—Oh, no se preocupe.
Ruthanne colocó de un tirón su carrito frente al de Joanna, para que la gente pudiera circular junto a ellas.
—Tenía la intención —prosiguió Joanna—. Pero hay tanto que hacer en la casa. Usted sabe.
—No se preocupe —repitió Ruthanne—. Yo estuve muy atareada también. Ya casi he terminado mi libro. Me falta sólo una ilustración principal y unas pocas chicas.
—felicitaciones.
—Gracias. Y usted, ¿en qué ha andado? ¿Ha tomado algunas fotos interesantes?
—Oh, no. Ya no me dedico mucho a la fotografía.
—¿No?
—No. No estaba particularmente dotada, y me hacía perder un tiempo precioso, al que en realidad puedo dar mejor empleo.
Ruthanne la miró.
—La llamaré pronto, en cuanto consiga poner al día las cosas —dijo Joanna, sonriendo.
—¿A qué se ha dedicado, entonces, fuera del trabajo de la casa? —preguntó Ruthanne.
—A nada más, realmente. Los quehaceres domésticos me bastan. Antes me creía obligada a tener otros intereses, pero ahora estoy más conforme conmigo misma. Soy más feliz, además, y mi familia también. Eso es lo que cuenta, ¿no?
—Sí, supongo que sí —dijo Ruthanne.
Bajó la vista a los dos carritos: el suyo, lleno con un montón de cosas; el de Joanna, prolijamente arreglado. Apartó de un tirón el suyo, para dar paso a Joanna.
—Tal vez podamos combinar ese almuerzo —dijo, mirándola—. Ahora que voy a terminar el libro.
—Tal vez podamos —dijo Joanna—. Ha sido un gusto verla.
—Lo mismo digo.
Joanna echó a andar, sonriente… y se detuvo, tomó una lata de un estante, la examinó y la colocó en su carrito. Se alejó por el pasillo del supermercado.
Ruthanne se quedó observándola; se volvió y siguió en dirección opuesta.
No conseguía aplicarse al trabajo. Iba y venía por el cuarto, que le resultaba estrecho; miraba por la ventana a Chickie y a Sara, jugando con las chicas Cohane; repasaba la pila de dibujos terminados, y no los encontraba tan hábiles y divertidos como había pensado.
Cuando por fin empezó a ocuparse de Penny, al volante de la Bertha P. Moran, eran prácticamente las cinco.
Bajó al escritorio.
Royal estaba sentado, leyendo Hombres en grupos, apoyados sobre un cojín los pies en calcetines azules. Alzó los ojos y le preguntó:
—¿Listo?
Se había arreglado la montura de las gafas con cinta adhesiva.
—No, caray, en este momento arrancaba —dijo Ruthanne.
—¿Qué te pasó?
—Yo qué sé. Algo me tenía sobre ascuas. Oye, ¿me harías un favor? Ahora que las cosas andan quiero seguir adelante.
—¿La comida?
Ruthanne asintió con la cabeza.
—¿Querrías llevarlas a la pizzería o a McDonald?
Royal tomó su pipa de encima de la mesa, y dijo:
—Bueno.
—Quiero acabar con esto. Si no acabo, no voy a disfrutar del próximo fin de semana.
Él apoyó el libro abierto sobre sus muslos, y tomó de la mesa el chisme de limpiar la pipa.
Ruthanne, que ya se volvía para irse, lo miró aún por encima del hombro:
—¿Estás seguro de que no te molesta?
Royal revolvió el chisme hacia delante y hacia atrás en la cazoleta de la pipa.
—Seguro. Sigue con tus cosas —dijo. Alzó los ojos hacia ella y sonrió—: No me molesta.
FIN
Título original: THE STEPFORD WIVES
Traducción de María A. Oyuela de Grant
Portada de VICTOR VIANO
Primera edición: Mayo, 1984
© 1972, by Ira Levin
© Emecé Editores, S. A. Buenos Aires, 1973
© 1978, Plaza & Janés, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21-33
Esplugues de Llobregat (Barcelona)
Printed in Spain — Impreso en España
ISBN: 84-01-49049-9 — Depósito Legal: B. 15.858 -1984
GRÁFICAS GUADA. S. A. — Virgen de Guadalupe, 33 Esplugues de Llobregat (Barcelona)
Step: paso. (N. de la T.)
«National Organization for Women»
Diz puede ser apócope de dizzy, adjetivo que en su acepción más usual significa vertiginoso, y se aplica tanto a lo que causa vértigo como a quien ocasionalmente lo padece. (N. de la T.)