Comienza a oírse un ruido atronador, un redoble de tambor, constante e insistente, y una voz lo llama por su nombre.
– Vlado. Vlado, ¿estás ahí dentro? ¿Vlado?
Vlado se dio la vuelta en la cama, parpadeando en la oscuridad de la habitación del hotel. Era Pine, llamando a la puerta.
– Me había quedado dormido -dice con voz ronca por toda respuesta.
Se puso en pie lentamente, sintiéndose como si hubiera estado dormido durante horas, luego abrió la puerta a un rostro surcado por arrugas de preocupación, incluso de alarma.
– Lo siento -dijo Pine, hablando rápidamente, uniendo las palabras-. Estaba preocupado por si… por si te hubieras marchado o algo así. Pensé que tal vez, no sé. También he venido a pedir disculpas. He intentado imaginar en los últimos tres días qué te diría exactamente cuando llegase este momento. Lo mejor que se me había ocurrido era que yo sólo cumplía órdenes, que me decían todo lo que necesitaba saber sobre aquello en lo que participaba.
– No gastes saliva inútilmente -dijo Vlado, más despierto.
– Está bien.
– Y no intentes explicarte.
Pine asintió con la cabeza, sin decir nada.
– No puedo hacerlo, ya lo sabes. No después de la forma en que se ha llevado a cabo.
Pine volvió a asentir con la cabeza, mordiéndose el labio, todavía de pie torpemente en el umbral de la puerta abierta, pues Vlado le impedía el paso.
– Vale. Supongo que imaginé que esto podía pasar. Vale. -Hizo una pausa, como si esperase que Vlado dijera algo más, o al menos que se hiciera a un lado. Como ninguna de las dos cosas sucedía, siguió hablando, aunque sólo fuera para llenar el silencio-. Veré si hay un vuelo de regreso a Berlín mañana. No voy a intentar convencerte de lo contrario. Se te pagarán los dos últimos días, desde luego.
Vlado frunció el ceño.
– Pero haz otra cosa por mí, ¿quieres? O hazla por ti.
Vlado no dijo nada, pero asintió, como si le diera permiso para hablar.
– Intenta pensar en cómo vas a sentirte por todo esto dentro de una semana. Es horrible, sobre todo enterarse así. Pero no se puede dar marcha atrás, y sólo quiero que pienses en si podrías sentir de otra manera o no después. Porque si cambias de opinión, bueno… Entonces, toda la operación habrá terminado. Será demasiado tarde.
– Iréis a por él de todos modos, quiero decir. A por ese hombre, Matek. Ese… amigo de mi padre.
– No tenemos elección. Me haré pasar por el tipo de la remoción de minas. Ya tengo las tarjetas de visita falsas, por si acaso.
– Tu plan B secreto -dijo Vlado con desdén.
No funcionaría, y los dos lo sabían. No funcionaría con alguien que conocía las confabulaciones y las estratagemas tan bien como Matek. El engaño era su medio de vida.
Así que deja que se malogre, pensó Vlado. Que el viejo cabrón siga siendo un viejo cabrón un poco más. Dentro de unos años estaría muerto de todos modos.
– ¿Y qué me dices de Andric? -preguntó-. Supongo que harán la operación en cualquier caso.
– Eso creo. En el supuesto de que pueda limar asperezas a estas alturas.
Vlado suspiró. Podía ver ya lo que iba a suceder. El acuerdo se iría al traste, Andric seguiría en libertad, y él habría desempeñado un papel. Haciendo honor al buen nombre de su padre.
¿Y qué pasaría con Matek, en realidad? Aquel hombre moriría de acuerdo con sus condiciones. Peor, moriría con sus secretos, que Vlado quería conocer ahora más que ninguna otra cosa. Mandar al infierno al Tribunal sería tirar por la borda su única oportunidad de saber algo más acerca de lo que en realidad había sucedido, y por qué.
