De modo que Eagleton decidió personarse en el campamento base que Kane había levantado al pie de la montaña.
El problema era que llevaba muchos años sin salir del campus. De hecho, con su pequeño apartamento comunicado por un corredor subterráneo y un ascensor para su silla de ruedas, nunca había salido del edificio, por lo que fueron necesarios todo tipo de arreglos para realizar el viaje reduciendo al mínimo la tensión sicológica: una furgoneta con cristales ahumados y un elevador hidráulico para su silla, un jet privado del que habían retirado los asientos y provisto de correas para mantener sujeta su silla de ruedas, autorización diplomática para que el avión pudiese aterrizar para repostar y después proseguir su vuelo. Eagleton nunca había estado en Tadzhikistan y tuvo que reconocer que no le gustaba lo que había oído sobre el lugar. Demasiados extranjeros, demasiadas moscas, demasiados gérmenes.
Los temblores duraron toda la noche hasta la mañana siguiente; finalmente al mediodía fueron disminuyendo. Soplaba un viento frío por todo el valle, que hacia temblar las hojas y las giraba, como si se avecinara una tormenta. Matt y Susan pasearon por el poblado para examinar el alcance de los destrozos. Se habían derrumbado cuatro o cinco chozas; las ramas que hacían de vigas se habían hundido, convertidas en un montón de fibras amarillas, y los caminos estaban cubiertos de piedras y de desechos. Pero el poblado estaba prácticamente intacto. Solo unos cuantos homínidos se habían atrevido a salir; aquí y allá se veían niños llenando calabazas de agua del río o corriendo de una choza a otra.
Un terremoto era algo mucho mas terrible en las regiones desiertas y altas de las montañas. Era como una primitiva turbulencia que se producía entre las cumbres y las estrellas; los árboles se balanceaban, las rocas se desplazaban y a uno le embargaba la sensación vertiginosa de que no existía nada fuera de uno y la tierra, y de que la tierra podría abrirse en cualquier momento, tragarlo a uno y hacerlo desaparecer en un abismo ardiente. No es de extrañar que los humanos hayan inventado a los dioses, pensó Matt.
Fueron a buscar a Rodilla Herida y a Lanzarote. Los cuidaban otros homínidos, que les llevaban manzanas, nueces y agua. Estaban mejor que la noche anterior; al parecer, les había bajado la fiebre, aunque seguían tendidos, visiblemente débiles y cansados. Susan no sabia que les había ocurrido para quedarse postrados de aquel modo: ¿fue el ataque al guardián de Van, el hecho de abandonar a Levítico a una muerte atroz, el haber atravesado el cementerio, o bien una combinación de todo ello? Busco en los homínidos alguna señal que indicara que los consideraban, a ella y a Matt, distintos, aunque culpables en cierta medida, pero no fue capaz de hallar ninguna.
Kellicut era un caso aparte. No estaba en el poblado, de modo que fueron a buscarlo por el sendero que conducía al lago sulfuroso y al geiser. Bajaron los escalones mojados por los que se iba al lago y se encontraron en un amplio saliente que se metía en la pared de la roca. En el centro, sentado con las piernas cruzadas, estaba Kellicut.
– Tenemos que hablar-dijo Susan.
– Es un poco tarde para eso.
Se acercó a el y se sentó a su lado. Matt hizo lo mismo.
Permanecieron un rato en silencio, que les hizo sentirse incómodos. Ninguno de nosotros tiene ya secretos, pensó Matt.
Susan fue la primera en hablar.
– Hemos rescatado a Van.
– ¿Y ahora que?
– No lo se.
Kellicut suspiro, fatigado.
– Este es el problema. No sabéis que hacer, ¿verdad?
Cuando se volvió para mirarla, su rostro reflejaba mas aflicción que cólera. De pronto parecía muy viejo.
– No podíamos hacer otra cosa, era lo correcto -dijo Susan-. No íbamos a dejarlo allí.
– Supongo que tienes razón, teniendo en cuenta que consideráis que era vuestro deber. Lamento que vinierais al valle.
– No digas eso.
– ¿Por que no? Es la verdad.
– ¿Quieres hacernos daño?
– No, aunque no me importa si os hago daño o no. Simplemente constato una realidad. Si no hubierais venido, nada de eso habría pasado. Lo habéis trastocado todo.
– ¿Que hemos trastocado todo? -Intervino Matt-. Siempre hablas como si hubiese algún plan extraordinario o algo por el estilo.
