Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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– Oye, ¿te importaría…? -Abrió el cristal unos centímetros, se asomó por la abertura y señaló la mesa. Le había preparado una taza de té. Está ahí encima.

– ¿Está despierta?

– Sí, pero quiere una taza de té. Dámela, por favor.

Rebecca puso los ojos en blanco.

Por el amor de Dios, Malcom, pensó. Y le dio la taza. Él se la arrebató de las manos.

– Gracias. Y esas galletas, por favor. -Se mesó el pelo. Joni es una damisela muy exigente.

– Por el amor de Dios, Malcom -Rebecca le alcanzó el paquete de galletas, ¿quieres despertarla de una vez?

– Claro, por supuesto -dijo educadamente al tiempo que le cogía la muñeca y se la retorcía con fuerza.

CAPÍTULO 48

En Shrivemoor se estaba organizando el puerta a puerta. La oficina de investigación olía a café, a camisas recién salidas de la lavandería y a loción para después del afeitado. Cuando Jack llegó, pelo húmedo y traje arrugado, Marilyn y Essex estaban con Maddox en la oficina del SIO. Ignorando sus miradas, sacó una guía telefónica de su escritorio y buscó las páginas de Lewisham. Sabía que tenía la respuesta, que estaba tan cerca de ella como los latidos de su corazón. Tan sólo necesitaba buscar en la dirección adecuada.

Rápidamente garabateó cinco nombres. Cada una de las calles situadas en un radio de cien metros alrededor del solar en construcción de Brazil Street.

– Marilyn -dijo ensañándole el papel mientras se levantaba, pásalo por el ordenador y dame los resultados… -Encima de la mesa, donde lo había dejado la noche anterior, seguía el fax del St. Dunstan. En su arrugada primera página se leía la lista de nombres encabezados por la letra B: Bastin, Beale, Bennet, Berghassian, Bingham, Bliss, Bowman, Boyle.

– ¿Jack?

Pero la expresión de Jack había cambiado. Sus ojos miraban fijamente la dirección escrita bajo el nombre de Bliss: «34 A. Brazil Street».

La cara en la pintura de Rebecca… los dientes estropeados. Bliss quejándose de las obras cuando le visitó en el St. Dunstan por primera vez. Maldita sea, ¿cómo he podido pasarlo por alto?

– Jack, ¿qué ocurre?

Levantó la mirada. Maddox, Essex y Marilyn le estaban observando.

– ¿Dónde estás?

– Lo siento, yo…

– Estaba diciendo que podrías encargarte del puerta a puerta. -Maddox cruzó los brazos. Improvisa un cuestionario con Marilyn.

– No puedo. -Jack arrancó la página del fax y se la metió en el bolsillo. Necesito que me acompañe un hombre.

Maddox suspiró.

– Adelante, elige al que quieras. -Señaló con la barbilla a Essex. Él, supongo.

Bliss, tiró de Rebecca hacia el ventanuco, haciendo que su cadera se golpease contra la pila. Una tetera se estrelló contra el suelo salpicando de té.

– ¡Déjame, cabrón!

– Cierra la boca -siseó él. Cierra la boca y no grites.

– ¡Malcom, por favor!

Sus calientes manos le aferraron los brazos.

– ¿Qué coño crees que estás haciendo?

– He dicho que te calles. -Y luego la maniató con la cinta de embalar.

La maldita cinta de embalar que yo misma he abierto, pensó ella. Se apoyó con todo su peso contra el fregadero y se debatió con desesperación, en vano.

Este hijo de puta tiene fuerza, pensó. Nunca lo hubiera imaginado. Me ha atrapado…

Bliss intentaba ahora amordazarla con un trozo de cinta. ¡No! Apartó la cabeza, pero él consiguió pegar la cinta y se alejó por el corredor.

¡Dios mío! Retorció violentamente las manos, pero la cinta se ciñó todavía más a sus muñecas. ¿Qué intentará ahora?, se preguntó presa del pánico.

Un portazo. El piso se quedó en silencio.

Rebecca, inclinada sobre la pila del fregadero, respiraba con fuerza por la nariz, con todos sus sentidos alerta. Fue mordisqueando la cinta que la amordazaba hasta que consiguió despegarla.

