Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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—No…, no, no puedo contenerme…, no con usted. Usted es demasiado para mí, Ed. —Alzó los hombros y dio medio paso hacia él—. Olvide eso de caerle bien —dijo desde lo más profundo de su garganta en el momento en que alargaba los brazos hacia él—. Simplemente, tómeme. Siempre podré conseguir a alguien a quien le caiga bien.

Hawks no se movió. Ella le miró, con los brazos extendidos y el rostro hambriento. Luego bajó los brazos despacio y exclamó con voz apagada:

—¡No le culpo! No pude evitarlo, pero no le culpo por lo que está pensando. Cree que soy una especie de ninfómana, que enloquece ante cualquier hombre. Considera que, debido a que me está ocurriendo ahora, sucede siempre lo mismo. Piensa que, porque podría hacer lo que quisiera conmigo, lo que dije antes acerca de mí no es la verdad. Usted…

—No —cortó Hawks—. Aunque no creo que usted piense que es verdad. Considera que es algo que puede usar ya que suena plausible. Y así es. Es verdad. Y, cada vez que teme que un hombre está a punto de descubrirlo, intenta distraer su atención con lo único de usted que imagina que él estará interesado. Pienso que tiene miedo de hallarse en un mundo lleno de criaturas llamadas hombres. No importa todo lo que insista en decir que trata de no ser de esa forma, siempre ha de cortar a los hombres hasta dejarlos de su tamaño. —Cogió el pañuelo del bolsillo de la pechera y se limpió torpemente los labios—. Lo siento —continuó—. Pero es así como me lo parece a mí. Connington funciona con la premisa de que todo el mundo tiene una debilidad que él puede explotar. No sé si tiene o no razón; sin embargo, la suya es que usted sólo se entrega a los hombres que cree que descubrirán esa debilidad. Me pregunto si lo sabía.

Los dedos de ella se clavaron en la tela que cubría sus rígidos muslos.

—Tiene miedo, Hawks —dijo—. Tiene miedo de una mujer, igual que tantos otros.

—¿Me culparía? Tengo miedo de muchas cosas. La gente que no desea ser gente es una de ellas.

—¿Simplemente por qué no se calla la boca, Hawks? ¿Qué es lo que hace, ir por la vida dando charlas? ¿Sabe lo que es usted, Hawks? Una persona detestable. Aburrido e insoportable. Un pelmazo de primera. No le quiero ver más por aquí. No quiero volver a verle nunca más.

—Lamento que no desee ser diferente, Claire. Dígame una cosa. Hace un momento, casi lo consiguió. Se aproximó mucho. Sería una tontería que yo lo negara. Si hubiera hecho lo que intentaba hacer conmigo, ¿seguiría siendo un insoportable? ¿Y qué sería usted, que por amor a la seguridad se entregaría a un hombre al que desprecia?

—¡Oh, largúese de aquí, Hawks!

—¿El hecho de ser un pelmazo me vuelve incompetente para ver las cosas con claridad?

—¿Cuándo va a dejar de intentarlo? ¡No deseo nada de su apestosa ayuda!

—No pensé que la deseara. Ya se lo dije. Es lo único que he dicho. —Se volvió en dirección a la casa— Voy a ver si Al me deja emplear su teléfono. Necesito que alguien me saque de aquí. Me hago demasiado viejo para las grandes caminatas.

—¡Vayase al infierno, Hawks! —gritó ella, siguiéndole al mismo paso, uno o dos metros detrás.

Hawks caminó más deprisa, con las piernas rígidas, oscilando los brazos en arcos breves.

—¿Me ha oído? ¡Piérdase! ¡Vamos, largúese de aquí!

Hawks llegó hasta la puerta de la cocina y la abrió. Connington se hallaba derrumbado de espaldas contra una encimera, con la camisa playera y el bañador salpicados de sangre y saliva de la boca. La mano izquierda de Barker, cerrada sobre su cabello, era lo único que le impedía caer del taburete alto sobre el que era sostenido. El puño derecho de Barker estaba echado hacia atrás, manchado y con unos cortes profundos del impacto contra los dientes y que le llegaban a los huesos de sus nudillos.

—Me quedé dormido, eso es todo —farfullaba desesperadamente Connington—. Perdí el conocimiento en la cama de ella, eso es todo…, ella no estaba.

