Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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– Impresionante -comentó el enfermero.

– Sí -coincidió Celia.

Polly Garrard estaba a punto de irse al trabajo cuando el inspector John Galbraith llamó a la puerta de su casa y le preguntó si le importaría contestar a unas preguntas más sobre su relación con Kate Sumner.

– No puedo -respondió la mujer-. Voy a llegar tarde. Si quiere puede venir al despacho.

– Por mí no hay ningún inconveniente -dijo él-, pero quizá no sea lo mejor para usted. No creo que le guste que sus compañeros de trabajo oigan algunas de las cosas que quiero preguntarle.

– ¡Mierda! -exclamó ella-. Sabía que esto iba a pasar. -Abrió la puerta y dijo-: Pase. -Lo condujo a un pequeño salón, diciendo-: Pero no me retenga mucho tiempo. Media hora como máximo, ¿de acuerdo? Este mes ya he llegado tarde dos veces, y se me están acabando las excusas.

Se sentó en un extremo del sofá con un brazo sobre el respaldo e invitó al policía a sentarse en el otro extremo. Cruzó una pierna bajo el cuerpo de modo que la falda dejó los muslos al descubierto. Galbraith se sentó, consciente de que aquella postura era deliberada. Polly era una joven atractiva a la que le gustaban las camisetas ceñidas, el maquillaje exagerado y el esmalte de uñas azul, y Galbraith se preguntó qué le habría parecido a Angela Sumner tenerla a ella como nuera en lugar de Kate. Pese a todos sus pecados reales o imaginarios, Kate parecía bastante adecuada para representar el papel de esposa de William aunque no tuviera las virtudes sociales que habrían satisfecho a su suegra.

– Quiero que me hable de una carta que le escribió a Kate en julio, referente a unos compañeros de trabajo -dijo Galbraith sacando una fotocopia de la carta del bolsillo de la camisa. Desplegó el papel sobre una rodilla y se lo entregó a Polly-. ¿Recuerda habérsela enviado?

Polly la leyó por encima y asintió con la cabeza.

– Sí. Llevaba una semana llamándola por teléfono hasta que se me ocurrió enviarle una nota para que me llamara ella. -Hizo una mueca y añadió-: Pero Kate no me llamó. Se limitó a enviarme una birria de carta diciéndome que me llamaría en cuanto pudiera.

– ¿Ésta? -Galbraith le entregó una copia del borrador de Kate.

Polly le echó un vistazo.

– Supongo que sí. Eso es más o menos lo que decía. El papel era muy elegante, de eso me acuerdo, pero a mí me mosqueó que no se molestara en escribir una respuesta como Dios manda. En realidad no creo que quisiera que fuera a visitarla. Supongo que temía ponerse en evidencia delante de sus amigos de Lymington. Seguramente es lo que habría pasado -añadió.

– ¿Visitó usted la casa cuando los Sumner se mudaron?

– No. No me invitaron. Ella siempre decía que podría ir en cuanto hubiera acabado la decoración, pero -hizo otra mueca- no era más que una excusa para aplazar la cita. A mí no me importaba. La verdad es que yo habría hecho lo mismo. Cuando cambias de vida lo normal es que desconectes de los amigos.

– Pero ella no había desconectado del todo -señaló-. Usted sigue trabajando con William.

– Trabajo en el mismo edificio que William -le corrigió ella-, y no soporta que yo le diga a todo el mundo que se casó con mi mejor amiga. Ya sé que no es verdad. Kate me caía muy bien y todo eso, pero no era la típica amiga íntima. Era demasiado independiente. Lo hago simplemente para fastidiar a William. Él piensa que soy demasiado vulgar y casi le da un infarto cuando le dije que había ido a Chichester a ver a Kate y que había conocido a su madre. No me sorprende. ¡Menuda arpía! Haz esto, no hagas lo otro… Si hubiera sido mi suegra la habría empujado por la escalera.

– ¿Hubo alguna vez alguna posibilidad de que eso sucediera?

– ¡Qué va! No me habría casado con Sumner ni loca. Ese tipo no tiene ningún atractivo.

– Entonces ¿qué vio Kate en él?

