– No sé cómo se llaman -dijo la mujer. Me refiero a la pareja de arriba.
– ¿Pareja? -Jack se dio la vuelta. ¿Ha dicho pareja? -Así que existe una novia, pensó.
– Preguntaba por ellos, ¿no?
Les indicó que la siguieran por un pasillo cuyo techo había sido rebajado con placas de escayola. Cuando vio la clase de pósters que decoraban las paredes -mujeres de pechos plateados, héroes melenudos, rutilantes motos aladas y dragones -Essex tiró de la manga de Caffery.
– Es una trampa -susurró mientras seguían a la mujer hasta la sala de estar.
Del techo colgaban chales indios con espejuelos y flecos, y había una lámpara de lava junto a una pipa de agua afgana de teca.
– Hemos hablado alguna vez sobre ellos -cogió un cojín de arpillera naranja del sofá y lo ahuecó. Mi hijo debe de saber cómo se llaman, pero se ha ido de vacaciones… -Se interrumpió con el cojín balanceándose en su mano y los tres se miraron desconcertados.
De pronto, ella se echó a reír. ¡Oh, lo siento!, todavía no me he presentado. -Dejó caer el cojín y se pasó las manos por la falda. Perdonen. -Tendió su mano a Caffery. Soy Mimi Cook. Paso tanto tiempo en esta casa intentando que esté limpia y ordenada que a menudo olvido que no vivo aquí.
– ¿Cook? -murmuró Essex mirando por encima del hombro para ver si alguien se le acercaba por detrás.
– Sí, el apartamento es de mi hijo. Soy su metomentodo particular.
– Señora Cook -dijo Caffery, encantado de conocerla.
– Lo mismo digo. Y ahora -empujó suavemente a Essex para apartarle de la puerta -un té y después hablaremos en serio.
Mientras ella estaba en la cocina, Caffery y Essex se dedicaron a husmear. Essex repasó los títulos de los libros y alzó las cejas al ver una edición de los cincuenta de los Cien días de Sodoma y un delgado volumen de la obra de Klossowski, Sade, mon prochain, entre los Kerouac y Colin Wilson. Caffery, consciente de su aspecto demacrado al verse en un espejo, pasaba su dedo entre los cacharros y ceniceros que había en la repisa de la chimenea. Desde un paquete de viejas postales sujetas con un elástico, le observaba la pecosa cara de Cook y, al lado, enmarcada, una pequeña foto en blanco y negro con una señora Cook y, al lado, enmarcada, una pequeña foto en blanco y negro con una señora Cook mucho más joven, con un traje de baño en cloqué y el pelo peinado hacia atrás. Estaba sentada, frunciendo los ojos hacia la cámara, en una manta a cuadros escoceses entendida sobre las piedras de una playa. En las rodillas tenía a un niño en bañador. Incongruentemente, el chiquillo llevaba unas gafas oscuras que le prestaban, con la montura sobresaliendo de su cara, el aspecto de un pequeño escarabajo. Cuando la señora Cook regresó con una bandeja, Caffery cogió la fotografía y preguntó:
– ¿Su hijo, señora Cook?
– Sí.
– ¿Tiene algún problema de visión?
– ¡Oh, sí! Acromatopsia. Seguramente le suena a chino. -Se alisó la falda sobre sus firmes y anchas caderas inglesas y se sentó en el sofá para servir el té. Para simplificarlo, le diré que no soporta la luz solar.
Como comprenderá, Tailandia no es precisamente el lugar más adecuado para él, pero mi Thomas tiene una capacidad especial para hacer cualquier cosa que le perjudique.
– ¿Acroma… qué? -Essex se sonrojó de forma encantadora. No soy muy bueno con las palabras largas.
– Acromatopsia. -La señora Cook sonrió con condescendencia. Congénita. Sus ojos no tienen bastoncillos, ¿o son palos?, nunca lo recuerdo. Sea lo que sea, su mundo es en blanco y negro, como si fuera un gato. Es muy injusto. Lo que significa que se le considera incapacitado. No es que le incapacite mucho, si vamos a eso, excepto que no puede conducir y… -sonrió con aire de disculpa -y que le hemos mimado más que a sus dos hermanos. Y dígame -le tendió a Caffery una taza de té, ¿quería hablarme de los vecinos de arriba? ¿Es él quien le interesa? El padre de Thomas siempre decía que los de aspecto normal son los más peligrosos.
