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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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— Encontré a Natasha.

—¿Qué hiciste… qué?

— Bueno, no a ella en persona, sino el lugar donde vivió.

—¿Estás hablando en serio?

— Mortalmente serio. Su taza está aquí, incluso olvidó su pañuelo de cabeza.

— Escucha — dijo Dag—, sé que no te has vuelto chiflado, pero aun así, no puedo creerlo.

— Yo tampoco puedo.

—¿Puedes imaginarte algo así? —continuó Dag—. Es como si desembarcáramos en la Luna y nos encontráramos allí con una chica, sentada y bordando, por ejemplo.

— Suena tan descabellado como esto — concordó Pavlysh—, pero aquí está su taza. Y con el asa rota.

—¿Pero dónde está Natasha? — preguntó Sato.

— No lo sé —respondió Pavlysh—. No ha estado aquí desde hace mucho tiempo.

— Bueno, ¿qué más? — inquirió Dag—. Dime algo acerca de ella. ¿Cómo era?

— Era bonita — afirmó Sato.

— Naturalmente — concordó Pavlysh—. Muy bonita.

Una pequeña caja, oculta detrás de la litera, y a medias llena de objetos, captó seguidamente su atención; parecía como si Natasha se hubiera estado preparando para un viaje, pero algo la hubiera forzado a abandonar todas sus pertenencias y partir con las manos vacías. Pavlysh roció los objetos con el fijador, y los expendió sobre la litera: una falda, cortada en tela plástica, y cosida con grueso hilo de nylon; una bolsa con cintas para el pelo y los brazos; un chal, o capa corta, tejida con cables de colores.

— Vivió aquí mucho tiempo — trasmitió Pavlysh.

En el fondo mismo de la caja descubrió un fajo de blancas hojas de papel, cuadradas, cubiertas de una escritura pareja, aunque fuertemente inclinada hacia la derecha. Haciendo un esfuerzo, se contuvo de comenzar su lectura hasta haberlas fijado convenientemente, de manera de asegurarse que no se desmenuzarían entre sus dedos.

— Léelas en voz alta — pidió Dag, pero Pavlysh se rehusó. Estaba demasiado cansado. Sin embargo, prometió trasmitir las partes más interesantes una vez que hubiera repasado todo el material para sí. Dag no discutió.

Descubrí este papel hace ya dos meses, pero no podía hallar algo con qué escribir en él. Ayer finalmente me di cuenta de la existencia de una pila de mineral similar al grafito, almacenada en el cuarto de al lado, y custodiada por uno de los Glupys.

Tomé uno de ellos y lo afilé, así que ahora ya puedo escribir. (Al día siguiente, Pavlysh descubriría largas columnas de pequeños rasguños en la pared de la cabina de Natasha, suponiendo que los había hecho con el objeto de llevar la cuenta de los días.)

Hacía ya mucho tiempo que estaba deseando llevar un diario, pues tengo la esperanza de que algún día, aunque yo no viva para verlo, alguien me encontrará. Uno no puede vivir sin conservar al menos una esperanza. Algunas veces lamento ser atea. Si fuera creyente podría poner la fe en Dios, y reconfortarme pensando que todos mis sufrimientos no son nada más que una prueba del cielo.

Con esto terminaba la primera página. Pavlysh comprendió que Natasha no realizaba diariamente las entradas de su diario, aunque las páginas estuvieran apiladas en orden. A veces se sucedían varias semanas sin que efectuara anotación alguna.

Las cosas están mal hoy. Se están poniendo cada vez peor. Estoy tosiendo de nuevo. El aire es mortal aquí. Supongo que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación. Incluso al cautiverio. Sin embargo, no hay nada peor que estar solo. He aprendido a hablar en voz alta conmigo misma. Al principio me sentía torpe y turbada, como si alguien pudiera estar escuchando. Ahora incluso canto en voz alta.

Debo poner por escrito cómo llegué a esta situación, sólo para el caso, Dios no lo quiera, que alguien más se encuentre en mi situación algún día. Hoy me siento muy mal. En el camino hacia la huerta me quedé sin aliento, y casi me desplomo contra la pared, y las glupys me arrastraron de vuelta medio muerta.

(Varios días más tarde, Pavlysh encontraría la huerta de Natasha).

Estoy escribiendo ahora, porque de cualquier modo, no puedo ir a ningún lado. Los glupys no me lo permitirían. Creo que estamos esperando una ampliación de nuestra familia. Sin embargo, no sé si podré ver…

La tercera página estaba escrita por una mano más prolija y pequeña. Natasha estaba tratando de ahorrar papel.

