Sumner se puso a dar vueltas por la cocina, abriendo y cerrando armarios como si quisiera demostrar que estaba familiarizado con su contenido.
– Yo no tengo la culpa -dijo-. Eso era lo que le gustaba a Kate, y no me dejaba meterme en el funcionamiento de la casa.
– ¿Está seguro de que no era lo contrario? -Tiró la ceniza del cigarrillo en el platillo-. Cuando se casó con Kate, usted no quería una esposa. Quería un ama de casa que tuviera la casa impoluta y que llevara las cuentas de lo que se gastaba.
– Se equivoca.
– ¿De veras?
– Era como si yo viviera en una casa de huéspedes barata -repuso él con amargura-. Yo no me casé con una esposa ni con un ama de casa, sino con una casera que me permitía vivir aquí siempre que pagara el alquiler puntualmente.
El jueves por la tarde el yate francés Mirage ascendió por el río Dart y amarró en el puerto deportivo Dart Haven, en el estuario de Kingswear, frente a la encantadora población de Dartmouth y junto a la línea del ferrocarril de vapor de Paington. Poco después de amarrar, sonó un silbato y el tren de las tres en punto salió de la estación envuelto en una nube de vapor, despertando en el propietario del Beneteau una romántica nostalgia de tiempos pasados.
Su hija, en cambio, estaba desmoralizada; no entendía por qué habían amarrado en la orilla del río donde no había nada más que la estación, cuando todas las atracciones -tiendas, restaurantes, pubs, gente, vida, ¡hombres!- estaba en la otra orilla, en Dartmouth. Miró con desdén a su padre, que en ese momento sacaba la cámara de vídeo y buscaba en la bolsa una cinta virgen para grabar las locomotoras de vapor. Su padre, pensó, era como un niño pequeño que se entusiasmaba con los tesoros de la Inglaterra rural, cuando lo verdaderamente interesante era Londres. Ella no tenía ningún amigo que no hubiera estado allí, y eso la mortificaba. ¡Pero qué deprimentes eran sus padres, por Dios!
Su padre le preguntó dónde estaban las cintas vírgenes, y ella tuvo que admitir que no quedaba ninguna. La chica las había gastado todas grabando tonterías para distraerse, y él, que era de esos padres tolerantes a los que no les gusta pelearse, pasó las cintas para seleccionar la menos interesante para volverla a utilizar.
Cuando le llegó el turno a la cinta en que aparecía un joven bajando por el precipicio de Chapman's Pool hacia dos niños, y después el mismo joven sentado en la orilla más allá de los cobertizos de la playa, el padre miró a su hija con expresión ceñuda. La chica tenía catorce años, y él se dio cuenta de que no sabía si su hija todavía era inocente al respecto o si sabía exactamente lo que había estado grabando. Le describió al joven y le preguntó por qué había empleado tanta cinta para grabarlo. Ella se ruborizó y respondió que por ningún motivo concreto. El joven estaba allí y era guapo, dijo con tono desafiante. Además, ella lo conocía, porque se habían visto en Lymington y habían estado charlando. Y a él le gustaba. Ella entendía de esas cosas.
Su padre se quedó anonadado.
Ella se encogió de hombros. ¿Qué problema había? ¿Que era inglés? Sólo era un joven guapo al que le gustaban las francesas, dijo.
Bibi Gould salió tranquilamente de la peluquería de Lymington donde trabajaba, pero se le demudó la cara al ver a Tony Bridges en la acera contemplando a una joven madre que cogía en brazos a su hijito. Últimamente su relación con Tony había pasado de ser un placer a ser un tormento, y por un instante Bibi estuvo a punto de volver a entrar en la peluquería, pero se dio cuenta de que Tony ya la había visto. Compuso una sonrisa forzada.
– Hola -dijo la chica con fingida alegría.
Él le lanzó una de sus inquietantes miradas, fijándose en los minúsculos pantalones cortos y en el minúsculo top que apenas le cubrían los bronceados brazos, piernas y vientre.
– ¿Con quién has quedado? -le preguntó, incapaz de disimular su enojo.
