James BeauSeigneur - Los actos de Dios

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Tras las catástrofes que diezmaron a la población mundial, esta se encuentra dividida entre los seguidores del nuevo Mesías y los fundamentalistas que parecen no entender que la humanidad se encuentra en un nuevo paso evolutivo. Pero todo lo que hasta ese momento se ha desvelado como cierto es en realidad una profunda decepción que impulsará inexorablemente a la comunidad internacional a enfrentarse al mayor reto de la historia: el Apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, una batalla que todavía no ha sido escrita…

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Robert Milner sacudió la cabeza incrédulo y trató de mantener el equilibrio. No entendía cómo podía haber tantos que se asustaran tan rápidamente. Eran ilusos, resultado de haber nacido en la era antigua. Se preguntó si mil años serían suficientes para que la Humanidad se purgara al completo de las viejas supersticiones y miedos.

* * *

Por encima del espectáculo de pánico en que se había convertido el campamento, Chaim Levin, el sumo sacerdote, miró hacia abajo desde la cumbre del monte Seir y levantó los brazos hacia el cielo oscurecido. Entonces gritó:

– He aquí la salvación de nuestro Señor y Mesías. ¡Bendito el que viene en nombre del señor!

Muy en lo alto, al este, la distancia infinita del Universo reverberó y al instante empezó a rasgarse. Unos segundos después, apareció lo imposible: un corte en el espacio, un jirón en el lienzo mismo del cielo, como si se abriera una fisura entre diferentes dimensiones. La brecha era algo más que una ilusión, porque mientras se ensanchaba, convirtiendo al cielo en una suerte de paisaje de papel enrollable, incluso las estrellas se retiraron y desaparecieron.

Desde el interior o detrás del jirón apareció en la lejanía una luz muy brillante que proyectó sobre la Tierra una imagen cruciforme, como para despejar cualquier duda sobre el significado del acontecimiento.

El pánico del que era presa el campamento se transformó en un frenesí desatado, al tiempo que la luz se hacía tan intensa que el sol, de haber estado visible, habría parecido una estrella más en el cosmos.

Entonces emergió de la rutilante luz una forma humana, que parecía vestida con la propia luz que la rodeaba y que iba a lomos de una enorme bestia blanca, que podía haber sido un caballo. En este instante, brotó un prolongado toque de trompetas, y detrás de la primera figura se reunió un gran séquito, con atuendo y montura similares.

Muchas de las personas del campamento se quedaron paralizadas. Otras corrieron tontamente buscando refugiarse en la tienda más cercana. Robert Milner recobró el equilibrio y permaneció firme. Sabía que aquel momento iba a llegar y él, por lo menos, se negaba a asustarse.

Llegó entonces hasta los que estaban en el campamento y hasta los que estaban de camino y no habían llegado todavía a Petra, un grito que atravesó el temor que les llenaba el alma y les dio esperanza.

– ¡Manteneos firmes! -ordenó Christopher en la lengua universal, hablando directamente a las mentes de cuantos le seguían-. ¡Manteneos firmes! -bramó-. ¡Manteneos firmes y sed testigos de la destrucción de nuestro enemigo!

Del este del Éufrates a Petra, de Petra al Jordán, se elevó una aclamación espontánea que llenó el campamento y se extendió, a este y oeste, a lo largo de toda la procesión. Las palabras de Christopher llenaron a Robert Milner de tanta emoción y expectación que descubrió que le costaba respirar.

Portado por los seres espirituales que le habían devuelto sano y salvo al suelo cuando tres años y medio antes había saltado desde el pináculo del Templo, Christopher se elevó desde la Tierra para ir al encuentro de su contendiente. Al hacerlo, la otra figura descendió, acercándose lo suficiente al suelo como para que los que estaban más cerca pudiesen distinguir que iba ataviado con una túnica blanca que parecía haber sido remojada en sangre. Milner saboreaba cada instante de aquella confrontación final. Recordaría ese momento siempre.

Aunque todavía a unos cien metros de distancia, Christopher comenzó a dirigirse a su enemigo. Como anteriormente, habló en la lengua universal, a fin de que todos sus seguidores pudieran escuchar y comprender.

– Yeshua -llamó-, sígueme.

El otro no contestó.

– No hay necesidad de que nos enfrentemos. Yo lucho contra el Padre. Únete a mí.