El antebrazo de Barker salió disparado y su puño chocó de nuevo contra el rostro de Connington. Dijo con voz furiosa:

—¡Esto sólo es por desearlo, Connie! No pienso tolerar encontrarte en la cama de mi mujer. Eso es todo, ¡No puedo dejar que salgas impune de algo así!

Connington tanteó de forma apática detrás de él, en busca de un asidero. No se esforzaba en defenderse.

—Ésa es la única manera en la que jamás podrías encontrarme allí. —Lloraba, al parecer sin ser consciente de que lo hacía—. Creí que por fin lo había descubierto. Pensé que hoy iba a ser el día. Nunca conseguí estar a su altura. Puedo descubrir la puerta que me permite penetrar en todas las personas. Todo el mundo tiene un punto débil. Todo el mundo se resquebrajaba veces, y me permite verlo. Todo el mundo. Nadie es perfecto. Ése es el gran secreto. Todo el mundo menos ella. Tenía que resbalar en alguna ocasión; sin embargo, nunca logré verlo. Yo, el gran jefe de personal.

—¡Déjale en paz! —Aulló Claire detrás de Hawks. Arañó la espalda de Hawks hasta que éste se apartó de la puerta; entonces le clavó las uñas a Barker, que saltó hacia atrás con la mano sujetándose el antebrazo—. ¡Apártate de él! —gritó a la cara de Barker, agazapándose con los pies separados y las temblorosas manos alzadas.

Cogió una toalla, mojó un extremo en el fregadero y se dirigió a donde estaba Connington, hundido sobre el taburete y mirándola con ojos lacrimosos.

Se inclinó sobre Connington y comenzó a frotarle la cara con movimientos frenéticos.

—Vamos, cariño —canturreó—. Vamos. Vamos. —Connington elevó una mano, con la palma hacia fuera y los flojos dedos abiertos, y ella la cogió, apretándola y llevándosela hasta su cuello, mientras seguía frotando febrilmente la aplastada boca—. Yo te curaré, cariño…, no te preocupes.

Connington giró la cabeza de lado a lado, mirando con ojos ciegos en dirección a ella, gimiendo mientras la toalla recorría los cortes.

—No, no, cariño —le reprendió ella—. ¡No, quédate quieto, cariño! No te preocupes. Yo te necesito, Connie. Por favor.

Comenzó a limpiarle el pecho, abriendo la parte superior de la camisa y deslízándola por encima de sus hombros, como un policía al realizar el arresto de un borracho.

—Muy bien, Claire —anunció Barker con rigidez—. Esto es el fin. Para mañana quiero que saques todas tus cosas de aquí. —Curvó la boca en un gesto de asco—. Nunca creí que te convertirías en una carroñera.

Hawks dio media vuelta y descubrió un teléfono situado en la pared. Debido a la prisa, disco con torpeza.

—Soy…, soy Ed —dijo con la garganta constreñida—. Me pregunto si podrías ir hasta aquella parada en la carretera, donde está situada la tienda con los surtidores, y recogerme. Sí, yo…, necesito que me lleven de nuevo a la ciudad. Gracias. Sí, estaré esperando allí.

Colgó y, al volverse, Barker, con expresión atontada, le preguntó:

—¿Cómo lo ha hecho, Hawks? —Casi gritó—. ¿Cómo consiguió esto?

—¿Estará mañana en el laboratorio? —inquirió Hawks con cansancio.

Barker le miró a través de sus refulgentes ojos negros. Señaló con un brazo a Claire y a Connington.

—¿Qué me quedaría, Hawks, si le perdiera a usted?

SEIS

—Pareces cansado —comentó Elizabeth cuando los fluorescentes del techo del estudio se encendieron después de un parpadeo y Hawks se sentó en el sofá.

Sacudió la cabeza .

—No he estado trabajando duro. Es la misma vieja historia…, cuando era niño, en la granja, realizaba tareas físicas hasta quedar exhausto, de modo que no tuviera ningún problema para dormir. Me despertaría por la mañana y me sentiría de maravilla; estaría descansado, lleno de energía, y sabría con toda exactitud que tenía por delante aquel día, y que haría todo lo que tuviera que hacer. Incluso cuando me hallaba cansado me sentía bien; tenía la impresión de que lo que acababa de realizar era lo correcto. Aun cuando después de la cena no podía mantener los ojos abiertos, mi cuerpo estaba relajado y feliz. No sé si ello resulta comprensible si no lo has experimentado; pero era así.

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