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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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—¿Quiere decir que en la Nave no existen registros de la ruta hacia la Tierra? — pregunté. Dijeron que lo que sucedía era que no sabían dónde buscarlos, y que lo más probable era que estuvieran archivados en la memoria de la Máquina. Entonces les expliqué mi punto de vista. Si ellos me llevaban con ellos, yo estaría conforme con acompañarlos donde fuera. Sería mejor vivir y morir entre las holoturias, en su planeta natal, que el destino que me esperaba en esta prisión. Si fracasaba al tratar de escapar de allí por lo menos me reconfortaría el pensamiento de que había ayudado a otros a hacerlo. Entonces morir sería mucho más fácil. Las criaturas estuvieron de acuerdo conmigo.

La nave se tornó más y más fría. Toqué las tuberías de la cámara pequeña: escasamente tibias. Dos glupys estaban trabajando en ellas, reparando algo.

Debo irme ahora, y no tengo idea de cuándo podré regresar a mis notas. Me gustaría escribir más, no tanto para quienquiera que sea que llegue a leer estas líneas, sino para mí misma Si me hubiesen dicho que alguien podría ser encarcelado durante varios años sin ver jamás a otro ser humano, hubiera dicho que eso significaría una muerte segura. O que el individuo perdería por completo todas sus características humanas, junto con su cordura. Sin embargo, yo no lo hice. Me he desgastado físicamente, he envejecido, pero vivo, recapacitando sobre todos los años que he vivido aquí, recuerdo que rara vez estuve desocupada. Al igual que durante mi vida en la Tierra, mi habilidad para encontrar tareas significativas, para rodearme de algo o alguien que haga la vida digna de vivirse, ha sido probablemente la responsable de mi supervivencia. Al comienzo de todo esto, me aferré a la posibilidad de retornar junto a mi pequeña Olenka, a la Tierra. Luego, cuando esta esperanza se desvaneció, surgió la circunstancia de que podía ser útil incluso aquí.

La última página aparecía en medio de un fajo de hojas en blanco que Natasha había preparado, pero que nunca alcanzó a utilizar.

¡Querido Timofey Fyodorovich!

Mis más cálidos saludos. Quiero expresarte toda mi gratitud por lo que has hecho por mí y por mi hija Olenka. ¿Cómo estás? ¿Te sientes solo? ¿Piensas en mí algunas veces? ¿Cómo estás de salud? Te echo mucho de menos. Y por favor, no pienses que tu incapacidad pudo cambiar mis sentimientos hacia ti…

Seguían dos líneas gruesamente tachadas, y el dibujo de un pino. O un abeto, pobremente dibujado.

Transcurrieron varios días. Pavlysh comía y dormía debajo de su tienda estanca, y continuaba su exploración de los interminables corredores de la Nave. Raramente usaba el transmisor, y guardaba silencio cuando Dag comenzaba a refunfuñar, pues sus camaradas sólo percibían a Natasha como un fenómeno excepcional, como una paradoja asombrosa. Para ellos constituía un descubrimiento extraordinario. No existían palabras para describir acabadamente el rango completo de sus emociones; todas ellas desafiaban cualquier identificación.

Todas las horas de vigilia de Pavlysh transcurrían junto a Natasha; caminaba sobre sus huellas, contemplaba la Nave y sus pasillos, bodegas, recovecos y hendiduras, precisamente en la misma forma en que ella los había mirado. Absorbía el ambiente de la prisión, que probablemente no hubiera sido diseñada con esa función, función que había introducido en la vida de la enfermera de Kalyazin una sensación de fatalismo que ella misma reconocía, pero que en su fuero íntimo no podía aceptar.

Ahora, conociendo cada palabra de las notas de Natasha, habiendo descifrado la secuencia de sus movimientos a través de la Nave, habiendo comprendido su significado, y habiendo explorado áreas a las que Natasha no sólo no tenía acceso, sino que ni siquiera sospechaba su existencia, Pavlysh podía tratar de deducir la sucesión de los acontecimientos finales.

