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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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Al enjuagar las copas, Natasha se inclinaba hacia adelante, y el guardabosques observaba sus piernas todavía jóvenes, fuertemente tostadas, sintiéndose incómodo consigo mismo al no poder reunir el coraje necesario para pedirle que se quedara con él permanentemente. Pensó en lo fácil que le habría resultado si Nikolay no hubiera existido nunca. Por ello, trató de apartar los ojos de Natasha, mirando más allá de ella, en dirección al lúgubre gris del agua, a la oscura pared de la foresta de la isla, y al solitario fuego de un campamento establecido en la margen opuesta; un fuego encendido no por turistas, sino por un grupo de pescadores locales.

Aquella tarde Natasha también se sentía incómoda, expectante. Cuando la mirada del guardia cayó nuevamente sobre ella, se enderezó, recogiendo un mechón de su lacio cabello rojizo bajo el pañuelo blanco con lunares rojos que cubría su cabeza. Su cabello, blanqueado por el sol del verano, se había tornado más claro que su piel tostada, que realzaba aún más el blanco de sus ojos y sus dientes.

Timofey desvió la mirada. Le pareció que Natasha lo miraba demasiado abiertamente, y se sintió más incómodo aún, porque se sentía feo, porque era un inválido, y sobre todo, porque era el hermano mayor de su marido muerto. Y además, porque deseaba que ella permaneciera allí para siempre.

Natasha se detuvo así, mirándolo. Incluso con sus ojos apartados de ella, no pudo evitar seguir viéndola. Tenía unos pechos pequeños, una cintura demasiado esbelta y largo cuello, pero sus piernas eran fuertes, y sus manos robustas; el blanco de sus ojos brillaba en el crepúsculo. Timofey enfrentó inadvertidamente su mirada, y un placentero estremecimiento corrió por sus hombros y su pecho, hasta ahogarse en su garganta, anticipando lo que podía y debería suceder ese día. No podía apartar sus ojos de ella, y cuando los labios de Natasha comenzaran a moverse, se atemorizó de las palabras que tomarían forma, y del sonido de su voz.

— Tim, vete a casa. Llévate a Olenka; está helada. Yo los seguiré pronto.

Timofey se levantó al instante, aliviado y agradecido a Natasha por haber encontrado las palabras adecuadas, afectuosas incluso dentro de su carencia de significado. Llamó a Olenka, y ambos se encaminaron a la casa; Natasha permaneció allí a terminar de enjuagar la vajilla.

Dag se ubicó más cómodamente en la gastada silla, y colocó la lista sobre la mesa, recorriendo los renglones con la uña. Al leer bizqueaba ligeramente, ya que su vista comenzaba a fallar, aunque él no lo notara, o, más probablemente, deseara sin reconocerlo ocultárselo a sí mismo.

—¿Tomaste un trasmisor-receptor de repuesto?

— Lo hice — contestó Pavlysh.

—¿Y una carpa extra?

— Aquí —señaló—. Lee esto primero… Sato, ¿te queda algo de hilo negro?

— No, se me ha acabado.

— Deberías llevar una tercera carpa — insistió Dag.

— No es necesario.

— Lleva un generador de más.

— Ya está en la lista. Número 22.

— Correcto ¿Cuántos cilindros de aire comprimido tomaste?

— Los suficientes.

—¿Leche condensada? ¿Dentífrico?

— Hombre, ¿acaso me estás preparando para una salida de camping?

— Llévate la compota. Nos arreglaremos sin ella.

— No se preocupen. Cuando la desee, me daré una vuelta por aquí para verlos.

— No va a ser tan fácil.

— Estaba bromeando — aclaró Pavlysh—. No tengo ninguna intención de hacerlo.

— Haz como quieras — dijo Dag, observando la pantalla. Los robots se arrastraban a lo largo de los cables de anclaje como pulgones sobre una brizna de césped.

—¿Te mudarás allí hoy mismo? — preguntó Dag. Estaba apurado por regresar a casa. Habían perdido ya dos días preparando el botín para su transporte de vuelta a la Tierra, y debían contar al menos con otras dos semanas para la desaceleración y maniobras.

Sato entró a la cabina de control y anunció que la chalupa estaba ya lista y cargada.

