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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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— No — dijo Pavlysh, apartando la página—, es demasiado personal.

—¿Qué es demasiado personal?

— Esto: lo que escribió acerca de Timofey. Algún amigo de ella. Quizás del hospital. Esperen, déjenme ver más adelante.

—¿Y quién demonios eres tú para decidir lo que debe ser leído o no? — explotó Dag—. ¡Estás tan apurado que terminarás por saltearte alguna parte importante!

— Cálmate. No me perderé nada interesante, — replicó Pavlysh—. Estos fragmentos de papel son muy viejos. Ya no podemos encontrarla y salvarla. Para el caso, es lo mismo que si estuviéramos leyendo un texto cuneiforme. La misma diferencia.

Después de la muerte de Nikolay, permanecí muy sola con Olenka. Por supuesto estaban mis hermanas, pero ellas vivían demasiado lejos, y tenían sus propios problemas y preocupaciones familiares. Tampoco estábamos muy bien de dinero. Yo trabajaba en el hospital, y fui nombrada enfermera principal en la primavera de 1956. Se suponía que Olenka comenzaría la escuela al iniciarse el siguiente término. Tuve varias proposiciones de matrimonio, incluso una de parte de uno de los médicos de nuestro hospital, un hombre realmente encantador, de edad mediana, pero lo rehusé, pues sentía que mi juventud ya había pasado definitivamente. Me sentía satisfecha sólo con que estuviéramos juntas Olenka y yo. Timofey Ivanov, el hermano de mi marido, un veterano incapacitado que trabajaba como guardabosques no muy lejos de la ciudad, me ayudaba mucho. Me aconteció esta terrible desgracia el fin de agosto de 1956; no recuerdo la fecha exacta, pero sí que sucedió durante la tarde de un sábado. La situación era como sigue:

Estábamos sumamente ocupados en el hospital, pues muchos de los empleados habían tomado sus vacaciones de verano y yo debía llenar las guardias de otras compañeras. Afortunadamente Tim, como todos los años, se había llevado a Olenka por todo el verano. Yo iba a su casa todos los sábados con el ómnibus, y si disponía también del domingo libre, podía disfrutar de un hermoso descanso de fin de semana. Su casa estaba ubicada en medio de una foresta de pinos cerca del Volga.

Pavlysh hizo una pausa.

— Bueno, ¿qué más? — lo urgió Dag.

— Un momento; estoy buscando la página que sigue.

Trataré de describir en detalle todo lo que sucedió, ya que como empleada en medicina, comprendo la importancia de un diagnóstico correcto, y para llevarlo a cabo, es imprescindible conocer todos los detalles. Si mi descripción cae en manos de un experto, tal vez lo ayude a resolver algún caso similar que pudiera presentarse.

Aquella tarde Timofey y Olenka me habían acompañado hasta el río a lavar la vajilla. El camino que conducía desde la casa hasta el Volga llega exactamente hasta el borde del agua. Timofey deseaba esperar a que yo terminara, pero temía que Olenka pudiera resfriarse, ya que era una tarde bastante fresca, por lo que pedí a Tim que la llevara de vuelta, aclarándole que no demoraría mucho más. No había oscurecido demasiado aún, y aproximadamente dos o tres minutos después de la partida de mis seres queridos, escuché un ruido similar a un zumbido sordo. Al principio no me preocupé, ya que pensé que se trataba de un bote a motor que se acercaba por el Volga. Pero entonces, repentinamente, me asaltó una extraña sensación de desastre inmediato. Observé el río, pero no pude divisar bote alguno…

Pavlysh buscó la página siguiente:

Volando en mi dirección, escasamente por sobre la altura de mi cabeza, descubrí un extraño aparato aéreo semejante a un submarino, aunque sin aletas, que parecía de plata. La nave aterrizó directamente frente a mí, cortándome el acceso al camino. Yo estaba intrigada; durante la guerra me había familiarizado con todo tipo de equipo militar, así que al principio pensé que se trataba de un nuevo modelo de ingenio aéreo realizando un aterrizaje de emergencia a causa de alguna falla de sus motores. Lo único que deseaba era huir de él y esconderme detrás del tronco de un pino, para el caso que pudiera estallar. Sin embargo, el navío desplegó unos arcos metálicos, y de ellos cayeron los glupys. Por supuesto yo no sabía en aquellos momentos qué eran realmente los glupys. A partir de aquel instante, todo se vuelve nebuloso, y probablemente me desmayé.

