– Vino, supongo.
Más allá, la artista esperaba con la cabeza en alto, como un caballo al que tiran del bocado. Demasiado buena para ese lugar. Él se acercó sonriendo amablemente.
– Buenas tardes.
Ella le dirigió una mirada despectiva.
Bliss sonrió para sí mismo. Puta. Cogió la copa que le tendía la mujer detrás de la barra y limpió cuidadosamente donde sus dedos habían tocado el vaso de Joni.
Cuando le llevó la copa, Joni no le dio ni las gracias, pero a él no le importó. Estaba acostumbrado.
– ¿Estáis bien, chicas? -preguntó. Su misma excitación le había llenado la boca de saliva y debía hablar cuidadosamente para no escupir. Parece que las cosas os van muy bien, ¿verdad?
– No, no nos van bien. -Joni apretó los labios haciendo un puchero. Han encontrado el cadáver de una mujer negra en la calle justo detrás de la esquina de casa.
– Vaya. -Bliss tomó un sorbo de cerveza. ¿Ya saben quién es?
– No. -Lanzándole una mirada asesina, Joni cogió con un gesto de impaciencia su bolso, apuró su copa y se dirigió a la escalera meneando su rubia cabeza.
Bliss y la artista se quedaron en silencio. Ella bebía su cerveza despacio.
– Bueno -dijo él, debo admitir que nunca había visto a Joni tan perturbada.
La artista asintió con un gesto.
– Está preocupada -dijo mirando su copa. Dice que está considerando largarse de Greenwich.
Bliss sintió un escalofrío, pero antes de replicar dejó que desapareciera el nudo de su estómago y la tensión de su polla.
– ¿Ah, sí? -repuso mirando hacia la escalera. Y ¿adónde piensa ir?
De regreso a Shrivemoor, Caffery no podía relajarse. Iba de un lado a otro de la oficina buscando entre los papeles, observando las pizarras, poniéndose detrás de las analistas para mirar las pantallas por encima de sus hombros. Finalmente telefoneó a Jane Amedure.
– ¿Ha sabido algo sobre ese cemento?
– El difractograma ya ha salido hacia Maryland. Tal vez sepamos algo mañana por la mañana.
Luego sacó el fax personal que Bliss le había enviado desde el St. Dunstan la semana anterior y lo repasó buscando en vano alguna pista por nimia que fuese. Se sentó y se cogió la cabeza entre las manos mientras la oficina se iba quedando vacía de gente. Maddox, con la chaqueta ya puesta, le dijo:
– Es muy noble de tu parte, pero, por favor, un poco de realismo. Ya sé que os he estado fustigando esta mañana, pero no pretendía que te mataras.
– Vale, vale.
– Vete a dormir, ¿de acuerdo?
– Lo haré.
Volvió a llamar a la doctora Amedure.
– Déles un poco de tiempo, inspector Caffery. Le prometo que lo primero que haré mañana será llamarle. Ya nos estábamos yendo.
Alrededor todo era tranquilidad y silencio. Sentado en la desierta oficina, fumaba, mientras miraba por la ventana cómo una jornada agotadora llegaba a su fin.
Un sol de lluvia estaba ocultándose detrás de las cuidadas viviendas, un nuevo cartel iba a ser colgado en la valla publicitaria que tenía enfrente.
Había sido demasiado rápido echándole el ojo a Cook, su instinto le había traicionado, y admitir que se había equivocado le sacaba de quicio. Maddox tenía razón, debería irse a casa, pero sentía la presencia del Hombre Pájaro tan fuerte y cercana que casi podía tocarle.
En la calle, un empleado de una agencia publicitaria desenrollaba y pegaba, desenrollaba y pegaba, desplazaba la escalera y volvía a empezar. Las palabras «Estée Lauder» aparecieron en la parte de abajo de la valla y encima de ellas la radiante curva del cuello de la modelo. Él lo contempló con mirada ausente, pensando en el pelo que se había enredado en Peace Jackson. Habían supuesto que pertenecía a otra de las víctimas, a alguien que el Hombre Pájaro todavía no había matado o que todavía no había aparecido. Caffery se apretó suavemente la nariz, intentando concentrarse.
