— Trataremos de virar la nave en dirección a nuestro planeta — le anunciaron las holoturias— pero será muy peligroso. Debemos hacer que el Cerebro de la Nave nos obedezca. En caso que no podamos hacerlo, intentaremos desactivarlo, de forma de poder usar la chalupa de salvamento. Pero no estamos seguros de poder pilotearla y dirigirla hasta donde queremos ir. Por lo tanto, es posible que todos perezcamos. Pensamos que deberías saberlo.
— Lo sé —contestó Natasha—. He sobrevivido a una guerra.
Las holoturias no perdieron el tiempo. Transformaron unas barras en armas apropiadas para inhabilitar a los glupys, de las cuales se le facilitó una a Natasha, y le dieron instrucciones de marchar a la vanguardia de las holoturias, con el fin de abrirles las puertas. Dos de ellas la siguieron. Otras dos se apresuraron escaleras arriba hacia un compartimiento similar a un puente de mando, que contenía cierto tipo de instrumental.
— Hay tres puertas — le informó una de las holoturias— pero posiblemente no haya atmósfera detrás de la última. O quizá sea diferente de la de nuestro compartimiento. No entren inmediatamente. Esperen hasta que se llene de aire respirable. ¿Está claro?
Natasha ya se había aventurado una vez, más allá de la primera puerta; recordaba el ancho pasaje y los glupys de reserva paralizados contra las paredes: Igual que criaturas muertas. Las holoturias le aseguraron que los robots descansaban y eran recargados en ese recinto.
— No te tocarán — la tranquilizó Dola.
— No estés tan seguro — replicó ella.
— Por favor, no corras ningún riesgo innecesario. Sin ti no podríamos salir nunca de aquí. Recuérdalo.
— No te preocupes. No me olvidaré.
Natasha pasó la palma de su mano frente al recuadro de la pared: la puerta se abrió al instante. Un extraño aroma se extendió por el corredor, un aroma dulzón y el olor de algo quemándose.
— Deben recargarse durante un período mayor ahora — dijo Dola, reptando detrás de ella—. Ya viste que hay menos de ellos en nuestros compartimientos.
— Sí lo noté —replicó Natasha—. No te olvidarás de llevar a las burbujas.
— Ya te dije que no.
—¡Cuidado!
Un glupy saltó desde una hendidura en la pared y cargó sobre ellos, preparándose para bloquear su paso y, quizás, obligarlos a regresar.
— Rápido — gritó Dola—. ¡Rápido! Natasha se lanzó hacia adelante, y trató de saltar sobre el glupy, que se había arrojado a sus pies. Sin embargo el robot —¿cómo pudo olvidar esto? — rebotó sobre el piso y la azotó con una descarga eléctrica. Afortunadamente fue una descarga débil; probablemente el glupy no había tenido tiempo de ser recargado completamente.
Al caer sobre sus rodillas, Natasha se vio obligada a soltar su barra. Se golpeó con fuerza, y gimió dolorida; sus piernas ya no eran las que acostumbraban ser. Y pensar que una vez había jugado volleyball en el equipo de los «Médicos» que obtuvo el segundo puesto en Yaroslavl. Claro que eso había sido hacía ya mucho tiempo… El glupy detuvo a Dola, quien también enarbolaba una barra similar a la de Natasha, sólo que mucho más corta.
—¿Qué sucede? — preguntó Dola.
— Nada — replicó Natasha, levantándose y obligándose a sí misma a olvidar el dolor—. Sigamos.
Treinta pasos los separaban de la siguiente puerta. Otro glupy comenzó a acercarse, aunque se movía muy lentamente.
— La Máquina ya recibió la alarma — informó Dola—. Los glupys están conectados con ella.
Rengueando, Natasha se apresuró hacia la puerta, pero no pudo hallar el recuadro en su esperada posición en la pared.
— No sé cómo abrirla — indicó, pero sin obtener respuesta. Al mirar a su alrededor, observó que Dola estaba inmóvil, mientras que la segunda holoturia luchaba contra tres glupys con su bastón.
—¡Rápido! — la urgió Dola nuevamente.
