La voz sonaba baja y ahogada.
—¡Ya se lo dije! —comentaba—. Hay una especie de nube azul…, y algo que parece moverse en su interior. No es como algo vivo.
— Sí , ya tenemos eso —replicó la voz paciente de uno de los miembros del equipo—. Pero, ¿a qué distancia se encontraba del lugar en el que se hallaba usted en la colina de arena blanca? ¿A cuántos pasos?
—Es difícil de calibrar. A unos seis o siete.
—Oh, oh. Ahora bien, usted ha dicho que se encontraba directamente a la derecha del sitio al que usted miraba. Bien, entonces, ¿qué hizo usted?
—Di un rodeo de unos dos metros hacia el saliente, y giré a la izquierda para seguir el camino del chapitel rojo. Entonces…
—¿Se dio cuenta de dónde se encontraba la nube azul, en relación con usted, cuando dio la vuelta?
—La miraba hacia atrás por encima de mi hombro derecho.
—Ya veo. ¿Podría volver la cabeza ahora en ese ángulo para que pueda tener una mejor idea de la dirección? Gracias. A unos doce grados a la derecha. ¿Y seguía a unos seis o siete pasos en línea recta?
El miembro del equipo detuvo la cinta, la hizo retroceder, y volvió a escucharla de nuevo. Realizó una anotación en una hoja de papel.
El oficial de la Guardia Costera le preguntó a Hawks:
—¿Puedo ayudarle en algo, doctor? Transcribiremos esto y se lo enviaremos en unas pocas horas. Tan pronto como esté acabado, se lo llevaremos directamente a su despacho.
Hawks sonrió.
—No vine a darles prisa o a entorpecer su trabajo. No se preocupe, teniente. Sólo quería saber qué aspecto general tenía la cosa. ¿Sus comentarios tienen algún sentido, les son de ayuda?
—Todo marcha bien, señor. Las descripciones que nos ha dado de las cosas del interior de la formación no concuerdan con los otros informes que recibimos…, pero parece que nadie ve lo mismo. Lo que cuenta es que los peligros siempre están localizados en las mismas posiciones relativas. De modo que sabemos que hay algo ahí, y con ello basta. —El teniente, un hombre delgado, habitual —mente sombrío, sonrió—: Y esto es mucho mejor que intentar descubrir el sentido de unas pocas frases garabateadas en una pizarra. Sólo con este viaje, ya nos ha dado una cantidad enorme de cosas con las que trabajar. —El teniente se frotó la parte posterior del cuello—. Es una especie de alivio. Hubo un momento en el que estuvimos bastante seguros de que nos llegaría el retiro antes de que esa cosa —indicó el mapa con un gesto— estuviera acabada.
Hawks mostró una sonrisa carente de alegría.
—Teniente, si yo no hubiera podido realizarla llamada telefónica a Washington que ahora podré hacer, este trabajo ya estaña acabado.
—Oh. Creo que, entonces, será mejor que lo cuidemos bien. —El teniente sacudió la cabeza—. Espero que aguante. Para nosotros, es una persona difícil de manejar. Pero no se puede tener todo. Creo que si usted ha conseguido por fin a alguien que funcione a la perfección en la parte científica de todo esto, eso es lo principal, aunque aquí abajo, del lado práctico, no todo sea melocotones con crema.
—Sí —corroboró Hawks.
El hombre situado al lado de la grabadora desconectó la máquina, se acercó hasta la mesa del mapa, clavó un trozo de tiza en el extremo de su señalador, lo alargó e hizo una pequeña marca de color escarlata sobre el plástico blanco. La miró con aire crítico y, luego, asintió satisfecho.
Hawks también asintió. Luego le comentó al oficial:
—Gracias, teniente —y se marchó a su despacho.
Aquel día, el tiempo durante el que logró sobrevivir Barker dentro de la formación se elevó a cuatro minutos y treinta y ocho segundos.
El día que el tiempo transcurrido llegó hasta los seis minutos y doce segundos, Connington fue a ver a Hawks a su oficina.
Hawks alzó la vista con curiosidad desde detrás de su escritorio. Connington atravesó despacio el despacho.
