Les envolvió el silencio y, sin embargo, en sus cabezas seguía resonando el ruido y la excitación que llenaba la cueva.
Hicieron el amor frenéticamente. Después los cuerpos se separaron y permanecieron así un buen rato; estaban demasiado transportados para tocarse.
– ¡Dios mío! -exclamo Matt al fin.
Siguió un silencio que se prolongo unos minutos. Matt volvió a tomar la palabra.
– Me alegra que me hayas escogido; no estaba muy seguro de que fueras a hacerlo.
– No sabia lo que hacia. Ni siquiera pensaba.
– ¿Susan?
– ¿Si?
– Dime una cosa… ¿Deseabas escogerle a el?
– No lo hice, ¿verdad?
– ¿Hubieras escogido a uno de ellos? ¿Hubieras estado dispuesta a hacer el amor con uno de ellos?
Susan se inclino sobre el y lo abrazo.
– Matt, que tontarrón eres. ¿No te das cuenta de que hemos hecho?
Matt trabo amistad con un homínido joven al que llamaban Lanzarote. Despertó su curiosidad porque Lanzarote, que tenia las piernas mas largas y era mas esbelto que la mayoría de ellos, era también mas inteligente que los demás y estaba abierto a lo nuevo. Cuando Matt le miraba sus ojos oscuros, estaba convencido de que escondían una vivacidad inigualable.
Lanzarote mostraba interés por todo y disfrutaba examinando los objetos de Matt y Susan. Cogía uno, por ejemplo una navaja, y lo levantaba contemplándolo desde todos los ángulos. Cuando se iban de excursión y Matt se perdía, Lanzarote siempre lograba encontrar el camino de regreso.
Si tenían que escalar una pared rocosa, antes la miraban fijamente con sus ojos penetrantes, trazando una ruta de salientes en los que apoyar los pies.
Una vez que estaban caminando por un sendero, Lanzarote arrastro a Matt hasta un árbol y prácticamente le empujo a que subiera. Inmediatamente después subió el. En cuanto estuvieron encaramados, paso por allí un enorme jabalí mostrando los colmillos. Matt no sabia si Lanzarote lo había oído acercarse o si había notado su presencia gracias a una facultad especial. Otro día, por la tarde, Matt se quedó dormido y al despertarse vio que Lanzarote le estaba acariciando su frente lisa con cara de desconcierto.
Durante las caminatas Lanzarote a veces se alejaba, casi siempre en la misma dirección. Cuando esto ocurría Matt seguía solo, pero de vez en cuando sentía un leve malestar detrás de los ojos y una considerable pesadez en el lóbulo frontal; entonces sabia que Lanzarote le estaba leyendo.
El hecho de que la comunicación fuera en gran medida unidireccional era muy frustrante. Tras semanas de experimentación y aprendizaje intensos, Matt se dio cuenta de que se hallaba en un punto muerto. Por extraño que pareciese, había caído en una rutina. Lo que Dostoievski había escrito era cierto: el hombre, la bestia, se acostumbra a todo. Matt estaba viviendo el sueno de un paleontólogo; aquello era un laboratorio prehistórico real y, sin embargo, no podía decir, si tenia que ser honrado, que hubiera comprendido el misterio de lo que estaba presenciando: ¿como eran en realidad aquellos seres? No lo sabia. A pesar de todo, se había adaptado a un mundo que dos meses antes no podía imaginar siquiera; tanto era así que su vida diaria no le sorprendía ya, como si fuera algo normal.
Desesperado, decidió enseñar a hablar a Lanzarote. Hizo un esfuerzo por recordar cuanto había leído sobre los experimentos lingüísticos con chimpancés. Naturalmente aquello seria distinto porque no se limitaría solo a comunicar el concepto de un objeto, por ejemplo el de ‹‹arbóreo››, inherente a un árbol, lo cual era un aprendizaje básicamente asociativo llevado a un nivel abstracto. Tendría asimismo que hacer un esfuerzo por enseñarle a pronunciar y a utilizar las palabras correctamente, y luego asociarlas con otras palabras con el objeto de crear una secuencia con un significado nuevo. Este era el salto quántico del lenguaje.
