En cualquier caso, no parece que haya muchas mujeres. ¿Como te explicas esto?
– Se debe a los ataques por sorpresa de los homínidos que viven en la montaña -dijo Matt.
– Yo también lo he pensado.
Se quedaron callados un momento, pero Susan volvió enseguida a la carga.
– ¿Y que me dices de los entierros?
– No se a que te refieres.
– Negaste rotundamente que tuvieran ritos funerarios.
Siempre decías que hallar un esqueleto completo era un feliz accidente geológico.
– No, no siempre. Quizá recuerdes que acepte que enterraban a sus muertos en cuclillas. Y reconocí que en algunos casos el hombre de Neandertal colocaba utensilios de piedra, comida y otras cosas en las tumbas. Lo único que ocurre es que yo no descartaba ciertas ideas como hacías tu.
– Te refieres al enterramiento de Shanidar, ¿verdad? -comento Susan haciendo alusión a un deposito de Irak en el que los huesos aparecían rodeados de sedimentos de granos de polen, hecho que fue interpretado por algunos como una prueba de que habían enterrado a los muertos cubiertos d¿ guirnaldas de flores.
– Si. Sigo creyendo que la explicación que se dio no era mas que un cúmulo de tonterías románticas. Los granos llegaron allí por casualidad; tal vez los llevo un animal que vi en una madriguera o quizá su presencia se explique por un cambio estratigráfico, igual que ocurrió en Teshik-Tash.
Tu sostienes que aquellos cuernos de cabra fueron enterrados junto con el cuerpo del niño con el objeto de devolver le la vida; yo, en cambio, creo que los colocaron con la finalidad de proteger el cadáver de los animales carroñeros.
– Que prosaico. Eres incapaz de creer que pudieran con ceder importancia a los ritos.
– Susan, admito que nunca pude imaginarme que envolvieran a los seres queridos como capullos de gusanos de seda y los colocaran en los árboles. Pero no hemos presenciado ningún entierro y no sabemos si practican ritos o no.
– A veces no se que pensar de ti; nunca ves el lado épico de las cosas: las grandes batallas, la lucha por la vida, el hecho de que una especie desplace a otra. Tu lo único que ves es el sexo.
– Pues si.
– Si tu teoría es valida, si mezclamos nuestros genes y los propagamos hasta borrarlos a ellos del mapa, entonces tu y yo deberíamos desear unirnos con ellos, ¿no?
– Quizá no Tal vez ahora hayamos recorrido un largo camino que nos ha alejado demasiado de ellos.
– Pero deberíamos sentir alguna atracción, o algo por el estilo. ¿La sientes tu?
– ¿Y tu? -preguntó el.
– Yo te lo he preguntado antes.
– ¿Que debo decir, que yo te lo he preguntado después?
– Bueno, no es nada sencillo contestar. Si digo que si, podrías deducir que tienes razón tu.
– Susan, di la verdad; di lo que sientes.
– Que difícil. Según como se mire, no, ni mucho menos.
Incluso la idea de que podamos sentir atracción me repele.
Pero en otras ocasiones… si, puedo imaginar que nos sintamos atraídos.
– Si puedes imaginarlo, entonces es que es posible: nada se opone a la reproducción y, efectivamente, tanto nosotros como los neandertales pertenecemos a la misma especie.
Esto es tanto como aceptar un concepto biológico de la especie.
– ¿Te refieres a que si dos poblaciones distintas se entrecruzan es que son de la misma especie?
– Exacto. Y si no, si ninguno de los dos podemos imaginárnoslo, entonces James Shreeve esta en lo cierto cuando afirma que el rostro del hombre de Neandertal, y especialmente los ojos, indican que sexualmente no pueden relacionarse con nosotros. Y que, por tanto, pertenecemos a especies distintas.
– ¡Eso se llama un buen trabajo de investigación!
Advirtieron que los homínidos no sentían ningún pudor del sexo. Los varones y las hembras copulaban llevados por impulsos momentáneos. Y observaron también que el concepto de monogamia no existía; algunos de ellos formaban parejas estables, e iban juntos a todas partes, pero otros no. La mayoría de las veces, aunque no siempre, eran los varones quienes iniciaban las relaciones sexuales.
