Christopher Isherwood - Adiós A Berlín

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Adiós a Berlín combina la realidad con la ficción, y el Christopher Isherwood de la novela, aun siendo el narrador, no es necesariamente el autor. Personajes marginales, a menudo cómicos, viven vidas desordenadas, hasta torpes, como exiliados en Berlín, bajo la amenaza del horror que se avecina.La novela perdura como un documento acerca de una ciudad harapienta y corrupta -como lo eran en los años treinta el estado y el pueblo alemanes-, y la claudicación ante el nazismo en ciernes y el egoísmo de un generalizado sálvese quien pueda. El consumado oficio de Isherwood convierte el documento en literatura.

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– Mi padre la construyó en 1904. Quería que se pareciera lo más posible a una casa inglesa. Mi madre era inglesa…

Después de cenar salimos a pasear al jardín, en la oscuridad. El viento, subiendo desde el lago, soplaba entre los árboles. Seguí a Bernhard, tropezando con el terrier, que no hacía más que correr entre mis piernas. Bajamos unos peldaños de piedra que desembocaban en un embarcadero. La oscura superficie del lago se rizaba de olas. Más allá, en dirección a Potsdam, unas cuantas luces diseminadas se reflejaban en el agua negra como colas de cometas. Un desmantelado farol de gas golpeaba el parapeto, mecido por el viento. Bajo nosotros, las olas se estrellaban, blandas y húmedas, contra la piedra invisible.

– Cuando era niño solía bajar esta escalera en invierno y estarme aquí horas enteras… -empezó Bernhard. Hablaba en un tono tan bajo, que a duras penas podía oír lo que decía. Ni siquiera su cara me era visible: estaba mirando hacia el otro lado, más allá del lago. De vez en cuando sus palabras sonaban más claras, como si fuera el viento quien hablase-. Era durante la guerra. Mi hermano mayor murió nada más empezar… Más tarde, algunos rivales comerciales de mi padre empezaron a hacer propaganda en contra suya, sólo porque mi madre era inglesa. Lo que pretendían es que nadie viniese a vernos. Llegaron a rumorear que éramos espías. Al final, ni siquiera los comerciantes locales llamaban a la puerta… Resulta ridículo, si no fuera terrible, que los seres humanos puedan encerrar tanta maldad…

Me estremecí mientras escudriñaba la oscuridad sobre el agua. Hacía frío. La voz de Bernhard, suave y educada, seguía sonando en mi oído.

– Me quedaba de pie aquí, en las noches de invierno y me imaginaba que yo era el único ser humano en el mundo. Supongo que debí de ser un chico raro… Nunca me llevé bien con los demás, aunque hacía todo lo posible por ser popular y tener amigos. Tal vez ése fuera mi error… tenía demasiadas ganas de tener amigos. Los chicos se daban cuenta y se volvían crueles. De una manera objetiva, no me es difícil comprender su reacción. Quizá yo mismo, en otras circunstancias, me habría comportado igual. Es difícil saberlo… Pero soportar aquello en el colegio era como soportar una tortura china… Tal vez comprenda ahora por qué me gustaba bajar aquí por la noche y estar solo. Además, estábamos en guerra… Por aquel entonces yo creía que la guerra podía durar diez, quince, hasta veinte años más. Sabía de antemano que incluso yo mismo sería llamado a filas. Es curioso, pero no recuerdo en absoluto haber experimentado sensación de miedo. Lo aceptaba sin reparos. Me parecía completamente natural tener que morir. Supongo que esa era la mentalidad de todo el mundo durante la guerra. Aunque creo que en mi caso había algo típicamente semita en mi actitud… Es muy difícil hablar imparcialmente de eso. A veces, uno se resiste a admitir ciertas cosas, por la simple razón de que repugnan a la propia estimación…

Volvimos lentamente y empezamos a remontar la ladera del jardín. De vez en cuando, oíamos el jadeo del terrier persiguiendo algo en la oscuridad. Bernhard prosiguió con voz vacilante, rebuscando las palabras:

– Después de la muerte de mi hermano, mi madre casi no salió de la casa. Supongo que quería olvidarse de que existía Alemania. Empezó a estudiar hebreo y a dedicar todo su tiempo a la historia y la literatura judías. Tal vez sea ésa una frase sintomática de la experiencia judía… ese volver la espalda a la cultura y las tradiciones europeas. Yo mismo me doy cuenta de ello a veces… recuerdo a mi madre paseando por la casa como una sonámbula. El tiempo que estaba sin estudiar se lo pasaba lamentándose. Lo terrible es que se estaba muriendo de cáncer… En cuanto supo qué era lo que tenía, se negó terminantemente a recibir a un médico. La aterrorizaba la idea de sufrir una operación… Al final, cuando el dolor se hizo irresistible, se mató…

Habíamos llegado a la casa. Bernhard abrió una puerta encristalada. A través de un pequeño invernadero llegamos a una habitación sumergida en sombras bailarinas que brotaban de una chimenea estilo inglés. Bernhard encendió tantas luces que me cegó.