—¿Quizás haya otra manera de entrar? — preguntó Natasha, sintiendo congelarse sus manos—. No podemos abrir esta puerta.
— No hay otro medio — siseó Dola. La puerta seguía herméticamente cerrada.
Más glupys, flojos y lentos, salieron arrastrándose de sus nichos y se dirigieron hacia las holoturias. En ese mismo instante, la puerta se abrió tan repentinamente que Natasha apenas consiguió saltar a un lado. Desde detrás de la puerta surgió violentamente un glupy de un tipo que Natasha jamás había visto anteriormente. Era casi tan alto como ella, y a diferencia de los otros, se asemejaba más a una esfera que a una tortuga. Poseía tres brazos articulados, y zumbaba amenazadoramente, como si quisiera amedrentar a los invasores.
Imprevistamente, una enorme llamarada surgió de algún lugar desconocido, asolando el corredor, luego de rozar a Natasha con su hálito abrasador. Ocupada en frotar sus ojos, no pudo ver a Dola detener al extraño glupy con su barra, obligándolo a inmovilizarse en el lugar. Pero era demasiado tarde.
Las tortugas amontonadas al otro extremo del corredor, se habían ennegrecido, como achicharradas, y de la segunda holoturia, que había contenido a los robots en el corredor, pero no había conseguido ponerse a salvo a tiempo, sólo quedaba un pequeño montoncito de cenizas sobre el suelo del pasillo.
Natasha observó toda la escena como en un sueño; como si hubiera olvidado por completo que corría peligro de muerte. Comprendió que debía atravesar la segunda puerta; si ésta se cerraba, Bal y la otra holoturia habrían muerto en vano. La segunda puerta conducía a un enorme cuarto circular cuya forma semejaba la parte superior de una esfera. Entraron justo a tiempo. Un segundo glupy gigante comenzaba a rodar hacia la puerta. Dola consiguió alcanzarlo y desactivarlo antes que pudiera ponerse en acción.
Varias puertas, todas idénticas se presentaron frente a Natasha, que giró hacia Dola en busca de instrucciones. La criatura ya se había lanzado hacia adelante, y como una oruga aterrorizada arqueaba la espalda todo lo posible, reptando de una puerta a otra, deteniéndose un instante delante de cada una de ellas como husmeando lo que pudiera haber detrás.
— Aquí está —dijo finalmente—, busca la manera de entrar.
Natasha ya se encontraba junto a ella. Esta puerta también estaba sin cerrojo. La empujó con su mano y la mampara cedió, como si hubiera estado esperando que la tocara.
Se detuvieron delante mismo de la Máquina. Delante del Amo de la Nave. Delante del Cerebro que cursaba las órdenes para descender en los planetas extraños y secuestrar todo lo que encontraran a su paso. Delante de la Mente que mantenía el orden dentro de la Nave, que alimentaba, castigaba y vigilaba sus cautivos y su botín.
En realidad, la Máquina no era más que una pared cubierta totalmente de numerosos orificios, paneles grises y celestes, teclas y luces indicadoras. Su aspecto aturdió a Natasha, o más exactamente, la decepcionó. Durante muchos años había tratado de imaginarse al Amo de la Nave, y siempre lo había dotado de rasgos aterradores. Nunca se le había ocurrido que la Máquina carecía de una personalidad definida.
Un glupy pequeño, ubicado en un lugar elevado sobre la Máquina bajó deslizándose y rodó hacia ellos. Dola reptó hacia él y lo detuvo con su barra.
—¿Y ahora qué? —preguntó Natasha, recuperando ku aliento. Su falda, cosida con un retazo de hule que había recogido en la Nave, se había rasgado a la altura de las rodillas, manchándose de sangre; aparentemente se había herido seriamente al saltar por sobre el primer glupy.
Dola ignoró su pregunta. Se había detenido ahora frente a la Máquina, torciendo su pequeña cabeza vermiforme, y la estudiaba. Como respondiendo a la mirada de Dola, algo chasqueó, y un sonido siseante, fuerte e intermitente llenó la habitación. Natasha retrocedió, hasta que dedujo que se trataba de la voz de otra de las holoturias.
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