– Dinero -dijo Polly frotando el índice y el pulgar.

– ¿Qué más?

– Nada. Clase, quizá, pero lo que Kate andaba buscando era precisamente eso: un tipo soltero, sin hijos y con dinero. -Ladeó la cabeza ante la expresión de incredulidad del policía-. Una vez me contó que William la tenía más floja que una salchicha cruda, incluso cuando tenía una erección. Y yo le pregunté: Entonces ¿cómo os lo montáis? Y ella me contestó: Con un litro de aceite para bebés y metiéndole el dedo en el culo. -Soltó una risita-. A él le encantaba. Si no, ¿por qué se habría casado con ella cuando su madre no la tragaba? Vale, puede que Kate fuera detrás del dinero, pero el pobre Willy sólo quería una putita que le dijera que era un macho fenomenal. Funcionaba a las mil maravillas. Ambos tenían lo que querían.

Galbraith la miró preguntándose si Polly era verdaderamente tan ingenua como parecía.

– ¿En serio? No olvide que Kate está muerta.

Ella se calmó de golpe.

– Ya lo sé. ¡Qué mierda! Pero sobre eso no puedo decirle nada. No había visto a Kate desde que se mudó.

– Está bien. Hábleme sobre lo que sí sabe. ¿Por qué le recordó a Kate esa historia sobre Wendy Plater insultando a James Purdy?

– ¿Qué le hace pensar que me la recordó?

– «Wendy tuvo que disculparse, pero no se arrepiente de nada. Dice que era la primera vez que veía a Purdy ponerse lívido de ira. Pensé en ti inmediatamente, claro…» -citó Galbraith de la carta-. ¿Qué significa eso último, Polly? ¿Por qué pensó en Kate al ver palidecer a Purdy?

– Porque Kate también trabajaba en Pharmatec -respondió ella con tono poco convincente-. Porque Kate decía que Purdy era un gilipollas. No es más que una forma de hablar.

Galbraith dio unos golpecitos en la copia de la carta.

– Kate tachó «me juraste» antes de escribir «la historia sobre Wendy Plater me ha encantado» -dijo-. ¿Qué fue lo que le juró?

– Muchas cosas, supongo -contestó Polly, un tanto incómoda.

– A mí sólo me interesa lo que tenía algo que ver con James Purdy o con Wendy Plater.

Polly se inclinó hacia delante.

– Eso no tiene nada que ver con su muerte. Es una tontería.

– ¿Podría explicármela?

Ella no respondió.

– Si de verdad no tiene nada que ver con el asesinato, le doy mi palabra de que quedará entre nosotros dos. No me interesa desvelar los secretos de Kate; lo que me interesa es encontrar al asesino. -Galbraith sabía que aquello no era cierto. Muchas veces, desgraciadamente, las víctimas de violación tenían que soportar la humillación de que sus secretos fueran desvelados. Miró a Polly con repentina simpatía-. Pero me temo soy yo quien tiene que decidir si es importante o no.

Ella suspiró y dijo:

– Si Purdy se entera de que se lo he contado, podría perder mi empleo.

– Él no tiene por qué enterarse.

– ¿Seguro?

Galbraith no dijo nada, pues la experiencia le había demostrado que a menudo el silencio ejercía más presión que las palabras.

– ¡Qué más da! -dijo ella-. De todos modos, seguro que ya se lo ha imaginado. Kate tuvo un lío con él. Purdy estaba loco por ella, quería abandonar a su esposa y todo, y entonces ella lo mandó a paseo y le dijo que se iba a casar con William. El pobre Purdy no podía creerlo. Él ya no es ningún chiquillo y había estado esforzándose como un condenado para mantenerla a ella interesada. Creo que hasta le había dicho a su esposa que quería divorciarse. En fin, Kate me dijo que palideció y se desplomó sobre la mesa. Estuvo tres meses de baja, y yo pensé que debía de haber tenido un infarto, pero Kate decía que Purdy no se atrevía a volver al trabajo mientras ella siguiera en Pharmatec. -Se encogió de hombros-. A lo mejor Kate tenía razón, porque Purdy volvió al trabajo una semana después de que ella dejara la empresa.

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