Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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importantes para sí mismas, sin lugar a dudas, pero totalmente sin significado en geopolítica. Pero en todos los países importantes, excepto los señalados más arriba, los terroristas habían golpeado, y sus golpes eran informados excepto donde eran claramente censurados.

g) La mayoría de los golpes habían fracasado. Esta era la evidente diferencia entre la primera oleada y la segunda. Diez días antes la mayor parte de los asesinos habían matado a sus víctimas y la mayor parte de los asesinos habían escapado. Ahora esto se había invertido: la mayor parte de los blancos habían sobrevivido, la mayor parte de los asesinos habían muerto. Unos pocos habían sido capturados, menos aún habían escapado.

Este último aspecto de la segunda oleada de asesinatos me tranquilizó respecto a algo que me había tenido enormemente preocupada: el Jefe no estaba detrás de esos asesinatos.

¿Por qué afirmo eso? Porque la segunda oleada fue un desastre para aquél encargado de ella.

Los operadores de campo, incluso los soldados vulgares, son caros; quien los mueve no puede permitirse el lujo de gastarlos alegremente. Un asesino entrenado cuesta como mínimo diez veces más que un soldado común: no se espera que se deje matar… ¡Dios me ampare, no! Se espera que cometa el asesinato y desaparezca, libre.

Pero quien fuera que estaba detrás de todo aquello, se había ido a la quiebra en una sola noche.

No profesional.

En consecuencia, no era el Jefe.

Pero seguía sin poder imaginarme quién estaba detrás de toda aquella estúpida gymkhana porque no podía ver a quién beneficiaba. Mi anterior idea, la de que las naciones corporativas la estaban financiando, ya no parecía tan atractiva porque no podía concebir a ninguno de los grandes (la Interworld, por ejemplo) contratando a nadie excepto a los mejores profesionales.

Pero era más difícil todavía imaginar a una de las naciones territoriales planeando un intento tan grotesco de conquista mundial.

En cuanto a un grupo de fanáticos, como los Angeles del Señor o los Estimuladores, el trabajo era simplemente demasiado grande. Sin embargo, en su conjunto, la cosa parecía tener un aroma a fanatismo… no racional, no pragmático.

No está escrito en las estrellas que yo siempre tenga que comprender lo que está ocurriendo… una perogrullada que a menudo considero malditamente irritante.

A la mañana siguiente de ese segundo golpe, la ciudad baja de Vicksburg zumbaba de excitación. Acababa de entrar en un bar para hablar con el dueño cuando un mensajero se puso a mi lado.

— Buenas noticias — dijo el joven en un susurro de prisión —. Las Raiders de Rachel están reclutando gente… Rachel dijo que se lo dijera especialmente a usted.

— Mierda de cerdo — respondí educadamente —. Rachel no me conoce y yo no conozco a Rachel.

— ¡Palabra de Boy Scout!

— Tú nunca fuiste Boy Scout, y no puedes dar tu palabra sobre nada.

— Mire, jefe — insistió —, hoy no he conseguido nada para comer. Simplemente venga conmigo; no tiene que firmar. Es al otro lado de la calle.

Estaba realmente delgado, pero eso probablemente reflejaba el que acababa de dar el estirón de la adolescencia; la ciudad baja no es un lugar donde la gente pase hambre.

Pero el dueño del bar eligió aquel momento para hacer restallar sus dedos.

— ¡Lárgate, chico! Deja de molestar a mis clientes. ¿Quieres que alguien te parta los pulgares?

— Está bien, Fred — intervine —. Hablaré contigo luego.

— Dejé un billete sobre el mostrador, no pedí el cambio —. Vamos, chico.

La oficina de reclutamiento de Rachel resultó ser un cuchitril bastante más allá que al otro lado de la calle, y otros dos reclutadores intentaron apartarme del chico antes de que llegáramos allí. No tuvieron ninguna posibilidad, ya que mi único propósito era ver que aquel muchacho obtuviera su comisión.

La sargento reclutador me recordó la vieja vaca que tenía la concesión en los servicios del Palacio de San José. Me miró y dijo:

— Nada de putas de campo, tetas de azúcar. Pero quédate por aquí e igual te invito a una copa.

— Paga a tu mensajero — dije.

— ¿Pagarle por qué? — respondió —. Leonard, te lo dije. Nada de holgazanes, te dije.

