Christopher Isherwood - Adiós A Berlín

Здесь есть возможность читать онлайн «Christopher Isherwood - Adiós A Berlín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Adiós A Berlín: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Adiós A Berlín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Adiós a Berlín combina la realidad con la ficción, y el Christopher Isherwood de la novela, aun siendo el narrador, no es necesariamente el autor. Personajes marginales, a menudo cómicos, viven vidas desordenadas, hasta torpes, como exiliados en Berlín, bajo la amenaza del horror que se avecina.La novela perdura como un documento acerca de una ciudad harapienta y corrupta -como lo eran en los años treinta el estado y el pueblo alemanes-, y la claudicación ante el nazismo en ciernes y el egoísmo de un generalizado sálvese quien pueda. El consumado oficio de Isherwood convierte el documento en literatura.

Adiós A Berlín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Adiós A Berlín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Sí, he tenido que volver -corroboró Erna.

Era una mujer delgada, de cabello corto, alrededor de los treinta y cinco, que debió ser muy femenina alguna vez, atractiva, pensativa y dulce. Extremadamente demacrada, parecía poseída por una especie de desesperada resolución, un cierto aire de desafío. Sus ojos eran inmensos, oscuros y hambrientos. Su anillo de casada le bailaba en el dedo sarmentoso. Cuando hablaba, si empezaba a agitarse, le revoloteaban incesantemente las manos, como dos trémulas polillas.

– Mi marido me pegaba y luego me abandonó. La noche que se fue me dio tal paliza que meses después todavía se me podían ver los cardenales. Era muy fuerte. Por poco me mata -hablaba de una manera pausada, con calma, pero con un cierto nerviosismo contenido, sin despegar sus ojos de los míos. Su mirada hambrienta me barrenaba el cerebro, como si quisiera leer lo que yo pensaba-. Sueño con él de vez en cuando -dijo, ligeramente divertida.

Otto y yo nos sentamos a la mesa, mientras Frau Nowak alborotaba a nuestro alrededor con café y unas pastas que había traído una enfermera. Todo lo que en aquel día me sucedía parecía no dejarme la menor impresión: mis sentidos estaban suspensos, embotados, como sumergidos en un sueño vívido. En aquella habitación blanca, silenciosa, de grandes ventanales abiertos a los pinos nevados, con el árbol de Navidad sobre la mesa, las guirnaldas sobre las camas, las fotografías sujetas con chinchetas, las bandejas con pastas de chocolate en forma de corazón, vivían y se movían aquellas cuatro mujeres. Mis ojos podían escudriñar hasta el último rincón de su mundo: los gráficos de temperatura, el extintor de incendios, el biombo de cuero ante la puerta. Vestidas con sus mejores ropas, sus limpias manos en las que ya no quedaban rastros de la aguja ni del fregadero, se echaban diariamente en la terraza, a escuchar la radio, sin poder hablar. La prolongada convivencia femenina había dejado en la habitación un aliento vagamente nauseabundo, como el que exhala un montón de ropa sucia guardado en un cajón sin ventilar. Jugueteaban entre continuos gritos como niñas de escuela un poco crecidas para su edad. Frau Nowak y Erika se permitieron un repentino acceso de cólera. Se agarraron jadeando, forcejeando en silencio. Acabaron por estallar en agudas carcajadas. Todo ello en beneficio nuestro.

– No sabe usted cuánto hemos esperado este día -dijo Erna-. ¡Ver un hombre de verdad!

Frau Nowak rió vergonzosamente.

– Erika era tan simple antes de venir aquí… No sabías nada, ¿verdad, Erika?

Erika soltó una risa.

– He aprendido bastante desde entonces…

– ¡Ya lo creo que has aprendido! No se lo creerá usted, Herr Christoph, pero su tía le mandó ese muñeco por Navidad y se lo lleva cada noche a la cama. ¡Dice que quiere tener un hombre al lado!

Esta vez, Erika rió descaradamente.

– Bueno, es mejor que nada, ¿no?

Le guiñó un ojo a Otto, que puso los ojos en blanco y fingió escandalizarse.

Después del almuerzo, Frau Nowak tenía que descansar una hora. Erika y Erna se apoderaron de nosotros. Fuimos a dar un paseo por el parque.

– Les enseñaremos primero el cementerio -dijo Erna.

Yacían allí diversos animales favoritos del personal del sanatorio. Vimos una docena de cruces y lápidas con versos lacrimosos. Había enterrados pajarillas, ratones blancos, conejos y un murciélago que fue encontrado helado después de una ventisca.

– Se pone una triste cuando piensa que están enterrados aquí, ¿verdad?-dijo Erna. Apartó con el pie la nieve acumulada sobre una de las tumbas. Tenía los ojos cuajados de lágrimas.