– Creí que me hablaba de su novia -le contaba Caffery a Maddox llamándole desde el coche, pero se trataba de su madre. Va a su casa tres veces por semana para limpiar. Él no puede conducir.
– ¿Quién lo dice?
– Ella. Dice que tiene problemas de visión.
– ¿Debemos creerle?
– Estoy yendo al St. Dunstan para comprobarlo, pero parece que es verdad. Por ahí no conseguiremos nada.
Todos los empleados de personal estaban almorzando excepto el metódico señor Bliss. Recibió a Caffery en la puerta con la mano tendida, el labio superior escondiendo su estropeada dentadura, su tersa cara, rosada y brillante como si esa mañana le hubiera sacado brillo frente al espejo mientras se afeitaba.
– ¿No almuerza, señor Bliss?
Bliss señaló a Caffery con un dedo.
– El almuerzo es para los flojos, señor Caffery, ¿no lo sabía?
– Soltó una extraña y entrecortada risita atusándose se escaso cabello.
Siento no haber estado esta mañana para contestar a su llamada. Estaba ahí afuera, peleando otra vez para conseguir una plaza de aparcamiento. Lamento tener que informarle que la situación no ha mejorado en absoluto…
– Sí, claro -le interrumpió Caffery, ya recuerdo. Señor Bliss, me preguntaba si podría ayudarme. Todavía están trabajando duro en ese caso, ¿verdad?
– Así es.
– ¿Y cómo podemos ayudar?
– ¿Tienen informes médicos sobre su personal?
– ¿Informes médicos? No. Si han suscrito un seguro de vida a través de su plan de pensiones, tal vez conservemos una copia del informe, pero eso es todo.
– Pero ¿saben si padecen alguna minusvalía?
– El hospital mantiene una política de igualdad de oportunidades, lo que significa que estamos obligados a emplear cierta cuota de minusválidos. Seguramente consta en el cuestionario que deben cumplimentar cuando se los contrata. Pero no encontrará al señor Har… Harteveld. No lo teníamos en nómina.
– No, ya lo suponía. Busco al señor Cook.
– ¿Se trata de ese forense del que habló con Wendy?
– El mismo.
– Esta mañana saqué su ficha para usted, todavía debe estar…
Estirándose desde su silla se dio la vuelta para mirar en unos archivadores.
– No -giró para mirar en la repisa de la pared de enfrente. Ah, sí, debe de estar ahí.
Caffery le observó dirigirse al archivador. Esa mañana había algo raro en el aspecto de Bliss. Algo en su saltarina forma de andar sugería un entusiasmo soterrado.
– ¡Aquí está! -Volvió al escritorio con expresión de triunfo golpeándose la pierna con una carpeta. Es una suerte que no me la haya llevado para archivarla otra vez. Bueno, echémosle un vistazo.
Sus pálidos ojos azules pasaban rápidamente por encima de las páginas, hablando para sí mismo y restregándose de vez en cuando las manos en la chaqueta. Caffery se fijó en el sarro que cubría sus dientes.
– Aquí está -señaló una página. ¿Alguna minusvalía? Cook responde: Sí. El formulario pregunta: Por favor, descríbala. -Se pasó la lengua por los labios. Y Cook responde: Acromatopsia. -Bliss miró a Caffery con las cejas enarcadas.
– Significa que no tiene bastoncillos en la retina. Incapacita para ver en color.
– Y que no tolera bien el sol… -Bliss dirigió la mirada a un punto por encima de los hombros de Caffery como si tratara de recordar algo. ¿Estamos hablando de un hombre con el pelo rojo bastante largo?
– Sí, precisamente.
– Le he visto por aquí. Recuerdo las gafas de sol. Así que es forense. -Se frotó la barbilla pensativamente sonriendo a Caffery. En este trabajo se trata con personas tan distintas que resulta imposible recordar todos los nombres. -Sacó dos fotocopias colocadas al final de la carpeta. Aquí tenemos un informe médico que lo confirma. Acromatopsia. Inscrito como parcialmente vidente. -Miró a Caffery. Esto parece preocuparle.
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