—¿Y luego qué? —apremió Dag, al ver que el silencio de Pavlysh se prolongaba.

— Y luego nada.

— Pero… ¿qué pasó?

— No dice nada más al respecto.

— Bueno, entonces, ¿qué es lo que dice?

Pavlysh permaneció silencioso, leyendo para sí.

Ya conozco el camino hacia el nivel inferior. Hay un pasillo que conduce hacia allí desde la huerta, y los glupys no lo custodian. Estaba muy ansiosa por ver a los recién llegados, pero todos mis vecinos eran criaturas inferiores. Así que comencé a visitar al dragón en su jaula. Al principio estaba atemorizada. Pero luego alcancé a ver con qué lo alimentaban los glupys; verduras procedentes de la huerta. Entonces comprendí que no me comería. Quizá hubiera esperado igual largo tiempo antes de comenzar a visitar al dragón, pero en una ocasión, al pasar frente a su celda, me di cuenta que estaba enfermo. Los glupys se afanaban a su alrededor, ofreciéndole comida y tomando medidas. El dragón yacía sobre su costado, respirando pesadamente. Me acerqué a los barrotes, para contemplarlo más de cerca. Después de todo, soy una enfermera, y es mi deber aliviar el sufrimiento ajeno. No podía atender a los glupys cuando enfermaban; ellos estaban hechos de metal. En cambio, sí pude arreglármelas para examinar al dragón a través de las barras. Estaba herido. Probablemente había tratado de abrirse paso a través de la jaula, y se había lacerado el costado contra los barrotes. Dios lo había dotado generosamente de músculos, pero no de cerebro. ¡Sentí una terrible sensación de desesperación! la vida es tan barata! Pensé para mis adentros: ya está acostumbrado a mí. Había llegado a la nave antes que yo, y me había visto miles de veces. Les dije a los glupys que no interfirieran con mi trabajo, y que trajeran agua caliente. Por supuesto, estaba corriendo un riesgo. Las pruebas de laboratorio estaban decididamente fuera de mi alcance, pero las heridas estaban comenzando a ulcerarse, así que las limpié y vendé lo mejor que pude. El dragón no se resistió a la cura, sino que, por el contrario, giró sobre sí mismo para facilitar mi tarea.

Aparentemente la página siguiente se había traspapelado desde el fondo de la pila; no seguía lógicamente el texto de lo precedente.

Hoy me senté a escribir, pero mis manos parecen no obedecerme. Un pájaro escapó de la jaula, así que los glupys lo persiguieron por el corredor, tratando de atraparlo con una red. Yo quise ayudar a cazarlo también, temiendo que se hiriera gravemente. Mis esfuerzos fueron en vano. El ave desembocó volando al enorme hall, y tropezó contra una de las tuberías, cayendo al suelo, muerto. Más tarde, cuando los glupys lo arrastraban hacia el museo, recogí una pluma, larga y delgada como una hoja de espolín. Sentí lástima por el ave, pero también envidia. Habiendo fracasado en su intento de abrirse camino hacia la libertad, había encontrado el coraje suficiente para morir. Un año antes, un ejemplo como ese podría haber tenido gran influencia en mí, pero ahora estoy demasiado ocupada; no puedo desperdiciar mi vida gratuitamente. Por muy irreal que parezca mi meta, existe.

De esta forma, sintiéndome tan perturbada y meditabunda, seguí a los glupys al museo. Olvidaron cerrar la puerta detrás de ellos, a pesar de lo cual no entré —no tiene ningún tipo de atmósfera— sino que espié a través del muro de cristal. Pude ver frascos, tubos y otros envases, dentro de los cuales los glupys preservan en formol, o algún fluido similar, a aquellas criaturas que no sobreviven al viaje. Igual a como se conservan los seres anormales en el Gabinete de Curiosidades de Leningrado. Comprendí que en unos pocos años más, cuando muriera, mi cadáver tampoco sería cremado ni enterrado, sino depositado en uno de los frascos de vidrio, para ser admirado por los glupys y sus amos. Estaba tan apenada que conté a Bal todo lo que pasaba; se estremeció, demostrando así que también él temía que su destino fuera el mismo. Mientras estoy sentada aquí, escribiendo estas líneas, me imagino a mí misma dentro de un frasco de vidrio, preservada en alcohol.

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