Tenía las manos atadas alrededor de una tubería al otro lado del ventanuco. Puso una rodilla encima de la pila, encaramándose encima del fregadero. Los platos acumulados sonaron estrepitosamente.

– ¡Joni! -gritó. ¡Joni!

Silencio.

– ¡Joni!

Jadeante, Rebecca dejó caer la cabeza.

Vamos, tranquilízate y haz bien las cosas. ¿A qué está jugando ese cabrón? ¿Qué pretende?

La respuesta apareció cara y fría en su mente cortándole la respiración.

¡Dios mío! ¡No…!

Helada, sobre el fregadero con la ropa mojada y los ojos desorbitados, con las rodillas sangrando, contuvo la respiración mientras el corazón parecía a punto de estallarle.

No seas ridícula, Becky, no puede ser él, es imposible.

¿Y por qué no? Joni ni siquiera está aquí. Me ha mentido para conseguir que entrara en su casa.

Pero… ¿Malcom? ¿Y por qué no?

La adrenalina le recorrió el cuerpo haciéndola reaccionar. Tomando aire, retorció sus manos frenéticamente, dispuesta a arrancarse el brazo antes que quedar atrapada en ese lugar.

Tú, la chica dura sabelotodo, ¡maldita idiota!, tú solita te has metido en esto.

– No te muevas -le susurró Bliss al oído sobresaltándola. Y cierra tu jodida boca o me veré obligado a utilizar esto.

El inspector Basset estaba sentado en su despacho con las piernas estiradas, la silla inclinada hacia la pared y las manos cruzadas sobre el estómago. Se había quedado durante más de una hora mirando por la ventana cómo la gente iba de compras por Royal Hill mientras se limpiaba las uñas con un clip pensando en Susan Lister y su marido. Esa misma mañana el comisario jefe les había endilgado un sermón sobre la conveniencia de mantener un estrecho contacto con el AMIP.

El teléfono de su escritorio empezó a sonar.

Basset dejó caer las patas de la silla.

– ¿Sí?

– Soy Violet Frobisher.

Rebecca se dio la vuelta violentamente. Jadeante, con los ojos enloquecidos, enseñando los dientes.

Bliss retrocedió con un dedo sobre sus hinchados labios. Se abrió la chaqueta y, desviando los ojos como si lo que estaba a punto de enseñarle fuera tan indecoroso que ni siquiera él fuese capaz de verlo, señaló hacia abajo: remetido en la cinturilla de los pantalones de chándal, descansando como un bebé contra su estómago, había un pequeño serrucho eléctrico.

Lo acarició tiernamente, suspirando como si formara parte de su propio cuerpo.

– Recuerdo tu clítoris, Pinky. He visto tu coñito rosa.

– ¡No te acerques! -Se echó hacia atrás. El grifo se clavaba en su espalda, el agua goteaba por su cuerpo.

– Si eres buena y te estás quietecita, lameré tu clítoris.

Entre sus torcidos dientes se atisbaba su lengua bulbosa. Como un gato olfateando una hembra en celo. Se llevó una mano a la boca y la lamió desde la muñeca hasta la punta de los dedos.

– Mmm, clítoris rosado. ¿Te gustaría que te lo chupara? -sonrió saboreando cada palabra. El adorable clítoris rosado de Pinky.

– ¡Que te jodan! -Forcejeó desesperadamente. ¡Cabrón!

– ¡No! -Bliss golpeó con fuerza el fregadero. ¡Que te jodan a ti, puta! -Empuñó el serrucho poniéndolo en marcha delante de su cara. ¡Jódete, zorra del demonio!

Ella retrocedió frenéticamente y la cinta que la maniataba se rasgó. De pronto estuvo libre. Perdió el equilibrio y cayó contra la pila del fregadero mientras Bliss la miraba atónito. A continuación, el mango del serrucho la golpeó brutalmente en la nuca.

Caffery conducía lentamente por Brazil Street.

10, 12, 14.

Pasó frente a la verja del edificio de la escuela. La lluvia había amainado y la excavadora estaba trabajando.

28, 30, 32, 34… 34.

La fachada tenía un revestimiento rugoso y en las ventanas de la primera planta ensanchado el sendero que conducía hasta un horrible garaje adosado. Vacío.

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