Cuando el agente Smallbright se acercó de nuevo a la ventanilla del Cobra, se quedó pasmado ante el cambio experimentado por el conductor. Era como si una mano le hubiera borrado las líneas de la cara, dejándosela inexpresiva y serena. Sus ojos estaban fijos en algún punto en la otra orilla del río.
– ¿Sabe que tiene una luz de frenos rota, señor?
– ¿De veras?
Harteveld bajó del coche como un zombi, con los ojos cerrados y la cara vuelta hacia el cielo como si nunca hubiera sentido los rayos del sol. Sus brazos se balanceaban por pura inercia.
– ¿Señor?
– Sí.
– Sólo es la luz de frenos. Nada importante.
– Desde luego. Por favor, tenga también en cuenta a las chicas muertas.
– ¿Señor?
– Por favor, ¿sería tan amble de contarles lo que he hecho?
El agente Smallbright lanzaba nerviosas miradas a su sargento, que estaba inclinado sobre la ventanilla de un Mazda. Se dirigió a Harteveld.
– ¿Quiere decirme algo, señor?
– No, muy amable por su parte, pero tengo que irme.
El agente Smallbright nunca había visto nada parecido a lo que sucedió a continuación.
El río nunca había estado más tranquilo, ni sus aguas más azules y brillantes, contaría más tarde. Pero aquel tipo parecía un cadáver gris amarillento. Y mientras Harteveld localizaba con toda precisión el lugar en que iba a morir, cinco coches más atrás, dos hombres no mucho más jóvenes que él presintieron lo que únicamente Harteveld sabía.
Por algún motivo, el detective Betts comprendió lo que iba a ocurrir.
– ¡Vamos, vamos!
Salieron precipitadamente del coche, empujando a dos empleados municipales que se echaron hacia atrás intimidados por aquellos hombres de traje y gafas de sol, con las corbatas ondeando al viento. En menos de veinte segundos recorrieron los doscientos metros que los separaban del puente, pero Harteveld, a pesar de moverse más despacio, lo alcanzó antes que ellos. Si advirtió su presencia sólo lo demostró con una ligera inclinación de cabeza, como si fugazmente hubiera oído algo lejano. Se subió al bajo parapeto del puente casi sin cambiar de paso, como si el siguiente no fuera distinto a los anteriores, y simplemente se arrojó al vacío.
El agente Smallbright soltó un grito. Los dos detectives se precipitaron, sorteando el tráfico, hacia la barandilla del puente. Smallbright los alcanzó unos segundos después. Los tres hombres jadeantes, se quedaron mirando cómo a veinte metros por debajo de ellos un sereno Harteveld rompía la superficie del agua, agitando los brazos como un muñeco, y desaparecía bajo las verdes aguas.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Maddox a Caffery en la oficina.
– Sólo estoy cansado.
– Acerca de lo que pasó, tu hermano…
– Tal vez ahora reabran el caso.
– Puedo darte un permiso de dos semanas por motivos familiares.
Caffery asintió con la cabeza.
Gracias.
– ¿Cuándo piensas…?
– No, no voy a tomarlo.
– Como quieras. -Jugueteaba con un clip. Me habría gustado que me lo contaras. Hubiéramos podido hacer algo.
– Hubiera preferido que antes hicieras algo con Diamond.
– Le he dado un buen rapapolvo. Un error más y la reprimenda se transformará directamente en sanción.
– Ha salido bien librado, ¿no?
– Por el momento lo único que podía hacer era reprenderle verbalmente.
– ¡Mierda! -Caffery tiró ruidosamente su lápiz.
Maddox le miró sorprendido.
– ¿Qué pasa?
– No sé, Steve, pero Mel es un cabrón. Jode todo lo que toca, y tú…
– vaciló -parece que quisieras encubrirlo. Tú y tu Met Boat Club, tus regatas y tu amiguismo.
– Alto ahí. -Maddox levantó la mano. No soy idiota, Jack. Todos sabemos que Diamond es un lameculos. Y todo eso que dices del amiguismo no es verdad.
Tal vez exista en otros lugares, pero no en el AMIP. -Bajó el tono de voz. Escucha, Jack…
– ¿Qué?
