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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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Algunos días más tarde, Pavlysh encontró el museo. La baja temperatura del espacio había congelado el líquido en que se preservaban los ejemplares. Pavlysh lo recorrió lentamente, pasando de vasija en vasija, espiando cuidadosamente a través del hielo de los frascos más grandes. Temía encontrar dentro de uno de ellos el cuerpo de Natasha. Las impacientes demandas de información de Dag y Sato resonaban constantemente en sus oídos. Pavlysh compartió con ellos los temores de Natasha. Cualquier destino sería preferible a un frasco de formol. Al cabo de un tiempo, encontró el frasco con el pájaro, una efímera criatura iridiscente con una larga cola, un enorme ojo, y una cabeza sin pico. También encontró un envase conteniendo a Bal; una descripción suya aparecía en las páginas siguientes.

Prosigo haciendo continuas digresiones de mi historia, pues los acontecimientos del presente son mucho más importantes que los hechos ocurridos en los años del pasado. Además, me resulta imposible describir en orden mis experiencias.

Recobré la conciencia en un pequeño cuarto pobremente iluminado. No el cuarto en que ahora vivo. Aquella pequeña habitación está ahora sembrada de unos bivalvos fósiles que los glupys recogieron hace ya un año atrás.

En poco más de cuatro años nos detuvimos 16 veces, y cada vez crecía más la excitación a medida que toda clase de objetos (incluyendo seres vivientes) eran arrastrados a la nave. Así, por ejemplo, aparte de mí misma, los glupys habían almacenado en aquel pequeño cuarto, la vajilla que había estado lavando cuando me atraparon, ramas de pino, césped, piedras y varios insectos. Sólo más adelante comprendí que estaban tratando de encontrar la manera de alimentarme. En ese momento, aún no me daba cuenta que los objetos habían sido colocados allí deliberadamente. Yo no comía; tenía cosas mucho más importantes en qué pensar. Me sentaba en el piso, golpeando la pared con los nudillos… era sólida, y continuamente oía un ruido chirriante a mi alrededor, similar al de las máquinas de un trasatlántico. También percibía una sensación de extrema ligereza; generalmente aquí todo es más liviano que en la Tierra. Una vez había leído que la atracción de la gravedad en la Luna era también menor, y si algún día, como Tsiolkovsky predijo, la humanidad vuela a las estrellas, no pesarán nada en absoluto.

En realidad, fue esa reducción de la gravedad lo que me indicó que ya no estaba en la Tierra, que había sido raptada, arrebatada de allí, y que mis captores eran incapaces de transportarme hasta su destino. Sinceramente espero que la gente, nuestra gente de la Tierra, aprenda algún día a viajar por el espacio. Sin embargo, temo que ese día esté aún muy lejano.

Pavlysh había leído las últimas líneas en voz alta. Dag comentó:

— Y pensar que murió sólo un año antes del Sputnik.

Sato lo corrigió:

— Estaba viva aún cuando Gagarin efectuó su vuelo.

— Puede ser. Pero eso no fue ningún consuelo para ella.

— Lo hubiera sido, si lo hubiese sabido — agregó Pavlysh.

— No estoy tan seguro — dijo Dag—. Entonces hubiera esperado que la rescataran. Y habría sido en vano.

— Ese no es el caso — alegó Pavlysh—. Hubiera significado mucho para ella saber que habíamos aprendido a viajar por el espacio. — Y continuó leyendo en voz alta hasta sentirse cansado:

Me trajeron algo para comer, y permanecieron en el quicio de la puerta, aguardando a ver si lo probaba. Lo hice, y resultó una pasta de gusto extraño, ligeramente salada. Una comida de lo menos apetecible. Pero yo estaba hambrienta, y aún muy aturdida. Me quedé mirando a los glupys parados allí como tortugas, y les pedí que llamaran a su jefe. Por aquel entonces, yo no sabía aún que su jefe era la Máquina, un dispositivo que abarcaba una pared entera de un lejano cuarto. Y aún desconozco completamente la identidad de los verdaderos amos de la Nave, tripulada sólo por robots.

Me pregunté entonces cómo habían llegado a imaginar cuál era la comida que no me haría daño. Esa pregunta atormentó mi cerebro hasta que descubrí el laboratorio, y conjeturé que me habían extraído sangre mientras estaba inconsciente y que habrían estudiado concienzudamente mi cuerpo. Comprendieron qué era lo que necesitaba y en qué proporciones, de manera que no muriera de inanición. Sin embargo, no tenían ni la menor noción de lo que significaba el gusto. Mi rabia hacia los glupys ha desaparecido hace largo tiempo ya; comprendí que sólo cumplen órdenes, como los soldados. Excepto que los soldados son capaces de pensar, mientras que los glupys no. Durante los primeros días de mi cautiverio lloré incesantemente, rogando en vano que me pusieran en libertad…

