Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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Gersten no dijo nada. Miró a Hawks como si no pudiera decidir qué expresión poner en su cara. Luego se encogió a medias de hombros y comentó:

—Lo que antes quería hablar con usted se refería a ese asunto de la señal del anaquel de amplificadores. Ahora bien, me parece que si…

Se alejaron juntos, hablando de cosas técnicas.

El día en que el tiempo transcurrido llegó a los siete minutos y cuarenta y nueve segundos, el transmisor tuvo que apagarse, ya que el ángulo de emisión habría incluido una porción demasiado elevada de la ionosfera de la Tierra. Los equipos de mantenimiento se pusieron a trabajar en el nuevo y periódico trazado del horario. Hawks trabajó con ellos.

El día en que estuvieron dispuestos a emitir otra vez, Barker llegó al laboratorio a la hora correcta.

—Parece más flaco —comentó Hawks.

—Usted no parece estar mucho mejor.

El día en que el tiempo transcurrido se elevó a los ocho minutos y treinta y un segundos, Benton Cobey llamó a Hawks a su despacho para una conferencia.

Hawks entró con una bata limpia y miró atentamente a los hombres que se sentaban alrededor de la mesa de conferencias que había en el extremo opuesto al escritorio de Cobey. Éste se incorporó en la cabecera de la mesa.

—Doctor Hawks, ya conoce a Carl Reed, nuestro Jefe de Contabilidad —dijo, señalando a un hombre reservado y enjuto, próximo a la calvicie, que se sentaba a su lado, con sus manos de labrador relajadas una encima de la otra sobre la superficie del plástico protector de las hojas de trabajo que había traído con él.

—¿Cómo está? —saludó Hawks.

—Bien, gracias. ¿Y usted?

—Y éste es el comandante Hodge, claro —anunció escuetamente Cobey, indicando al oficial naval de enlace que se sentaba a su otro lado; se había quitado la gorra y la había dejado sobre la mesa, donde lanzaba su reflejo sobre la madera brillante.

—Claro —corroboró Hawks, con una fugaz sonrisa a la que Hodge correspondió. Se dirigió al extremo de la mesa opuesto a Cobey y se sentó—. ¿Cuál es el problema? —preguntó.

Cobey miró a Reed.

—Bien, podríamos entrar directamente en materia —dijo.

Reed asintió. Se inclinó levemente hacia delante y, con las yemas de los dedos, empujó los formularios en dirección a Hawks.

—Éstas son las cifras, aquí, que corresponden a los pedidos de equipo de su laboratorio —empezó.

Hawks asintió.

—Abarcan la instalación original y los recambios solicitados durante el último año fiscal.

Hawks volvió a asentir. Observó a Cobey, que se sentaba con las manos entrelazadas y los codos apoyados sobre la mesa, con los pulgares debajo de la barbilla, y miraba por encima de los dedos las hojas que tenía delante de él. Hawks ladeó la vista hacia Hodge, que estaba pasando el lado de su dedo índice derecho a lo largo de la mejilla, con los ojos gélidos de color azul en apariencia vacíos, las comisuras entrecerradas hasta formar una perenne pata de gallo.

—Doctor Hawks —prosiguió Reed—, al estudiar esas hojas, en un principio se me ocurrió que debía buscar alguna forma de llevar este proyecto, en la medida de lo posible, a un nivel más económico. Y me parece que lo hemos logrado.

Hawks miró a Reed.

—Ya le he explicado mi idea al señor Cobey, y éste está de acuerdo en que hay que presentársela a usted —dijo Reed. La boca de Cobey sufrió un tic—. Y así —concluyó Reed—, hemos hablado con el comandante Hodge para saber si la Marina estaría dispuesta a considerar un cambio en el procedimiento de la operación, siempre que no interfiriera con la eficiencia en ningún punto importante.

Hodge intervino, en apariencia sin dedicar una gran parte de su atención al tema:

—No nos importaría ahorrar dinero. En especial, cuando no disponemos de la libertad de que se discutan la asignaciones de modo pormenorizado en los debates del Congreso.