Una noche salieron del poblado decenas de adultos y se internaron en el bosque. Matt y Susan fueron con ellos. Detectaron en el ambiente una cierta excitación, andaban rápido y era palpable el exceso de energía. La luna, enorme y baja, parecía un disco gigante de color magnolia que emitía tanta luz pálida que, al caminar ellos, se proyectaban sombras en el suelo.
Al cabo de quince minutos llegaron a una formación rocosa inmensa que ni Susan ni Matt habían visto con anterioridad. En un extremo había un agujero triangular muy grande por el que se metieron todos. En cuanto estuvieron dentro, les sorprendió el calor que hacia y el humo que había. Se hallaban en una caverna enorme de techó bajo. Cuatro homínidos empapados de sudor mantenían un fuego encendido. Las llamas subían muy arriba y desaparecían por una chimenea negra que tenia una salida al exterior. En las paredes de roca se reflejaban destellos rojizos; el calor era tan sofocante que Susan creyó que se iba a desmayar.
Se sentaron uno al lado del otro. A pesar del humo veían de forma confusa a los que estaban sentados alrededor del fuego. Susan advirtió que Kellicut, al que no había visto hasta aquel momento, estaba ahí, con Levítico y otros. Los encargados de conservar el fuego pusieron mas leña; al momento las llamas perdieron fuerza para arder luego con mas vigor. De la parte trasera de la cueva llegaba un sonido sincopado y sordo; de la sombra surgieron cuatro homínidos, dos varones y dos hembras, golpeando unos tubos que parecían de bambú. El ruido de los golpes rítmicos reverberaba en las paredes y llenaba la cueva. A Susan le llego muy adentro. Vio que los encargados de conservar el fuego echaban unas hierbas verdes y largas sobre las llamas y la cueva se quedó llena de un humo acre aunque no desagradable.
Susan y Matt estaban empapados de sudor y tuvieron que quitarse las ropas. En aquel momento el ruido rítmico de los golpes se intensifico. Una mujer, que estaba sentada en una zona del centro cubierta de tierra, se levantó y empezó a bailar, dando vueltas frenéticamente. El ruido iba cobrando intensidad; el grupo empezó a darse palmadas en los muslos al unísono. La bailarina daba vueltas y mas vueltas; de pronto se detuvo ante un varón y tiró de el hasta ponerlo en pie.
A la luz vacilante de las llamas Susan vio que tenia el pene erecto, como un palo corto y grueso. La bailarina lo arrastro hasta la entrada y salieron al exterior. Siguieron dándose palmadas en los muslos y tocando los instrumentos, cada vez mas fuerte. Los encargados de conservar el fuego echaron mas hierba sobre las llamas. Al inhalar hondo, Susan se percato de que le ardían los pulmones y de que el pulso le latía con fuerza. Se sentía ligera, mareada por el narcótico, y los ojos le lloraban a causa del humo.
Se levantó otra bailarina, escogió a un compañero y salieron. Y luego otra mas. Kellicut miraba fijamente a Susan a través del humo. De pronto se puso en pie y todos los ojos se volvieron hacia ella. El ruido rítmico que hacían al entrechocar los tubos y al darse palmadas en los muslos siguió y siguió hasta hacerle perder el dominio. Se puso a dar vueltas alocadamente, arrebatada por el ruido, que se había convertido en una especie de música intrincada y misteriosa.
Empapada de sudor, sintió que el calor la envolvía como una manta que el estruendo rasgaba con una mano helada y extraña. Noto que se humedecía y que tenia los pezones erectos. Aunque vagamente, y a pesar del ambiente cargado, pudo ver a Kellicut, que se levantaba y se le acercaba. Junto a el distinguió a Matt, que también iba a su encuentro con una expresión de desenfreno en el rostro. Cuando estuvo frente a ella, Susan dejo de dar vueltas y los dos salieron al exterior, donde reinaba la noche.
Читать дальше