Minette Walters
Las fuerzas del mal
© Minette Walters, 2002.
Título de la edición original: Fox Evil
Editor original: Macmillan, Noviembre/2002
Traducción del Cristina Macía y Justo E. Vasco
Para todos mis primos cercanos o lejanos
llamados Jebb y Paul.
La sangre siempre es más espesa que el agua.
El león, el zorro y el asno
El león, el zorro y el asno se asociaron para ir de caza.
Cuando ya tuvieron suficiente, al regresar del bosque, el león dijo al asno que repartiera el botín entre los tres. Hizo el asno tres partes iguales y pidió a los otros dos que escogieran la suya. Indignado, el león saltó sobre el asno y lo devoró.
Entonces pidió al zorro que tuviera la bondad de hacer el reparto.
El zorro hizo un montón con casi todo lo que habían cazado, y dejó para sí sólo unas piltrafas.
– ¿Quién te ha enseñado, excelente colega, a repartir tan bien? -dijo el león-. Lo has hecho a la perfección.
– ¡Pues el asno, señor! He sido testigo de su destino.
Feliz es el hombre que aprende de las desgracias ajenas.
Esopo
Mal del zorro. «Enfermedad caracterizada por la caída del pelo» (1842, Farmer's EncycL, Johnson), alopecia.
Oxford English Dictionary, 2002
Alopecia Areata. Calvicie que tiene lugar en el cuero cabelludo por zonas, posiblemente causada por una perturbación nerviosa. [Gr. alōpekiā, sarna del zorro, una zona de calvicie; alōpekoeidēs, zorruno, de alōpēx, zorro.]
Chambers English Dictionary
Valle de Shenstead, Dorset
PRIMERA PARTE. Junio a Diciembre, 2001
Junio de 2001
El zorro se deslizaba en silencio a través de la noche en busca de alimento, traicionando su presencia con el destello ocasional de su cola terminada en un mechón blanco. El olor de un tejón hizo que su hocico temblara y evitó la zona del sendero donde habían marcado el territorio. Criatura tímida y nerviosa, era lo suficientemente listo como para no cruzarse en el camino de un luchador voraz con potentes mandíbulas y dientes venenosos.
No sentía ese miedo ante el olor de tabaco ardiendo. Eso era señal de pan y leche para él y trocitos de pollo para la hembra y sus crías, un botín más fácil que pasarse toda la noche en la incansable caza de campañoles y ratones campestres. Siempre suspicaz, permaneció inmóvil durante varios minutos vigilando y prestando atención a cualquier movimiento extraño. No hubo ninguno. Quien fumaba era tan silencioso y tranquilo como él. Por fin, respondiendo confiadamente al estímulo pavloviano, se arrastró hacia el olor familiar, sin caer en la cuenta de que un cigarrillo liado era algo bien diferente a la pipa a la que estaba acostumbrado.
La trampa ilegal, un artefacto mutilante con dientes metálicos, se cerró de un salto sobre su delicada pata delantera con la fuerza de la mordida de un tejón grande, destrozando la carne y quebrando el hueso. Aulló de rabia y dolor, lanzando dentelladas a la noche desierta en busca de su contrincante imaginario. A pesar de toda la astucia que se le suponía, no había sido todo lo listo que debiera para reconocer que la figura inmóvil junto al árbol no guardaba ningún parecido con el paciente anciano que lo alimentaba de manera habitual.
La espesura estalló en sonidos como respuesta a su terror. Los pájaros aletearon en sus ramas, los roedores nocturnos corrieron raudos a sus escondites. Otro zorro, quizá su hembra, aulló alarmado al otro lado del campo. Cuando la figura se volvió hacia él sacando un martillo del bolsillo de su chaqueta, las franjas afeitadas en la cabellera pudieron sugerirle que se trataba de un enemigo mayor y más fuerte que aquellos a los que un zorro podía enfrentarse, porque la bestia dejó de chillar y se dejó caer sobre el vientre, sollozando con humildad. Pero no hubo clemencia al aplastarle deliberadamente su morrito puntiagudo antes de abrir la trampa a la fuerza, y aún vivía cuando su cola fue separada del cuerpo con una navaja afilada.
Su verdugo escupió el cigarrillo y lo aplastó con el tacón antes de esconder la cola en su bolsillo y agarrar a la bestezuela por la nuca. El hombre se deslizó entre los árboles de la misma manera que lo hiciera antes el zorro, y se detuvo en la linde del bosque disolviéndose en la sombra de un roble. A unos quince metros de distancia, al otro lado del canal que servía de lindero, el anciano estaba de pie en la terraza y miraba hacia la línea de árboles con una escopeta levantada a la altura del hombro que apuntaba hacia su invisible vigilante. El resplandor que se filtraba por los ventanales abiertos mostró su rostro, sombrío por la ira. Conocía el grito del animal herido, sabía que su abrupto cese significaba que le habían aplastado el hocico. Seguro que lo habían hecho. No era la primera vez que le tiraban un cadáver destrozado a los pies.
No llegó a ver el recorrido del brazo, vestido de negro y con guante negro, que dirigió el zorro moribundo hacia él, pero percibió los destellos blancos cuando las pequeñas zarpas se agitaron a la luz. Con furia homicida, apuntó por debajo de los destellos y disparó los dos cañones.
Dorset Echo; sábado, 25 de agosto de 2001
INVASION DE NÓMADAS
Las onduladas tierras bajas del camino rural de Dorset se han convertido en la sede del mayor parque de caravanas en la historia del condado. La policía estima que unas 200 casas móviles y más de 500 gitanos y nómadas se han reunido en el bello escenario de Barton Edge para participar en un festival musical durante el Bank Holiday 1de agosto.
Desde las ventanas del autocar psicodélico de Bella Preston se despliega en todo su esplendor la línea costera jurásica de Dorset, que pronto será proclamada Patrimonio de la Humanidad. A la izquierda, los majestuosos riscos de la bahía de Ringstead; a la derecha, las impresionantes rocas de Portland Bill, y al frente el azul esplendoroso del canal de la Mancha.
«Éste es el mejor paisaje de toda Inglaterra -dice Bella, de treinta y cinco años de edad, mientras abraza a sus tres hijas-. A las niñas les encanta. Siempre que podemos veraneamos aquí.» Bella, una madre soltera de Essex que se describe a sí misma como una «trabajadora social», fue una de las primeras en llegar. «La propuesta de llevar a cabo el festival se hizo cuando estábamos en Stonehenge, celebrando el solsticio de junio. La noticia se difundió con rapidez, pero no esperábamos a tanta gente.»
La policía de Dorset se puso en alerta cuando un número inusual de vehículos de nómadas llegaron al condado ayer por la mañana. Se colocaron barreras en las carreteras que llevan a Barton Edge con la intención de detener la invasión. El resultado fue una serie de atascos, algunos de más de ocho kilómetros, que irritaron a los habitantes locales y a los turistas habituales que quedaron atrapados en ellos. Como los vehículos de los nómadas no podían girar en el pequeño espacio disponible en las estrechas carreteras de Dorset, se tomó la decisión de permitir la celebración del festival.
El granjero Will Harris, de cincuenta y ocho años, cuyas tierras han sido ocupadas por el campamento ilegal, se siente muy molesto por la impotencia de la policía y las autoridades locales. «Me han dicho que me arrestarán si provoco a esa gente -dijo muy enojado-. Me están destruyendo los cercados y las cosechas, pero si me quejo y alguien resulta herido, entonces la culpa es mía. ¿Es eso justicia?»
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