Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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– Déjame sola, Malcom.

– Tan sólo déjame tocar…

– ¿Cuántas veces tendré que decírtelo? ¡No! -Se deslizó hasta el otro lado de la cama y puso los pies en el suelo, pero Bliss se abalanzó sobre el colchón y la sujetó por la camiseta. Joni se revolvió e intentó zafarse hincándole sus afiladas uñas en los dedos. ¡Aléjate de mí!

– ¡Joni!

– ¡Quita tus jodidas manos! -Se llevó sus manos a la boca y le clavó los dientes en el pulgar. ¡Vete de una puta vez!

– No me hagas esto, Joni…

Tenía los dedos cubiertos con una mezcla de saliva y sangre. Se dobló por la cintura, cerró los ojos y la retuvo con fuerza. Joni perdió el equilibrio y cayó golpeándose contra el zócalo.

Él la soltó y, boquiabierto, se echó hacia atrás.

Se miraron fijamente, asombrados de su propia violencia. Joni estaba con la camiseta por encima del estómago, con la sombra del pubis transparentándose a través de sus bragas rosa pálido. Parecía una muñeca, perpleja al haber sido rota tan fácilmente. Por un instante pareció que se esforzaba en respirar.

Bliss se acercó tendiéndole la mano.

– Joni…

– Déjame… déjame de una puta vez.

– Pero yo te amo.

– ¡Y una mierda! -Se llevó la mano al hombro e hizo una mueca de dolor.

– Sólo te pido que pases mi cumpleaños conmigo. Mañana. Es todo lo que te pido. Me lo debes por haberme dejado como lo hiciste.

– ¡Nunca te dejé! ¡Nunca hubo nada entre nosotros, maldito lunático! ¡Nunca fuiste mi novio!

Bliss la miraba boquiabierto.

– Yo estaba enamorado de ti.

– ¿Enamorado? Casi follamos una noche, casi, hace miles de años y sólo porque estaba tan jodidamente borracha que no podía tenerme en pie. Si hubiera estado sobria nunca me hubiera acercado a ti.

– ¡No digas eso!

– Eres patético.

– Lo he dejado todo por ti -dijo cabizbajo y con los brazos colgando, incluso abandoné mi sueño de ser médico.

– ¡Anda ya! Nunca lo hubieras conseguido. -Empezó a incorporarse con una mueca de dolor. Admítelo, Malcom, eres un jodido funcionario y lo seguirás siendo.

– No -gimoteó, no me dejes. Por favor, no me dejes.

Pero le dejó allí, sacudido por los sollozos, mientras se levantaba dolorosamente y cojeaba por la habitación recogiendo su ropa y poniéndosela.

– Este lugar es repugnante. -Sacó un aerosol de su bolso y roció el aire. Apesta.

Con un sollozo, Malcom se desplomó contra la pared, haciéndose un ovillo con la cabeza entre las manos y el cuerpo tembloroso.

– Por favor, no me dejes.

– Tranquilízate, tío. -La voz de Joni se había suavizado. No seas niño.

Se acercó a él.

– ¡No me dejes! -sollozó, y acarició sus botas de ante. No te vayas…

– Tengo que irme. Vamos, contrólate, podemos seguir siendo amigos.

– No.

– Malcom, déjalo ya. Tengo que irme, ¿de acuerdo?

Pero esta vez él fue más rápido.

Con un solo movimiento la agarró del tobillo y la hizo caer al suelo violentamente. Bliss se puso de rodillas y le hincó el codo en el estómago. Un puñetazo en la cara le arrancó un chorrito de sangre de la nariz y Joni perdió el conocimiento.

Caffery se detuvo frente a la casa de Susan Lister. Las cortinas estaban echadas y, grapada a la puerta, una nota mecanografiada metida dentro de una funda de plástico, emborronada donde había sido mojada por el rocío.

Miembros de la prensa:

Mi hermano y su esposa están atravesando un momento muy doloroso. Por favor, respeten la intimidad de nuestra familia y no nos lo hagan más difícil con sus preguntas. Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir.

Gracias.

T. LISTER.

Se metió en el bolsillo las llaves del coche, dio la vuelta a la esquina y se quedó frente a la tienda de oportunidades con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en el timbre.

– ¿Sí? -preguntó Rebecca a través del intercomunicador. ¿Quién es?

– Inspector Caffery. ¿Dispones de unos minutos? -Esperó un momento. Al no obtener respuesta, insistió: He dicho que soy Jack Caffery…

– Sí, lo he oído. Espera, bajo enseguida.