En el caso que alguien acierte a llegar hasta aquí, esto es lo que necesita saber de mí: mi nombre es Natasha Matveevna Sidorova. Nací en el año 1923 en el pueblo de Gorodishch, Yaroslavl Oblast. Completé la escuela secundaria en el pueblo, y me preparaba para entrar a la Universidad cuando murió mi padre, y a mi madre le resultaba muy difícil trabajar sola en la granja colectiva, cuidando además del mantenimiento del hogar. Por lo tanto, tuve que comenzar a trabajar en la granja, aunque nunca perdí la esperanza de continuar mis estudios. Cuando mis hermanas Vera y Valentina fueron un poco mayores, pude realizar mi sueño y entré al Instituto de Enfermeras de Yaroslavl, graduándome en el año 1942. Fui reclutada por el ejército, y pasé los años de guerra como enfermera en varios hospitales de campaña. Al terminar la guerra regresé a Gorodishch, aceptando un puesto de enfermera en el hospital local. Me casé en 1948 y nos mudamos a Kalyazin, donde al año siguiente di a luz a una niña, Olenka. Mi esposo, Nikolay Ivanov, que trabajaba como chofer, murió en el año 1953, como resultado de un accidente. Desde entonces, Olenka y yo permanecimos solas.

Pavlysh se encontraba sentado en un rincón de la habitación, dentro de la tienda blanca, leyendo en voz alta la autobiografía de Natasha. Su caligrafía era fácil de leer; escribía prolijamente, y su letra era redondeada e inclinada hacia la derecha. Sin embargo, aquí v allá el grafito se había desmenuzado, y Pavlysh tenía que ladear la página para poder descifrar las letras. Puso a un lado la hoja ya leída y tomó la siguiente esperando la continuación de la historia.

— Quiere decir que en 1953, ella tenía treinta años de edad — comentó Sato.

— Sigue leyendo — pidió Dag.

— Aquí escribió sobre algo diferente — anunció Pavlysh—. Se los leeré en un minuto.

—¡Léelo ahora! — Dag se había enojado.

Han atrapado nuevos cautivos hoy, y los encerraron en unas jaulas del piso inferior. No pude ver cuántos eran, pero creo que trajeron varios. Un glupy cerró las puertas de sus jaulas y no me permitió entrar a verlos. Repentinamente descubrí cuánto los envidio. Sí, envidio a esos infortunados, arrancados para siempre de sus hogares, y sus familias y aprisionados por crímenes que no han cometido. Y los envidio sólo porque son varios. Quizás tres, tal vez cuatro, pero están juntos, mientras que yo estoy completamente sola. El clima aquí es siempre igual. Si no estuviera acostumbrada a trabajar, hubiera muerto hace ya mucho tiempo. ¿Cuántos años he permanecido aquí? Más de cuatro, creo. Debo verificarlo, contar los rasguños de la pared, aunque creo que ya he perdido la cuenta. Bueno, debo volver al trabajo. Un glupy me ha traído algo de hilo y cable. Parecen entender ciertas cosas. Encontré una aguja en el tercer nivel, aunque un glupy intentó sacármela. Pobre cosa, estaba aterrorizada.

—¿Y bien? — preguntó Dag.

— No voy a poder leerles todo — replicó Pavlysh—. Esperen un poco. Aquí hay algo que parece una continuación.

Luego pondré estas páginas en orden. Sigo pensando que alguien llegará a leerlas. Yo ya no voy a estar viva; mis restos estarán diseminados entre las estrellas, pero estos fragmentos de papel sobrevivirán. Ruego a quienquiera que lea esto, que por favor trate de localizar a mi pequeña hija Olenka. Quizás ahora ya sea una mujer. Díganle lo que ha sucedido con su madre. Aunque nunca podrá encontrar mi tumba, me sentiré mejor sabiendo que ella conocerá mi destino. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que me encerrarían en una terrible prisión y seguiría viviendo mientras todos me consideran muerta, hubiera perecido realmente de terror. Y sin embargo, estoy. ¡Oh, cómo deseo que Timofey no creyera que abandoné a mi pequeña hija en sus manos para correr en busca de una vida fácil! No; supongo que no lo pensaría. Lo más posible es que registrara el canal entero, y llegara luego a la conclusión de que había muerto ahogada. Aquella tarde fue tan extraordinaria que permanecerá grabada en mi memoria hasta el fin de mis días. No por la terrible calamidad que cayó sobre mí, sino todo lo contrario. Porque aquel día algo en mi vida debería haber cambiado, pero para mejorar. Por supuesto, nada resultó de esa forma.

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