– Es mi auténtico apellido.
– Sí, claro. -Se metió las manos en los bolsillos y contempló la pared. Estaba cubierta con satinadas fotografías publicitarias, numerosos rostros que le observaban-. Quisiera que me hablara de…
– Leyó un nombre bajo una bonita cara sonriente: «Shellene Craw».
Así que ése era tu aspecto-. ¿Tiene registrada a Shellene Craw?
– ¡Ah!, está buscando a Shellene. No me sorprende, inspector.
Me debe dos meses de comisiones. Doscientas libras. Y encima consigue que usted venga a mi casa preguntando por ella. Supongo que tendrá que ver con drogas, ¿no?
– No creo que pueda cobrar su dinero. Está muerta.
Julie ni siquiera parpadeó.
– Sabía que iba a ocurrir… era la candidata idónea para una sobredosis. Los clientes se quejaban. Comentaban que tenía marcas de agujas en los muslos, y eso los asustaba. Doscientas libras… no creo que me las haya dejado en su testamento.
– ¿Cuándo supo de ella por última vez?
– Hace dos semanas. El miércoles pasado no se presentó en una actuación y no llamó para avisar. -Se interrumpió tamborileando con sus uñas en el escritorio-. Ya no han vuelto a llamarme de ese local.
– ¿Cuál?
– El Nag’s Head, en Archway.
– ¿Y cuál fue el último lugar en el que se presentó?
Julie se inclinó y, mojándose un dedo con saliva, rebuscó en una carpeta. Jack veía las raíces grises de su pelo y el rosa de su cuero cabelludo.
– ¡Aquí está! Debió de presentarse en el Dog and Bell, porque no se han quejado. Era una actuación al mediodía, el lunes pasado.
– ¿Dog and Bell?
– En Trafalgar Road. Está en…
– Lo sé. -Caffery sintió un hormigueo de excitación-. Está al este de Greenwich. A menos de una milla del astillero. ¿Shellene trabajó sola ese día?
– No. -Ladeó su cabeza y le observó-. ¿Piensa decírmelo? ¿Fue una sobredosis?
– ¿Había otra chica en el espectáculo?
Julie le miró un momento, con la boca levemente crispada.
– Pussy Willow. Sólo actúa en Greenwich.
– ¿Tiene algún nombre auténtico?
– Todas tenemos nombres auténticos, señor Caffery. Sólo los clientes muy estúpidos creen que nuestros papás y mamás nos pusieron realmente Frooty Tootie o Beverly Hills. Se llama Joni Marsh y está conmigo desde hace muchos años.
– ¿Tiene su dirección?
– No le gustará que se la dé a la pasm… -Sonrió suavemente-.
A un policía.
– No lo sabrá.
Ella le miró de reojo y garrapateó una dirección en una tarjeta de visita.
– Lo comparte con Pinky. Antes, también tenía su ficha. Ahora que se ha retirado se llama Becky.
– Gracias.
Cogió la tarjeta. El marido de la fuerza aérea estaba escupiendo flemas en el dormitorio.
– ¿Tiene una chica llamada Lacey?
– No.
– ¿Betty?
Negó con la cabeza.
– ¿Y el nombre… -miró sus notas – Tracy le dice algo?
– No.
– ¿Petra?
– ¿Petra? Sí.
Caffery la miró.
– ¿Sí?
– Sí. Petra. ¡Qué cosita tan bonita!
Él enarcó las cejas.
– ¿Cosita?
– Pequeña, quiero decir. -Le dirigió una mirada maliciosa-. No nos dedicamos a la pornografía infantil, señor Caffery. Me refiero a una de nuestras chicas. Me la jugó, y yo que creía que sabia distinguir a las personas…
– ¿Desapareció?
– De la faz de la tierra. Escribí a su pensión, pero jamás me contestaron. -Se encogió de hombros-. No me debía demasiado así que lo dejé correr. Esas cosas las pongo a cuenta de la experiencia, ¿no le parece?
– ¿Cuándo ocurrió?
– En Navidad… no, a principios de febrero. Lo recuerdo porque acabábamos de regresar de Mallorca.
– ¿Drogas?