Por qué no seguir trabajando entonces, se preguntó. No como un buen soldado, ni siquiera como un oportunista que busca reasentamiento y un nuevo trabajo, sino como un hijo que busca pistas vitales sobre el pasado de su familia. Participaría en el interrogatorio de Matek, les gustase a los demás o no. Era probable que Pine se lo permitiese, aunque sólo fuera por su sentimiento de culpa. Si sus preguntas fastidiaban a los demás, podían despedirlo. Su carrera en el Tribunal iba a ser breve pasara lo que pasara. Y por el momento no deseaba pensar en llevar a su familia de nuevo a Bosnia. La información del expediente lo había cambiado todo. No quería que su hija siguiera en modo alguno las huellas de las botas de su padre.
Se volvió hacia Pine, furiosamente resignado.
– Ya sabes lo que voy a hacer, ¿no es así?
– No, no lo sé. Dímelo tú.
– ¿Cuándo debemos ponernos en contacto con Matek?
Pine frunció el ceño, dejando la mirada perdida.
– Acaban de cambiar esa parte, casualmente. Ahora dicen que esta noche. Los franceses se estaban poniendo nerviosos, así que han adelantado un día la operación de Andric. Quieren que ajustemos nuestro calendario en consecuencia.
– Así que en cuanto yo esté listo, en otras palabras.
Pine asintió gravemente con la cabeza.
– Tú lo has dicho.
– Antes quiero una copa.
– No hay problema. Tómate dos. Todas las que quieras, siempre y cuando sigas acordándote del nombre de ese hombre. Bajaremos al bar.
– No -dijo Vlado, decidiéndose ahora por un enfoque distinto-. Nada de copas. Sólo la llamada por el móvil a Matek. Vamos a hacerla ahora. Luego me tomaré la copa, pero sin ti. Solo.
– Mira, si quieres…
– Tú dame el número de teléfono, ¿vale? Dime qué tengo que decir. Y después déjame solo. Ya te avisaré cuando termine.
– Como tú digas. -Pine tendió las manos como para pedir calma-. Es tu número.
Mi número, pensó Vlado mordazmente. Pues claro que lo era. Un cabaré macabro inspirado en el pasado de su padre, y él estaba a punto de entrar en escena. Luces, por favor. Después el libreto. Que empiece el espectáculo.
Pero Matek era un enamorado de Internet, le encantaba la idea de poder estar en un lugar de mala muerte como Travnik y aun así disponer de un mundo de contactos y de información. En momentos así siempre sonreía al recorrer con la mirada su oficina. En los últimos años había puesto un empeño especial en describirse para los extraños como un rey de provincias sentado en su rústico trono, apenas instruido y apenas presentable, un potentado provinciano al que se podía tener contento con una palmadita en la cabeza y una porción generosa de pastel.
Así que cuando la gente de la ONU y de las delegaciones de ayuda llamaban a su puerta, siempre les ofrecía el mejor espectáculo posible, desde la escenografía y las bebidas hasta su pose de palurdo deseoso de agradar. La farsa comenzaba con el rebaño de cabras que andaban sueltas por los campos, unos animales que de forma casi invariable se aglomeraban en torno a los automóviles de los invitados mientras estacionaban, intentando mordisquear todo lo que se movía, balando y escarbando en la hierba surcada mientras los visitantes sorteaban con finura las cagarrutas. En el interior, un linóleo marrón cubría el piso del vestíbulo, y en el techo había unos tubos fluorescentes. Se acompañaba a los visitantes por el vestíbulo hasta su despacho, donde se sentaban en voluminosos sofás marrones reliquias de la época comunista. Las ventanas estaban cubiertas de horrorosas cortinas estampadas en tonos naranja y marrón, y la alfombra de pared a pared estaba raída y lucía quemaduras de cigarrillos.
Pero el verdadero espectáculo era el propio Matek, sentado detrás de un escritorio barnizado del tamaño de un acorazado. Iba vestido invariablemente con una enorme chaqueta de poliéster marrón. Sus pantalones mostraban abigarrados diseños que desentonaban con los de sus camisas de cuello abierto, donde el vello del pecho proclamaba su perdurable virilidad y recordaba a las visitas que junto al encanto zafio y torpe había material más duro; aquél era su territorio, y un paso en falso podía dejarlos abandonados a su suerte en Dios sabía qué clase de valle o aldea. Lo más destacado del conjunto de Matek, sin embargo, era su cabello salpimentado, toda una cabeza de pelo peinado con las ondas a la Pompadour que eran tradicionales entre los señores balcánicos hechos a sí mismos.
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