Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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Latourette, mirando el suelo, dijo con suavidad:

—Por no decir nada de que ya no sería capaz de comprender lo que le había sucedido a Ed Hawks…, salvo por el hecho de que, de alguna forma, yo le haría las cosas más difíciles en vez de más fáciles. —Alzó los ojos—. Por Dios, Ed, ¿qué me ha ocurrido? ¿Qué es lo que estoy haciéndonos a los dos? Lo único que siempre quise fue ayudarte, y de algún modo las cosas han terminado así. Nunca debí haber venido a verte hoy, Ed. No debí hacerte esto último.

—¿Por qué no? —quiso saber Hawks—. ¿Es que no posees el derecho moral de trabajar en algo en lo que tanta fe pusiste? ¿Un hombre moribundo no tiene ningún derecho? ¿Ni siquiera el de volver a padecer los últimos seis meses de su cáncer? —Miró a Latourette—. Ya has pensado en esto. Lo has meditado durante mucho tiempo. Si pudiera esperar una respuesta de alguien, sería de ti: ¿por qué no puedes obtener lo que te corresponde?

Latourette le miró con una expresión de angustia.

—Ed, no debí haber venido.

—¿Por qué no? Lo único que te ocurrió fue que sentiste miedo. Te diste cuenta de que las cosas se cerraban a tu alrededor, y experimentaste la necesidad de actuar. Un hombre ha de hacer algo…, no puede simplemente aguardar hasta hundirse y desaparecer de la vista.

—No, no debí venir aquí.

—¿Por qué no? ¿Por qué un hombre no puede incorporarse y protestar contra todo aquello que le aplasta y quiere destruirlo? ¿Por qué un hombre ha de hallarse a merced de las cosas que le ignoran por completo?

Latourette se puso de pie.

—Lo he empeorado —dijo con tono desesperado—. Te he cargado con un peso más. No era mi intención. Lo único que puedo hacer ahora es marcharme de aquí. Por favor, Ed…, intenta olvidarlo. —Se dirigió a toda prisa hacia la puerta y, desde allí, miró fugazmente a Hawks con aire de incomprensión—. En un principio, lo único que deseé fue lo mejor para ti. Y, cuando hoy vine a visitarte, aún pensaba que quería lo mejor para ti. Sin embargo, también anhelaba algo para mí, y eso lo estropeó todo. De algún modo, todo se ha venido abajo. ¿Cómo es que la gente se mete en esto? —inquirió ciegamente—. ¿Dónde se planean así las cosas?

Hawks replicó con amargura:

—¿Por qué un hombre no puede conseguir lo que se merece?

—Ed, esto es lo peor que te he hecho…

—Quizá sea lo que me merezco. Sam, desearía…

—Adiós, Ed —se despidió Latourette, con una expresión aterrada en el rostro, y salió del despacho.

Hawks se sentó con los ojos cerrados, y las manos realizaron movimientos veloces y sin sentido, en un gesto como de querer asir algo de la superficie del escritorio.

Hawks atravesó el suelo del laboratorio en dirección al transmisor. Inesperadamente, Gersten le salió al paso y le dijo:

—Intenté ponerme en contacto con usted hace un rato. Su secretaria me indicó que Sam Latourette se hallaba en su oficina y que, salvo que se tratara de algo que no pudiera aguardar, no recibía llamadas.

Hawks le observó. El rostro de Gersten estaba pálido. Le temblaban los labios. Con voz insegura, comentó:

—Siento eso. A veces, Vivian olvida la importancia relativa de las cosas. —Escrutó a Gersten—. ¿Le trató con descortesía? —preguntó con mirada perpleja.

—Fue perfectamente educada. Además, en estas circunstancias, no era nada que no pudiera esperar.

Gersten comenzó a dar la vuelta para marcharse.

—Espere —pidió Hawks—. ¿Qué ocurre?

Gersten se volvió. Empezó a hablar, y luego cambió de idea. Aguardó un instante y preguntó con voz pausada:

—¿Sigo en el trabajo?

