James BeauSeigneur - Los actos de Dios

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Tras las catástrofes que diezmaron a la población mundial, esta se encuentra dividida entre los seguidores del nuevo Mesías y los fundamentalistas que parecen no entender que la humanidad se encuentra en un nuevo paso evolutivo. Pero todo lo que hasta ese momento se ha desvelado como cierto es en realidad una profunda decepción que impulsará inexorablemente a la comunidad internacional a enfrentarse al mayor reto de la historia: el Apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, una batalla que todavía no ha sido escrita…

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Decker cayó de pronto en la cuenta de que el número de los que le rodeaban había disminuido considerablemente, y que ya sólo lo acompañaban los que más próximos habían estado a él en vida.

– ¿Y los demás? -le preguntó a Elizabeth, dando por sentado que entendería a quién se refería.

– Se han ido para estar presentes en algunas de las demás resurrecciones. Tendrás tiempo de sobra para verles más tarde.

Decker miró a su alrededor a la increíble belleza. Por doquier había frondosas plantas y flores y árboles. Una fabulosa variedad de aves les sobrevolaban o descansaban posados en las ramas de los árboles. Cerca de donde se encontraban, borboteaba un arroyo, llenando el aire de un suave y apacible sonido. En la distancia, puede que a ciento cincuenta kilómetros, las verdes y onduladas colinas daban paso a una montaña inmensa; más alta de lo que jamás había visto. Por la temperatura, debía de ser finales de primavera. El aire era tan fresco y puro que casi se respiraba dulce en sus pulmones.

– ¿Es esto el cielo? -preguntó Decker.

– No -dijo su hermano Nathan riendo-. Es la Tierra. Aunque no es exactamente la misma que tú recuerdas. Las cosas han cambiado bastante.

– Pero yo pensaba que cuando te morías…

– ¿Se iba al cielo? -dijo Ilana Rosen, acabando la frase.

Decker asintió con la cabeza.

– Esto es lo que se conoce como el Reino del Milenio -aclaró Joshua Rosen-. El libro del Apocalipsis dice que, con su sangre, el Mesías nos compró de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y que reinaremos con él en la Tierra hasta que se cumplan mil años. [142]

– Pero ¿y el cielo?

– Oh, bueno, lo puedes visitar, claro. Es más, puedes ir a donde tú quieras dentro de la creación de Dios: a cualquier lugar, a cualquier tiempo, en el universo, y a dimensiones que no has imaginado jamás. Pero éste es nuestro hogar. La Tierra vuelve a ser como era en tiempos del jardín del Edén.

Aquello no tenía nada que ver con lo que Decker esperaba. La imagen preconcebida en las que todos aparecían sentados en nubes tocando el arpa no le había resultado nunca del todo atractiva, pero la realidad era mucho más de su gusto, aunque no habría osado quejarse de no haber sido así, porque prefería mil veces las arpas y las nubes a las llamas del infierno.

– Lo último que recuerdo… -Decker hizo una pausa mientras se llevaba la mano al cuello. No esperaba encontrar nada allí, pero sus dedos se detuvieron enseguida sobre la cicatriz de su decapitación. Al instante se llevó la otra mano al cuello para confirmar su hallazgo: la cicatriz recorría todo el perímetro del cuello. Sus ojos se llenaron de asombro; no porque el recuerdo de su muerte fuera exacto, sino por el hecho de tener una cicatriz. Le pareció completamente incongruente que, después de haber recuperado la juventud, retuviera la cicatriz de su decapitación.

– No entiendo -dijo.

– Es una suerte de medalla de honor -contestó Tom Donafin-. Todos los que fueron ejecutados por Christopher la llevan. Te identifica como uno de los que prefirieron entregar su vida antes que postrarse ante él. Todos los mártires llevan alguna marca de su martirio… -Decker arqueó las cejas. Era cuando menos sorprendente que, dadas las circunstancias de su vida y muerte, se le hubiese considerado merecedor de esa distinción-… aunque no hasta el punto de parecer desfigurados -concluyó Tom.

Decker se dio cuenta al instante de que el aspecto de Tom era muy diferente del que recordaba. No sólo volvía a ser joven; su cabeza ya no estaba deformada.

– Tom, tu cabeza -dijo Decker poniéndose de pie de un salto.

– Oh, sí -comentó Tom-. ¿Te gusta? -bromeó.