Hawks asintió.

Todos guardaron silencio; finalmente, Cobey preguntó:

—Bueno, ¿está dispuesto a escucharlo, Hawks?

—Por supuesto —replicó Hawks. Miró a su alrededor—. Lo siento…, no tenía idea de que todos aguardaban mi respuesta. —Miró a Reed—. Prosiga, por favor.

—Bien —comenzó Reed, bajando la vista a sus números—, me parece que gran parte de este equipo son muchas piezas de lo mismo. Lo que quiero decir con ello, es que aquí hay un artículo en el que se solicitan cien reguladores de voltaje de un mismo tipo. Y aquí hay otro para…

—Sí. Bueno, gran parte de nuestro equipo consiste en un componente en particular u otro, enlazado a una serie de componentes similares. —La cabeza de Hawks estaba ladeada y mantenía los ojos atentos—. Hemos de realizar muchas operaciones básicamente iguales de forma simultánea. No teníamos tiempo para diseñar componentes con la capacidad de realizar estas funciones. Así que debimos emplear los diseños electrónicos ya existentes y arreglarnos con su capacidad comparativamente baja a base de multiplicar los componentes. —Se detuvo durante un momento—. Hacen falta mil hormigas para cargar con un terrón de azúcar —finalizó.

—Ése es un ejemplo muy idóneo, Hawks —comentó Cobey.

—Trataba de explicar…

—Continúe, Reed.

—Bien. —Reed se inclinó hacia delante con energía—. No quiero que usted piense que soy una especie de ogro, doctor Hawks. Pero, enfrentémonos a ello, hay mucho dinero metido en ese equipo y, hasta donde yo puedo ver, no hay ninguna razón para que, si disponemos de una máquina duplicadora, no podamos simplemente —se encogió de hombros— sacar tantas copias como requiramos de cada uno de sus componentes. No veo por qué han de ser construidas en nuestra división de manufacturación o compradas de proveedores de fuera. Ahora bien, aquí tenemos una situación en la que ni siquiera puedo calcular una operación de coste fijo. Y…

—Señor Reed —cortó Hawks.

Reed se detuvo.

—¿Sí?

Hawks se frotó el rostro.

—Comprendo su posición. Y veo que lo que acaba de proponer es totalmente razonable, desde su punto de vista. Sin embargo…

—De acuerdo, Hawks —comentó con sequedad Cobey—. Explíquenos ese «sin embargo».

—Bien —le dijo Hawks a Reed—. ¿Conoce usted los principios sobre los que trabaja el escáner…, el duplicador?

—Me temo que muy por encima —repuso con tono paciente Reed.

—Bien. Muy por encima, el duplicador coge una pieza de materia y la reduce a una serie sistemática de flujo de electrones. Electricidad. Una señal, igual que lo que sale de una emisora de radio. Ahora bien, esa señal es alimentada a esos componentes…, podríamos decir que de la misma forma que la señal que llega a la antena de un receptor de radio y es enviada al circuito que hay en su interior. Cuando sale por el otro extremo del circuito, no va a un altavoz, sino que es retransmitida a la Luna y, durante el proceso, es chequeada otra vez para comprobar su exactitud. Esencialmente, eso es lo que hacen los componentes: inspeccionan la señal en busca de consistencia. Ahora bien, la cuestión es que la exactitud con que la pieza original de materia es reconstruida, duplicada, depende de la consistencia del flujo de electrones que llegan al receptor. Por lo tanto, si empleáramos componentes duplicados para comprobar la consistencia de la señal con la que duplicamos objetos altamente complicados, tales como un ser humano vivo, estaríamos introduciendo una posibilidad de error adicional que, en el caso de un ser humano, es más alto de lo que nosotros podemos permitirnos dentro de nuestro margen de seguridad. ¿Ha comprendido eso?

Reed frunció el ceño.

Cobey tensó una comisura de su boca y bajó la vista a la mesa para mirar a Hawks.

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