Dan Fesperman - El barco de los grandes pesares

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Vlado Petric, un ex policía en el Sarajevo desgarrado por la guerra, tiene que dejar su tierra para reunirse con su esposa y su hija en Alemania, donde se gana modestamente el sustento como trabajador de la construcción en las obras del nuevo Berlín.
Una tarde, al volver a casa después de la jornada laboral, un enigmático investigador estadounidense le está esperando en el pequeño apartamento familiar. El investigador, Calvin Pine, enviado por el Tribunal Internacional para Crímenes de Guerra en la ex Yugoslavia, solicita a Petric que viaje a La Haya. Petric acepta sin titubear cuando Pine le dice que están siguiendo a un pez gordo: uno de los hombres a los que consideran responsables de la terrible matanza de Srebrenica.
Lo que Petric no sabe es que lo están utilizando como cebo para descubrir a un asesino de la generación anterior, un hombre cuyas actividades en la Segunda Guerra Mundial hacen que los asesinos de ésta parezcan aficionados.

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– Por fin lo he conseguido. -Henrik apareció con una taza de loza llena de café humeante en la mano. La colocó con un golpeteo delante de Vlado-. Encontrar a una camarera fue una cosa. Encontrar a una que de verdad atendiese fue otra muy distinta.

Amira levantó la mirada hacia Henrik con una sonrisa que, aun sido muy cálida, venía de otro lugar, de otra mujer, y Vlado se quedó helado ante la transformación, aunque no supo con certeza si era obra de ella o de Henrik. Quizá de los dos. Por alguna razón, Vlado dudó de que Amira le hubiera hablado a Henrik de su hijo. Ella pareció confirmar sus sospechas con una rápida mirada, una mirada que sellaba un acuerdo tácito. Henrik reanudó la conversación, y unos instantes después Vlado se levantó para marcharse. Debía reunirse con Pine en el hotel quince minutos más tarde.

– ¿Me telefonearás antes de marcharte? -preguntó Amira.

A Vlado no se le ocurrió una respuesta aceptable, que no fuera decir:

– Sí. Lo intentaré.

– Toma una tarjeta mía. -Sacó una del bolso y escribió el número de su casa en la parte inferior. Al entregarle la tarjeta le apretó la mano, brevemente pero con fuerza, y una vez más Vlado creyó ver cómo asomaban las lágrimas-. Trabajas para la gente adecuada -dijo, en voz más baja-. Encierra por mí a unos cuantos de esos cabrones, ¿vale?

Vlado asintió con la cabeza, contento de no tener que hablarle del sospechoso de 1945, aunque supuso que Matek había desempeñado su propio papel a la hora de encender el fuego que los había consumido.

Volvió al hotel dando un rodeo, completando su circuito de la ciudad con un paseo a través de la antigua ciudad turca, con sus bajos tejados rojos y sus paredes de barro y caña. Al mirar las caras de la gente en la calle se preguntó cómo alguien que hubiera sobrevivido a la guerra podía superarla siquiera mientras permaneciera allí. Dijera lo que dijera de Berlín, al menos le permitía cierta distancia con respecto al dolor. Pensó en Hamid y se le cayó el alma a los pies, y se preguntó incómodo quién más podía haber sido destruido por su culpa. Recordó el rostro del chico que le espiaba desde el otro lado de la puerta, mirando con los ojos bien abiertos mientras él se unía en un abrazo titubeante, el primero y el único, a su madre. Se le hizo un nudo en el estómago y se detuvo para apoyarse en una señal que seguía marcada por las postas de los francotiradores. Quiso vomitar, pero no pudo. Las arcadas pasaron y él siguió su camino, con la cara cubierta de sudor. ¿Cuánto tiempo se podía sobrevivir sin ahogarse en aquel mar de pérdidas?, se preguntó.

8

Cuando Vlado llegó al hotel unos minutos más tarde, Pine lo estaba esperando a la puerta de su habitación, cruzado de brazos, exhibiendo una firme sonrisa con una carpeta en una mano. Siguió a Vlado a la habitación, arrojó la carpeta sobre la cama y cerró la puerta.

– Hay una última cosa que tienes que ver antes de que nos pongamos en marcha.

Su voz sonaba extraña, empañada, con un leve dejo de tensión.

– Me temo que no va a ser una lectura fácil. Yo te habría dejado que lo vieras antes pero, en fin, órdenes de arriba.

Vlado se dejó caer en la cama. Su excitación por estar en casa había desaparecido, apagada por el relato de Amira, y había sido sustituida por una creciente aprensión. Aquí llegaba la revelación que tanto había temido; el nombre de Popovic estaba a punto de alcanzarlo al fin. Pero lo que Vlado seguía sin poder entender era la relación que existía entre todo aquello y Matek. O quizá todo había sido un complicado pretexto para llevarlo hasta allí y encargarle una misión distinta, más peligrosa, con Popovic como palanca.