¿Otra explicación?
El color y el tamaño coincidían con tanta precisión con el pelo de la peluca que ni siquiera Krishnamurti había apreciado la diferencia. Tal vez el pelo no perteneciera a otra víctima sino a la persona que el Hombre Pájaro estaba recreando. Tal vez esa persona había estado en casa del Hombre Pájaro. O tan cerca que había podido quitarle ese trofeo.
Estabas tan empecinado con Cook que ni siquiera lo consideraste, se dijo. Y había algo, algo…
Caffery levantó la mirada hacia el satinado cartel que tenía enfrente y de repente lo supo.
El metabolismo de la marihuana en un único pelo rubio. El aluminio revelado en el espectógrafo del Instituto Anatómico Forense. Joni pulverizando la habitación con ambientador, aquel aroma que impregnaba el apartamento… No tenía sentido. Joni no se ajustaba en absoluto al patrón: rolliza y alta, no era precisamente la Galatea del Hombre Pájaro. A pesar de todo, mientras apagaba las luces y cogía las llaves para irse, dejando el fax encima de la mesa, Jack sentía un hormigueo de excitación en el estómago.
A las dos de la madrugada la artista se fue con sus pinturas, su tablero y su aire de superioridad, dejando a Joni a solas durante su segunda actuación en el pub. Bliss la conocía muy bien. Sabía que una vez atrapara a Joni invitándola a un par de copas no se le escaparía con facilidad. El resto de los clientes estaban abandonando el local, dejándole a solas con ella para rematarla con Liebfraumilch.
A las tres y media Joni estaba vomitando en el lavabo de señoras y, ya en casa de Bliss, dos veces más en el baño.
Él intentó no mostrarse enfadado. Lo limpió, lo fregó todo y le dejó dormir la borrachera hasta la hora del almuerzo, hecha un ovillo como un bebé, rubia y rosada, con sus braguitas y camiseta, en la habitación de invitados para que no viese su colección de fotografías. Temía que las obras que estaban haciendo en el edificio de la antigua escuela pudieran despertarla.
Sentado en la sala, toqueteándose pensativamente un lunar en la barbilla, recordaba cuántas veces había consentido, con infinita paciencia, que Joni utilizara su casa como un improvisado centro de desintoxicación. Y él nunca había hecho nada para impedirlo. Cuántas veces había fregado y ordenado, sacado, mientras estaba durmiendo, sus fotografías del pasillo, del cuarto de baño, de la sala, poniéndolas a buen recaudo en una caja, rociando todas las habitaciones con ambientador. Tan sólo para que, apenas despierta, se pusiera el walkman y se largara inmediatamente. Ignorándole. Tratándole como a un mierda.
¡Cómo habían cambiado las cosas ahora! Su vida había sido escrita de nuevo. Como si un día descubres que el sol tiene un color distinto.
Se dirigió a la cocina y preparó té y un plato con pasteles. Llevó la bandeja hasta la habitación y la puso en la mesilla de noche de Joni que se rebujó llevándose las manos a la cara.
– Despierta, te he preparado té.
Ella estiró el cuello y miró alrededor con los ojos enrojecidos. Apenas vio a Bliss se dejó caer sobre la almohada con un gruñido.
– ¡Oh, no!
– Tómate el té.
– No; tengo que irme a casa.
Se apoyó en los codos y lo miró con cara de sueño.
– Lo siento, Malcom, no tenía la intención de terminar aquí.
– Primero toma un pastel. -Tenía la lengua espesa y su voz sonaba ronca.
– No, gracias.
– Insisto.
– De verdad, no me apetece.
– ¡Insisto!
Joni le miró con asombro.
– Perdona -balbuceó él, quitándose la saliva de los labios. Quiero que comas algo, lo necesitas. Mírate, toda piel y huesos. -Pretendía ser un gesto cariñoso, pero Joni reaccionó con violencia empujándole.
– ¡Apártate!
– Pero Joni…
Читать дальше