Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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Dejó el vaso en la encimera y cogió una instantánea de Joni. Era mucho más bonita de lo que recordaba, seguramente porque la fotografía no parecía estar colocada. Miraba con ojos claros al objetivo con un cigarrillo entre los dedos, con la boca abierta en medio de una frase, señalando al fotógrafo como si tratara de explicarle algo importante. Llevaba el pelo hasta los hombros y un flequillo le cubría la frente.

Caffery puso la foto encima de la mesa y se sentó con los codos apoyados a ambos lados del marco. Joni le miraba fijamente, intentando decirle algo. Pasó sus dedos por el flequillo.

Las cicatrices rodeaban la cabeza de las víctimas formando un círculo perfecto. A las rubias melenas de Kayleigh Hatch y Susan Lister sólo les había sido cortado un flequillo. Caffery se pasó la mano por la frente. Las marcas en las víctimas rodeaban el nacimiento del pelo, en la frente. No era donde se ajustaba normalmente una peluca. Era demasiado abajo.

A menos…

A menos que tuvieran un flequillo. Como Joni.

Se incorporó con el corazón latiéndole con fuerza.

No la Joni de ahora, sino la de entonces… antes de que se cortara el pelo. Antes, ¡Dios!, por supuesto, antes de que se pusiera los implantes. Es a la antigua Joni a quien quiero, se dijo.

– ¿Becky? -La besó en el cuello. Becky, despierta.

Rebecca se dio la vuelta y despertó.

– Jack… -Recordó la noche anterior: en el vestíbulo y después en su cama… en todo lo que le había hecho. Soñolienta, buscó el miembro de Jack entre las sábanas. ¿Te vas? -preguntó abriendo los ojos sorprendida al darse cuenta de que tenía puestos los pantalones y se estaba abrochando la camisa.

– No tengo más remedio.

– ¿Qué pasa?

– Joni no ha vuelto. ¿Sabes dónde pueda estar?

– ¿No está en casa? -Se dio la vuelta restregándose los ojos. No, no lo sé… algunas veces no aparece.

Él le apartó el flequillo de la frente y la besó en la mejilla. Su pelo olía a champú para bebé.

– Rebecca, deja que te pregunte algo, es muy importante.

– ¿Sí?

– ¿Tengo razón al suponer que Joni lleva implantes en los pechos?

Advirtiendo el cambio de tono, ella le observó.

– Sí. Pero ¿qué…?

– Esta fotografía. -Se la enseñó. ¿Cuándo se la tomaron?

– No sé, hará unos tres años. ¿Por qué…?

– ¿Y lo implantes? -la interrumpió.

– No sé… -Miró pestañeando la foto. No estoy muy segura, pero creo que justo después de conocerla, hará unos seis años.

– Muy bien. Escucha. -Se levantó y se pasó una mano por la camisa, tratando de alisar las arrugas del día anterior. Necesito que me dejes esa pintura, la que tienes en el caballete.

– ¿Para qué?

– Te la devolveré.

– Cógela. Me pone enferma mirarla. -Se puso de lado y se incorporó sobre un codo mirándole con expresión seria. Jack, ¿no estarás pensando…?

– No. Yo… -Se interrumpió. Rebecca, no me mires así. -Se anudó la corbata. No hay nada de que preocuparse. -Le rodeó los hombros con los brazos y la besó en la cabeza. No te preocupes, de verdad. Solamente te pido que Joni me llame cuando vuelva. Y tú ten cuidado, ¿vale? Lo digo en serio. Llámame si tienes que salir y dime dónde estás.

Rebecca, sentada a la mesa de la cocina, enroscando soñolienta un mechón alrededor de sus dedos, con la mirada fija en el cenicero esperaba que su manchada cafetera de dos tazas empezara a hervir.

La lluvia caía contra la ventana trazando surcos en el polvo. Tenía un nudo en la garganta.

No es la primera vez que Joni no vuelve a casa, pensó. No es nada extraño ni alarmante. Cuando me fui del pub la vi tan nerviosa que o se fue a descargar la adrenalina por ahí o se metió el algún antro de drogatas en Camden, o, quizá sólo ha dormido en casa de alguien y volverá con el rabo entre las piernas. Me pregunto por qué Jack de repente está tan interesado en Joni.