—Quería hablar con usted —musitó mientras se sentaba—. Me pareció que debía hacerlo. —Sus ojos se movían ansiosos de un lado a otro.
—¿Por qué? —inquirió Hawks.
—Bueno…, exactamente no lo sé. Salvo que no me parecía justo dejarlo correr. Hay…, en realidad, no sé cómo lo llamaría usted, pero hay un esquema en la vida… De todas formas, debería haber un esquema: un comienzo, una mitad y un final. Capítulos, o algo así. Quiero decir, debe de haber un esquema o, de lo contrario, ¿cómo se podrían controlar las cosas?
—Soy capaz de ver que quizá resulte necesario creer en algo así —dijo Hawks con tono paciente.
—Sigue sin ceder un centímetro, ¿verdad? —comentó Connington.
Hawks guardó silencio, y Connington esperó un instante; luego abandonó el tema.
—De todas formas —prosiguió—, quería que supiera que me marcho.
Hawks se reclinó en su sillón y le miró de forma inexpresiva.
—¿Adonde irá?
Connington hizo un gesto vago.
—Al este. Creo que allí encontraré trabajo.
—¿Claire va con usted?
Connington asintió, con los ojos fijos en el suelo.
—Sí. —Alzó la vista y sonrió con desesperación—. Vaya forma graciosa de acabar las cosas, ¿verdad?
—Del modo exacto en que usted lo planeó —indicó Hawks—. Todo, menos la parte en la que, con el tiempo, se convertía en el presidente de la compañía.
La expresión de Connington cambió a una sonrisa desafiante.
—Oh, yo no lo calculé como algo seguro. Lo único que deseaba ver era lo que ocurría cuando le colocaban a usted un poco de sal en la cola. —Se puso rápidamente de pie—. Bueno, creo que eso es todo. Sólo quería hacerle saber cómo habían terminado las cosas.
—Bueno, no —dijo Hawks—. Barker y yo aún no hemos acabado.
—Yo sí —repuso Connington retadoramente—. Yo tengo parte en ello. Lo que ocurra a partir de ahora ya no tiene nada que ver conmigo.
—Entonces, usted es el vencedor de la contienda.
—Claro —replicó Connington.
—Y eso es lo que siempre es. Una contienda. Entonces surge un ganador, y así acaba esa parte de la vida de todos. De acuerdo. Adiós, Connington.
—Adiós, Hawks —dio media vuelta y vaciló. Miró por encima del hombro—. Creo que eso es todo lo que deseaba decirle.
Hawks no comentó nada.
—Podía haberlo hecho con una nota o una llamada telefónica —expuso desde la puerta—. En realidad, ni siquiera tenía por qué hacerlo.
Agitó la cabeza, perplejo, y observó a Hawks como si esperara una respuesta a una pregunta que se estuviera formulando a sí mismo.
Hawks dijo con voz suave:
—Lo único que deseaba era asegurarse de que yo supiera quién era el ganador, Connington. Eso es todo.
—Sí, eso supongo —admitió inseguro Connington, y salió lentamente del despacho.
Al día siguiente, cuando el tiempo transcurrido alcanzó los seis minutos y treinta y nueve segundos, Hawks fue al laboratorio y le dijo a Barker:
—Tengo entendido que se muda aquí, a la ciudad.
—¿Quién se lo comunicó?
—Winchell. —Hawks miró atentamente a Barker—. El nuevo director de personal.
Barker gruñó.
—Connington se ha marchado a algún lugar del este. —Alzó la vista con una expresión de perplejidad en el rostro—. Él y Claire subieron ayer a recoger las cosas de ella, mientras yo me encontraba aquí. Rompieron todos los ventanales del salón que daban al jardín. Tendré que colocarlos de nuevo antes de que pueda poner la casa a la venta. Nunca creí que él fuera así.
—Me gustaría que se quedara con la casa. La envidio.
—Eso no es asunto suyo, Hawks.
Pero, no obstante, el tiempo transcurrido había sido aumentado hasta alcanzar los seis minutos y treinta y nueve segundos.
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