Hal Clement - Misión de gravedad

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Quiero saber por que resplandece el fuego y por que mata el polvo flamígero. Quiero que mis hijos, si alguna vez los tengo, o los de ellos, sepan que hace funcionar esta radio, y tu tanque, incluso este cohete. Quiero saber mucho, sin duda mas de lo que puedo aprender; pero si logro que mi gente aprenda por si misma, como habéis hecho vosotros…, bien, quizá deje de vender para obtener beneficios.

Lackland y Rosten permanecieron unos instantes en silencio. Fue Rosten quien lo rompió.

— Barl, si aprendieras lo que deseas y comenzaras a enseñar a tu gente, ¿les dirías de donde procede ese conocimiento? ¿Crees que sería bueno que otros lo supieran?

— Para algunos, si; querrían saber cosas de otros mundos y de los seres que utilizaron la misma vía hacia el conocimiento en que ellos se inician. Otros… bien, muchos prefieren que los demás realicen el esfuerzo. Si lo supieran, no se molestarían en aprender por su cuenta; simplemente pedirían conocimientos específicos… como yo hice al principio; y nunca comprenderían que vosotros no se los explicáis porque os resulta imposible.

Pensarían que intentáis engañarlos. Supongo que si se lo contara a alguien, tarde o temprano acabaría por extenderse…, y bien, supongo que sería mejor dejarles creer que yo soy el genio. O Dondragmer; es más probable que lo creyeran de él.

La respuesta de Rosten fue clara y concisa.

— Trato hecho.

20 — EL VUELO DEL BREE

Un reluciente esqueleto de metal se elevaba dos metros sobre un pedregoso montículo de tierra y rocas de cumbre plana. Un grupo de mesklinitas se afanaba con empeño en otra hilera de placas, cuyos tornillos superiores acababan de aflojar; otro empujaba la tierra y los guijarros recién removidos hasta el borde del montículo; otro trajinaba por una carretera bien marcada que conducía hacia el desierto, bien acercándose con carromatos planos repletos de provisiones, bien alejándose con los mismos carromatos vacíos. Era un hervidero de actividad; prácticamente todos parecían ocupados en algo. Ahora se veían dos radios, una en el montículo, donde un terrícola dirigía la tarea de desmantelación desde su base, y otra a cierta distancia.

Dondragmer estaba frente a la segunda radio, trabando animadas conversaciones con un ser distante a quien no veía. El sol aún continuaba trazando círculos, pero descendía cada vez mas y se hinchaba lentamente.

— Me temo — dijo el piloto— que tendremos serios problemas par verificar esos datos sobre la curvatura de la luz. Entiendo los reflejos; los espejos que fabriqué con las láminas de metal de vuestro cohete me lo aclararon. Es una lástima que el artilugio de donde extrajimos la lente se cayera; no tenemos nada parecido a vuestro cristal.

— Bastará con un trozo razonablemente grande de la lente, Dondragmer — dijo una voz a través del micrófono. No era la de Lackland. Se trataba de un experto en educación, aunque a veces cedía la palabra a un especialista —. Cualquier trozo curva la luz, e incluso crea una imagen…, pero, espera, eso viene después. Trata de descubrir que quedó de ese trozo de cristal, si tu gravedad no lo pulverizó cuando aterrizó el equipo.

Dondragmer se alejó de la radio con una frase de asentimiento y regresó cuando tuvo otra ocurrencia.

— Quizá puedas decirme de que está hecho el «cristal» y si resiste mucho calor.

Tenemos buenos fuegos calientes. Además está el material que cubre el Cuenco… hielo, creo que lo llamó Charles. ¿Eso serviría?

— Si. Sé algo sobre vuestros fuegos, pero que me cuelguen si sé cómo quemáis plantas en una atmósfera de hidrógeno, aunque le arrojéis un poco de carne. En cuanto al resto, el hielo servirá, si lo encuentras. No sé de que está hecha la arena de vuestro río, pero puedes tratar de derretirla en uno de vuestros fuegos más ardientes y ver que ocurre. No garantizo nada, simplemente digo que en la Tierra y en el resto de los mundos la arena común crea una especie de vidrio que mejora muchísimo con otros ingredientes. Ahora bien, ignoro cómo describirte esos ingredientes y soy incapaz de sugerirte dónde encontrarlos.