Fragmentos de cables; un robot-glupy volcado, una mancha oscura en una pared blanca; la devastación definitiva del cuarto de control; las huellas dejadas en la computadora…, todas esas piezas encajaban perfectamente para formar una imagen de los últimos días de la Nave, acontecimientos en los cuales Natasha había desempeñado su propio papel preponderante.

Natasha se había apresurado a finalizar la última página. Ahora se lamentaba de haber registrado en su diario tan pocos de los momentos vividos durante las últimas semanas. Nunca le había gustado escribir. Incluso sus hermanas le habían recriminado ser una corresponsal tan poco asidua. Sólo ahora lo comprendía; en caso de lograr huir con las holoturias, la nave podía ser descubierta por seres inteligentes, que quizás enviaran sus notas a la Tierra. Y allí la maldecirían por no haber descrito en detalle su propia vida a bordo, así como la de las holoturias, y tantas otras criaturas con las que había tenido contacto. Algunas habían ya desaparecido, otras terminaron sus días en el museo, y el resto fue condenado a muerte. Las holoturias, incluso más avanzadas que Natasha en sus conocimientos técnicos, sabían una cosa: que la razón por la cual el navío había permanecido vagabundeando por el espacio durante tanto tiempo, incapaz de regresar a su mundo de origen, era que algo vital se había destruido en él. Si la condición persistía, la Nave continuaría su errante camino a través del Universo, desintegrándose lentamente como un moribundo.

Los últimos días habían sido frenéticos para Natasha. Tenía tantas cosas para hacer, que, aun que no siempre conociera su significado, comprendía que eran importantes y necesarias para algún propósito que las holoturias conocerían. Carecía de sentido preguntárselo.

En todos aquellos años, Natasha había aprendido que no podía escudriñar en las mentes ni aun de los habitantes menos racionales de la Nave, para no mencionar siquiera a las holoturias. A pesar de las horas que había pasado cuidando al dragón, y viviendo a su lado, no había podido saber absolutamente nada de él. Ni acerca de las burbujas, que vivían en aquel cubo de vidrio. Había aproximadamente dos docenas de ellas. Al ver a Natasha cambiaron rápidamente de color, y rodaban por el fondo del cubo como grandes bolitas, formando figuras y círculos, como si trataran de comunicarse con ella. Natasha había hablado a las holoturias de las burbujas, pero ellas las olvidaron inmediatamente, o no tuvieron tiempo para verlas. Cuando se hizo obvio para Natasha que el viaje tocaba a su fin, tejió una bolsa con cables, de manera de poder llevarse a las burbujas con ella.

Incluso ahora, en el momento de escribir sus últimas líneas y empacar sus pertenencias, debía interrumpir su trabajo para correr a franquear tres puertas-trampa que las holoturias habían marcado en el mapa para ella. Las escotillas estaban demasiado altas para que las criaturas pudieran alcanzarlas.

Natasha descubrió que planeaban escapar en la misma lancha auxiliar que había sido utilizada para raptarla a ella. Pero antes deberían inutilizar al Cerebro de la Nave; de lo contrario, no podían alcanzar la chalupa, y la Máquina no la liberaría de la nave. La ayuda de Natasha también era necesaria allí.

Había pasado ya dos noches sin dormir. No sólo a causa de su excitación, sino también por las llamadas de las holoturias, que jamás dormían; no podían entender las razones por las que ella se ausentaba periódicamente para acostarse. Tan pronto como se relajaba, comenzaba a experimentar una sensación de estremecimiento en su mente: las holoturias la estaban llamando.

En el momento de empezar a empacar su diario, Natasha se preguntó si debería dejarlo allí. Quizás estaría más seguro con ella. ¿Quién puede predecir lo que sucedería durante un viaje? Por supuesto, si sobrevivía, ella podría contar su propia historia. Mejor sería dejarlo, o no subsistiría en la Nave ningún rastro de su paso por ella. Una nueva sacudida en su cerebro. Debía apresurarse. Repentinamente se le ocurrió que jamás volvería por allí. El lento y monótono «tempo» de su vida se había acelerado abruptamente. Ahora, podía terminar en cualquier momento.

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