– ¿Ella? No. Ni se acercaría a ellas. Las demás, sí, pero no Petra.
– Cuando dijo que era pequeña…
– Con huesos de pajarillo. Y muy delgada.
Se revolvía incómodo en la estrecha silla.
– ¿Recuerda cuál fue su última actuación?
Julie le dedicó una mirada pensativa y después la dirigió al archivador.
– Mire, aquí. -Su dedo se deslizó por la página-. En el King’s Head de Wembley, el veinticinco de enero.
– ¿Estuvo alguna vez en el Dog and Bell?
– Muy a menudo. Su pensión estaba cerca, en Elephant and Castle. Joni la conocía. -Se mojó con saliva la yema del dedo y pasó la página-. Extraño -musitó-. Estuvo en el Dog and Bell un día antes de estar en el King’s Head. El día anterior a su desaparición.
– Bien. Necesito su dirección.
– Bien. -Julie se reclinó en la silla y puso las manos sobre el escritorio-. Dígame de una vez de qué se trata.
– Y una fotografía de Petra -añadió él.
– Le he preguntado qué pasa.
Caffery señaló la pared con la cabeza.
– Y esa de Shellene.
Ella resopló y sacó una carpeta de la que extrajo dos fotos de medio cuerpo de Shellene y una mala copia en color de una jovencita morena vestida con leotardos de malla. Se las tendió a Caffery sin siquiera mirarle la cara.
Petra no era bonita. Era diminuta, con los ojos oscuros y la obstinada barbilla triangular de un pilluelo. Su único maquillaje era una línea oscura que perfilaba su boca. Caffery cogió la foto de forma que recibiera la luz del sol y la contempló.
– ¿Qué pasa?
– ¿Se tintaba el pelo? -preguntó él.
– Como todas.
– Parece…
– Púrpura, sí. Horrible, ¿verdad? Le dije que no lo hiciera.
Guardó la fotografía en su Samsonite recordando el cadáver aniñado que yacía en el depósito de Greenwich, el único que no había sido mutilado. Cerró su maletín, súbitamente conmovido por una pobre anoréxica atada, amordazada y luchando por su vida.
– Gracias por su ayuda, señora Darling.
– ¿Va a decirme qué tiene que ver Petra con Shellene?
– Todavía no lo sabemos.
– También está muerta, ¿verdad? ¡La pequeña Petra! -exclamó de pronto.
Se observaron por encima de la mesa. Caffery se aclaró la garganta y se levantó.
– Por favor, señora Darling, no hable de esto con nadie. La investigación apenas se ha iniciado. Agradecemos su colaboración.
Le tendió la mano pero ella no se la estrechó.
– ¿Me contará algo más cuando pueda hacerlo? -Parecía muy pálida bajo su pelo negro azabache-. Quisiera saber lo que le ha pasado a la pobre Petra.
– Tan pronto lo sepamos -respondió Caffery.
En gran parte, el AMIP depende del Home Office Large Major Enquirement System, el sistema de comprobación de datos, conocido por su acróstico HOLMES. El eje central de cualquier equipo es el «receptor», el oficial que compulsa, recoge e interpreta los datos.
En Shrivemoor esa persona se llamaba Marilyn Kryotos.
A Caffery, Marilyn le había gustado instantáneamente: rellenita y lánguida, se pasaba el día hablando con su curioso tono de voz acerca de los animales, las enfermedades y los problemas de sus hijos. Kryotos, como la imagen de la madre universal, parecía ocuparse de un asesinato de la misma resignada forma con que lo haría de un pañal sucio, como si se tratara de un ligeramente desagradable -pero fácil de corregir – hecho de la vida cotidiana. Le complacía que hubiera elegido en primer lugar a Paul Essex como su compañero dentro del equipo: como si su amistad refrendara la opinión que Caffery mantenía sobre ambos.
Esa tarde, cuando Jack regresaba con sus notas a Shrivemoor, tropezó con Marilyn. Llevaba las actas de las declaraciones al centro de investigaciones e inmediatamente adivinó que algo la había alterado.
– Marilyn -se inclinó hacia ella-. ¿Qué pasa? ¿Los niños?
Читать дальше