Ahora vuelve allá y trae algo que valga la pena.

Avancé y agarré su muñeca izquierda. De un modo casual, su cuchillo apareció en su mano derecha. De modo que reordené las cosas quitándole el cuchillo y clavándolo en el escritorio que tenía frente a ella, mientras cambiaba mi presa sobre su garra izquierda a una presa mucho más molesta.

— ¿Puedes pagarle con una mano? — pregunté —. ¿O tengo que romperte este dedo?

— Tranquila — respondió, sin intentar desasirse —. Toma, Leonard. — Rebuscó en un cajón, le tendió un billete texano de a dos. Él lo tomó y desapareció.

Aflojé la presión sobre su dedo.

— ¿Es eso todo lo que pagas? ¿Con todos los reclutadores que están pescando hoy por la calle?

— Recibirá toda su comisión cuando tú firmes — respondió —. Nunca pago hasta que entrego la mercancía. No me gusta que me engañen. Ahora, ¿te importaría soltar mi dedo? Lo necesito para llenar tus papeles.

Solté su dedo; casi inmediatamente el cuchillo estuvo de nuevo en su mano y avanzando hacia mí. Esta vez rompí la hoja antes de devolvérselo.

— Por favor, no vuelvas a hacerlo — dije —. Por favor. Y deberías utilizar un acero mejor.

Ese no es Solingen.

— Deduciré el precio del cuchillo de tu prima de enganche, querida — respondió, imperturbable —. Tienes un lanzarrayos apuntándote desde que cruzaste esa puerta.

¿Debo decir que aprieten el gatillo? ¿O dejamos de jugar?

No la creía, pero su proposición me convenía.

— No más juegos, sarge. ¿Cuál es la proposición? Tu mensajero no fue muy concreto.

— Café y pastelillos y la prima de enganche. Una prima generosa. Noventa días con la compañía, con opción de reenganche por otros noventa días. El abrigo de madera a pagar mitad y mitad, tú y la compañía.

— Los reclutadores están ofreciendo por toda la ciudad la prima de enganche más un cincuenta. — (Eso era un palo de ciego; la atmósfera parecía tan tensa como eso).

Se alzó de hombros.

— Si lo hacen, que les aproveche. ¿Qué armas conoces? No estamos buscando reclutas inexpertos. No esta vez.

— Puedo enseñarte el manejo de cualquier arma que creas conocer. ¿Dónde es la acción? ¿Dónde vamos primero?

— Hummm, muy ingenioso. ¿Pretendes firmar como directora de operaciones? No me interesa.

— ¿Dónde es la acción? — pregunté de nuevo —. ¿Vamos a ir río arriba?

— ¿Aún no has firmado y ya estás preguntando por información clasificada?

— Para la cual estoy dispuesta a pagar. — Saqué cincuenta estrellas solitarias, en billetes de a diez, las deposité frente a ella —. ¿Dónde es la acción, sarge? Te compraré un buen cuchillo para reemplazar ese acero al carbón que he tenido que romperte.

— Tú eres una PA.

— No volvamos con los juegos. Simplemente deseo saber si vamos a ir o no río arriba.

Digamos hasta tan lejos como Saint Louis.

— ¿Esperas firmar como sargento instructor?

— ¿Qué? ¡Cielos, no! Como oficial de estado mayor. — No hubiera debido decir eso… o al menos no tan pronto. Aunque los rangos tienden a ser vagos en la organización del Jefe, yo era sin lugar a dudas un oficial de alto rango en el sentido que informaba y recibía órdenes directamente del Jefe y sólo del Jefe, y esto quedaba confirmado por el hecho de que yo era la señorita Viernes para todo el mundo excepto para el Jefe, hasta y a menos que yo solicitara un trato más informal. Ni siquiera el doctor Krasny se había dirigido a mí en tutoyant hasta que yo le pedí que lo hiciera. Pero nunca había pensado mucho en mi rango real, puesto que no tenía a nadie encima mío excepto el Jefe, y tampoco había nadie trabajando por debajo de mí. En un organigrama formal (nunca había visto ninguno de la organización del Jefe), yo debía ser uno de esos pequeños cuadraditos que salen horizontalmente del tallo principal a la jefatura de mando… es decir, un especialista de estado mayor de alto rango, si a ustedes les gusta la terminología burocrática.

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