Carlos Zafón - El Principle de la Niebla

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Sobre el puente, Caín, envuelto en su capa, alzó un bastón plateado al cielo y un nuevo rayo cayó sobre él, prendiendo de luz resplandeciente todo el casco del Orpheus. El eco de la cruel carcajada del mago inundó la bahía mientras la garra fantasmal soltaba a Alicia a sus pies.

- Es a ti a quien quiero, Jacob -susurró la voz de Caín en la mente de Roland -. Si no quieres que ella muera, ven a buscarla…

Capítulo dieciséis

Max pedaleaba bajo la lluvia cuando el resplandor del rayo le sobresaltó y reveló la visión del Orpheus, resurgido de las profundidades e impregnado de una luminosidad hipnótica que emanaba del propio metal. El viejo buque de Caín navegaba de nuevo sobre las aguas enfurecidas de la bahía. Max pedaleó hasta perder el aliento, temiendo que, cuando llegara a la cabaña, ya fuera demasiado tarde. Había dejado atrás al viejo farero, que no podía ni mucho menos igualar su ritmo. Al llegar al borde de la playa, Max saltó de la bicicleta y corrió hacia la cabaña de Roland. Descubrió que la puerta había sido arrancada de cuajo y localizó la silueta paralizada de su amigo en la orilla, mirando hechizado el buque fantasma que surcaba el oleaje. Max dio gracias al cielo y corrió a abrazarle.

- ¿Estás bien? -gritó contra el viento que azotaba la playa.

Roland le devolvió una mirada de pánico, como la de un animal herido e incapaz de escapar de su depredador. Max vio en él aquel rostro infantil que había sostenido la cámara frente al espejo y sintió un escalofrío.

- Tiene a Alicia -dijo Roland finalmente.

Max sabía que su amigo no comprendía lo que estaba sucediendo realmente e intuyó que intentar explicárselo sólo complicaría la situación.

- Pase lo que pase -dijo Max -, aléjate de él. ¿Me has oído? Aléjate de Caín.

Roland ignoró sus palabras y se adentró en el agua hasta que el oleaje le cubrió la cintura. Max fue tras él y le retuvo, pero Roland, más fuerte que su amigo, se zafó fácilmente de él y le empujó con fuerza antes de lanzarse a nadar.

- ¡Espera! -gritó Max -. ¡No sabes lo que está pasando! ¡Te busca a ti!

- Ya lo sé -replicó Roland sin darle tiempo a pronunciar una palabra más.

Max vio zambullirse a su amigo en las olas y emerger unos metros más allá, nadando hacia el Orpheus. La mitad prudente de su alma le pedía a gritos correr de vuelta a la cabaña y esconderse bajo el catre hasta que todo hubiera pasado. Como siempre, Max escuchó a la otra mitad y se lanzó tras su amigo con la seguridad de que, esta vez, no volvería a tierra con vida.

Los largos dedos enfundados en un guante de Caín se cerraron sobre la muñeca de Alicia como una tenaza y la muchacha sintió que el mago tiraba de ella, arrastrándola sobre la cubierta resbaladiza del Orpheus. Alicia intentó librarse de la presa forcejeando con fuerza. Caín se volvió y, alzándola en el aire sin ningún esfuerzo, acercó su rostro a escasos centímetros del de Alicia, hasta que la muchacha pudo ver cómo las pupilas de aquellos ojos ardientes de rabia se dilataban y cambiaban de color, del azul al dorado.

- No te lo repetiré -amenazó el mago con voz metálica y carente de vida -. Estate quieta o te arrepentirás. ¿Me has entendido?

El mago incrementó dolorosamente la presión de sus dedos y Alicia temió que, de no detenerse, Caín le pulverizaría los huesos de la muñeca como si fueran de arcilla seca. Alicia comprendió que era inútil oponer resistencia y asintió nerviosamente. Caín aflojó la presa y sonrió. No había compasión ni cortesía en aquella sonrisa, sólo odio. El mago la soltó y Alicia cayó de nuevo sobre la cubierta, golpeándose la frente contra el metal. Se palpó la piel y sintió el escozor punzante de un corte abierto por la caída. Sin concederle un instante de tregua, Caín la asió de nuevo por su brazo magullado y la arrastró hacia las entrañas del buque.

