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Arthur Hailey: Traficantes de dinero

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Arthur Hailey Traficantes de dinero

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El presidente del banco FMI anuncia a toda la directiva que tiene cáncer y pronto va a morirse, hay dos candidatos para ocupar su puesto, Alex y Roscoe. Alex es liberal, con ideas nuevas, pero Roscoe es conservador. La lucha entre ambos para llegar a la cima conduce a una trama muy interesante que empieza cuando desaparecen misteriosamente 6000 dólares de la caja de la empleada Juanita Núñez, se nos revelan muchas incógnitas sobre el funcionamiento interno de un banco y cómo una mala inversión puede llevarlo a la quiebra de la noche a la mañana.

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Heyward contestó sin perder la calma:

– Te agradezco la franqueza, Leonard.

– Bien. Y si piensas alguna vez con seriedad en la oferta que te he hecho, llámame cuando gustes.

Pero Roscoe Heyward no tenía intenciones de trabajar para la Northam Steel. Aunque el dinero era para él importante, su orgullo no se lo hubiera permitido después del mordiente veredicto de Leonard Kingswood, de hacía un instante. Además, todavía seguía confiando en obtener el cargo principal en el FMA.

Nuevamente zumbó el teléfono. Cuando contestó, Dora Callaghan anunció que otro director estaba en la línea.

– Es míster Floyd LeBerre.

– Floyd -empezó Heyward, con la voz afectada en un tono bajo y serio-, lamento muchísimo tener que ser portador de una noticia trágica y triste.

3

No todos los que habían estado presentes en la grave reunión del consejo salieron tan rápidamente como Roscoe Heyward. Algunos se demoraron fuera, todavía bajo la impresión, conversando en voz baja.

El viejo funcionario del departamento de inversiones, Pop Monroe, dijo con suavidad a Edwina D'Orsey:

– Éste es un día triste, muy triste.

Edwina asintió, sin poder hablar. Ben Rosselli había sido importante para ella como amigo y él se había enorgullecido al verla subir y formar parte de las autoridades del banco.

Alex Vandervoort se detuvo junto a Edwina, dirigiéndose después a su oficina, algunas puertas más allá:

– ¿Quieres acompañarme un momento?

Ella dijo, agradecida:

– Sí, por favor.

Las oficinas de los principales ejecutivos estaban en el mismo piso que la sala de reunión del consejo -el piso treinta y seis, en lo alto de la Torre de la Casa Central del FMA. Las oficinas de Alex Vandervoort, como otras, tenían una zona para conferencias informales y, allí, Edwina sirvió café con una Sílex. Vandervoort extrajo una pipa y la encendió. Ella observó que los dedos de él se movían con eficiencia, sin desperdiciar ningún movimiento. Sus manos eran como su cuerpo, corto y ancho, los dedos terminaban repentinamente, en unas uñas cortas pero bien cuidadas.

La camaradería entre los dos databa de largo tiempo. Aunque Edwina, que era gerente de la sucursal principal del First Mercantile American en la ciudad, estaba varios niveles por debajo de Alex en la jerarquía del banco, él siempre la había tratado como a una igual, y con frecuencia, en asuntos que afectaban a su sucursal, había tratado con ella directamente, pasando por encima de los peldaños de la organización que los separaban.

– Alex -dijo Edwina- debo decirte que pareces un esqueleto.

Una cálida sonrisa encendió la suave y redonda cara de él.

– Se me nota, ¿eh?

Alex Vandervoort era un conocido gastrónomo, un goloso amante de la comida y el vino. Desgraciadamente aumentaba fácilmente de peso. Periódicamente, como ahora, tenía que seguir alguna dieta.

Por tácito consentimiento ambos evitaron, por el momento, el tema que estaba más próximo a sus mentes.

Él preguntó:

– ¿Cómo andan los negocios este mes en la sucursal?

– Bastante bien. Y soy optimista para el año próximo.

– Hablando del año próximo, ¿cómo ve la cosa Lewis?

Lewis D'Orsey, marido de Edwina, era dueño y editor de un difundido periódico para economistas.

– Sombríamente. Prevé un alza temporal en el valor del dólar, luego otra gran caída, como ocurrió con la libra esterlina. También dice Lewis que aquellos que en Washington afirman que la recesión norteamericana ha llegado a su fin son unos ilusos, ¡los mismos falsos profetas que en Vietnam veían «la luz del túnel»!