—¿De acuerdo con la lista? — preguntó Dag.

— Completamente, Pavlysh me dio una copia.

— Perfecto — aprobó Dag—. Agrega una tercera tienda.

— Ya lo hice — aclaró Sato—. Estamos algo escasos de carpas, pero no las necesitaremos.

— En tu lugar, me mudaría allí inmediatamente — aconsejó Dag.

— Estoy listo — dijo Pavlysh. Dag tenía razón. Sería mejor trasladarse de inmediato; en ese caso, si hubieran pasado algo por alto, siempre estaba a tiempo de regresar a la nave a conseguir lo que hubieran olvidado. Debería pasar varias semanas a bordo de una nave espacial abandonada, que había perdido sus medios de supervivencia al marcharse sus tripulantes en una época desconocida, y por alguna razón igualmente desconocida. Si no hubieran avistado a la nave siguiendo un curso errabundo, como una moderna versión del Holandés Errante, él mismo habría seguido vagando a través de la negra soledad del espacio hasta ser atraído a la órbita de alguna remota estrella o planeta, o hasta chocar con un meteoro que lo convirtiera en fragmentos.

El sector de la galaxia que atravesaban para regresar estaba desierto; se encontraba apartado de las rutas establecidas y los navíos raramente se aventuraban por él. Era un hallazgo único, casi increíble: una nave sin piloto, abandonada por su tripulación, pero aún intacta.

Dag calculaba que aún tomando su trofeo a remolque, tendrían suficiente combustible para alcanzar las bases más remotas. Eso, si arrojaban por la borda toda su carga, abandonando a la inmensidad del espacio casi todo lo que habían obtenido a lo largo de veintidós meses de arduo trabajo, tiempo durante el cual se habían negado a sí mismos hasta la vista de cualquier otro rostro humano que no fuera el de sus propios compañeros de tripulación.

Alguno de ellos debía abordar el trofeo, manteniendo contacto radial, a fin de controlar que la nave estuviera realmente fuera de acción. Ese alguien sería Pavlysh.

— Salgo para allí —anunció Pavlysh—. Instalaré la tienda y probaré el transmisor-receptor.

— Por el amor de Dios, ten cuidado — recomendó Dag, en un repentino despliegue de emoción—. Si algo…

— Simplemente, no la pierdan — replicó Pavlysh, echando una mirada a la cabina, para ver si había olvidado algo.

Sato maniobró diestramente la chalupa, en dirección a la escotilla de carga del navío náufrago. Se notaba claramente que alguna vez había habido allí, una lancha de salvamento; ahora ya no estaba. Sólo quedaba una especie de dispositivo mecánico asomando por uno de los lados de la compuerta. Empujando delante de sí el fardo que contenía las tiendas y los cilindros de aire, Pavlysh recorrió un amplio corredor dirigiéndose hacia una cabina adjunta al cuarto de control, decidíendo establecerse en ella. A juzgar por la forma y dimensiones del lugar, sus habitantes originales habían sido de menor talla que los humanos aunque considerablemente más macizos; en caso de haber habido muebles, hubiese sido posible reconstruir una imagen más exacta de los ocupantes de la nave. Sin embargo, quizás el cuarto no fuera una cabina, sino sólo un compartimiento para almacenaje. No habían tenido tiempo aún para inspeccionar detenidamente la nave; ése sería ahora el trabajo de Pavlysh. Era un navío enorme, y un viaje a lo largo de él prometía resultar cualquier cosa menos aburrido.

Era necesario establecer un campamento base. Sato ayudó a montar la tienda de oxígeno, instalaron una cámara estanca cerca de la puerta, y verificaron luego que la carpa se llenara con la rapidez requerida. Todo estaba en orden. Ahora Pavlysh disponía de un cuartel general donde podría despojarse del traje espacial, aunque siempre dependería de él durante sus caminatas a lo largo de la nave. Mientras Pavlysh desempacaba el resto de su equipo dentro de la cabina, Sato preparó la iluminación y probó el transmisor. Cualquiera hubiese pensado que Sato mismo planeaba permanecer allí, pero una vez terminada su tarea, se reunió con Dag en la nave principal.

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