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Ira Levin: Las poseídas de Stepford

Здесь есть возможность читать онлайн «Ira Levin: Las poseídas de Stepford» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1995, ISBN: 84-01-46871-X, издательство: Plaza y Janés, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Ira Levin Las poseídas de Stepford

Las poseídas de Stepford: краткое содержание, описание и аннотация

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En la apacible y bucólica ciudad de Stepford las mujeres están poseídas por algo extraño, dificil de precisar, pero que en todo caso las induce a guardar una conducta sorprendentemente ejemplar. Por su parte, los maridos también observan un comportamiento intachable. Nadie se explica los motivos de unas vidas tan modélicas. Johanna, recién llegada a Stepford con su marido y sus hijos, decide investigar el enigma, sin imaginar que se verá atrapada en una pesadilla escalofriante… Las Poseídas de Stepford es una novela tan original como sobrecogedora, un nuevo hito en la producción del autor de la célebre La Semilla del Diablo.

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Abajo, un abanico de luz se desplegó sobre la nieve.

Walter estaba en el escritorio.

Joanna se irguió, inmóvil, y escuchó. Un ruidito dentado venía de atrás, desde el teléfono de la mesa de noche. Una y otra vez: largo-corto-largo.

Estaba marcando un número en el teléfono del escritorio.

Llamando a Dale Coba para informarle que ella estaba allí.

Procedan de acuerdo con instrucciones. Todos los sistemas en marcha.

De puntillas, despacio, se dirigió a la puerta, escuchó, hizo girar la llave, y la entornó apenas, manteniendo una mano contra la cara interior. El rifle del «Star Trek» de Pete estaba tirado a la entrada de su cuarto. La voz de Walter sonó débilmente.

Joanna se encaminó de puntillas a la escalera, y empezó a bajar despacio y en silencio, pegada a la pared, mirando a través de los barrotes del pasamanos, hacia el rincón donde se abría el arco del escritorio.

…no creo que pueda conducirla yo mismo…

Tienes razón de sobra, abogado, no puedes.

Pero la silla junto a la puerta de entrada estaba vacía; su abrigo y su bolso (con las llaves del auto y la billetera) habían desaparecido. De cualquier modo, era mejor esto que salir por la ventana.

Siguió bajando hasta el hall. Walter acabó de hablar y se quedó en silencio. ¿Le convendría buscar su bolso?

Pero lo oyó moverse en el escritorio: corrió, agachada, al living y se pegó a la pared.

Los pasos de Walter entraron en el hall, se acercaron a la puerta del frente, se detuvieron.

Ella contuvo el aliento.

Una cadena de silbidos breves —su musiquilla habitual de vamos-a-ver, cuando acometía planes de importancia: colocar las contraventanas de tormenta, armar un triciclo… (¿matar una esposa? ¿O Coba, el cazador, prestaba ese servicio?). Cerró los ojos y procuró no pensar, temerosa de que sus pensamientos alertaran de algún modo a Walter.

Los pasos subieron la escalera, lentamente. Abrió los ojos y soltó el aliento poco a poco, aguardando, mientras los pasos se alejaban escalera arriba. Después, cruzó el living, de prisa y sigilosamente, sorteando los sillones y la mesa de la lámpara; quitó la llave de la puerta que daba al parque y la abrió: descorrió el pestillo de la contrapuerta de tormenta, y la empujó contra un zócalo de nieve acumulada.

Se escabulló fuera y echó a correr sobre la nieve; corrió y corrió, con el corazón palpitante, corrió hacia la sombra de árboles oscuros, sobre la nieve surcada por huellas de patines, marcada por las botas de Pete y Kim. Corrió, corrió y se aferró a un tronco; giró alrededor para tomar impulso y siguió corriendo tropezando; agarrándose a tientas de un tronco, a través de árboles y árboles oscuros. Corrió, tropezó y se aferró a los troncos manteniéndose siempre en el centro del largó cinturón de árboles que separaba las casas de Fairview Lane de las casas de Harvest.

Tenía que llegar a casa de Ruthanne. Ella le prestaría dinero y un abrigo, le permitiría llamar un taxi de Eastbridge, o tal vez a alguien de la ciudad —Shep, Doris, Andreas—, alguien que tuviera coche y quisiera ir a buscarla.

Pete y Kim debían estar perfectamente; necesitaba creerlo. Estarían bien, hasta que ella llegara a la ciudad y hablara con la gente, hablara con un abogado; y consiguiera sacárselos a Walter. Probablemente iban a estar cuidados a las mil maravillas por Bobbie o Carol, o Mary Ann Stavros…, mejor dicho, por las cosas llamadas con esos nombres.

Y había que poner sobre aviso a Ruthanne; quizá pudieran irse juntas, aunque ella todavía tenía tiempo.

