Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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Géminis, con los ojos clavados en la sucia pared de la celda, se preguntaba si las manchas eran lo que parecían. ¿Acaso nunca limpiaban esos apestosos agujeros? La puerta se abrió y un agente entró con una bolsa que contenía la ropa de Géminis. Las Nikes colgaban de la parte de arriba con dos hogazas de pan recién sacadas del horno.

– Señor Henry.

– ¿Y ahora qué?

– Puede irse.

Géminis le miró con recelo.

– ¿De veras?

– Sí. -El agente se agachó para dejar la ropa en el camastro, se enderezó y le dirigió una mirada penetrante. De veras.

Caffery estaba hablando por teléfono con Fionna Quinn cuando Essex y el detective Logan llamaron a la puerta. Essex tenía una expresión sombría.

– Para lo de Harteveld -dijo enseñando el conocido maletín amarillo.

– Iré después de vosotros. Hemos quedado allí con la doctora Quinn.

– Jack.

– ¿Qué pasa?

Essex se le acercó para que Logan no pudiera oírlos.

– La doctora Amedure ha intentado localizarte desde el laboratorio.

– ¿Sí? -Caffery se puso rígido y tapó el auricular.

– Ha descubierto algo.

– ¿Qué?

– Dice que son huesos de cerdo.

Caffery se hundió en su asiento.

– ¿Estás bien?

– Sí; no es precisamente una sorpresa.

– Seguramente podrías acusarle de provocación. Denúnciale, tienes testigos de sobra.

– No. -Caffery estaba cansado. Cansado de lo que estaba pagando por Ewan. Gracias, pero lo dejaré pasar. No será la última vez.

CAPÍTULO 35

Las puertas del invernadero seguían abiertas. Caffery pegó la orden judicial en el cristal de una ventana y se apartó para que entraran la doctora Quinn y el detective Logan enfundados en sus blancos monos como un par de amables fantasmas. Él se quedó fuera con Essex, examinando un empapado montón de colillas en un parterre de margaritas. No parecía un día de principios de verano sino de cuando empieza a apuntar el otoño. El viento soplaba con fuerza y los rayos de sol ondulaban como un calidoscopio sobre los grandes árboles, los arces del Japón, el imponente gingko, llenando el jardín con reflejos verdes y amarillos. Como el día en que Ewan se alejó siguiendo la vía del tren, pensó Caffery. Huesos en un anónimo banco de laboratorio. Huesos de cerdo. Penderecki hurgando una vez más en la herida.

Luego, la doctora Quinn salió e intentó abrir la puerta principal de la casa, pero no lo consiguió. Llamó a Caffery.

– Está cerrada -dijo cuando éste acudió. Las llaves no se ven por ningún sitio.

– Huele fatal. ¿Qué opina?

– Estoy deseando averiguarlo. -Echó la cabeza hacia atrás y olisqueó el aire. Apesta.

– Sí -asintió Caffery, huele desde el jardín.

Essex encontró un escoplo en el garaje y forzó la puerta. El intenso olor los hizo retroceder.

Quinn sacó de su maletín una mascarilla.

– Ustedes quédense aquí -dijo.

Despacio, ella y Logan encendieron una linterna y entraron en el vestíbulo.

– Menudo pestazo -dijo Logan.

– Y que lo digas -repuso Jack.

Logan y Quinn se internaron en la casa, dejando a Caffery y Essex con gesto expectante.

– Bueno -dijo Essex tras un largo silencio, ¿qué piensas que es esa peste?

Essex estaba nervioso. A pesar de sus bravatas, le asustaba lo que podían encontrar allí adentro.

– ¿Qué crees que es?

– ¿Pájaros?

– Puede ser.

– ¿Peace Nbidi Jackson?

– Eso espero.

– Bien. -Essex se aflojó el cuello de la camisa y se restregó la cara. Eres más valiente que yo, Jack. Lo digo en serio.

Al poco, Quinn volvió a asomarse por la puerta.

– ¿Y bien? -preguntó Caffery. ¿De dónde venía ese olor?

– Hay comida tirada por todas partes. Pero… -Miró por encima del hombro.

– ¿Pero?