Repentinamente, he comenzado a sentirme extrañamente desasosegada. Probablemente porque ahora ya no estoy sola. Tengo la sensación de que sobrevendrá un cambio muy pronto, aunque no sé todavía si ese cambio mejorará las cosas. No obstante, las cosas no pueden ir peor. Hoy soñé con Olenka, y en mi sueño me sorprendía el hecho de que no hubiera crecido, que aún siguiera correteando como una chiquilla. Ya es tiempo de que haya crecido. Pero ella sólo reía. Cuando desperté, me sentí alarmada: ¿Quería decir eso que Olenka ya no pertenecía al mundo? Yo no era persona propensa a creer en premoniciones. Pero luego se me ocurrió que no tenía medios de estar segura de haber controlado correctamente el paso del tiempo. ¿Acaso no había efectuado una marca cada día, al despertarme por la mañana? Pero, ¿supongamos que no fuera la mañana? Tal vez yo estaba durmiendo más ahora. O menos. ¿Cómo podía saberlo? El tiempo resultaba siempre igual aquí. Entonces pensé que quizá habían pasado dos años en vez de cuatro. ¿O tal vez uno? ¿O incluso cinco, seis o siete? ¿Cuántos años tendría Olenka ahora? ¿Y yo? ¿Quizás ya era una mujer vieja? Me puse tan inquieta que corrí hacia los espejos. No eran espejos verdaderos, por supuesto. Eran circulares, y convexos, algo similares a una pantalla de televisión. Algunas veces, unas líneas azules y verdes zigzagueaban a través de su superficie, pero no poseía otros espejos. Observé mi reflejo por un largo rato; tanto que hasta los glupys que estaban de guardia comenzaron a hacerme señas, preguntándome qué necesitaba. Simplemente los alejé con un ademán; ya había pasado el tiempo en que los consideraba verdugos, torturadores y fascistas. Ya no los temía. Sólo temía a la Máquina. Al Jefe. Estudié mi rostro en los espejos por un largo rato, yendo de uno a otro, buscando el más brillante. No pude decidir nada. La imagen era igual a mí: la misma nariz, los ojos hundidos, y mi cara tenía un tinte azulado; probablemente por el espejo. Por supuesto, había bolsas bajo mis ojos. Retorné a mi habitación.

— Sumamente interesante — trasmitió Dag—. ¿Qué piensas, Pavlysh?

—¿Acerca de qué?

— Acerca de este problema. Aislar a una persona durante varios años, de forma tal que no tenga conciencia del paso del tiempo en el exterior. ¿Se modificaría su reloj biológico?

— Tengo otras cosas en qué pensar en este momento.

Repentinamente recordé a la gatita. La había olvidado por completo. Hoy la recordé. Una gatita que había sido traída a bordo de alguna parte. De alguna parte de la Tierra, por supuesto. Los primeros días gemía y maullaba en un cuarto contiguo al mío y los glupys corrían continuamente hacia ella, totalmente incapaces de imaginar que necesitaba leche. Yo era muy tímida por aquellos tiempos, y ellos me llevaron hasta la gatita, pensando que podía hacer algo por ella. Sin embargo, no conseguí hacerles entender qué era la leche. Era obvio que algo faltaba en su alimentación sintética. Me afané alrededor de la gatita durante tres días. Diluí cereal en agua. En mi preocupación por ella olvidé por completo mis propios problemas. Pero la gatita murió. Es evidente que la gente pueda soportar más que los animales, aunque se diga que los gatos tienen nueve vidas. Sin embargo yo aún estoy viva, y la gatita probablemente figure en la colección del museo. Ahora podría haber encontrado una dieta sintética apropiada para ella, porque conozco el camino hacia el laboratorio. Y la actitud de los glupys hacia mí cambió. Se han acostumbrado a mí. Pero el dragón está muy mal; morirá pronto. Ayer me senté con él durante largo tiempo y limpié nuevamente sus heridas. Se ha puesto mucho más débil. Hice un descubrimiento sorprendente: parece que el dragón, de alguna manera desconocida, puede afectar mis pensamientos. No es que pueda entenderlo, pero cuando sufre, yo puedo sentir su dolor. Sé que está contento de verme. Ahora lamento no haberle prestado atención antes, pero estaba muy asustada. Quién sabe; podría incluso ser un prisionero como yo. Pero menos afortunado. Durante todos estos años ha vivido encerrado en su celda. Quizás el dragón era una enfermera en algún hospital de algún remoto planeta. Y como yo, había acudido a visitar a su pequeña hija, para caer prisionero en las garras de este zoológico, y pasar tantos años encerrado aquí, detrás de estos barrotes. Y seguir tratando que los glupys comprendan que no es más estúpido que ellos mismos. Sin embargo, morirá sin haber podido comunicarse con ellos. Al comienzo, cuando pensé en ello, me reí; ahora lloro. Y aquí estoy, sentada y llorando, aunque debo irme, porque ellos me esperan.

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