– Con nadie -contestó ella.
– Pues, ¿qué te pasa? ¿Por qué te fastidia tanto verme?
– No me fastidia. -Bibi bajó la cabeza para taparse los ojos con el cabello, lo cual él no soportaba-. Estoy cansada, nada más. Me iba a casa a ver la televisión.
Él la sujetó por la muñaca.
– Steve se ha largado. ¿Es con él con quien has quedado?
– No seas estúpido.
– ¿Dónde está?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? -dijo ella forcejeando para soltarse-. Es tu amigo, ¿no?
– ¿Ha ido a la caravana? ¿Habéis quedado allí?
Bibi consiguió soltarse.
– Mira, tú tienes algún problema con él. Deberías hablar con alguien sobre eso, en lugar de echarme toda la culpa. Y para que lo sepas, no todo el mundo corre a esconderse en la asquerosa caravana de papá y mamá cada vez que algo sale mal. Es una pocilga, igual que tu casa. ¿Quién va a querer follar en una pocilga? -Se frotó la dolorida muñeca y miró a Tony con el entrecejo fruncido-. Steve no tiene la culpa de que a ti no se te levante de lo ciego que te pones por las noches, así que déjalo en paz.
Tony la miró con desprecio y dijo:
– ¿Y el sábado? No fui yo el que se desmayó el sábado. Estoy harto de que me tomen el pelo, Beebs.
Bibi estuvo a punto de decirle que acostarse con él se había vuelto aburridísimo, pero se lo pensó mejor.
– Mira, yo no tengo la culpa -murmuró, lacónica-. Eso te pasa por comprarles éxtasis chungos a tus amigos. Cualquier día vas a tener un disgusto.
FAX
De: agente Nicholas Ingram
Para: inspector John Galbraith
Fecha: 14 de agosto – 19:05 h.
Ref.: investigación sobre el asesinato de Kate Sumner
He estado pensando en el tema de referencia, sobre todo en el informe del forense y en el bote aparecido en la playa, y como mañana es mi día libre, le envío mis comentarios. Hay que reconocer que se basan únicamente en la presunción de que el bote aparecido en la playa tiene alguna relación con el asesinato de Kate, pero apuntan a un nuevo enfoque que creo debería ser tomado en consideración.
Esta mañana ya comenté que: 1) cabe la posibilidad de que robaran ese bote de Lulworth Cove a finales de mayo, en cuyo caso el ladrón y el asesino de Kate podrían ser la misma persona; 2) que si mi teoría sobre el «remolcamiento» es correcta, es muy posible que el ladrón desmontara el motor fueraborda (marca: Fastrigger, número de serie 240B 5006678) y lo guardara en algún sitio; 3) debería usted consultar de nuevo el cuaderno de bitácora de Steven Harding para averiguar si estuvo en Lulworth Cove el jueves 29 de mayo; 4) comprobar si llevaba un segundo bote a bordo del Crazy Daze que pudiera inflarse con una pequeña mancha, lo cual resolvería algunas dudas; 5) seguramente tiene algún local en algún sitio que usted todavía no ha descubierto y donde podría estar escondido el motor fueraborda robado.
He analizado los problemas logísticos de cómo pudo sacarse el bote de Lulworth Cove a la luz del día y he comprobado que a Harding, o a cualquier otra persona, no le habría resultado fácil.
Es importante tener en cuenta que el Crazy Daze debió de anclar en medio de la bahía de Lulworth y que Harding sólo pudo haber desembarcado en su propio bote. Si el bote lo hubieran robado unos gamberros para dar una vuelta, nadie se habría fijado en ellos (cualquiera habría dado por hecho que el bote era suyo), pero un hombre solo manejando dos botes habría llamado la atención, sobre todo porque la única forma en que pudo sacarlos de Lulworth Cove es remolcándolos en tándem o en paralelo detrás del Crazy Daze (a menos que pudiera perder el tiempo desinflándolos). No es habitual que un yate lleve dos botes, y como el robo ya había sido denunciado, los guardacostas se habrían fijado en ese hecho desde el puesto de observación de Lulworth.
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