Christopher Isherwood - Adiós A Berlín

Здесь есть возможность читать онлайн «Christopher Isherwood - Adiós A Berlín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Adiós A Berlín: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Adiós A Berlín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Adiós a Berlín combina la realidad con la ficción, y el Christopher Isherwood de la novela, aun siendo el narrador, no es necesariamente el autor. Personajes marginales, a menudo cómicos, viven vidas desordenadas, hasta torpes, como exiliados en Berlín, bajo la amenaza del horror que se avecina.La novela perdura como un documento acerca de una ciudad harapienta y corrupta -como lo eran en los años treinta el estado y el pueblo alemanes-, y la claudicación ante el nazismo en ciernes y el egoísmo de un generalizado sálvese quien pueda. El consumado oficio de Isherwood convierte el documento en literatura.

Adiós A Berlín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Adiós A Berlín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Mira, Lothar siempre encuentra en qué ocuparse, hasta cuando no tiene trabajo. Tú, en cambio, no sirves más que para destrozarlo todo. No pareces hijo mío.

Otto la oía desdeñosamente, tumbado en la cama, escupiendo de vez en cuando alguna obscenidad o un eructo. Su voz podía llegar a ser intolerable: le hacía sentir a uno verdaderos deseos de asesinarle… y él lo sabía.

La regañina de Frau Nowak estalló en seguida en chillidos:

– Te juro que te echo de casa. Qué haces por nosotros, puede saberse? Cuando hay algo que hacer estás demasiado cansado para echar una mano. En cambio, para pasarte las noches golfeando por ahí buenas fuerzas tienes, más que holgazán, vago, inútil…

Otto se puso en pie de un salto y empezó a bailar con salvajes gritos de triunfo. Frau Nowak le tiró una pastilla de jabón a la cabeza. Otto se agachó y el jabón fue a dar en el cristal de la ventana, haciéndolo añicos. Frau Nowak se dejó caer sobre una silla y rompió a llorar. Otto acudió y empezó a consolarla con ruidosos besos. Ni a Lothar ni a Herr Nowak parecía haberles preocupado la pelea. A Herr Nowak más bien le divertía: me hizo un guiño de complicidad. Todo se arregló tapando el cristal roto con un cartón. Y así quedó: una corriente de aire más entre las muchas que destemplaban el piso.

A la hora de la cena, todos estábamos contentos. Herr Nowak imitaba la forma de rezar de los católicos y los judíos. Se arrodilló y empezó a darse cabezadas contra el suelo, musitando imaginarias palabras en latín y en hebreo:

Koolyvotchka, Koolyvotchka, Koolyvotchka . Amén.

Luego contó historias de ejecuciones, con horror y delicia de Frau Nowak y Grete:

– Guillermo I, el viejo Guillermo, nunca firmó una sentencia de muerte. ¿Y sabéis por qué? Porque una vez, poco después de subir al trono, hubo un famoso asesinato y durante mucho tiempo los jueces no se ponían de acuerdo sobre si el acusado era inocente o culpable. Al final le condenaron a muerte. Subió al cadalso y el verdugo cogió el hacha… así, la levantó… así, y la dejó caer: ¡Chas! (Claro que son gente muy experta. Ni tú ni yo podríamos cortar la cabeza a un hombre de un solo hachazo. Ni aunque nos dieran mil marcos). Y la cabeza cayó en la cesta: ¡Flop! -Herr Nowak puso los ojos en blanco, y sacó un palmo de lengua para imitar de la forma más vívida y desagradable posible una cabeza decapitada.- Y entonces, la cabeza habló y dijo: «¡Soy inocente!» (Claro que no eran más que los nervios, pero habló igual que estoy hablando yo ahora). «¡Soy inocente…!», y unos meses más tarde un hombre confesó en su lecho de muerte que él había sido el asesino. Después de aquello, Guillermo I no volvió a firmar una sentencia de muerte.

En la Wassertorstrasse una semana era exactamente igual a otra. Nuestra pequeña buhardilla, atestada y llena de goteras, olía a cocina y a desagües atascados. Si la estufa del cuarto de estar estaba encendida, casi no se podía respirar; si estaba apagada, nos helábamos. El tiempo se había puesto muy frío. Frau Nowak, cuando no trabajaba, tenía que hacer interminables caminatas del hospital a los dispensarios y de los dispensarios al hospital. Esperaba horas y horas sentada en un banco, en pasillos helados, o se rompía la cabeza tratando de cumplimentar prolijos formularios. Los médicos que la visitaban no se ponían de acuerdo. Uno era partidario de enviarla a un sanatorio cuanto antes. Otro creía que era demasiado tarde para tomarse esa molestia… y así se lo dijo. Otro opinaba que no tenía nada grave: sólo necesitaba unos cuantos días de reposo en los Alpes. Frau Nowak les escuchaba con el más profundo de los respetos. Nunca dejaba de recalcar, cuando me contaba esas visitas, que el médico de turno era el más sabio y más amable que se podía encontrar en toda Europa.