—¿Y por qué no habría de ser así? —preguntó Hawks. Relajó el ceño—. ¿Qué le hizo pensar que quería que Sam volviera? —inquirió despacio. Miró a Gersten a la cara—. Siempre pensé que era usted un hombre con mucha confianza en sí mismo. Está realizando un trabajo muy bueno para mí. —Se llevó la palma de la mano a la nuca y permaneció allí de pie, tratando de desentumecer los rígidos músculos con las yemas de los dedos—. De hecho, tengo la sensación de que hace rato que debí darle más responsabilidades. Yo…, siento no haber dispuesto de tiempo para llegar a conocerle mejor antes. —Con un movimiento poco fluido, se quitó la mano del cuello y se encogió de hombros—. Eso suele ocurrir. Es una pena cuando le sucede a un buen hombre. Sin embargo, no sé qué más decirle.

Gersten se mordió el labio.

—¿Habla en serio? Nunca sé lo que hay en su cabeza.

Las cejas de Hawks se enarcaron. Su labio sufrió un tic.

—Es extraño que usted me diga eso.

Gersten sacudió la cabeza, molesto.

—Tampoco sé lo que quiere decir con eso. Hawks… —alzó la vista—, éste es el mejor trabajo que he tenido jamás. Es el más importante. Casi soy cinco años más joven que usted. El hecho de que pueda conocer esta profesión tan bien como usted es otra cosa. Sin embargo, suponiendo que así sea, ¿qué posibilidades cree que tengo de encontrarme donde está usted dentro de cinco años?

Hawks frunció el ceño.

—Bueno, no lo sé —repuso, pensativo—. Eso depende, por supuesto. Hace cinco años, empecé a vislumbrar todo este proyecto… —Indicó con un gesto de la cabeza la maquinaria que les rodeaba—. Ocurrió que se trataba de algo que podía tener aplicaciones militares, de modo que recibió un buen empuje. Si se hubiera tratado de algo distinto, quizá no hubiera recorrido un camino tan paralelo con respecto a su utilidad. Aunque ese criterio no sirve. Lo que compra la gente no necesariamente es lo mejor…, si es que algo es lo mejor. —Se encogió de hombros—. No lo sé, Ted. Si usted se encuentra desarrollando una idea básicamente nueva en su tiempo libre, tal como lo hacía yo cuando trabajaba en la RCA, quizá llegue muy lejos con ella. —Se encogió de nuevo de hombros—. En gran medida, eso depende de usted.

Gersten le miró con el ceño fruncido.

—No lo sé. No lo sé. Ahora mismo, lamento haberme dejado llevar por un arrebato. —Exhibió una sonrisa rápida de disculpa que desapareció casi al instante—. Supongo que tiene más cosas en las que pensar que en ingenieros caprichosos. Pero… —Pareció reunir el valor para continuar—. Cuando me alisté en el Ejército durante la guerra —continuó sin preámbulo—, solicité la entrada en la Escuela de Candidatos a Oficiales. Me entrevistó un teniente temporal que había sido un joven sargento indio desde los días en que los civilizaban con un palo bajo la bandera. Me entrevistó, llenó los espacios adecuados del cuestionario y, luego, dio vuelta al impreso, mojó la punta del lápiz con la lengua y escribió: «Este candidato parece tener problemas de habla. Estas dificultades probablemente le impidan ejercer el mando correcto sobre las tropas». Luego giró el impreso, de modo que yo pudiera leer la evaluación confidencial que había hecho. Y eso fue todo. —Gersten estudió el rostro de Hawks con sumo cuidado—. ¿Qué piensa del asunto?

Hawks parpadeó.

—Después de eso, ¿qué hizo el Ejército con usted?

—Me enviaron a la escuela de electrónica de Fort Monmouth.

—Así que, ¿si no fuera por eso, no está seguro de que hoy se encontraría aquí?

Gersten frunció el ceño.

—Supongo que sí —repuso finalmente—. No es así como lo he analizado yo.

—Bueno, no le conozco, Ted; pero yo habría sido un oficial de carrera horrible en la Armada. No creo que el hecho de haber estado allí hubiera mejorado la situación. —De repente, sonrió con una mueca—. Y deje que me preocupe yo de Sam Latourette. —Miró con ojos de disculpa a Gersten—. Quizá, una vez hayamos sorteado el obstáculo de este proyecto, podamos llegar a conocernos mejor mutuamente.

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