A medida que nos alejábamos por el sendero, ella y Erika fueron alegrándose otra vez. Reíamos todos y nos tirábamos bolas de nieve unos a otros. Otro cogió a Erika en volandas y amenazó con arrojarla sobre un montón de nieve. Un poco más lejos, pasamos junto a un cenador que estaba apartado del camino, entre los árboles. Un hombre y una mujer salían en aquel momento.

– Ésa es Frau Klemke -dijo Erna-. Ha venido su marido. Imagínese. Esa vieja cabaña es el único sitio de todo el sanatorio donde dos personas pueden estar solas…

– Debe hacer bastante frío con este tiempo…

– ¡Claro que sí! Mañana le volverá a subir la temperatura y se tendrá que quedar en cama todo el día… ¿Qué más da? Si yo estuviera en su lugar haría lo mismo -Erna me apretó el brazo-. Tenemos que vivir mientras somos jóvenes, ¿no cree?

– Desde luego.

Erna alzó su mirada hacia mí, velozmente; sus ojos se clavaron en los míos como dos garfios; podía sentir cómo tiraban hacia abajo.

– No estoy realmente tísica, ¿sabes, Christoph? Supongo que no has creído que estoy tísica sólo porque estoy en el sanatorio, ¿verdad?

– No, Erna, claro que no.

– Muchas de las chicas no están tísicas. Sólo necesitan que alguien se ocupe de ellas un poco, como me pasa a mí… El doctor dice que si me cuido volveré a estar fuerte como antes… ¿Y sabes qué es lo que voy a hacer en cuanto salga?

– ¿Qué?

– Primero, me divorciaré. Y después buscaré otro marido -Erna rió-. No tardaré mucho en conseguirlo… ¡te lo prometo!

Después del té regresamos a la habitación. Frau Nowak había conseguido que le prestaran un gramófono para que pudiésemos bailar. Yo hice pareja con Erna y Erika con Otto. Erika, pesada y torpe, se reía escandalosamente cada vez que resbalaba o le daba un pisotón a Otto. Él sonreía ligeramente y la hacía ondular habilidosamente entre sus brazos, mientras agitaba los hombros como un chimpancé, al estilo de Hallesches Tor. La vieja Muttchen se sentó en su cama a mirarnos bailar. Cuando tomé a Erna entre mis brazos sentí cómo un escalofrío le recorría el cuerpo. Había anochecido, pero nadie pensó en encender las luces.

Al cabo de un rato dejamos de bailar y nos sentamos en las camas, haciendo corro. Frau Nowak habló de su infancia, cuando vivía con sus padres en una granja de Prusia oriental.

– Teníamos un aserradero y treinta caballos. Los caballos de mi padre tenían fama de ser los mejores de la región. Llegó a ganar muchos premios en la feria…

En la oscuridad de la habitación, los ventanales abrían grandes rectángulos pálidos. Erna, sentada a mi lado, buscó a tientas mi mano. Después me cogió el brazo, haciéndome enlazarla. Temblaba violentamente.

– Christoph… -me murmuró al oído.

– … y durante el verano -decía Frau Nowak- íbamos a bailar a un granero que había junto al río…

Apreté mi boca contra los labios secos y calientes de Erna, sin experimentar la menor sensación de contacto. Todo ello formaba parte del largo y siniestro sueño que parecía dominarme aquel día.

– Soy tan feliz hoy… -murmuró Erna.

– El hijo del cartero tocaba el violín -dijo Frau Nowak-. Tocaba divinamente… la hacía llorar a una…

Unos vagos rumores de forcejeos y risitas llegaron desde la cama donde estaban tumbados Otto y Erika.

– Otto, fresco, más que fresco… ¡Si no te estás quieto, se lo diré a tu madre!

Cinco minutos después vino una enfermera a avisarnos que el autobús iba a salir.

– Te juro, Christoph -dijo Otto al ponernos los abrigos-, que hubiera podido hacer lo que me hubiera dado la gana con esa niña. La he palpado de arriba abajo… ¿Qué tal lo has pasado con la tuya? Un poco delgada, ¿verdad?¡Pero a que es caliente!

Subimos al autobús con los demás visitantes. Los pacientes se arremolinaban alrededor de nosotros para despedirnos. Arropados hasta la cabeza en sus mantas, hubiera podido tomárseles por miembros de una tribu aborigen de los bosques.

Frau Nowak empezó a llorar mientras intentaba, sin conseguirlo, sonreír alegremente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Adiós A Berlín»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Adiós A Berlín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Adiós A Berlín»

Обсуждение, отзывы о книге «Adiós A Berlín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x