A la vuelta me sentía cansado y de mal humor. Tuvimos una ligera discusión. Hablábamos de los Bernstein. Fue Natalia la que me proporcionó las clases con los Bernstein. Hippi y ella iban al mismo colegio. Un par de días antes le había dado a Hippi su primera lección de inglés.
– ¿Te gusta?-me preguntó Natalia.
– Mucho. ¿A ti no?
– Sí, a mí también… Pero tiene dos grandes defectos. Claro que no te habrás dado cuenta todavía…
No me inmuté. Natalia añadió gravemente:
– ¿Sabes? Me gustaría que me dijeras todos mis defectos.
Si hubiera estado de otro humor me habría parecido divertido, hasta conmovedor. Pero con el que tenía, pensé: «Quiere que la halague». Contesté secamente:
– No sé a qué te refieres al decir «defectos». No acostumbro a juzgar a la gente por la primera impresión. Harías mejor en preguntárselo a tus profesores.
Natalia se quedó atónita unos segundos. Pero no se dio por vencida. ¿Había leído alguno de los libros que me dejó?
No los había leído, pero contesté:
– Sí, he leído Frau Marie Grubbe .
¿Y qué me había parecido?
– Está muy bien -dije de mal talante. Me sentía culpable. Natalia me miró fijamente.
– Me temo que eres muy poco sincero. No dices lo que piensas.
De pronto, me sentí irritado como un niño.
– Naturalmente que no. ¿Por qué tengo que decir lo que pienso? Las discusiones me aburren. Y no tengo la menor intención de decir algo sólo para que empieces a discutir acerca de ello.
– Si es así -dijo desalentada-, entonces es inútil que intentemos hablar en serio de nada.
– Claro que es inútil.
– Entonces será mejor que no hablemos de nada -dijo la pobre Natalia.
– Lo mejor será -dije- que imitemos ruidos de animales. Me gusta tu voz, pero me importa un pito lo que dices. Sería mucho mejor que dijéramos guau-guau y bee y miau.
Natalia se sonrojó. Estaba furiosa y profundamente herida. Después de un largo silencio dijo:
– Sí. Creo que sí.
Antes de llegar a su casa intenté arreglarlo, como si hubiese sido una broma, pero Natalia no reaccionó. Volví a casa avergonzado de mí mismo.
Sin embargo, a los pocos días, Natalia me telefoneó y me invitó a almorzar. Ella misma abrió la puerta -era obvio que me había estado esperando- y me saludó diciendo:
– ¡Guau, guau!, ¡bee!, ¡miau!
Un momento creí que se había vuelto loca. Luego, me acordé de nuestra discusión. Después de su broma, Natalia no tuvo el menor inconveniente en hacer las paces.
Pasamos a la sala y empezó a distribuir tabletas de aspirina en los jarros de flores, para resucitarlas. Le pregunté qué había hecho aquellos días.
– No he ido al colegio en toda la semana -dijo-. No me encontraba muy bien. Hace tres días estaba ahí, al lado del piano y de pronto me caigo… así. ¿Cómo se dice ohnmächtig ?
– ¿Quieres decir que te desmayaste?
– Sí, eso es. Ohnmächtig .
– En ese caso deberías estar en la cama -me sentí masculinamente protector-. ¿Qué tal te encuentras?
Natalia rió alegremente. La verdad es que nunca la había visto con mejor aspecto.
– Bah, no es nada grave. Tengo algo que decirte -añadió-. Creo que será una agradable sorpresa para ti. Hoy vienen mi padre y mi primo Bernhard.
– Estupendo.
– ¿Verdad que sí? Mi padre nos da una alegría cada vez que viene. Como está de viaje casi siempre… Tiene muchos negocios en todas partes, en París, en Viena, en Praga. Se pasa la vida en el tren. Te gustará, estoy segura.
– Yo también.
Inevitablemente, cuando se abrieron las puertas de cristal, Herr Landauer me estaba esperando. A su lado estaba Bernhard Landauer, el primo de Natalia, un joven pálido y alto, con un traje oscuro, unos cuantos años mayor que yo.
– Encantado de conocerle -dijo Bernhard al estrecharme la mano. Hablaba inglés sin el menor acento extranjero.