- Levántate -ordenó el mago, empujándola a través de un corredor que se extendía tras el puente del Orpheus y conducía a los camarotes de cubierta.

Las paredes estaban ennegrecidas y cubiertas de óxido y una capa viscosa de algas oscuras. El interior del Orpheus estaba sumergido en un palmo de agua cenagosa que desprendía vapores nauseabundos. Decenas de despojos flotaban y se balanceaban con el fuerte vaivén del barco entre el oleaje. El Dr. Caín agarró a Alicia por el pelo y abrió una de las compuertas que daba a un camarote. Una nube de gases y agua corrompida aprisionados en el interior durante veinticinco años llenaron el aire. Alicia contuvo la respiración. El mago estiró con fuerza de su pelo y la arrastró hasta la puerta del camarote.

- La mejor suite del barco, querida. El camarote del capitán para mi invitada de honor. Disfruta de la compañía.

Caín la empujó brutalmente al interior y cerró la compuerta a su espalda. Alicia cayó de rodillas y palpó la pared a su espalda, en busca de un punto de apoyo. El camarote estaba prácticamente sumido en la oscuridad y la única claridad que conseguía abrirse paso provenía de un estrecho ojo de buey al que los años bajo las aguas habían cubierto de una gruesa costra semitransparente de algas y restos orgánicos. Las continuas sacudidas del barco en la tormenta la empujaban contra las paredes del camarote. Alicia se aferró a una tubería oxidada y escrutó la penumbra, luchando por apartar de su mente el hedor penetrante que reinaba en aquel lugar. Sus ojos tardaron un par de minutos en habituarse a las mínimas condiciones de luz y permitirle examinar la celda que Caín le había reservado. No había más salida a la vista que la compuerta que el mago había sellado al irse. Alicia buscó desesperadamente una barra de metal o un objeto contundente con que intentar forzar la compuerta del camarote, pero no pudo hallar nada. Mientras palpaba en la penumbra en pos de una herramienta que le permitiese liberarse, sus manos rozaron algo que había estado apoyado contra la pared. Alicia se apartó, sobresaltada. Los restos irreconocibles del capitán del Orpheus cayeron a sus pies y Alicia comprendió a quién se refería Caín al hablar de su compañía. El destino no había jugado a favor del viejo holandés errante. El estruendo del mar y el temporal ahogaron sus gritos.

Por cada metro que Roland ganaba en su camino hasta el Orpheus, la furia del mar le arrastraba bajo el agua y le devolvía a la superficie en el rompiente de una ola, envolviéndole en un torbellino de espuma cuya fuerza no podía combatir. Frente a él, el barco se debatía con los muros de oleaje que el temporal lanzaba contra el casco.

A medida que se aproximaba al buque, la violencia del mar le hacía más dificultoso el controlar la dirección en que la corriente le zarandeaba y Roland temió que un golpe repentino de oleaje pudiera estrellarle contra el casco del Orpheus y hacerle perder el sentido. Si eso sucedía, el mar le engulliría vorazmente y jamás volvería a la superficie. Roland se zambulló para esquivar la cresta de una ola que se cernía sobre él y emergió de nuevo, comprobando que la ola se alejaba hacia la costa formando un valle de agua turbia y agitada.

El Orpheus se alzaba a menos de una docena de metros de donde se encontraba y al contemplar la pared de acero teñida de luz incandescente supo que le resultaría imposible trepar hasta la cubierta. El único camino viable era la brecha que las rocas habían abierto en el casco, provocando el hundimiento del barco veinticinco años atrás. La brecha se encontraba en la línea de flotación y aparecía y se sumergía bajo las aguas a cada envite del oleaje. Los jirones de metal del fuselaje que rodeaban el agujero negro semejaban las fauces de una gran bestia marina. La sola idea de introducirse en aquella trampa aterraba a Roland, pero era su única oportunidad de llegar hasta Alicia. Luchó por no ser arrastrado por la siguiente ola y, una vez la cresta hubo pasado sobre él, se lanzó hacia el agujero del casco y penetró en él como un torpedo humano hacia las tinieblas.

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