– Dime -dijo Vlado, señalando la carpeta-. Cuando lo haya leído, ¿vas a detenerme? ¿O a presentar alguna clase de cargos contra mi persona?

Pine lo miró entrecerrando los ojos, perplejo de verdad.

– ¿Detenerte? Creo que la mejor pregunta es si tú me vas a detener a mí. Por ocultación de pruebas. Pero lo más probable es que sólo quieras darme una buena somanta. Y si es así, me encontrarás en el bar del hotel.

Pine cerró la puerta tras él, dejando a Vlado más confuso que nunca. Abrió la carpeta, esperando todavía ver alguna clase de informe sobre sus recientes andanzas. Pero cuando comenzó a leer, su primera reacción fue de perplejidad, seguida de alivio.

El nombre que figuraba en la parte superior era «Iskric, Josip».

No significaba nada para él. Y por las fechas parecía claro que aquello era otro cuento de la segunda guerra mundial. Iskric había nacido en 1922, un año antes que Matek pero en el mismo rincón remoto del país. Vlado leyó por encima las líneas siguientes, buscando algo que le llamase la atención, algo que le permitiera resolver el misterio que Pine le había endilgado de pronto, pero no había nada extraordinario. Parecía ser un reflejo del expediente de Matek: educación en una academia para oficiales en el ejército yugoslavo. Adherido al movimiento ustashi. Castigado por el ejército por actividades nacionalistas. Incorporado al Ejército de Defensa Nacional de Croacia después de la declaración de la dictadura ustashi. Sirvió en la misma unidad que Matek. Participó en la ofensiva de los montes Kosarev a principios de 1942. Condecorado dos veces por su valor. Destinado al campo de concentración de Jasenovac en mayo de 1942. Ascendido a teniente. Puesto al mando de escuadrones de guardia. Aquello habría convertido a Iskric en un igual de Matek. Vlado siguió leyendo.

Huido de Croacia en abril de 1945. Capturado por fuerzas británicas en Wolfsberg, Austria, junto con otros dos fugitivos. Internado en el Campo para Personas Desplazadas de Fermo, Italia, liberado en junio de 1946 bajo custodia de la Comisión Pontificia de Auxilio. Sí, era la misma pista, con algunas variaciones de poca importancia. Quizás Iskric era un testigo en potencia, y tal vez iban a detenerlo también, un trabajito extra que Pine había esperado hasta ahora para adjudicarle. De hecho, tal vez había aún más sospechosos que él no conocía, y estaban condenados a quedarse allí semanas en vez de días. Pensó que era penoso, pero no insuperable.

A partir de 1946, la carrera de Iskric seguía la misma trayectoria que la de Matek. Los dos debieron de trabajar juntos en Roma. Incluso se repatriaron el mismo año, 1961. Pero para entonces Josip Iskric, al igual que Matek, tenía una nueva identidad.

Su nuevo nombre era Enver Petric.

Vlado miró lleno de incredulidad. Calculó la edad de aquel hombre. Encajaba. Siguió leyendo, aturdido, sabiendo exactamente lo que venía a continuación. Enver Petric se había reasentado en Klanac, una aldea al sur de Sarajevo. Se había casado al año siguiente, y en 1963 su esposa dio a luz al único hijo del matrimonio, un varón al que pusieron el nombre de Vlado.

Vlado podía completar el resto, pero siguió leyendo de todos modos, petrificado de fascinación. Trasladado con su familia a Sarajevo en 1968. Empleado en un taller de maquinaria, ascendido a capataz en 1974. Fallecido en 1983, dejando esposa e hijo. Hijo graduado en la Universidad de Sarajevo en 1982. Al estallar las hostilidades en la primavera de 1992, entró a trabajar como inspector detective en la fuerza de policía municipal, destinado a la investigación de asesinatos. Esposa e hija evacuadas a Berlín, donde se reunió con ellas a principios de 1994 tras la investigación de la corrupción local.

Vlado cerró la carpeta, con ganas de vomitar. Necesitaba ponerse de pie, andar, gemir como un animal, pero lo único que pudo hacer por el momento fue mirar fijamente la carpeta y el nombre mecanografiado de forma tan cuidadosa en la parte superior: Josip Iskric.

Aquello era lo que sucedía cuando no se volvía a casa imponiendo uno mismo las condiciones, pensó, con las sienes a punto de estallar. Uno se enteraba de la muerte del hijo de una amiga, y del papel que se había representado en él. Después se enteraba del pasado genocida de su padre. Y lo que había hecho lo convertía, además, en el hijo negligente de un asesino, de un hombre cuyas acciones habían desembocado en la muerte de niños, además de un hombre que había ayudado a asesinos a ocultar y enterrar a sus víctimas, como él había hecho con Haris y Huso.

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