— ¿Qué? ¿Tienes una idea?
— Claro. Llegamos a la cima de esa roca desde la cual vimos el cohete. ¿Por qué no utilizar aquí el mismo método?
Rosten calló medio minuto; Lackland sospechó que se estaba reprochando su torpeza.
— Solo lo veo posible por un sitio — dijo al fin—, pero os costará mas trabajo apilar las rocas. El cohete es tres veces más alto que la roca donde construisteis la rampa, aparte de que tendréis que levantarla en derredor, y no en un solo lado.
— ¿Por qué no podemos hacer una rampa en un lado, hasta el nivel de los instrumentos que os interesan? Una vez allí, nos sería posible subir el resto del camino por dentro, como hacéis en los otros cohetes.
— Por dos razones. La más importante es que no podréis trepar por dentro; el cohete no fue construido para transportar tripulantes, y no hay comunicación entre las secciones. La maquinaria está construida para ofrecer acceso desde el exterior del casco, en el nivel adecuado. Además, no podéis comenzar por los niveles inferiores; aún suponiendo que fuerais capaces de levantar las tapas de acceso, dudo que pudieseis colocarlas de nuevo en su sitio cuando terminarais con una sección. Eso significa que las tapas permanecerían alrededor del casco conforme fuerais pasando a niveles superiores, y me temo que abajo no quedaría metal suficiente para soportar las secciones de arriba. La punta del cono podría derrumbarse. Esas escotillas de acceso ocupan la mayor parte de la capa externa, y tienen grosor para aguantar mucha carga vertical. Quizás el diseño sea deficiente, pero recuerda que esperábamos abrirlas en el espacio exterior, sin ningún peso.
«Me temo que tendréis que enterrar el cohete por completo, hasta el nivel mas alto que contenga instrumental, y luego cavar hacía abajo. Quizá sea aconsejable extraer la maquinaria de cada sector a medida que termináis; eso reducirá la carga al mínimo. A fin de cuentas, sólo quedará un esqueleto de aspecto frágil cuando saquéis todas esas láminas, y prefiero no imaginar qué le ocurriría soportando el peso de todo el instrumental bajo setecientas gravedades.
— Entiendo. — Barlennan tardó un rato en continuar —. ¿No se te ocurre otra alternativa?
La que has expuesto implica, como bien señalas, una ardua labor.
— De momento, no. Seguiremos tu recomendación y pensaremos hasta que el vigía llegue desde el puesto de observación. Sin embargo, sospechó que trabajamos con una gran desventaja. Me parece improbable que se nos ocurra una solución que no exija la utilización de máquinas que no podemos hacerte llegar.
El sol continuó surcando el cielo a poco mas de veinte grados por minuto. Hacía rato que habían llamado al vigía para anunciarle el descubrimiento, y supuestamente ya estaba en camino. Los marineros se dedicaron a descansar y a distraerse; todos descendieron por la suave pendiente de la zanja que habían cavado las toberas, para examinar el cohete de cerca. Eran demasiado inteligentes para atribuir esta operación a la magia, pero aun así los sobrecogía. No entendían los principios operativos, aunque podrían haber intuido algo si Lackland se hubiera preguntado por qué una raza que no respiraba podía hablar en voz alta. Los mesklinitas poseían una disposición de sifón bien desarrollada, semejante a la de los cefalópodos terrícolas, pues sus ancestros anfibios la habían empleado para nadar a gran velocidad; les servía como fuelle para cada conjunto de cuerdas vocales terrícolas, pero aun podían usarla para su función original. La naturaleza los había dotado bien para comprender el principio del cohete.
