Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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Esa distancia era unos cuarenta metros, o cuarenta pasos.

Fue hasta el lugar donde había estado una de las torres del Norte, y caminó hasta la torre gemela. Contó cincuenta y ocho pasos.

Regresó e intentó de nuevo. Esta vez, sesenta pasos.

Probó nuevamente, dando pasos más largos: cincuenta y cinco pasos.

Desde el borde de la cañada miró el arroyo que corría abajo. Recordaba claramente la profundidad de la quebrada. Parado allí, el fondo le había parecido terriblemente profundo. Ahora no había más que un corto trecho que descender hasta el campamento.

Tuvo otro pensamiento mientras caminaba en dirección al Norte, hacia la rampa por medio de la cual la ciudad había tomado nuevamente contacto con la tierra. Se veían aún con nitidez las huellas de los cuatro rieles, que desde ese punto corrían paralelos hacia el Norte.

Si, al parecer, las dos torres estaban ahora más separadas, ¿qué pasaba con los rieles?

Por su larga experiencia de trabajo con Malchuskin, Helward conocía íntimamente cada detalle de las vías y los durmientes. Los rieles tenían un metro de espesor, y descansaban sobre durmientes de un metro y medio de largo. Mirando las marcas que estos últimos habían dejado en el terreno, vio que eran mucho más grandes. Midió aproximadamente, y calculó que ahora teman, cuando menos, dos metros diez de largo, y eran menos hondas que lo que debían ser. Pero sabía que eso era imposible ya que la ciudad empleaba durmientes de un largo standard, y los pozos que se cavaban para colocarlos eran siempre del mismo tamaño.

Para estar más seguro controló varias marcas más, y llegó a la conclusión de que todas eran unos sesenta centímetros más largas que lo debido.

Y estaban demasiado juntas. Los obreros instalaban los durmientes a intervalos de un metro veinte... no a cuarenta y cinco centímetros, como estaban ahora.

Demoró unos minutos más tomando medidas similares. Luego descendió por la quebrada, cruzó el arroyo caminando —ahora le parecía mucho más angosto y plano que antes—, y trepó por el lado Sur.

Aquí también las dimensiones estaban en completo desacuerdo con las que él conocía.

Intrigado, y bastante preocupado, regresó al campamento.

Las chicas teman mejor semblante, pero el bebé se había vuelto a descomponer. Ellas le dijeron que habían estado comiendo las manzanas que Caterina había encontrado. Helward partió una por la mitad y la inspeccionó cuidadosamente. No le vio nada de distinto de cualquier manzana común. Una vez más estuvo tentado de comerla, pero en cambio se la pasó a Lucía.

De pronto se le ocurrió algo.

Clausewitz le había advertido que no comiera frutos de la zona. Presumiblemente porque él era de la ciudad. Le había dicho que podía comer frutos de la zona cuando la ciudad estaba cerca del óptimo, pero aquí, varias millas al Sur, no debía hacerlo. Si comía los alimentos de la ciudad, no se enfermaría.

Sin embargo las chicas... bueno, ellas no eran de la ciudad. Quizás fuese su comida lo que las hacía indisponer. Ellas podían comer alimentos de la ciudad cuando estaban cerca del óptimo, pero no ahora.

La hipótesis era razonable, salvo por un detalle: el bebé. A excepción de unos pocos bocaditos de manzana, sólo había ingerido la leche de su madre, y eso no podía caerle mal.

Fue con Rosario a ver al niño, que yacía en su cunita, con la cara roja y huellas de lágrimas. No lloraba, pero se quejaba débilmente. Helward sintió pena por la criaturita, y pensó qué podía hacer él por ayudarle.

Afuera de la carpa. Lucia y Caterina se mostraban de buen humor. Cuando Helward salió de la tienda ellas le hablaron, pero él pasó de largo y fue a sentarse junto al arroyo. Seguía meditando su nueva idea.

El único alimento había sido la leche materna... ¿Y si la madre estuviese ahora cambiada porque se hallaban lejos del óptimo? Ella no era de la ciudad, pero el bebé sí. ¿Tendría importancia ese hecho? Aparentemente, no mucho porque el bebé había sido concebido en el cuerpo de la madre. Pero era una posibilidad.