– ¡Estás estupendo!

– Gracias. Pero continúa con tu historia -insistió.

Decker hizo memoria y continuó por donde la había dejado.

– Después de que Christopher me cortara la cabeza -dijo sentándose de nuevo en la roca-, recuerdo haber descubierto que todavía estuve unos segundos consciente antes de morir. Estaba perdiendo el sentido cuando, con toda claridad, escuché una voz. No sabía de dónde provenía, pero tuve la certeza de que me hablaba a mí. Parecía Christopher, pero a la vez era una voz muy diferente a la de él. Ahora sé que era Jesús. Me dijo: «Ven». Eso es todo. Sólo «Ven» -Decker levantó los ojos hacia Scott Rosen-. Entonces, recordé de pronto lo que me habías contado sobre el ladrón en la cruz.

– Tendré que presentártelo después -comentó Rosen.

La posibilidad de tener semejante oportunidad cogió a Decker algo por sorpresa, pero no dejó que aquello le distrajera de su relato.

– En ese instante comprendí que no era demasiado tarde para mí. Recuerdo que pensé en lo irónico de la situación. Después de casi setenta y cuatro años, allí estaba yo, decapitado y a escasos segundos de la muerte, y era entonces cuando finalmente había comprendido la razón de mi existencia.

– Dios nunca llega demasiado pronto ni demasiado tarde, Decker, siempre lo hace en el momento justo. -Quien le hablaba era una hermosa mujer de pelo moreno, con un melódico acento escocés, a la que Decker no había conocido, pero a quien de algún modo reconoció como su tatarabuela.

Estaba a punto de continuar con su historia cuando el sonido de la voz de aquella mujer y su acento hicieron que cayera repentinamente en la cuenta de que no estaba hablando en su lengua. Ella y los demás, incluido Decker, habían estado hablando desde el principio en la lengua universal.

– Continúa -dijo la mujer-. Te acostumbrarás. -De algún modo sabía que Decker acababa de darse cuenta de la lengua en la que hablaban.

Él accedió, aunque no salía de su asombro.

– Comprendí que, como el ladrón de la cruz, no tenía más que rogar a Dios porque, a pesar de todo lo que había hecho, él me amaba lo suficiente para perdonarme.

– ¿Así que rogaste a Dios? -le exhortó Joshua Rosen.

– Pues claro que le rogó -dijo Ilana-. Está aquí, ¿no?

Decker continuó.

– Lo siguiente que recuerdo es que estaba soñando, supongo que era un sueño, sobre algo que me ocurrió de niño. Estaba corriendo y me caía en un pozo y me agarraba a la raíz de un árbol para no seguir cayendo. Mi madre estaba allí intentando sacarme del agujero, pero yo no podía soltar la raíz. Entonces oí a Nathan gritar: «¡Tírale del pelo». -Decker miró a su hermano, que asentía con la cabeza para hacer ver que recordaba aquel incidente de su infancia. Decker miró a su madre, que también indicó que recordaba el suceso-. Me soltaste de un brazo y me cogiste del pelo. Aquel dolor repentino fue tan intenso que me hizo soltar la raíz y tú pudiste sacarme. Después de salir del agujero en el sueño, me encontré aquí, no sé cómo.

Durante unos instantes pareció que todos estaban muy confusos, y luego Joshua Rosen dijo:

– Lo que recuerdas es un sueño que empezó mientras perdías el sentido justo antes de morir. Parte del sueño permaneció contigo, y luego se te reprodujo en la mente en el momento de tu resurrección.

Podía no tratarse más que de una conjetura, pero Decker estaba convencido de que la explicación de Rosen era acertada. Y así pareció que lo pensaban también los demás.

– Pero ¿qué me pasó? ¿Cuánto hace de mi muerte?

– Unos cuatro meses -contestó Tom Donafin.

Decker se sorprendió y dejó calar la respuesta antes de continuar.

– Pero es como si todo hubiese ocurrido hace sólo un momento.

– Y así es -le confirmó Tom.

– Pero acabas de decir que he permanecido muerto cuatro meses -persistió Decker dirigiéndose a todo el grupo, dado que parecía que todos eran del mismo parecer que Tom-. ¿Cómo es posible?

– Dios no está limitado por el tiempo -contestó Scott Rosen-, y cuando moriste, lo dejaste de estar tú.

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