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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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— Aún no. Una vez que hayamos aprendido más acerca de ellos. Y tú debes ayudarnos.

— Pero ¿cómo podré hacerlo?

Las dos comenzaron a sisear y chillar, tratando de persuadirme. Yo sólo sonreía. No podía decirles lo feliz que estaba. El hecho de que tuvieran éxito o no, en realidad no importaba. ¡Qué alianza: las holoturias y yo! Mi pequeña Olenka debería ver a su vieja mamá ahora, vagando a lo largo del corredor azul, más allá de las puertas cerradas y las celdas, cantando: «Venceremos, en la tierra y en el mar».

— Así fue que encontró aliados — replicó Pavlysh secamente ante las insistentes demandas de Dag de que leyera en voz alta—. Escucha Dag, puedo rastrear estas páginas diez veces más rápido si leo para mí mismo.

Antes que Dag tuviera oportunidad de agregar una palabra, Pavlysh había comenzado a leer la página siguiente.

No he escrito nada durante varios días. No tuve tiempo. No, no es que haya estado más ocupada que de costumbre; es sólo que mi mente estaba centrada en otras cosas. Incluso me he cortado el cabello; permanecí largo tiempo frente a los espejos oscuros, recortando mi pelo con un bisturí. Hubiera dado mi brazo derecho por una plancha. Aunque estoy segura que nadie me ve aquí; además, nadie, excepto yo, sabe lo que es una plancha, o siquiera qué son ropas. ¡Cuánto tiempo he pasado tratando de imaginarme qué materiales podría usar en reemplazo de géneros e hilos para poder coserme algunas ropas! Robinson Crusoe tuvo más posibilidades que yo. Cuando me detengo frente al espejo pienso que yo nunca tuve ocasión de vestirme a la moda. Si pudiera aparecer en la Tierra exactamente ahora, probablemente todo el mundo me contemplaría con asombro, pensando: ¿Qué clase de antigüedad es esa? De acuerdo a mis cálculos, en la tierra transcurre ahora el año 1960. ¿Qué tipo de ropa usarán las mujeres ahora? Supongo que dependerá del lugar donde uno se encuentre. Por supuesto, en Moscú estarán vistiéndose con los últimos gritos de la moda. Pero Kalyazin es una ciudad pequeña.

Oh, sí que estoy divagando. Pensando en trapos. Ridículo, ¿no es cierto? Especialmente a la luz del sacrificio de Bal. Mi holoturia favorita se hirió deliberadamente, de manera de poder aprender mejor mi idioma. Se cortó realmente de mala forma, y las restantes criaturas me requirieron para que las ayudara Ellas siempre me conocieron como el recurso de «primeros auxilios». Le di a Bal un buen lavado de cabeza, olvidándome del poder de retención de su memoria. Así que ahora ha memorizado todas mis palabras feas. Oh, no es que sean tan sucias:… papanatas, bobalicón, y otras similares. Ya que soy la única que puede moverse libremente por nuestra prisión, se me han encargado dos tareas: una mantener la comunicación entre las distintas celdas en que están confinadas las holoturias; la otra, efectuar reconocimientos más allá de las líneas enemigas, para conocer la ubicación de todos nuestros objetivos. Sí, recordé muy bien las lecciones de nuestros propios tiempos de guerra.

La página siguiente, escrita con gran apuro, resultaba muy corta.

Dola me ha hecho hacer ya tres viajes más allá de la mampara, hasta la cámara grande. Al regresar, le conté todo lo que había descubierto. Dola está a cargo de todo ahora. Aparentemente, las holoturias han decidido entre ellas que mi ayuda no es suficiente. Bal debe ir hasta el cuarto de control. Yo lo llevaré hasta la mampara. De allí en más, seguirá el mapa que le he dibujado. Yo lo esperaré en la mampara. Estoy preocupada por Bal. Los glupys son mucho más perspicaces que ella. Bal comenzará ahora, mientras los robots están ocupados en las otras cubiertas.

La anotación se interrumpía allí. La página siguiente parecía provenir de otra mano; la caligrafía era pequeña y austera.