Volvía a casa tosiendo y tiritando como un azogue, agotada, con los zapatos empapados y medio histérica. Nada más entrar empezaba a gruñir a Grete o a Otto, automáticamente, como un polichinela.

– Fíjate en lo que te digo… ¡Acabarás en la cárcel! Ojalá te hubiera encerrado en un correccional cuando tenías catorce años. Allí sí que te hubieran enderezado… ¡Y pensar que en toda mi familia no ha habido nadie que no fuera decente y honrado!

– ¡Tú decente! -se burlaba Otto-. ¡Si no eras más que una niña y ya salías con el primer par de pantalones que se te ponía a tiro!

– Te prohíbo que hables así. ¿Me oyes?¡Te lo prohíbo! ¡Ojalá me hubiera muerto antes que haberte parido, golfo, sinvergüenza!

Otto saltaba a su alrededor, esquivando los golpes, en una especie de euforia peleadora. En su agitación, hacía muecas horribles.

– ¡Está loco! -gritaba Frau Nowak-. Mírele ahora, Herr Christoph. Dígame, ¿a que está delirando como si estuviera loco? Tendré que llevarle al hospital para que lo examinen.

Era una idea que seducía a la romántica imaginación de Otto. A menudo, cuando estábamos solos, me decía con lágrimas en los ojos:

– No estaré mucho tiempo aquí, Christoph. Estoy a punto de que me dé un ataque. Muy pronto vendrán a cogerme y me llevarán. Me pondrán una camisa de fuerza y me alimentarán por un tubo de goma. Y cuando vengas a visitarme, no podré reconocerte.

Frau Nowak y Otto no eran los únicos nerviosos de la casa. Lentamente, pero de una manera implacable, los Nowak iban acabando con mi resistencia. De día en día el olor de la fregadera me daba más asco, la voz de Otto me parecía más áspera y la de su madre más estridente. Los lloriqueos de Grete me hacían rechinar los dientes. Cada vez que Otto daba un portazo, me sobresaltaba irritado. Por las noches, no podía dormir si no estaba medio borracho… Por si fuera poco, empezó a preocuparme una especie de sarpullido misterioso y bastante desagradable que me estaba saliendo: tal vez se debía a la cocina de Frau Nowak o a algo peor.

Empecé a pasar casi todas mis veladas en el Casino Alexander. Me sentaba en un rincón, cerca de la estufa, escribía cartas, hablaba con Pieps o Gerhardt o me entretenía observando a los parroquianos. El local estaba casi siempre muy tranquilo. Nos sentábamos o merodeábamos por la barra, esperando siempre que ocurriera algo imprevisto. Se oía la puerta de la calle y doce pares de ojos se volvían hacia la entrada para ver al visitante emerger de detrás de la cortina de cuero. Generalmente, se trataba de un vendedor de dulces o de una chica del Ejército de Salvación con sus huchas y sus folletos de propaganda. Si el vendedor de dulces había tenido un buen día o estaba borracho, se jugaba a los dados con nosotros unos paquetes de galletas. En cuanto a la chica del Ejército de Salvación, se daba una vuelta por el local, haciendo el mayor ruido posible, no recibía un céntimo y se iba. La verdad es que se había convertido en parte de la rutina diaria; ni Gerhardt ni Pieps hacían ya chistes acerca de ella. Más tarde, entraba un tipo con aire subrepticio, le susurraba algo al camarero y ambos se retiraban a la habitación trasera. Era un cocainómano. Padecía de tics nerviosos y meneaba la cabeza todo el rato, como diciendo al universo mundo: No, no, no. Al cabo de un momento volvía a salir, se quitaba el sombrero con un gesto de vaga cortesía y desaparecía como por encanto.

De vez en cuando entraba la policía en busca de maleantes y muchachos huidos del correccional. Cuando iban a venir se sabía de antemano y la gente les acogía sin sorpresa. Siempre se podía salir en el último instante, según me explicó Pieps, por la ventana del lavabo, que daba al patio trasero de la casa.

– Pero tienes que ir con cuidado, Christoph -añadía-. Da un gran salto o caerás en el sótano por la tronera del carbón. A mí me pasó una vez. Y Hamburg Werner, que venía detrás de mí, se rió tanto que le pilló el toro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Adiós A Berlín»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Adiós A Berlín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Adiós A Berlín»

Обсуждение, отзывы о книге «Adiós A Berlín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x