— Gracias. Haré que alguien pruebe con el fuego. Entretanto, buscaré un trozo de lente, aunque me temo que el golpe dejó pocos fragmentos utilizables. No debimos tratar de desmantelar el aparato cerca del borde del montículo. Esa cosa que llamáis «tonel» rueda con demasiada facilidad.

Una vez mas, el piloto se alejó de la radio y se encontró con Barlennan.

— Le toca a tu grupo hacerse cargo de las placas dijo el capitán. Yo iré al río. ¿Necesitas algo para tu trabajo?

Dondragmer mencionó la sugerencia sobre la arena.

— Creo que me puedes traer lo poco que necesito, sin calentar demasiado el fuego. ¿O pensabas traer otra carga de cosas?

— No tenía planes. Era un viaje de diversión. Ahora que ha muerto el viento de primavera y tenemos brisas en las direcciones habituales, no vendrá mal practicar un poco de navegación. ¿De que sirve un capitán que no puede guiar su nave?

— De acuerdo. ¿Los Voladores te dijeron para que servía está tanda de instrumentos?

— Me explicaron bastante, pero si estuviera realmente convencido de ese asunto de la curvatura del espacio lo habría entendido mejor. Terminaron con esa vieja frase de que las palabras no bastan para describirlo. ¿Qué otra cosa puedes utilizar aparte de las palabras, en nombre de los Soles?

— Eso mismo me pregunto yo. Creo que es otro aspecto de ese código de cantidades que denominan matemática. Yo prefiero la mecánica, pues puedes aplicarla desde el principio.

Señaló uno de los carromatos y la cabria diferencial.

— Eso parece — admitió Barlennan —. Tenemos mucho que llevar a casa… y no me parece conveniente que nos apresuremos a difundir algunas cosas, — Acompañó la frase con un gesto, y el piloto asintió con gravedad —. Pero nada nos impide jugar con esas cosas ahora.

El capitán siguió su camino, y Dondragmer lo miró entre serio y divertido. Lamentaba que Reejaaren no se encontrara cerca; el isleño no le era simpático, y tal vez ahora no estaría tan convencido de que la tripulación del Bree estaba integrada totalmente por embusteros.

Pero esa reflexión era una pérdida de tiempo. Tenía trabajo que hacer. Arrancar placas del monstruo de metal era menos divertido que recibir explicaciones para iniciar experimentos, pero debían cumplir con su parte del trato. Echo a andar cuesta arriba por el montículo, llamando a su grupo.

Barlennan continuó hasta el Bree. La nave ya estaba dispuesta para el viaje, con dos marineros a bordo y su fuego caliente. La gran extensión de tela brillante, casi transparente, le hacía gracia; al igual que el piloto, pensaba en Reejaaren, pero Barlennan se preguntaba cuál sería la reacción del intérprete si viera el uso que daban a su material.

¿Conque no se podía confiar en telas cosidas? La gente de Barlennan conocía un par de cosillas, sin necesidad de que se las dijeran sus amigos Voladores. Había preparado velas con retazos antes de estar a quince mil kilómetros de la isla donde había obtenido la tela, y las costuras habían resistido incluso en el valle de los vientos.

Barlennan se deslizó por la abertura de la baranda, la cerró y miró la fogata, rodeada por las láminas metálicas de un condensador que habían donado los Voladores. El cordaje estaba tenso y firme. El capitán hizo una seña a los tripulantes; uno de ellos arrojó leña al reluciente fuego sin llamas, mientras el otro soltaba amarras.

Con su vasta esfera de doce metros de tela henchida de aire caliente, el nuevo Bree se elevó suavemente de la meseta y voló hacia el río, mecido por una brisa ligera.

FIN

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