas, hasta que aquí recobremos la compostura y la calma? Cada vez que se detiene el Bree, en esta luna todos envejecemos diez años.

— ¿Y quién me metió en problemas? — replicó el mesklinita —. Si no me hubieras aconsejado que me refugiara de esa tormenta, que a fin de cuentas habría afrontado mejor en mar abierto, jamás me hubiera topado con los fabricantes de planeadores. Pero no diré que lo lamento; aprendí mucho, y sé que al menos algunos de tus amigos no se habrían perdido el espectáculo. Desde mi punto de vista, este viaje ha sido monótono hasta ahora; los pocos encuentros que tuvimos concluyeron apaciblemente y con pingües ganancias.

— ¿Qué te gusta mas? ¿La aventura o el lucro?

— Bien, no lo sé. En ocasiones me meto en aprietos porque algo parece interesante; pero soy mucho más feliz si al final obtengo ganancias.

— Entonces, concéntrate en lo que ganarás en este viaje. Tal vez te ayude saber que reuniremos cien o mil cargas de esas especias que acabas de trocar y las almacenaremos en el sitio donde el Bree pasó el invierno; seguiría siendo un buen trato para nosotros, siempre que obtengas la información que necesitamos.

— Gracias, pero espero ganar lo suficiente por mi mismo. De lo contrario, me quitarías toda la diversión.

— Temía que te lo tomaras así. De acuerdo, no puedo darte órdenes; pero, por favor, recuerda cuánto significa para nosotros.

Barlennan asintió, con cierta sinceridad, y se encaminó nuevamente hacia el sur, Durante algunos días la isla siguió visible a popa, y a menudo tuvieron que cambiar de rumbo para eludir otras. En varias ocasiones vieron planeadores revoloteando sobre las olas, pero siempre eludían a la nave. Evidentemente, las noticias se propagaban con rapidez entre aquellas gentes. Por fin, la última extensión de tierra se perdió tras el horizonte, y los seres humanos vieron que no había ninguna mas delante. Como el tiempo estaba despejado, podían obtener nuevamente buenas fotos. A la latitud de cuarenta gravedades dirigieron la nave hacia el sureste para evitar la masa de tierra que, según Reejaaren, viraba hacia el este. La nave, en realidad, estaba navegando por un pasaje relativamente angosto entre dos grandes mares, pero al mismo tiempo demasiado ancho para que se notara desde el barco.

Se habían internado en el nuevo mar cuando sufrieron un pequeño accidente. A sesenta gravedades, la canoa, que aún los seguía al extremo de la línea de remolque, comenzó a hundirse. Mientras Dondragmer ponía cara de «te lo advertí» y guardaba silencio, jalaron la embarcación hasta la popa de la nave para examinarla. Había mucho metano en el fondo, pero, cuando la descargaron y la subieron a bordo, no hallaron ninguna filtración. Barlennan llego a la conclusión de que era culpa de la espuma, aunque el líquido era mucho mas claro que el océano. Echó la canoa al mar con su carga, pero asignó a un marinero la tarea de inspeccionarla cada varios días y achicar si era necesario.

La situación llego al clímax a doscientas gravedades, cuando ya habían efectuado mas de un tercio de la travesía marítima. Los minutos de luz diurna eran más largos con el avance de la primavera. El Bree se alejaba cada vez mas del sol y los marineros se distendían. Así pues, el individuo que vigilaba la canoa no estaba muy atento cuando la acercó a las balsas de popa y subió a bordo de la embarcación. No obstante, se despabiló enseguida, pues la canoa se ladeó y la madera esponjosa de los flancos comenzó a ceder. Al ceder los flancos, la canoa se hundió un poco, y los flancos continuaron cediendo y la canoa hundiéndose…

Como toda reacción de realimentación, esta concluyó en un tiempo muy breve. El marinero apenas tuvo tiempo de notar que el flanco de la canoa presionaba hacia dentro, cuando la embarcación se hundió y desapareció la presión externa. Buena parte del cargamento era más denso que el metano, e impidió el naufragio de la canoa, pero el marinero se encontró nadando en lugar de estar montado en algo. La canoa frenó, tirando de la cuerda y aminorando la marcha del Bree con una sacudida que puso alerta a toda la tripulación.

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