Ira Levin - Las poseídas de Stepford

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Las poseídas de Stepford: краткое содержание, описание и аннотация

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En la apacible y bucólica ciudad de Stepford las mujeres están poseídas por algo extraño, dificil de precisar, pero que en todo caso las induce a guardar una conducta sorprendentemente ejemplar. Por su parte, los maridos también observan un comportamiento intachable. Nadie se explica los motivos de unas vidas tan modélicas. Johanna, recién llegada a Stepford con su marido y sus hijos, decide investigar el enigma, sin imaginar que se verá atrapada en una pesadilla escalofriante… Las Poseídas de Stepford es una novela tan original como sobrecogedora, un nuevo hito en la producción del autor de la célebre La Semilla del Diablo.

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Salteó dos volúmenes más, y empezó a volver juntas las hojas de cada número, para buscar sólo las «Notas sobre nuevos residentes» en su correspondiente recuadro de la página dos.

…Mr. Ferretti es ingeniero industrial, y trabaja en el laboratorio de desarrollo de sistemas de la «Compañía CompuTech».

…Mr. Summer, que detenta numerosas patentes de tinturas y plásticos, se ha incorporado recientemente a la compañía americana de productos químicos «Willis», donde realiza investigaciones sobre polímeros vinílicos.

«Notas sobre Nuevos Residentes», «Notas sobre Nuevos Residentes»: a toda prisa, deteniéndose sólo cuando encontraba alguno de los nombres, saltando al final del artículo, diciéndose una y otra vez que tenía razón, que tenía razón.

…Mr. Duwicki, a quien sus amigos llaman Wick, está en el departamento de microcircuitaje de la «Compañía Instatron».

…Mr. Weiner trabaja en el departamento de grabación sonora de la «Compañía Instatron».

…Mr. Margolies trabaja para «Reed & Saunders», los fabricantes de dispositivos estabilizadores, cuya nueva planta de la Ruta Nueve entrará en actividad la semana próxima.

Volvió algunos volúmenes a su lugar, sacó otros y los dejó caer pesadamente sobre la mesa.

Mr, Roddenberry es codirector del laboratorio de desarrollo de sistemas de la «Compañía CompuTech».

…Mr. Sundersen diseña prótesis ópticas para el «Instituto Óptico Ulitz».

Y por último lo encontró. Leyó el artículo completo.

Nuevos vecinos de Anvil Road son Mr. Dale Coba, con sus hijos Dale Jr. y Darren, de cuatro y seis años, respectivamente. La familia ha llegado de Anaheim, California, donde residió durante seis años. «Hasta ahora nos gusta esta región del paísdice Mrs. Coba —. No sé lo que sentiremos todos cuando llegue el invierno. No estamos acostumbrados al frío.»

Ambos esposos cursaron sus estudios en la U.C.L.A. y Mr. Coba hizo la práctica de posgraduado en el Instituto de Tecnología de California. En los seis últimos años trabajó en «audioanimatronica», en Disneylandia, ayudando a crear las figuras móviles y parlantes de los presidentes, sobre los cuales publicó un extenso artículo el Boletín Geográfico Nacional, en su número de agosto. Sus hobbies son la caza y el piano. Mrs. Coba, licenciada en lenguas, dedica sus horas libres a traducir la novela clásica noruega Las hijas del comandante.

El trabajo de Mr. Coba en nuestro medio probablemente será menos espectacular que en Disneylandia: se ha incorporado al departamento de investigación y desarrollo de la Microtécnica Burnham-Massey.

Se echó a reír como una boba.

¡Investigación y desarrollo! ¡Y probablemente menos espectacular!

Siguió riendo y riendo.

No podía parar.

No quería.

Seguía riendo como una boba, cuando se levantó de su asiento y miró una vez más esas «Notas sobre Nuevos Residentes», destacadas en recuadro. ¡probablemente será menos espectacularl ¡Dios del cielo!

Cerró el gran volumen oscuro, sin dejar de reír, lo recogió con otro que había al lado, y los mandó de un manotazo a su lugar en el último anaquel.

—¿Mrs. Eberhart? —era Miss Austrian, desde arriba—. Son las seis menos cinco. Vamos a cerrar.

— ¡Y… deje de reír, por amor de Dios!

—¡Ya acabé! —gritó—. Los estoy guardando.

—Asegúrese de que vuelve a colocarlos en el orden correcto.

—¡Bueno!

—Y apague las luces.

—¡Sí!

Guardó todos los volúmenes en el orden correcto, o casi.

—¡Santo Dios! —dijo, riéndose—. Probablemente.

