Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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– Debe de estar de parranda. Su segunda ocupación favorita es mantener satisfechas a las perras de la zona.

El inspector se sentó con cautela en la única butaca que había en el salón, y preguntó:

– ¿Tiene pulgas?

Ingram sonrió y murmuró:

– ¿Se cagan los ratones en el azúcar?

– ¡Mierda!

Ingram fue hacia una ventana y se sentó en el borde del alféizar.

– Pues ya puede alegrarse de que no fuera su madre la que salió a cabalgar el domingo pasado -dijo en voz baja-. Esta cocina es estéril comparada con la suya. -Había descubierto la hospitalidad de la señora Jenner cuatro años atrás, el día después de la desaparición de Healey, y había jurado no repetir la experiencia. La señora Jenner le había servido el café en una taza resquebrajada y con unas espantosas manchas de té, y mientras se lo bebía, Ingram no paraba de sentir náuseas. Nunca había entendido las peculiares costumbres de la aristocracia terrateniente venida a menos, que por lo visto creía que la porcelana fina era más valiosa que la higiene.

Esperaron en silencio mientras Maggie estaba ocupada en la cocina. La atmósfera estaba impregnada de olor a estiércol, procedente de un montón de paja que había en el patio, y dentro del piso el calor era insoportable, pues el tejado no tenía ningún tipo de aislamiento. Pasados unos minutos, los policías empezaron a secarse el sudor de la frente con sus pañuelos, y la escasa ventaja que Ingram creía haberle tomado a Maggie se desvaneció rápidamente. Poco después ella apareció con las tazas de café en una bandeja; cuando los policías se hubieron servido, ella se sentó en la manta de Bertie, que seguía en el sofá.

– Veamos, ¿qué puedo contarle que no le haya contado ya a Nick? -le preguntó a Galbraith-. Ya sé que se trata de una instrucción de asesinato, porque he leído los periódicos, pero no sé en qué puedo ayudarles, dado que no vi el cadáver.

Galbraith sacó unas notas.

– De hecho es algo más que una investigación de asesinato, señorita Jenner. Kate Sumner fue violada antes de ser arrojada al mar, así que el hombre que la mató es sumamente peligroso, y tenemos que atraparlo antes de que cometa otro crimen. -Hizo una pausa para que ella asimilara aquella información-. Créame, le agradeceremos mucho cualquier información que pueda proporcionarnos.

– Pero yo no sé nada.

– Usted habló con un hombre llamado Steven Harding -le recordó el inspector.

– ¡Vaya por Dios! No estará insinuando que ha sido él, ¿verdad? -Miró a Ingram con expresión ceñuda y dijo-: Veo que la has tomado con ese chico, ¿eh, Nick? Él sólo intentaba ayudar. Podrías acusar a cualquiera de los otros hombres que había aquel día en Chapman's Pool.

Ingram no se inmutó ni por el ceño ni por la recriminación.

– Sí, tiene razón.

– Entonces, ¿por qué sólo te metes con Steve?

– No se trata de eso, señorita Jenner -replicó Ingram-. Estamos intentando descartarlo de la investigación. Ni el inspector ni yo queremos perder el tiempo investigando a personas inocentes.

– El domingo pasado perdiste mucho tiempo haciendo precisamente eso -replicó ella, mordaz, dolida por la deprimente insistencia de él en tratarla con aquel exceso de formalidad.

Ingram sonrió, pero no dijo nada.

Maggie se volvió hacia Galbraith y dijo:

– Haré todo lo que pueda, aunque dudo que pueda contarle gran cosa. ¿Qué quiere saber?

– Me interesaría que empezara describiendo su encuentro con ese joven. Tengo entendido que usted bajaba a caballo por el sendero, hacia los cobertizos de las barcas, y que se cruzó con él y los niños junto al coche del agente Ingram. ¿Era la primera vez que lo veía?

– Sí, pero en ese momento yo no iba montada en Jasper. Lo llevaba cogido de las riendas, porque el helicóptero lo había asustado.