Llegó al final del cinturón de árboles, se cercioró de que no se acercaban coches, y atravesó a la carrera Winter Hill Drive. Una hilera de abetos almohadillados de nieve bordeaba el camino por ese lado: echó a andar apresuradamente a lo largo de ella, detrás de los árboles, con los brazos cruzados sobre el pecho, y las manos, mal protegidas por los guantes finos, bajo las axilas.

Gwendolyn Lane, donde vivía Ruthanne, quedaba en alguna parte cerca de Short Ridge Hill, más allá de la casa de Bobbie; llegar hasta allí le llevaría casi una hora. Probablemente más, con toda la nieve que había en el suelo, y en la oscuridad de la noche. Y no se atrevía a hacer una seña a cualquier auto que pasara, porque podía ser Walter, y ella no lo sabría hasta que fuera demasiado tarde.

No sólo Walter, advirtió de pronto. Todos debían haber salido en su persecución, y seguramente estarían controlando las carreteras con linternas y faros. ¿Cómo iban a permitir que se les escapara y luego contara el cuento? Cualquier hombre era una amenaza; cualquier auto, un peligro. Tendría que comprobar que el marido de Ruthanne no estaba ahí, antes de tocar el timbre: mirar por las ventanas, y asegurarse.

Oh, Dios, ¿podría escapar? Ninguna de las otras había podido. Pero tal vez ninguna lo hubiera intentado. No lo había intentado Bobbie, ni Charmaine. Tal vez ella era la primera en descubrir las cosas a tiempo. Si todavía era tiempo…

Dejó Winter Hill, y siguió andando apresuradamente por Talcott Lane.

Delante brillaron faros, y un coche dobló desde un camino lateral, y avanzó por la mano opuesta. Joanna se acurrucó junto a otro auto estacionado, se congeló; una ola de luz pasó por debajo de ella, y el coche siguió de largo. Permaneció quieta, mirando: andaba lentamente y —no cabía duda— el rayo de una linterna se proyectaba desde su interior, y recorría con una viva claridad tambaleante los frentes de las casas y los canteros de nieve.

Se alejó de prisa, camino abajo, junto a las casas silenciosas con ventanas iluminadas de Navidad y puertas guarnecidas de luces navideñas. Al final de Talcott, se extendía la carretera de Old Norwood, y desde allí tomaría por Chimmey o por Hunnicut.

Cerca, ladraba un perro; ladró furiosamente; pero el ladrido se fue apagando a su espalda, a medida que aceleraba el paso hacia delante.

Una rama caída apoyaba su brazo negro sobre la nieve pisoteada; le plantó la bota encima, la partió por la mitad y siguió caminando rápidamente, con media rama húmeda y fría apretada en la mano, a través del guante fino.

Una linterna fulguró en Pine Tree Lane. Joanna echó a correr en medio de dos casas; corrió sobre nieve hacia la cúpula de nieve de un arbusto; se acurrucó detrás, jadeante, y apretó más la rama en la mano dolorida de frío.

Se asomó a mirar… los fondos de las casas con sus ventanas encendidas. Desde el tejado de una, un reguero de chispas rojas subió y danzó en el aire, para morir entre las estrellas.

El haz de la linterna se acercaba, oscilando entre las dos casas, y ella volvió a encogerse detrás del arbusto. Se friccionó una rodilla cubierta por la media, y abrigó la otra con el hueco del codo.

Una pálida claridad osciló hacia ella, por encima de la nieve, y puntos de luz se deslizaron por encima de su falda y de su mano enguantada.

Aguardó, aguardó más tiempo y se asomó.

Una oscura silueta de hombre se alejaba en medio de las casas, por una franja de nieve iluminada.

Aguardó a que el hombre hubiera desaparecido, y se encaminó de prisa a la calle próxima. ¿Hickory Lane? ¿Switzer? No estaba segura, pero las dos conducían a Short Ridge Road.

Tenía los pies entumecidos a pesar del forro de piel de las botas.

Una luz brilló, cegadora, y Joanna se volvió y hecho a correr. Una luz, enfrente, se balanceó hacia ella, y la eludió corriendo a una calle lateral, corrió cuesta arriba por una calzada despejada; pasó al costado de un garaje, y siguió corriendo cuesta abajo, por una larga pendiente de nieve. Resbaló y cayó; se arrastró gateando hasta ponerse de pie, sin soltar la rama —las luces se bamboleaban hacia ella— y corrió sobre la nieve llana. Una luz se abalanzó hacia ella. Se volvió: no había más que una llanura de nieve, sin ningún escondrijo; y se volvió de nuevo, y permaneció inmóvil en el mismo lugar, jadeando. « ¡Váyanse! », gritó a las luces que la acorralaban, oscilantes, dos a un lado, una al otro lado. Esgrimió la rama: « ¡Váyanse! »

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