Herr Landauer era un hombrecillo vivaz, de tez oscura y apergaminada surcada por las arrugas, como una bota vieja y reluciente. Tenía ojos de botón, pardos, brillantes y diminutos, y cejas de cómico barato, tan espesas y tan negras que parecían retocadas con corcho quemado. Se veía que adoraba a su familia. Abrió la puerta a Frau Landauer como se la hubiera abierto a una chica joven y bonita. Su sonrisa benévola y satisfecha nos abarcaba a todos: a Natalia, radiante de alegría por la vuelta de su padre; a Frau Landauer, ligeramente congestionada, a Bernhard, tranquilo, pálido y cortésmente enigmático, e incluso a mí. Herr Landauer se me dirigía la mayor parte del tiempo, evitando cuidadosamente toda alusión a asuntos familiares que hubieran podido recordarme que yo era un extraño.
– Hace treinta y cinco años viví en Inglaterra -dijo, con fuerte acento alemán-. Estuve en su capital trabajando en mi tesis de doctorado sobre las condiciones de vida de los obreros judíos en el East End. Llegué a ver bastante más de lo que los funcionarios ingleses querían que viera. Yo era muy joven entonces, creo que más que usted ahora. Tuve unas conversaciones con cargadores y prostitutas y encargados de lo que ustedes llaman pubs . Muy interesante -Herr Landauer sonrió con reticencia-. Mi tesis causó una revolución. Se ha traducido a cinco idiomas, por lo menos.
– ¡Cinco idiomas! -repitió Natalia en alemán-. ¿Ves? Mi padre también escribe…
– Bah, eso fue hace treinta y cinco años. Mucho antes de que tú nacieras, querida -Herr Landauer inclinó la cabeza, como desaprobando las palabras de Natalia, con sus ojillos benevolentes-. Ahora no tengo tiempo para esas cosas.
De nuevo se dirigió a mí:
– Acabo de leer un libro en francés acerca de lord Byron, ese gran poeta de ustedes. Es un libro muy interesante. Me gustaría que usted, como escritor, me diera su opinión sobre una cuestión muy importante. ¿Usted cree que lord Byron era culpable de incesto?¿Qué cree usted, Mr. Isherwood?
Me sonrojé. Por alguna estúpida razón, la presencia de Frau Landauer, que comía plácidamente, me azaraba en aquel momento, no la de Natalia. Bernhard fijó la mirada en su plato, sonriendo levemente.
– Bueno -empecé-, es muy difícil…
– Es una cuestión muy interesante -interrumpió Herr Landauer, mirando satisfecho a su alrededor mientras masticaba complacido-. ¿Debemos admitir que un hombre de genio es una persona excepcional a quien hay que permitir cosas excepcionales? O sería mejor decir: No, puede usted escribir una bonita poesía o pintar un bonito cuadro, pero en su vida diaria debe usted comportarse como una persona ordinaria y debe usted obedecer las leyes que hemos creado para la gente ordinaria. No se le permite ser extraordinario -Herr Landauer nos miró uno a uno, triunfante, con la boca llena de comida. De pronto, fijó sus ojos en mí-. Su autor de teatro, Osar Wilde, es otro ejemplo… Le pongo este caso, Mr. Isherwood. Me gustaría mucho que me diera su opinión. ¿Fue justa la ley inglesa al castigarle o no lo fue?¿Qué le parece?
Herr Landauer me miraba encantado, con el tenedor a medio camino entre el plato y la boca. Me di cuenta de que Bernhard sonreía discretamente.
– Bueno… -empecé, rojo hasta las orejas.
Esta vez, sin embargo, fue Frau Landauer quien me salvó inesperadamente, haciendo una observación en alemán a Natalia acerca de la verdura. Hubo una pequeña discusión y Herr Landauer acabó por olvidar su pregunta. Siguió comiendo eufóricamente. Pero Natalia tenía que meter la pata.
– Dile a mi padre el nombre de tu libro. Yo no me acuerdo. Es un título tan raro…
Intenté dirigirle una velada mirada de reproche.
– Todos los conspiradores -contesté fríamente.
Читать дальше