– Pero sobre todo procede del cuarto de baño que está en el segundo piso. Ven y te lo enseñaré.

Avanzaron con cuidado por la planta baja. Quinn les permitió echar una rápida mirada a las habitaciones, pero no los dejó entrar en ninguna de ellas.

– Todavía no. Quiero que antes pase el equipo de fotografía.

Había encendido todas las luces y señalado un camino pegando cinta fluorescente en el suelo. En la primera vieron el equipo Dolby de música de Harteveld, una botella vacía de pastis y dos vasos con restos de leche reseca, una mesa con mantel y periódicos, sillas y paquetes de comida diseminados por el suelo. En un pequeño estudio en la parte delantera de la casa, una nube de moscas ocultaba un montón de platos sucios coronados con restos de pollo. Todas las cortinas de la casa estaban echadas.

– Bien, vayamos arriba.

La doctora Quinn los precedió hasta la escalera. Logan los esperaba en el pasillo, delante del cuarto de baño.

– El olor viene de aquí -dijo. Ahora verán por qué.

Logan abrió la puerta.

– ¡Joder! -exclamó Essex.

El cuarto de baño era pequeño y de techo alto, con una alegre cortina a rayas en una gran ventana ovalada. Encima de la repisa de mármol había tubos aplastados de dentífrico, metros de hilo dental, cuchillas de afeitar usadas, paquetes de preservativos, una mugrienta pastilla de jabón. Todo estaba cubierto de polvo.

– Ahí. -Logan señaló el inodoro. El olor procede de ahí.

La tapa estaba levantada. En la taza de porcelana flotaban heces mezcladas con papel higiénico. El algún momento una compota de excrementos y papel se había desbordado alcanzando las paredes alicatadas, el borde de la bañera, el plato de la ducha. Luego el agua se había evaporado dejando un pestilente sedimento negro salpicado con manchas de papel rosa.

– ¿Algún indicio sobre Peace? -preguntó Essex.

– No. Sólo algunos pelos púbicos. Vamos a tomar muestras de eso -dijo señalando el líquido cenagoso que llenaba el inodoro. También he descubierto algunas huellas. -Bajó la tapa señalando la impresión de dos pulgares en la parte de atrás. Volvió a levantarla para mostrar cuatro huellas invertidas de unos dedos pequeños femeninos, en la parte de abajo de la tapa. Observen la separación entre los dedos. ¿Qué suponen que estaba haciendo?

Caffery puso su mano en la misma posición.

– ¿Sujetando la tapa? ¿Vomitando? Tal vez heroina.

– Con toda esa porquería no se necesita heroina para vomitar.

– ¿Qué lo ha atascado? -preguntó Caffery mirando con asco dentro de la taza.

– Comprobémoslo. -Quinn se puso la mascarilla y se subió los puños de sus guantes de caucho para cerrar herméticamente su mono.

Se agachó y hundió un brazo en el sifón. Como un veterinario ayudando en un parto difícil, pensó Caffery. Logan desplegó un plástico en el suelo.

– Ya lo tengo.

Essex, lívido, miró a Caffery mientras Quinn entornaba los ojos con la cara contra el borde de la taza para poder agarrarlo mejor.

– ¡Allá voy! -exclamó, y sacó el brazo dando un brusco tirón.

Un revoltijo de pelos, preservativos, papel higiénico y heces aterrizó, goteante y pestilente, en el plástico extendido en medio del cuarto de baño. Essex se tapó la boca y retrocedió con cara de asco. Quinn resopló y escarbó con un dedo en aquella porquería. Sacó dos pedazos de tela enredados entre aquella inmundicia y los echó dentro de la bolsa que Logan mantenía abierta delante de ella.

– Una falda y un par de leotardos. -Caffery parecía decepcionado.

– En el laboratorio tendrán que ponerlos a secar.

– Sólo es ropa.

– ¿No era lo que esperaba?

– No exactamente. No.

Essex, todavía tapándose la boca, observaba a Logan etiquetar y rotular la bolsa.

– ¿Sabes una cosa? -le dijo más tarde dándole unos amistosos golpecitos en la espalda. Eres fantástico en este tipo de trabajo. Si en el próximo caso me asignan la recogida de pruebas, pienso contratarte.

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