– De acuerdo. ¿Qué hacían Steven Harding y los niños cuando usted los vio?

Maggie se encogió de hombros.

– Estaban mirando con los prismáticos a una chica que iba en un barco. Al menos, Steve y el mayor de los hermanos. Creo que el pequeño se aburría. Entonces Bertie se puso nervioso…

Galbraith la interrumpió:

– Ha dicho que estaban mirando con los prismáticos. ¿Cómo lo hacían exactamente? ¿Se los turnaban?

– Perdone. Era Paul el que miraba. Steve sólo se los sujetaba. -Maggie vio cómo el policía arqueaba las cejas, y explicó-: Así. -Formó un círculo con los brazos-. Steve estaba de pie detrás de Paul, con los brazos a su alrededor, y sujetaba los prismáticos para que Paul mirase. El niño lo encontraba divertido y se reía. Creo que Steve quería ayudar al chico a olvidar aquel cadáver. -Hizo una pausa y añadió-: De hecho, creí que era su padre, pero después me di cuenta de que era demasiado joven.

– Uno de los niños dijo que Harding se estaba frotando la entrepierna con el teléfono móvil antes de que llegara usted. ¿Le vio hacerlo?

Ella negó con la cabeza y dijo:

– Lo llevaba atado al cinturón.

– ¿Qué pasó después?

Bertie se puso nervioso, así que Steve lo cogió por el collar y luego me propuso que animáramos a los niños a acariciar a Bertie y a Jasper para que se tranquilizaran. Dijo que él estaba acostumbrado a los animales porque se había criado en una granja de Cornualles. -Frunció el entrecejo-. ¿Qué importancia tiene todo esto? Lo único que intentaba era ser simpático.

– ¿De qué modo, señorita Jenner?

Maggie miró al inspector, preguntándose adónde quería llegar con aquellas preguntas.

– No estaba molestándome, si a eso se refiere.

– ¿Por qué iba a pensar yo que estaba molestando?

Con gesto irritado, ella respondió:

– Porque si hubiera estado molestándome, usted lo tendría más fácil.

– ¿En qué sentido?

– Usted quiere demostrar que él es el violador, ¿no? Igual que Nick.

Galbraith la miró impertérrito.

– Violar a una mujer es más grave que hacerse pesado. A Kate Sumner la drogaron, tenía golpes en la espalda, señales de estrangulamiento en el cuello, quemaduras en las muñecas, los dedos rotos y heridas en la vagina. Todo eso le hicieron antes de arrojarla al mar, cuando todavía estaba con vida, y el que lo hizo sabía que Kate no nadaba muy bien y que, por lo tanto, no lograría salvarse, eso suponiendo que se sobrepusiera a los efectos de los sedantes. Además, cuando murió estaba embarazada, lo cual significa que también mataron a su hijo. -Esbozó una sonrisa y agregó-: Comprendo que usted está muy ocupada y que la muerte de una desconocida no es un asunto prioritario en su vida, pero el agente Ingram y yo nos lo tomamos más en serio, seguramente porque ambos vimos el cadáver de Kate y nos impresionó mucho.

Maggie se miró las manos.

– Lo siento -dijo.

– No vamos por ahí formulando preguntas porque sí -añadió Galbraith con serenidad-. Es más, a nosotros los casos como éste nos causan una gran tensión, aunque la gente raramente se da cuenta de ello.

Maggie levantó la cabeza y dijo:

– Entiendo. Pero tengo la impresión de que se están centrando en Steven Harding sólo porque él se encontraba allí, y eso no me parece razonable.

Galbraith intercambió una mirada con Ingram y dijo:

– Tenemos otras razones para estar interesados en él, pero la única que puedo explicarle, de momento, es que Steven Harding conocía a la víctima desde hacía tiempo. Eso habría sido motivo suficiente para interrogarlo, aunque no hubiera estado en Chapman's Pool el domingo.

Maggie pareció sorprendida.

– No dijo que la conocía.

– ¿Por qué iba a decirlo? A nosotros nos dijo que no había visto el cadáver.

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