Daniel Silva - Octubre

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Durante los primeros años de incertidumbre del proceso de paz en Irlanda del Norte, tres ataques terroristas simultáneos en Belfast, Dublin y Londes rompen la esperanza de que el baño de sangre por fin se haya acabado. Los responsables son un nuevo grupo terrorista denominado la Brigada por la Libertad del Ulster. Y tienen un único objetivo: destruir el proceso de paz. Michael Osbourne, el héroe de La Marca del Asesino, ha abandonado la CIA, amargado y desilusionado. Pero cuando el Presidente de los EEUU escoge a su suegro para ser el próximo embajador en Gran Bretaña, Osbourne es arrastrado a la batalla contra algunos de los más implacables y violentos terroristas.

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Michael se volvió hacia Graham.

– Desde luego, contigo es imposible aburrirse.

– Tú lo has dicho.

– Me alegro mucho de volver a verlo, señor Osbourne -lo saludó la reina Isabel cuando entraron en uno de los salones de palacio-. Siéntese, por favor.

Michael tomó asiento. Les sirvieron el té, tras lo cual los ayudantes y asistentes se retiraron. Graham Seymour esperaba en la antesala.

– Quiero darle las gracias por la eficacia que ha demostrado en la eliminación de la amenaza de la Brigada de Liberación del Ulster -empezó la reina-. El pueblo de Irlanda del Norte está en deuda con usted… De hecho, toda Gran Bretaña está en deuda con usted.

– Gracias, Majestad -musitó Michael cortésmente.

– Sentí mucho lo de su agente, el que fue asesinado en Irlanda del Norte. -La reina se detuvo un momento con expresión perpleja y alzó la mirada hacia el techo-. Cielos, no recuerdo cómo se llamaba el pobre.

– Kevin Maguire -dijo Michael.

– Ah, sí, Heraldo -exclamó la reina, empleando el nombre en clave de Maguire-. Qué asunto tan espeluznante. Sentí un gran alivio al saber que no resultó usted herido de gravedad, pero sé que perder a un agente como Heraldo de un modo tan horrible debe de haberlo afectado mucho.

– Kevin Maguire no era perfecto, pero numerosas personas siguen vivas gracias a él. Requería enormes dosis de valor traicionar al IRA, y acabó pagándolo con su vida.

– ¿Qué planes tiene ahora que la amenaza protestante parece neutralizada? ¿Tiene intención de continuar en la CIA o piensa volver a retirarse?

– Todavía no lo sé -reconoció Michael-. Ahora mismo lo que más me apetece es volver a casa para ver a mi mujer y mis hijos. Llevo mucho tiempo ausente.

– No sé si podría estar casada con alguien como usted.

– Para eso hay que ser un tipo de mujer muy especial.

– ¿De modo que su mujer lo apoya?

– Yo no diría tanto, Majestad -puntualizó Michael con una sonrisa.

– Supongo que uno tiene que hacer lo que le hace feliz, y si trabajar para la CIA lo hace feliz, estoy segura de que ella lo comprende. Sin duda se trata de un trabajo importante. Debería enorgullecerse de lo que ha logrado aquí.

– Gracias, Majestad. Lo cierto es que me siento muy orgulloso.

– Bueno, puesto que al parecer seguirá trabajando en la CIA de momento, supongo que tendremos que hacer esto en privado.

– ¿Hacer qué, Majestad? -preguntó Michael.

– Nombrarlo caballero de honor.

– Bromea.

– Nunca bromeo con cuestiones tan trascendentales -aseguró la reina con una sonrisa maliciosa.

Acto seguido abrió un estuche rectangular y mostró a Michael la medalla de Caballero de Honor del Imperio Británico.

– Es muy hermosa -musitó Michael-. Me siento honrado y muy halagado.

– Como debe ser.

– ¿Tengo que arrodillarme?

– No diga tonterías -espetó la reina-. Acábese el té y luego cuénteme qué sintió al capturar a Gavin Spencer.

– ¿Quieres decir que acabo de hacer el amor con un auténtico caballero? -preguntó Elizabeth.

– Me temo que sí.

– Creo que eres el primero.

– Más te vale.

– Bueno, ¿y de qué hablasteis además de Irlanda del Norte?

– De ti.

– Venga ya.

– En serio.

– ¿Y qué dijisteis de mí?

– Me preguntó si pensaba seguir en la Agencia o volver a retirarme.

– ¿Y qué le contestaste?