– Estoy de acuerdo con él -murmuró Alex-. Sabes, Edwina, uno de los fallos de los banqueros norteamericanos es que nunca alentamos a nuestros clientes a tener cuentas en moneda extranjera… francos suizos, marcos alemanes, otras monedas… como hacen los banqueros europeos. Oh, aceptamos a las grandes corporaciones, porque saben lo bastante como para insistir; y los bancos norteamericanos ganan para sí generosos beneficios con otras monedas. Aunque rara vez, o nunca, se hace esto por medio de los depositantes menores o de tipo medio. Si hubiéramos promovido las cuentas en moneda extranjera hace diez, o incluso cinco años, algunos de nuestros clientes habrían ganado con la desvalorización del dólar, en lugar de perder.

– ¿Y no se opondría a eso la Tesorería de Estados Unidos?

– Probablemente. Pero tendrían que contar con la presión del público. Siempre lo hacen.

Edwina preguntó:

– ¿Alguna vez has sugerido la idea… de que más gente tenga cuentas en moneda extranjera?

– Una vez lo intenté. Me hicieron callar. Entre nosotros los banqueros norteamericanos, el dólar, por débil que esté, es sagrado. Es un concepto de avestruz que hemos inculcado al público, y que les ha costado dinero. Sólo unos pocos sofisticados tuvieron buen sentido y abrieron cuentas en moneda suiza, antes que empezaran las devaluaciones del dólar.

– Con frecuencia he pensado en eso -dijo Edwina-. Cada vez que ha sucedido, los banqueros han sabido por anticipado que la devaluación es inevitable. Sin embargo no hemos dado a nuestros clientes, exceptuando unos pocos favorecidos, ningún aviso, ninguna sugerencia para que vendieran dólares.

– Se suponía que era poco patriótico. Incluso Ben…

Alex se interrumpió. Permanecieron algunos momentos sin hablar.

Por los ventanales que ocupaban la pared del lado Este de la oficina de Alex, podían ver la robusta ciudad del Midwest, tendida ante ellos. Muy cerca estaban los estrechos callejones de establecimientos del centro, los mayores edificios, sólo un poco más bajos que la torre principal del First Mercantile American. Más allá del distrito del centro, retorcido en forma de doble S, estaba el amplio río lleno de tráfico, con su color -hoy como de costumbre- gris por las poluciones. Un entreverado trabajo de puentes sobre el río, líneas férreas y caminos corrían hacia el exterior como cintas desplegadas hacia complejos industriales y suburbios a lo lejos, los últimos, sentidos más que vistos, en una neblina que lo invadía todo. Pero más cerca que las industrias y los suburbios, aunque más allá del río, estaba el barrio central pobre, un laberinto de casas bajo el nivel medio, considerado por algunos la vergüenza de la ciudad.

En medio de esta última área, un nuevo gran edificio y el andamiaje de acero de otro se destacaban contra el horizonte.

Edwina señaló el edificio y el andamiaje de acero.

– Si estuviera como está ahora Ben -dijo- y quisiera ser recordada por algo, creo que quisiera serlo por el Forum East.

– Eso creo -la mirada de Alex siguió la de Edwina-. Sin él hubiera sido sólo una idea, y no mucho más.

El Forum East era un ambicioso desarrollo urbano local, y su objetivo era rehabilitar el corazón de la ciudad. Ben Rosselli había comprometido financieramente al First Mercantile American en el proyecto, y Alex Vandervoort había estado directamente encargado de la inversión del banco. La gran sucursal central, manejada por Edwina, se había encargado de los préstamos para la construcción y detalles de las hipotecas.

– Estaba pensando -dijo Edwina- en los cambios que ocurrirán aquí -iba a añadir: «Después de la muerte de Ben…»

– Habrá cambios, lógicamente… quizá grandes cambios. Espero que ninguno afecte al Forum East.

Ella suspiró.

– No ha pasado una hora desde que Ben nos dijo…

– Y estamos discutiendo futuros negocios bancarios antes de que se haya cavado una tumba. Bueno, hay que hacerlo, Edwina. Ben lo espera. Importantes decisiones deben ser tomadas pronto.

– Incluida la de quién sucederá al presidente.

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