Tomó su abrigo y su bolso, apagó las luces y subió, riendo, la escalera, en dirección a Miss Austrian, que se había asomado a mirarla. ¡Era explicable!

—¿Encontró lo que buscaba? —preguntó Miss Austrian.

—Sí, muchas gracias. Usted es una fuente de sabiduría, lo mismo que su biblioteca. Gracias. Buenas noches.

—Buenas noches —dijo Miss Austrian.

Cruzó a la farmacia, porque bien sabía Dios que necesitaba un tranquilizante. Iba a cerrar también; oscurecida a medias y vacía, salvo los Cornell. Entregó la receta a Mr. Cornell, que la leyó y dijo:

—Sí, puede tener esto en seguida. —Y pasó al interior.

Ella miró los peines de un escaparate, sonriendo. Un retintín de vidrios, a su espalda, la hizo volverse con un respingo.

Mrs. Cornell estaba parada frente a la pared, detrás del mostrador, fuera de la parte iluminada del local. Limpiaba algo con un trapo, limpiaba el anaquel de la pared, y colocaba encima, repitiendo el retintín de vidrios, lo que había limpiado. Era alta y rubia, larga de piernas y holgada de busto, bonita como…, digamos, como una muchacha de Ike Mazzard. Tomaba un objeto del anaquel, lo limpiaba, y limpiaba el anaquel, y ponía el objeto, y se repetía el retintín de vidrios; tomaba otro objeto, y…

— ¡Eh, hola! —dijo Joanna.

Ella volvió la cabeza y le sonrió.

—Hola, Mrs. Eberhart, ¿cómo está usted?

—Bien. Feliz y contenta. ¿Y usted?

—Muy bien, gracias —dijo Mrs. Cornell.

Limpió el objeto que tenía en la mano, limpió el anaquel, y puso el objeto encima, y se repitió el retintín de vidrios; y tomó otro objeto, lo limpió, y…

—Qué bien hace eso —observó Joanna.

—No es más que quitar el polvo —dijo Mrs. Cornell, limpiando el anaquel.

Una máquina de escribir tec-tec-tec-tecleó adentro.

—¿Conoce la oración de Gettysburg? —preguntó Joanna.

—Temo que no —dijo Mrs. Cornell, limpiando algo.

—Oh, vamos. Todo el mundo la conoce. «Ochenta y siete años atrás…»

—Sé esa parte, pero no lo que sigue. —Mrs. Cornell puso el objeto limpiado sobre el anaquel, repitiendo el retintín de vidrios, y tomó otro y lo limpió.

—Comprendo, es prescindible —dijo Joanna—. ¿Sabe «Estos cerditos fueron al mercado»?

—Por supuesto —dijo Mrs. Cornell, limpiando el anaquel.

—¿A cuenta? —preguntó en este punto Mr. Cornell.

Joanna se volvió.

El farmacéutico le tendió un frasquito tapado con una cápsula blanca.

—Sí —contestó, recibiendo el frasquito. Y añadió—: ¿Puede darme un poco de agua? Querría tomar uno ahora.

Él asintió con la cabeza y volvió adentro.

Parada ahí, con el frasquito en la mano, empezó a temblar. Hubo un retintín de vidrios a su espalda. Desprendió la cápsula y pellizcó la mota de algodón. Debajo había unas pastillas blancas; hizo caer una en la palma de la otra mano, temblando todavía, hundió el algodón en el frasquito y apretó la cápsula. Hubo un retintín de vidrios a su espalda.

Mr. Cornell le llevó el agua en un vaso de papel.

—Gracias. —Se puso la pastilla sobre la lengua, bebió y tragó.

Mr. Cornell estaba escribiendo en un bloc. Su cráneo era una cosa pelada y blancuzca como un bicho de humedad —una babosa— con unos pocos pelos castaños pegoteados transversalmente. Joanna bebió el resto del agua, dejó el vaso y metió el frasco en el bolso. Hubo un retintín de vidrios a su espalda.

Mr. Cornell volvió el bloc hacia ella y le ofreció su bolígrafo, sonriendo. Era feo: de ojos chicos y mentón sumido.

Joanna tomó el bolígrafo y dijo, mientras firmaba el bloc:

—Tiene usted una esposa encantadora: bonita, servicial, sumisa a la voluntad de su amo y señor. Es un hombre de suerte.

Le tendió el bolígrafo, y Mr. Cornell lo tomó; su cara estaba sonrosada. Bajó los ojos Y dijo:

—Ya lo sé.

—En este pueblo abundan los hombres de suerte —añadió Joanna—. Buenas noches.

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