– ¿Es necesaria tanta luz?-pregunté-. Me parece mucho mejor la luz del fuego.

– ¿Le parece mejor?-Bernhard sonrió débilmente.- A mí también… Pensé que a lo mejor prefería usted la luz eléctrica.

– ¿Por qué demonios tiene que gustarme más?

Su tono me hizo desconfiar.

– No sé. Sencillamente, forma parte de la idea que tengo de usted. Qué idiota soy…

Bernhard se estaba burlando. No contesté. Se levantó y apagó todas las lámparas, excepto una pequeña situada en una mesa a mi lado. Hubo un largo silencio.

– ¿Le gustaría oír la radio?

Esta vez su tono me hizo reír.

– No hace falta que haga nada para distraerme. Soy completamente feliz junto al fuego.

– Me alegro… Qué estúpido soy… Tenía la impresión contraria.

– ¿Qué quiere decir?

– Me temía que se estuviera usted aburriendo…

– ¡Claro que no! ¡Qué tontería!

– Es usted muy amable, Christopher. Es usted siempre muy amable. Pero puedo leer en sus ojos lo que está pensando… -nunca había oído a Bernhard hablar en aquel tono: era casi hostil-. Se está usted preguntando por qué le he traído a esta casa. Y sobre todo, se está usted preguntando por qué le he contado todo lo que acabo de contarle.

– Me alegro mucho de que me lo haya contado.

– No, Christopher, no es verdad. Está usted un poco sorprendido. Usted cree que esas cosas no deben contarse jamás. Mi sentimentalismo judío repugna un poco a su educación inglesa… Se halaga usted mismo creyéndose un hombre de mundo, pero su formación es demasiado rígida para soportar ciertas formas de debilidad. Cree que la gente no debería hablar como yo lo he hecho. No es correcto.

– Bernhard, está usted diciendo tonterías.

– ¿Usted cree? Tal vez… Aunque yo no estoy de acuerdo. No importa… Ya que quiere usted saberlo, le voy a decir por qué le he traído… Quería hacer un experimento.

– ¿Un experimento?¿Quiere usted decir conmigo?

– No. Un experimento conmigo mismo. Es decir… durante diez años jamás he hablado a un ser humano en la forma en que le he hablado a usted esta noche… Dudo de que pueda usted ponerse en mi lugar… entender lo que quiero decir. Y esta noche… Tal vez sea imposible explicarlo, después de todo… Deje que se lo exponga de otro modo. Le traigo aquí, a esta casa que no representa nada para usted. No tiene usted ningún motivo para sentirse deprimido por el pasado. Entonces, yo voy y le cuento mi historia… Es posible que así, de esta forma, pueda uno librarse de sus fantasmas… Ya sé que me estoy expresando muy mal. Le parece muy absurdo lo que le estoy diciendo, ¿verdad?

– Ni lo más mínimo… Pero, por qué me ha elegido a mí para su experimento?

– ¡Qué forma tan dura tiene de decir eso, Christopher! ¡Cuánto me debe despreciar!

– No, Bernhard, no. Precisamente estoy pensando en cuánto debe usted despreciarme a mí… A veces me pregunto por qué me trata. Incluso llego a creer que me detesta y que en lo que hace y dice se esfuerza a veces por demostrármelo. Y, sin embargo, por otro lado, también pienso que no es así. De otro modo, no me llamaría usted tan a menudo para que fuera a verle… De todas formas, empiezo a cansarme de lo que usted llama sus experimentos. El de esta noche no ha sido el primero. Le fallan sus experimentos y luego se enfada usted conmigo. Déjeme decirle que eso me parece injusto… Pero lo que no puedo soportar es que me muestre usted su resentimiento adoptando ese aire de humildad burlona… En realidad es usted la persona menos humilde que he conocido en toda mi vida.

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