Se levantó, irritada por sus pensamientos, y se fue al estudio. Fuera, en la calles, rosa violetas y amarillas se alineaban en sombrillas de vivos colores. La lluvia repicaba en el tejado. Cogió un papel para sujetarlo en el tablero.

Jack se llevó su retrato, pensó. Así pues, cree que Joni se ha metido en un lío.

Dejó el papel en el tablero y fue al vestíbulo para telefonear.

Desde el quicio de la puerta Bliss contemplaba a Joni, que tenía la cabeza caída a un lado, mientras los implantes dejaban un rastro de sangre encima de sus costillas. Mientras la cosía había estado inconsciente y se los había dejado sobre el vientre para que fuera lo primero que viera al despertarse. Se había acostado en otra habitación, dispuesto a esperar hasta el día de su cumpleaños. Pero la señora Frobisher le había despertado temprano, incluso antes de que empezaran a trabajar en las obras de la antigua escuela, traqueteando por las escaleras como una muñeca de madera.

Esa mujer le ponía nervioso. Siempre quejándose, siempre husmeando y mirándole con desden. Hubiera sido más seguro celebrar la fiesta de su cumpleaños en el chalet, pero no podía arriesgarse a viajar en coche. No con una Joni ensangrentada e imprevisible. Empezó a inflar los globos.

Cuando Amedure se reunió con Caffery en recepción y cogió el sobre que éste le tendía: comprendió que había recuperado su sexto sentido.

– ¿Se siente bien?

– Muy bien.

– ¿Qué es esto? Debe rellenar un impreso.

– ¿Puede compararlo con el pelo de la última autopsia?

– Seguramente. Pero, por favor, el impreso.

– Ahora mismo voy. ¿Cuánto tardará?

– Medio día. Menos si se porta bien conmigo.

– ¿Se sabe algo sobre el cemento?

– ¡Ah! -sonrió. Veo que o se ha reunido con su equipo esta mañana. El CCRI ya tiene los resultados, se los han comunicado por teléfono a Marilyn Kryotos…

Pero Jack ya bajaba corriendo por la escalera mientras sacaba del bolsillo las llaves del coche.

– Está bien, yo rellenaré el impreso para el laboratorio -murmuró la doctora Amedure para sí misma dirigiéndose de nuevo hacia el ascensor.

Todavía era temprano, pero Betty ya estaba en el Dog and Bell. En la parte de atrás se oía ladrar al perro alsaciano.

– Se fue con ese del hospital. Ya sabes, ese que está loco por ella. Uno que se sienta en el salón del bar a beber cerveza.

– ¿Te refieres a Malcom?

– Sí, ése.

Gracia, Dios mío.

– Ayer se gastó cuarenta billetes durante el almuerzo. La invitó a no sé cuantas botellas de Blue Nun y después se pasó al escocés. A las tres ya no sabía ni su nombre. ¿Cómo puede hacerse esto Pinky, una chica tan guapa? No tiene sentido.

Eres una maldita paranoica, se dijo Rebecca. Joni es sólo Joni. Una vez en casa, escondido en el edredón de Joni entre pañuelos de papel y semillas de marihuana, encontró su agenda Kokai negra y plata, con páginas arrancadas y garabateadas, con dibujos de corazones y caras sonrientes en colores pastel. Joni apuntaba a sus amigos por el nombre de pila y, en la M, al lado del nombre de Malcom había garrapateado una de sus caritas rosadas.

El teléfono de Bliss estaba comunicando. Jack también estaba hablando por el suyo. Rebecca colgó el auricular y se sentó en el estudio. Miró la dirección y el teléfono de Malcom y se dijo que podía esperar, que en realidad debía dejarlo. Hasta que no pudo más y se dirigió a su dormitorio.

– Bueno -murmuró mientras se ponía unos pantalones cortos, una camiseta y se calzaba unos zapatos gruesos, ésa eres tú. No puedes dejar que las cosas se resuelvan por sí solas.

En su Jaguar, Caffery marcó el número de Shrivemoor en su Nokia y, mientras conducía con el parabrisas empañado por la lluvia, se detuvo al llegar a un semáforo con el teléfono pegado a la oreja y miró con aire ausente el cuadro que llevaba en el asiento de al lado.

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