Los que seguían a Christopher se esforzaban por comprender la escena de la que estaban siendo testigos. ¿Podía ser que aquel encuentro culminase en una alianza de Jesús y Christopher contra Yahvé?

Y ¿por qué no?

¿Acaso no eran el mismo este Jesús y Christopher? Resultara en lo que resultara el encuentro, parecía de por sí bastante esperanzador que Christopher no diera muestras de temer al hombre.

– ¡Únete a mí! ¡Únete a nosotros! -gritó Christopher.

Jesús siguió sin contestar.

– Lástima -dijo Christopher finalmente-, pero bueno, merecía la pena intentarlo. -Suspendido sobre su ansioso público, Christopher se volvió y agitó el brazo derecho sobre la masa de gente. -Bueno -dijo mirando de nuevo a Jesús-, ¿qué te parece mi pequeña agrupación? Tendría que haber sido muchas veces mayor, pero la última serie de plagas estropeó bastante las cosas. Aun así, es un buen número, ¿no te parece? -Christopher soltó una risa forzada-. Y han venido para verte. Se han agrupado aquí para desafiarte , es decir, ¡para tomar lo que es inherentemente suyo: su libertad, su herencia, su destino!

Los seguidores de Christopher empezaron a sentirse como estúpidos por haber dudado de él alguna vez. Era evidente que estaba intercediendo por ellos, defendiéndoles ante el representante de Yahvé. Después de todo, ¿no era ésa la razón de que estuvieran allí?

Un alarido de entusiasmo y aprobación se elevó desde los de abajo. Robert Milner no cabía en sí de gozo. Ya casi podía paladear el dulce sabor de la victoria.

– Maldecidle -le pidió Christopher a sus seguidores-. ¡Gritad para que se oigan en todo el Universo vuestras maldiciones!

Las masas respondieron al unísono, y explotaron con blasfemias, burlas e insultos, que competían por ser oídos sobre los demás. La muchedumbre sacudía los puños y hacía gestos obscenos. Todos le habían maldecido un millar de veces más, al tiempo que habían negado que existiera, incluso. Pero ahora, con el objeto de su odio allí presentes, y sabedores de que iba a oír todas sus denuncias e imprecaciones, sabedores de que eran ellos quienes precipitarían su derrota, les envolvió en un estado de oscuro contento que pocos de ellos habían experimentado jamás. Era un sentimiento de poder, de triunfo, de venganza y de júbilo desbocado. Los insultos de sus camaradas y el inquebrantable desdén de Christopher hacia quien tantos habían llamado «Dios» les imbuía con una sensación de pertenencia a la familia de la Humanidad, de dominio sobre quienquiera que se interpusiera en su camino.

Christopher comprendió con exactitud lo que estaban pensando y sintiendo. Era su momento.

– Más de sesenta millones -dijo volviéndose hacia Jesús-, venidos aquí por voluntad propia. Y hay cientos de millones más en todo el planeta. Todos me han seguido voluntariamente. -Hizo una larga pausa mientras crecía la emoción entre sus seguidores, y entonces continuó casi con un susurro-: Aquellos por los que entregaste tu vida. Aquellos a los que querías desposar. ¡Todos, por voluntad propia, se han convertido en mis putas!

Los millones que le escuchaban callaron de pronto paralizados. ¿Qué había dicho? ¿Sus «putas»? ¿Era eso lo que habían oído? ¿Podía ser que no fuera más que otra burla hacia el representante de Yahvé? Por mucho que se esforzaban en darle otro sentido, por mucho que desearan negar que fueran aquellas las palabras pronunciadas, el significado estaba forzosamente claro para todos, incluido Milner. Empezó como un murmullo ahogado, pero en ese breve instante se levantó el velo y, mientras Christopher soltaba una sonora carcajada, un ambiente de tumulto, macabro y desesperanzadoramente patético barrió el cónclave y la procesión que hacia allí se dirigía. No habían sido conducidos hasta aquel lugar para luchar en la batalla entre la Humanidad y Yahvé. No para derribar las murallas de Petra sobre los enemigos del glorioso destino de la Tierra. Eran trofeos, traídos en delirante procesión por Christopher, para ser expuestos. La finalidad no era librar a la Humanidad de sus opresores. Allí sólo había despecho, venganza, maldad y odio. De pronto, todas las mentiras de Christopher quedaron al descubierto, revelando la monstruosidad de la farsa y del farsante. Y de pronto Milner supo cuál sería su destino.

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