– Que no lo sabía.

– Cobarde.

– Cuidado con esa lengua, que soy caballero.

– ¿Cuál es la respuesta?

– Casi por primera vez desde que entré a trabajar en la Agencia, tengo la sensación de haber logrado algo y me siento bien.

– O sea que quieres quedarte.

– Quiero hablar con Monica antes de tomar una decisión definitiva… Y también contigo.

– Michael, ya sabes lo que pienso, pero también necesito que seas feliz. Es extraño, pero al oírte hablar durante la última hora me he dado cuenta de que pareces mucho más feliz que hace varios meses.

– ¿O sea?

– O sea que preferiría que trabajar en otra cosa que no fuera la Agencia te hiciera feliz, pero si es lo que quieres, si te hace feliz, entonces quiero que sigas.

Apagó el cigarrillo, se desanudó el cinturón del albornoz y se tendió sobre él, oprimiendo los pechos contra su piel cálida.

– Pero tienes que prometerme una cosa -prosiguió-. Si realmente crees que Octubre sigue vivo, deja que otro vaya a por él.

– Asesinó a Sarah e intentó matarnos a nosotros.

– Por eso debe ocuparse del caso otra persona. Mantente al margen, Michael. Deja que Adrian le dé el trabajo a otro, a alguien sin implicaciones personales…, a alguien que no busque venganza -añadió tras una breve vacilación.

– ¿Qué te hace pensar que busco venganza?

– Vamos, Michael, no te engañes a ti mismo ni a mí. Quieres verlo muerto, y no te lo reprocho. Pero la venganza es un juego peligroso. ¿Es que no aprendiste nada cuando estabas en Irlanda del Norte?

Michael volvió la cabeza. Elizabeth se la cogió entre las manos y lo obligó a mirarla.

– No te enfades conmigo. Sencillamente, no quiero que te pase nada. -Lo besó con suavidad-. Sigue el consejo de tu abogada. Se acabó. Déjalo ya.

31

Mikonos

El consejo ejecutivo de la Sociedad Internacional de Desarrollo y Cooperación convocó su reunión de primavera para el primer viernes de marzo. La villa vacía que Delaroche había ocupado en los acantilados de cabo Mavros fue el lugar de encuentro. Era demasiado pequeña para albergar más que al Director, sus guardaespaldas y Daphne, de modo que los demás miembros del consejo y sus respectivos séquitos se alojaron en los hoteles y casas de huéspedes de Chora. Al caer la tarde se pusieron en marcha los jefes de inteligencia, traficantes de armas, hombres de negocios y dirigentes del crimen organizado en una caravana de Range Rovers negros.

El Director y su personal se habían encargado de las medidas de seguridad. Numerosos guardias armados hasta los dientes patrullaban la finca, y una lancha de alta velocidad llena de antiguos miembros de la unidad anfibia del SAS vigilaba la bahía de Panormos. La villa había sido registrada de arriba a abajo en busca de micrófonos y cámaras, y los perturbadores retransmitían ruido blanco para entorpecer la labor de los micrófonos de largo alcance.

Tomaron un cóctel en la hermosa terraza de piedra con vistas al mar y cenaron platos de la cocina griega tradicional. A medianoche, el Director abrió la sesión.

Por espacio de la primera hora, el consejo ejecutivo trató temas internos de rutina. Como de costumbre, los miembros del consejo se dirigían unos a otros por los nombres en clave. Rodin, Monet, Van Gogh, Rembrandt, Rothko, Miguel Ángel y Picasso. A continuación, el Director volvió su atención sobre las operaciones que la Sociedad tenía en marcha en Corea del Norte, Paquistán, Afganistán, Kosovo y, por último, Irlanda del Norte.

– En febrero, Monet se encargó de hacer llegar un cargamento de Uzis a la Brigada de Liberación del Ulster -explicó el Director-. Dichas armas se utilizaron en el intento de asesinato del embajador Douglas Cannon. Por desgracia, la operación fracasó. El embajador sobrevivió al ataque, pero la Brigada de Liberación del Ulster sucumbió. Casi todos sus miembros han muerto o están en la cárcel, de modo que, por el momento, nuestra participación en Irlanda del Norte ha finalizado.

El Director dio la palabra a Rodin, jefe de operaciones del servicio de inteligencia francés.

– Si deseamos reanudar nuestra participación en Irlanda del Norte, puede que tengamos una oportunidad en París -dijo.

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