Regresó al campamento y preparó comida sintética y leche en polvo, cuidando de utilizar sólo agua de la que había traído de la ciudad. Se la entregó a Rosario y le dijo que intentara dársela al niño.

Al principio ella se resistió. Luego accedió. El bebé ingirió el alimento, y dos horas más tarde dormía plácidamente una vez más.

El día pasaba lentamente. Al fondo de la cañada no corría ni una brisa, hacía calor, y Helward volvió a sentirse frustrado. Ahora comprendía que, si su suposición era correcta, ya no podría ofrecer a las chicas nada de comida. Pero podían subsistir comiendo manzanas durante las treinta millas que aún quedaban por caminar.

Más tarde les contó lo que había estado pensando, y sugirió que, por el momento, ellas comieran sólo pequeñas cantidades de su comida, y que lo complementaran con lo que pudiesen encontrar en la zona. Ellas se mostraron perplejas, pero aceptaron.

La tarde seguía sofocante. Helward transmitió a las chicas su desasosiego. Ellas se pusieron alegres, retozonas, y le tomaban el pelo por su abultado uniforme. Caterina dijo que iba de nuevo a nadar, y Lucía anunció que ella también iba. Se quitaron la ropa delante de él y luego lo obligaron a desvestirse. Chapotearon largo rato desnudos en el agua, y luego se les reunió Rosario, que ya no demostraba una actitud recelosa.

Durante el resto del día se tiraron a tomar sol junto a la carpa.

Esa noche, cuando Helward iba a entrar a la tienda, Lucia le tomó de la mano y lo llevó lejos del campamento. Le hizo el amor apasionadamente, apretándolo fuerte como si fuese él la única fuerza de la realidad en su mundo.

Por la mañana, Helward advirtió unos celos crecientes entre Lucia y Caterina, de manera que levantó campamento lo más temprano posible.

Cruzaron el arroyo y Cegaron a las tierras altas del Sur. Continuaron su camino a lo largo del riel izquierdo exterior. La campiña que los rodeaba le resultaba familiar a Helward dado que por esta zona había pasado la ciudad cuando empezó a trabajar al aire libre. Adelante, unas dos millas hacia el Sur, alcanzaba a divisar el cerro que había tenido que escalar la ciudad durante la primera operación de remolque que presenció.

Pararon a descansar a media mañana, y luego Helward recordó que sólo a dos millas al Oeste había un pueblecito. Pensó que, si pudiese obtener alimentos allí, solucionarían el problema de comida de las chicas. Les sugirió la idea.

Había que resolver quién iría. Le parecía que debía ir él por su responsabilidad, pero necesitaría que una de las muchachas oficiara de intérprete. No quería dejar a una chica sola con el bebé. Si iba con Caterina o Lucia, la que se quedara se sentiría celosa. Por último, le pidió a Rosario que lo acompañara, y por la reacción que todas manifestaron, se dio cuenta de que su elección había sido acertada.

Partieron siguiendo aproximadamente el rumbo que Helward recordaba que llevaba al poblado, y lo encontraron sin dificultad. Luego de largas conversaciones entre Rosario y tres hombres de la aldea les dieron carne desecada y verduras frescas. Todo resultó notablemente sencillo —Helward pensaba qué tipo de persuasión habría empleado Rosario—, y pudieron pronto regresar.

Mientras caminaba, varios metros detrás de Rosario, Helward notó algo en ella que no había advertido con anterioridad.

Rosario era bastante más corpulenta que las otras dos y su cara y sus brazos eran robustos. Tenía una leve predisposición a la gordura, pero de pronto le pareció que esto era mucho más evidente que antes. Con un cierto interés al principio y con mayor atención más tarde, vio que la blusa le ajustaba mucho en la espalda. Antes no le quedaba chica la ropa... se la habían dado en la ciudad y le sentaba bien. Luego notó que los pantalones le ceñían en el trasero y que arrastraba las botamangas por el suelo. A pesar de que no llevaba zapatos, no recordaba que los pantalones le quedaran tan largos.

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