Kellicut lo miro por primera vez.
– No habéis entendido nada.
– ¿Que es lo que no hemos entendido?
– El significado de todo, el alcance histórico, el extraordinario privilegio de estar aquí y presenciarlo. Era como trasladarse a treinta mil años atrás.
– Eso creo que lo entendemos -observó Susan.
– No, porque de haberlo entendido, no hubierais interferido. Eso era un ley fundamental: no hay que inmiscuirse, no hay que tomar partido. Pero vosotros os pusisteis de parte de los homínidos pacíficos. Ya se que era una tentación. Son unos seres maravillosos, inocentes y bondadosos de verdad, mas nobles que el mismo Rousseau, pero no están llamados a prevalecer. Si la naturaleza hubiese querido darles un lugar preeminente, les habría dotado de los instrumentos para alcanzar la cumbre.
– ¿Como puedes estar tan seguro? -Preguntó Matt-. ¿Quien eres tu para interpretar los designios de la naturaleza?
– No los interpreto, me limito a observar. Si abres los ojos y miras a tu alrededor, veras que la naturaleza ya ha escogido y, como siempre, ha elegido a los mas fuertes.
– Quizá los mas fuertes no siempre deberían sobrevivir.
– Que no deban no tiene nada que ver con ello. Son fuertes porque es su destino. Si los renegados se hacen con uno de ellos es porque están destinados a actuar así. Si los atacasen y los aniquilasen de una vez por todas seria porque lo tenían que hacer, según los designios de la naturaleza. ¿No lo entendéis? Habéis irrumpido en un mundo oculto que ha permanecido invariable durante miles de años en un momento critico, y ahora, en una fracción de segundo, esta a punto de transformarse. Una especie va a reinventarse, se despojara de su antigua personalidad como si se deshiciera de una piel gastada, y se convertirá en algo mas grande, mas avanzado, y vosotros lo vais a presenciar. Pero estáis aquí de mas. La regla básica es muy simple: manteneos alejados. Es un equilibrio muy precario, no hay que inmiscuirse. Pero vosotros lo habéis hecho.
Estaban los tres airados, sin decir ni una palabra.
– ¿Y que va a pasar ahora? -preguntó Matt tranquilamente.
Kellicut se encogió de hombros.
– Quien sabe. Si tuviera que apostarme algo, aseguraría que habéis provocado una guerra que va a traernos la destrucción y la muerte a todos nosotros. Habéis ido a su hogar y les habéis atacado; ahora os atacaran a vosotros y a vuestros aliados. Vosotros, por supuesto, intentareis defender a vuestros amigos y eso no hará mas que empeorar las cosas.
– Déjame que te haga una pregunta-dijo Matt-. ¿Y si nosotros formamos parte del plan? ¿Y si la naturaleza se vale de nosotros con la intención de restablecer el equilibrio?
Kellicut se puso de pie lívido de rabia.
– Nunca había oído nada tan absurdo y arrogante en mi vida. -Dio una vuelta alrededor de Matt como si fuera a agredirlo-. ¿Quien demonios crees que eres? -Se planto enfrente de el y bajo la vista-. ¿Recuerdas la primera conversación que mantuvimos en este mismo lugar el día que me encontrasteis? -Señalo hacia el exterior-. Os dije que habíais llegado al edén y que tuvierais cuidado con la serpiente. Me preguntasteis que era la serpiente. Ahora ya lo sabéis, y si queréis verla, os sugiero que al salir de aquí miréis el lago.
Dio medía vuelta, camino airosamente hasta la roca, trepo por ella y desapareció en dirección a la cascada.
El discurso de Kellicut le dio que pensar a Susan, aunque no precisamente lo que el hubiera deseado que pensara. Se detuvo, eso si, a contemplar su reflejo en la superficie del lago; su rostro parecía alterado por las acusaciones de el, porque en cierto modo era innegable que tenia razón. Eran unos intrusos y habían roto el equilibrio de aquel mundo primitivo; las repercusiones de su comportamiento eran difíciles de prever, pero su existencia era tan cierta como las ondas que rizarían las aguas del lago si lanzaba en ella una piedra. ¿Pero tenían acaso otra alternativa? ¿Deberían haber dejado morir a Van en nombre de un principio científico abstracto? Y ahora que estaban comprometidos hasta el cuello, ¿podían huir y dejar a los homínidos a merced de los renegados?
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