Tardó en abrir. De pie en el quicio de la puerta Jack iba poniéndose cada vez más nervioso. Estaba a punto de llamar de nuevo cuando oyó pasos en la escalera y el ruido de pestillo. Rebecca estaba descalza, con un ligero vestido suelto como si fuera un tulipán.

– ¿Puedo pasar? -preguntó él.

No le respondió.

– ¿Rebecca?

– Bueno, vale -suspiró ella, entra. -Se echó hacia atrás para dejarle pasar. Jack cerró la puerta, echó el pestillo y la cogió de la mano caminando hacia la escalera. Acabo de abrir una botella de Fitou. Supongo que te apetecerá.

En el piso hacía fresco. Las persianas estaban a medio bajar y una mosca revoloteaba perezosamente alrededor de unos pinceles en una jarra de cristal.

– Siéntate, voy a buscarlo. Lamento este desorden -dijo, yendo hacia la cocina.

Caffery se paseó por el estudio, mirando las pinturas y bocetos que se amontonaban por toda la habitación. El retrato de Joni seguía sin terminar sobre el caballete, con el pelo de un rubio tan claro que parecía albino.

– ¿No está Joni? -preguntó.

– Todavía está en el pub.

– ¿A qué hora volverá? -Podía oler el exceso de ambientador que solía rociar Joni.

– ¿A quién has venido a visitar, inspector? ¿A mí o a Joni?

– A ti, por supuesto.

En la cocina, Rebecca emitió una risa burlona.

– Ya, claro.

– Ya, claro -repitió él para sí mismo caminando hacia el recibidor. El cuarto de baño estaba en el lado opuesto, junto a la escalera que conducía a la habitación de Joni. A su derecha, la puerta de la cocina; Rebecca estaba lavando unos vasos. Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta.

Era muy acogedor. Los colores tenían los cálidos tonos tropicales de los folletos de viajes, toallas de un rosa fucsia y paredes aguamarina. Unas medias negras estaban en remojo en una palangana y unas huellas de talco cruzaban la alfombrilla. Dejó que corriera agua del grifo, abrió el armarito e inmediatamente encontró lo que buscaba.

Sacó el papel de fumar de su bolsillo, arrancó una hoja y la puso encima de las púas de un peine rojo. Cuando lo sacó había cinco pelos de un rubio plateado. Volvió a colocar el papel en su paquete, cerró el grifo y regresó al estudio.

Rebecca le tendió un vaso sin pronunciar palabra. Se dio la vuelta, cogió un montón de pinturas del suelo y las puso encima de la mesa.

– ¿Recibiste mi mensaje? -preguntó él.

Ella no contestó inmediatamente. Intentaba parecer absorta mientras ordenaba las pinturas. De pronto se paró. Dejando caer los hombros, se inclinó hacia la mesa.

– Sí -susurró meneando la cabeza. Sí, lo siento. También está en todos los periódicos. Dicen, bueno, sugieren que esa mujer de Malpen Street… -Agitó la mano con gesto vago. Dios, son unos sensacionalistas…

– No estaba bromeando. Debes tener cuidado.

Ella se dio la vuelta lentamente. Con los brazos cruzado, apoyada de espaldas contra la mesa, le miró ladeando la cabeza.

– Está muerto, ¿verdad?

– Sí.

– Entonces ¿de quién se supone que debo tener cuidado?

– Si lo supiera te lo diría. -Suspiró. De verdad, Rebecca. Ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta qué está pasando.

– ¡Dios! Estoy cansada, harta de estar siempre asustada. Me enferma vivir en un invernadero ni siquiera puedo abrir una ventana.

– Volvió a darse la vuelta hacia la mesa y siguió ordenando las pinturas. Las galerías no dejan de llamarme. Mi trabajo se está vendiendo muy bien. No dejan de pedirme más y más, y ahora incluso el Time Out me ha pedido una entrevista. ¡El Time Out! ¡Dios mío! ¿Y sabes por qué? -No le miró, y Jack sabía que no esperaba una respuesta. ¿Por la genuina calidad de mi trabajo? ¿Porque soy la heredera de Rockefeller? ¿Porque he creado un nuevo estilo pictórico? -Sacudió la cabeza. No, en absoluto. Por ninguna de esas razones. Tan sólo les interesa él. Todos son unos buitres, un maldito hatajo de vampiros. ¿Y crees que voy a hacer de esto una cuestión de principios? Pues no. Soy exactamente igual a los demás y tengo la intención de aprovecharme de la situación. Imagino que debería alegrarme de que todavía el caso no haya sido resuelto.

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