– No debería decírtelo, pero tú eres mejor policía que él. Tarde o temprano meterá la pata, en tanto que tú -rompió el clip y lo tiró a la papelera, tú, Jack, no la joderás. Tú… -Se sentó de nuevo, apoyó los brazos en el escritorio y miró a su inspector con algo parecido a la satisfacción. No te preocupes, ¿de acuerdo?
– Señor -Marilyn apareció en el marco de la puerta chupando una barra de chocolate, ha llegado el mensajero del Instituto Anatómico Forense.
– Gracias. -Maddox se levantó con cansancio. Esto debería ayudarnos a decidir si presentamos cargos o no.
Salió de la habitación.
– Sí, ¿qué pasa? -preguntó Jack a su amiga. ¿Por qué me miras?
– ¡Oh, no pasa nada! Sólo que espero que estés bien. Eso es todo. Estamos preocupados por ti.
Caffery sentía que se hundía en la silla, abochornado por su propia ira.
– Eres muy amable.
– No es amabilidad, sólo humanidad. -Se dio la vuelta para irse y se paró en la puerta. ¿Debo entender que ya no te interesa interrogar a Cook?
– Sí.
– Bien, espero que estés seguro porque el vuelo de la Thai despega dentro de una hora.
– Déjale marchar.
– ¡Ah, se me olvidaba! Tenías un mensaje de ayer noche a última hora. Llama a Julie Darling, no te olvides -dijo Marylin sonriendo.
Al oír su voz, Jack comprendió que la había despertado.
– Lo siento.
– Está bien, no pasa nada -respondió ahogando un bostezo. Me levanto muy tarde, gajes del oficio.
– Recibí su mensaje. -Se sujetó el auricular con la barbilla.
¿Ha recordado algo?
– No, no es eso. Se trata de algo que ha pasado.
– La escucho.
– Me dijo que le llamara si le perdía la pista a alguna chica.
– Sí.
– Pues una se ha largado.
Caffery se quedó un momento en silencio.
– Dígame su nombre.
– Se llama Peace. Peace Nbidi Jackson. Es, no sé, medio guineana o algo por el estilo. No se presentó a hacer un número en Earl’s Court y desde entonces no he sabido nada de ella.
– ¿Cuándo actuó por última vez?
– El miércoles pasado en el Dog and Bell.
El día antes de que nos presentáramos allí, pensó Jack. Llegó antes que nosotros…
– Julie -dijo, y sació un bolígrafo del cajón, ¿tiene su dirección?
En la oficina de investigación, Marilyn Kryotos tenía todos los datos sobre Peace Nbidi Jackson.
– Es una de las muchas de las que nos ha llegado orden de búsqueda del Yard. -Bajó el ratón por la pantalla. Aquí está. Clover Jackson, la madre de Peace, comunicó ayer su desaparición. Peace tiene un problema de drogas. Heroina. Tomó un autobús desde East Ham hacia algún punto cerca del túnel de Blackwell. Su madre cree que estuvo en Greenwich y, como no regresó a casa, llamó a la policía.
– Que alguien vaya a su casa. Tal vez nuestro hombre haya metido la pata por primera vez llevándose a alguien de quien se ha denunciado su desaparición. -Levantó la mirada hacia Maddox, que estaba de pie en la puerta con un papel en la mano. Caffery reconoció el membrete con el rombo azul y rojo del Instituto Anatómico Forense. Sólo podía significar una cosa.
– Bien -dijo Maddox. Las buenas noticias son que ya podemos dejar tranquilo al juez. Ese pobre negro se va a casa. Incluso si hubieran dispuesto de una muestra en mejores condiciones, no la hubieran necesitado. Ni siquiera tiene el mismo grupo sanguíneo.
Reclinado en una silla, Diamond apretó con fuerza la mandíbula.
Sobresaltándolos, el teléfono de Kryotos sonó. Era Betts, desde el puente de Londres, Kryotos oyó lo que tenía que decirle, dirigió una mirada a Maddox y Caffery y, silenciosamente, tendió el auricular a este último.
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