El día de la primera lección hizo que se sentara frente a el, cogió una piedra bastante grande, fue hacia el, le abrió la mano y se la puso en ella, repitiendo una y otra vez la palabra ‹‹piedra››. Lanzarote se lo quedó mirando inexpresivamente. Con la finalidad de simplificar el sonido, Matt suprimió las dos primeras letras y repitió varias veces…edra, al quitársela y volvérsela a poner en la mano. Lanzarote ponía cara de desconcierto. Matt estuvo días intentando inculcarle aquella idea -asociar un sonido con un objeto-pero fue en vano. A veces Lanzarote repetía el sonido pero, al parecer, nunca lo asociaba con la piedra. Matt probó con otras palabras: ‹‹hoja››, ‹‹cielo››, ‹‹agua››. Recurrió también a hablarle por signos, imitando el acto de comer o de dormir. Se esforzó por fin porque comprendiera el significado de ‹‹Matt››, de ‹‹yo›› y de ‹‹tu››, señalándose a si mismo y luego a el, un gesto que al parecer no tenia ningún significado para el homínido. Estaba claro que los pronombres no tenían cabida en un mundo que no diferenciaba entre uno mismo y los demás. Un día llevo el magnetófono para grabar los sonidos y después hizo que los escuchara repetidamente mientras el le mostraba los objetos, pero a Lanzarote lo tenia tan fascinado el magnetófono que no podía concentrarse en nada mas.
– No obtengo ningún resultado-le confeso Matt a Susan una tarde.
– No es de extrañar. El lenguaje debe de ser la actividad humana mas compleja.
– ¡Pero nos parecemos tanto en otras cosas! Es casi imposible pensar que no tengan esta capacidad escondida en alguna parte, aunque solo fuera un vestigio que pudiera reactivarse.
– Si no se utiliza, no se desarrolla. Es como esos bebes que nacen con cataratas; si no se les trata durante los seis primeros meses se quedan ciegos para siempre. Por otra parte, el cerebro de los homínidos ya esta especializado. Tiene que procesar toda la información de los canales visuales de los otros.
– Con todo, a veces emiten sonidos.
Susan le sugirió que lo intentase al revés: que hiciera un esfuerzo por comprender el vocabulario que utilizaban ellos, ya que de ese modo tal vez podría llegar a hacer un descubrimiento importante. Empezó, pues, por observarlos cuando estaban en grupos. Se concentro en los jóvenes, especialmente cuando jugaban, porque al parecer era cuando mas sonidos emitían. Los grabo en el magnetófono y con el tiempo logro relacionar ciertos sonidos con respuestas concretas. Detecto que un sonido parecido a un gruñido indicaba sorpresa. Un día tuvo la gran suerte de grabar unos sonidos de alarma, cuando un grupo de jóvenes que jugaban a orillas del río huyeron a la desbandada al acercarse a ellos un depredador. Cuando Matt escucho la cinta, oyó una serie de gemidos muy agudos, que sonaban como un llanto.
En un momento que estaba solo en el bosque intento reproducir aquel sonido y por la noche le dijo a Susan medio en broma que se preparara para un momento histórico. Se fue a las afueras del poblado, inspiro hondo y emitió un sonido tan desgarrador que resonó entre los árboles. Antes de que Susan comprendiese lo que estaba haciendo, Matt se echó a sus pies, retorciéndose, apretándose fuerte las sienes.
– Por el amor de Dios, Matt, ¿que pasa?
El se sentó un poco avergonzado.
– He emitido el sonido de alarma. Supongo que querían saber todos que ocurría y que me han leído a la vez.
Aunque Lanzarote no aprendió a hablar, si aprendió otra cosa. Una noche que Matt y Susan presidían un combate, el estaba en un hoyo con un joven homínido que lo hizo caer al suelo. Al instante se puso en pie y se acercó al joven, que giro de manera que le dio con el codo en la barbilla. Lanzarote dio unos pasos hacia atrás tambaleándose, muy aturdido; seguidamente se abalanzo sobre su oponente, le golpeo el pechó y lo derribo. Al volverse, triunfal, Matt le observó el rostro, encendido de ira. Matt se metió en el hoyo para poner fin a la lucha.
Читать дальше