Algo terrible ha sucedido. Estaba parada detrás de la mampara, esperando a Bal y contando para mis adentros. Pensaba que si ella volvía antes de que llegara a mil, todo saldría bien. Pero no regresó. Se había demorado. Las señales relampaguearon y zumbaron, como sucede generalmente cuando algo anda mal en la Nave. Los glupys pasaron rápidamente a mi lado. Traté de cerrar la puerta para mantenerlos fuera, pero uno de ellos me asestó un shock eléctrico que casi me desmaya. Mataron a Bal. Está en el museo ahora. Tuve que esconderme en mi cuarto hasta que todo se hubo calmado. Tenía miedo de que me encerraran, pero por alguna razón no me toman en serio. Alrededor de dos horas después, cuando salí al corredor para dirigirme a la huerta — era la hora de darle las vitaminas a mi dragón— encontré a los glupys detenidos junto a la puerta de la jaula de las holoturias. Tuve que pasar sin mirar en su dirección. En esos momentos aún no sabía que Bal había sido asesinada. No fue sino hasta la tarde que pude arreglármelas para cambiar unas pocas palabras con las criaturas. Dola fue la que me contó sobre la muerte de Bal. Aquella noche me sentí muy afectada; recordaba la cariñosa y hermosa criatura que había sido Bal. No estoy fingiendo. Estaba realmente apenada. Incluso pensé que ya todo estaba perdido, que ningún otro podía ingeniárselas para entrar al cuarto de control. Sin embargo, Dola me dijo hoy que no todo está perdido aún. Parece que las holoturias son capaces de comunicarse entre sí incluso fuera de la vista del otro interlocutor, y a grandes distancias, por medio de algún tipo de fenómeno ondulatorio de origen cerebral. Por eso Bal se había demorado dentro del cuarto de control: para poder trasmitir a sus camaradas la disposición completa de la cabina y sus conclusiones al respecto. Se había incluso aproximado a la Máquina misma. Sabía que ella probablemente moriría, pero sintió que debía trasmitirnos toda la información. Y la Máquina la mató. Bueno, quizás no la Máquina misma, después de todo es sólo eso, una máquina. Pero así fue cómo sucedió.

Me pregunto qué habrían pensado mis tatarabuelos del mundo que les rodeaba. Ellos eran esclavos analfabetos, que creían que la Tierra era el centro del Universo. No conocían los nombres de Giordano Bruno ni de Copérnico. Imaginen que pudieran estar aquí ahora. Sin embargo, meditándolo bien, ¿qué diferencia existía, realmente, entre ellos y yo? Aunque yo había leído en los periódicos acerca de la infinitud del Universo, eso nunca había causado efecto sobre mi vida. Yo todavía vivía en el centro del Universo… mi casa en la calle Zimmermanova, en Kalyazin. Parece que mi mundo fuera un lugar remoto, olvidado por Dios…

Dag comentó algo con Pavlysh, que sólo masculló unas pocas palabras incoherentes, como alguien que despierta de un profundo sueño.

Por primera vez en todos estos años, me despertó el frío. Parecía tener dificultades para respirar. Luego la sensación pasó, y volví a entrar en calor. Cuando me dirigí a visitar a las holoturias, me dijeron que la Nave había tenido dificultades. Pregunté si Bal tendría algo que ver con ello. No, me contestaron, pero debería apresurarme. Yo siempre había pensado que el navío duraría eternamente. Como el Sol. Dola me aclaró que ahora conocía mucho acerca del diseño de la Nave. Y sobre cómo funcionaba la Máquina. Me dijo que ellos tenían equipos mucho más complicados en su propio planeta. Sin embargo, era difícil luchar contra el Cerebro, pues, al igual que lo habían hecho conmigo, los glupys también habían tomado de sorpresa a las holoturias. Y sin mí, no podrían salir adelante. ¿Me sentía preparada para ayudarlos hasta el final? Por supuesto, les contesté.

Dola me explicó que correría graves riesgos. Si las criaturas tenían éxito al intentar cambiar el rumbo de la Nave, o al encontrar algún medio de escapar de ella, podrían alcanzar su planeta de origen. Pero no serían capaces de ayudarme a mí.

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