La falta de comprensión no era lo único que suscitaba el respeto de los marineros. Los miembros de esa raza construían ciudades y se consideraban buenos ingenieros; pero las murallas más altas que habían levantado se elevaban a ocho centímetros del suelo. Los edificios de varios pisos, y los techos que no consistieran en paños de tela, chocaban violentamente contra su instintivo temor a tener materiales sólidos encima. Las experiencias de este grupo habían contribuido a transformar esa actitud de temor irracional en un respeto inteligente por el peso, pero el hábito persistía. El cohete era ochenta veces mas alto que cualquier estructura artificial que hubiera creado esa raza; así pues, era inevitable que la contemplaran con veneración.
Cuando llegó el vigía, Barlennan regresó a la radio, pero no había surgido ninguna idea mejor, cosa que no le sorprendió. Desechó las disculpas de Rosten y se puso a trabajar con sus tripulantes. Los observadores ni siquiera sospechaban la posibilidad de que su agente tuviera ideas propias sobre el cohete.
Extrañamente, la tarea no fue tan dura ni tan prolongada como todos habían esperado.
La razón era simple; la roca y la tierra arrancadas por las toberas estaban flojas, pues el aire tenue de la meseta no las apisonaba. Un ser humano, utilizando el anulador de gravedad que los científicos esperaban desarrollar mediante los conocimientos escondidos en el cohete, no habría podido clavar una pala, pues la gravedad era un buen agente de apisonamiento; estaba floja solo según las pautas mesklinitas. Grandes terrones resbalaban por la pendiente interior de la fosa hasta la pila que crecía alrededor de la nave; los guijarros eran extraídos del suelo e impulsados con un ronquido de advertencia. El ronquido era necesario, pues descendían a tal velocidad que el ojo humano no podía seguirlos, y por lo general quedaban enterrados por completo en la pila de tierra removida.
Aun los observadores más pesimistas comenzaron a pensar que ya no podían sobrevenir mas contratiempos, a pesar de las muchas decepciones que habían sufrido sus expectativas. Ahora observaban con creciente alegría mientras el metal brillante del proyectil de investigación se hundía cada vez mas en la pila de roca y tierra hasta desaparecer por completo, a excepción de un cono de treinta centímetros que indicaba el nivel más alto donde habían instalado instrumentos.
Los mesklinitas dejaron de trabajar, y la mayoría de ellos se alejó del túmulo. Habían acercado el visor, que ahora enfocaba la protuberancia de metal, donde se veía parte de la línea delgada que trazaba una escotilla de acceso. Barlennan se tendió frente a la entrada, al parecer aguardando instrucciones para abrirla; y Rosten, tan tenso como todos los demás, se lo explicó. Había cuatro tornillos de desconexión rápida, uno en cada esquina de la placa trapezoidal. Los dos superiores estaban a la altura de los ojos de Barlennan; los otros se hallaban quince centímetros mas abajo del nivel actual del montículo. Normalmente se liberaban empujando hacia dentro y dando un cuarto de vuelta con un destornillador de hoja ancha; parecía probable que las pinzas mesklinitas pudieran efectuar la misma operación. Barlennan, volviéndose hacia la placa, descubrió que así era. Las anchas cabezas con ranura giraron dócilmente y saltaron hacia fuera, pero la placa no se movió.
— Será mejor que sujetéis cuerdas a una o ambas cabezas, para poder jalar de la placa a una distancia prudente cuando hayáis cavado lo suficiente y la hayáis liberado — indicó Rosten —. No queremos que caiga encima de nadie; ésta tiene un grosor de seis milímetros, pero las de abajo son bastante mas gruesas.
Los mesklinitas aceptaron la sugerencia y excavaron deprisa hasta que el borde inferior de la placa quedó al descubierto. Los tornillos de abajo tampoco presentaron problemas, y poco después un fuerte tirón de las cuerdas desprendió la placa del fuselaje del cohete.
Primero se percibió un movimiento hacia fuera; luego desapareció de pronto y reapareció en posición horizontal, mientras una especie de escopetazo llegaba a oídos de los observadores. El sol, alumbrando el casco recién abierto, mostró claramente el único aparato del interior; los hombres de la sala de pantallas y del cohete de observación lanzaron un hurra.
Читать дальше